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La pelea del siglo

Fuentes:

A medida que la economía se contrae, un levantamiento popular mundial se enfrenta a las élites del poder por el acceso a los elementos esenciales de la existencia humana. ¿Cuáles son las dinámicas subyacentes del conflicto y cómo es posible que se desarrollen? 1. Prologo A medida que la economía mundial choca contra los límites […]

A medida que la economía se contrae, un levantamiento popular mundial se enfrenta a las élites del poder por el acceso a los elementos esenciales de la existencia humana. ¿Cuáles son las dinámicas subyacentes del conflicto y cómo es posible que se desarrollen?

1. Prologo A medida que la economía mundial choca contra los límites de la deuda y los recursos, más y más países responden intentando salvar lo que son en realidad sus elementos más prescindibles -los bancos corruptos e insolventes y los gastos militares hinchados- mientras dejan languidecer a la mayoría de su población en la «austeridad». El resultado, previsiblemente, será un levantamiento mundial. El actual conjunto de condiciones y respuestas llevará, más pronto o más tarde, a levantamientos sociales y políticos -y a un colapso de la infraestructura de soporte de la que dependen miles de millones para su supervivencia-.

Los países podrían, en principio anticiparse al colapso social proporcionando los elementos básicos para la existencia (alimentos, agua, alojamiento, asistencia sanitaria, planificación familiar, educación, empleo para aquellos que puedan trabajar, y seguridad pública) de forma universal y de un modo que podría ser sostenible durante algún tiempo, pagando por ello mediante la reducción deliberada de otros rubros sociales -empezando por los sectores militar y financiero- y gravando a los ricos. El coste de cubrir las necesidades básicas de todos está dentro de las posibilidades de la mayor parte de los países. Cubrir las necesidades humanas no eliminaría todos los problemas fundamentales que convergen ahora (cambio climático, agotamiento de los recursos, y la necesidad de reformas económicas fundamentales), pero proporcionaría una plataforma de estabilidad y equidad social para dar al mundo tiempo para lidiar con desafíos existenciales más profundos.

Desgraciadamente, la mayor parte de los gobiernos son contrarios a estas medidas. De hecho, muy probablemente seguirán haciendo lo que hacen ahora -canibalizar los recursos de la sociedad en su totalidad para apuntalar a los megabancos y las organizaciones militares-.

Aunque proporcionen redes de seguridad universales, aún así, la contracción económica en curso puede dar como resultado posible el conflicto, aunque en este caso se originaría en grupos opuestos a los que se perciben como errores del «gran gobierno».

En cualquier caso, les corresponderá cada vez más a los hogares y a las comunidades cubrir por si mismos las necesidades básicas reduciendo al mismo tiempo su dependencia de, y su vulnerabilidad a, los sistemas centralizados de poder financiero y gubernamental. Esta es una estrategia que requiere un esfuerzo continuado y en muchos casos será desincentivada e incluso criminalizada por las autoridades nacionales.

La descentralización de la alimentación, las finanzas, la educación y otras estructuras de soporte social básicas han sido defendidas durante décadas por teóricos de la extrema izquierda y la extrema derecha del espectro político. Algunos esfuerzos hacia la descentralización (como el movimiento por los alimentos locales) han dado como resultado el desarrollo de nichos de mercado. Sin embargo, describimos aquí no solo el crecimiento progresivo de movimientos sociales o industrias marginales, sino lo que podría convertirse en el signo económico y la tendencia social para lo que resta del siglo XXI -una tendencia que actualmente es ignorada y a la que se resisten las élites gubernamentales, económicas y de los medios de comunicación, que no se pueden imaginar una alternativa más allá de la dicotomía de la libre empresa contra la economía planificada, o estímulos keynesianos contra austeridad-.

El suministro descentralizado de las necesidades básicas no es probable que surja de una visión utópica de una sociedad perfecta o siquiera mejorada (como la que tienen algunos movimientos sociales del pasado). Emergerá por el contrario de las respuestas humanas iterativas a un conjunto de problemas medioambientales y económicos amenazantes y empeorando, y en muchos casos se verá impedida y contará con la oposición de políticos, banqueros e industriales. Es este contexto entre élites tradicionales del poder por un lado, y crecientes masas de pobres privados de derecho al voto y población anteriormente de clase media intentando cubrir las necesidades vitales para sí mismos en el contexto de una economía decreciente, lo que da forma a la que será la pelea del siglo.
 
2. Cuando las civilizaciones entran en declive

En su libro de 1988 que ya se ha convertido en un referente, The Collapse of Complex Societies, el arqueólogo Joseph Tainter explicaba el auge y desaparición de las civilizaciones en función de su complejidad. Utilizaba la palabra complejidad para referirse al «tamaño de la sociedad, el número y diferenciación de sus partes, la variedad de roles sociales especializados que incluye, el número de distintas personalidades sociales presentes, y la variedad de mecanismos para organizar todo esto en una totalidad funcional y coherente.»1

Las civilizaciones son sociedades complejas organizadas en torno a ciudades. Obtienen alimentos de la agricultura (campos de cultivo), usan la escritura y las matemáticas, y mantienen una división del trabajo a tiempo completo. Están centralizadas, y la población y los recursos fluyen constantemente de las zonas adyacentes a los núcleos urbanos. Miles de culturas humanas han florecido a lo largo del pasado humano, pero ha habido solo unas 24 civilizaciones. Y todas (excepto nuestra actual civilización mundial industrial -hasta ahora-) han colapsado.

Tainter describe el crecimiento de la civilización como un proceso de inversión de recursos sociales en el desarrollo de una complejidad cada vez mayor para resolver problemas. Por ejemplo, en las sociedades tribales organizadas en torno a poblados puede producirse una carrera armamentística entre tribus, obligando a cada poblado a volverse más centralizado y complejamente organizado para rechazar los ataques. Pero la complejidad cuesta energía. Como señala Tainter, «Las sociedades más complejas son más costosas de mantener que las sencillas y exigen mayores niveles de soporte per cápita.» Como la energía disponible y los recursos son limitados, se llega a un punto en el que aumentar las inversiones se vuelve demasiado costoso y produce retornos marginales decrecientes. Incluso el mantenimiento de los niveles existentes de complejidad cuesta demasiado (los ciudadanos pueden experimentarlo como niveles onerosos de impuestos), y le sigue una simplificación y descentralización general de la sociedad -un proceso al que se suele denominar coloquialmente como colapso -.

Durante estos periodos las sociedades normalmente asisten a bruscos descensos de los niveles de población, y los supervivientes experimentan graves privaciones. Las élites pierden su control del poder. Estallan revoluciones internas y guerras externas. La población huye de las ciudades y se crean nuevas comunidades más pequeñas en los alrededores. Los gobiernos caen y emergen nuevos conjuntos de relaciones de poder.

Asusta pensar lo que podría significar el colapso para nuestra actual civilización mundial. No obstante, como vamos a ver, hay buenas razones para llegar a la conclusión de que se está llegando a los límites de centralización y complejidad, que los rendimientos marginales en complejidad están disminuyendo, y que la simplificación y la descentralización son inevitables.
Pensar en términos de simplificación, contracción y descentralización es más adecuado y útil, y probablemente asusta menos, que considerar el colapso. También abre vías para prever, reformular e incluso dominar los inevitables procesos sociales de forma que se minimicen los daños y se maximicen los posibles beneficios.


3. La premisa: por qué la contracción, la simplificación y la descentralización son inevitables

La premisa de que una simplificación de la civilización industrial mundial será pronto inevitable es la conclusión resumida de un discurso robusto desarrollado en multitud de libros y miles de documentos científicos durante las últimas cuatro décadas, extraídas de desarrollos en los estudios de ecología, la historia de las civilizaciones, la economía de la energía y la teoría de sistemas. Esta premisa se puede definir así:

  • El enorme aumento de la complejidad social visto durante los últimos dos siglos (medido, por ejemplo, en la tendencia incesante hacia la urbanización y en el aumento de los volúmenes de comercio) fue resultado principalmente del aumento de las tasas de flujo de energía hacia la industria y el transporte. Los combustibles fósiles proporcionaron, de lejos, el mayor subsidio energético de la historia de la humanidad, y fueron responsables de la industrialización, la urbanización y el masivo aumento de la población.
  • Hoy, cuando los combustibles fósiles convencionales se agotan rápidamente, los flujos de energía parecen estar destinados a disminuir. Aunque hay enormes cantidades de combustibles fósiles no convencionales por explotar, será tan caro extraerlos -en términos monetarios, energéticos y medioambientales- que el crecimiento continuado mediante el suministro disponible de energías fósiles es improbable. Mientras tanto, las fuentes de energía alternativas siguen estando en gran parte subdesarrolladas y exigirán extraordinarios niveles de inversión si deben compensar el declive de la energía fósil.
  • Las tasas decrecientes de flujo de energía y la decreciente calidad energética tendrán efectos previsibles directos: precios de la energía más altos, la necesidad de una mejor eficiencia energética en todos los sectores de la sociedad, y la necesidad de dirigir una parte cada vez mayor de un capital de inversión cada vez más escaso hacia el sector energético.
  • Algunos de los efectos de la disminución de la energía serán no lineales e impredecibles, y podrían llevar a un colapso general de la civilización. La contracción económica no será tan gradual y ordenada como lo ha sido la expansión económica. Los efectos indirectos y no lineales de la disminución de la energía pueden incluir cancelaciones incontrolables y catastróficas del sistema mundial de crédito, las finanzas y el comercio, o la enorme expansión de la guerra como resultado de la competición intensificada por los recursos energéticos o la protección de privilegios comerciales.
  • El comercio a gran escala necesita dinero, y así el crecimiento económico ha necesitado una expansión creciente de divisas, crédito y deuda. Es posible, sin embargo, que el crédito y la deuda se expandan más rápido que la economía «real» dependiente de la energía de la industria y el comercio. Cuando esto sucede, el resultado es una burbuja de crédito/deuda, que debe finalmente deshincharse -normalmente dando como resultado una enorme destrucción de capital y un sufrimiento económico extremo-. Durante las últimas décadas, el mundo industrializado ha hinchado la mayor burbuja de crédito/deuda de la historia de la humanidad.
  • De la misma forma que el consumo de recursos se ha disparado durante el último siglo, lo mismo ha sucedido con los impactos medioambientales. Las sequías y las inundaciones aumentan en frecuencia y empeoran en intensidad, poniendo en tensión los sistemas alimentarios mientras imponen costes monetarios directos (mucho de los cuales son en última instancia limitados por la industria de los seguros). Estos impactos -que se producen principalmente por el cambio climático global- amenazan ahora con socavar no solo el crecimiento económico, sino también la base ecológica de la civilización.

Para resumir este ya breve resumen: debido a los límites energéticos, las abrumadoras cargas de deuda y los impactos medioambientales acumulados, el mundo ha alcanzado un punto en el que el crecimiento económico continuado puede ser inalcanzable. En lugar de aumentar su complejidad, por tanto, la sociedad -en el futuro previsible, y probablemente a trompicones- se liberará de complejidad.

Se puede argumentar que la contracción general económica ya ha empezado en Europa y los EEUU. Los signos están por todas partes. Altos niveles de desempleo, disminución del consumo de energía y mercados nerviosos anuncian lo que algunos analistas financieros pesimistas llaman una «depresión mayor» que quizá dure hasta mediados de siglo (véase, por ejemplo los comentarios de George Soros en una reciente entrevista en Newsweek). Pero incluso esta valoración descarnada se pierde las verdaderas dimensiones de la crisis porque se centra solamente en sus manifestaciones financieras y sociales mientras ignora su base energética y ecológica.
Se entiendan generalmente o no las raíces de la perturbación económica mundial, esta perturbación ya está impactando en los sistemas políticos así como en las vidas diarias de centenares de millones de personas. Los bancos que innovaron su camino a la insolvencia en los años que llevaron a 2008 han sido rescatados por los gobiernos y los bancos centrales temerosos por evitar una destrucción deflacionaria contagiosa del capital mundial. Mientras tanto, los gobiernos que pidieron prestado en abundancia durante la última o las dos últimas décadas con la expectativa de que un ulterior crecimiento económico inflaría los ingresos fiscales y haría más fácil devolver las deudas se encuentran a hora con ingresos menguantes y costes de petición de préstamo crecientes -la fórmula segura para el impago-.

En algunos casos, las mismas instituciones financieras que algunos gobiernos salvaron temporalmente de la insolvencia están ahora minando las economía de otros gobiernos al forzar a una degradación de sus solvencias crediticias, haciendo su refinanciación de la deuda más difícil. A estos últimos gobiernos se les está dando un ultimátum: reducir el gasto público o enfrentarse a la exclusión del sistema de capital mundial. Pero en muchos casos el gasto público es todo lo que está manteniendo la economía nacional en funcionamiento. Cada vez más, incluso en países considerados recientemente buenos riesgos crediticios, los costes de impedir un colapso del sector financiero están siendo trasladados a la población general mediante medidas de austeridad que dan como resultado la contracción económica y la miseria general.

Un levantamiento popular mundial es el resultado previsible de los recortes gubernamentales a los servicios sociales, sus esfuerzos por proteger las inversiones de los ricos de las consecuencias de su propia avaricia y el aumento de los precios de los alimentos y los combustibles. Durante el pasado año, estallaron protestas recurrentes en África, Medio Oriente, Asia, Europa y Norteamérica. Los objetivos a largo plazo de quienes protestaban, en muchos casos todavía tienen que articularse, pero los motivos inmediatos para las protestas no son difíciles de discernir. Cuando los precios de los alimentos y los combustibles aprietan, como es obvio, la gente pobre es la que primero siente el pinchazo. Mientras los pobres se las pueden ir apañando, a menudo son renuentes a arriesgarse juntándose en la calle para oponerse a regímenes corruptos atrincherados. Cuando no pueden resistir más, los riesgos de protestar parecen menos importantes -no hay nada que perder, de todas formas la vida es intolerable-. Las protestas ampliamente extendidas abren la posibilidad para las necesarias reformas políticas y económicas, pero también lleva a la prespectiva de sangrientas medidas y la reducción de la estabilidad política y social.
 
4. Escenarios para la simplificación social

Si esta premisa es correcta, se pueden prever fácilmente dos escenarios:

A. La continuación de ‘los negocios como siempre’ (business as usual). En este escenario, los gestores políticos intentan desesperadamente reiniciar el crecimiento económico gastando en estímulos y rescates. Todos los esfuerzos se dirigen hacia el aumento, o al menos el mantenimiento, de la complejidad y centralización de la sociedad. Los déficits no se tienen en cuenta.

Esta fue la estrategia general de muchos gobiernos a finales de 2008 y durante 2009 mientras forcejeaban con la primera fase de la crisis financiera global. Los EEUU y los miembros más fuertes de la UE experimentaron un éxito limitado pero tangible en su ingeniería para la recuperación y para evitar un hundimiento deflacionario de sus economías mediante el déficit. Sin embargo, los problemas fundamentales que llevaron a la crisis simplemente se enterraron entre papeles. La mayor parte de los mayores bancos siguen siendo funcionalmente insolventes, mientras «valores tóxicos» temporalmente ocultos siguen pesando en sus hojas de balance.

Los límites de estas medidas quedan claros a medida que la «recuperación» de los EEUU pierde tracción, el crecimiento chino se reduce, y la UE se desliza hacia la recesión. Más gasto en estímulos exigiría otra ronda masiva de préstamo público, y eso se enfrentaría a duros vientos contrarios políticos así como a la resistencia de la comunidad financiera (al presentarse bajo la forma de bajadas de categoría del crédito, lo que haría el siguiente préstamo más caro).

Mientras tanto, a pesar de todo lo que se ha dicho sobre el potencial de alternativas de bajo grado a los combustibles fósiles como las arenas asfálticas y el petróleo de pizarra, la oferta mundial de energía está esencialmente en los mismos apuros que al principio de la crisis de 2008 (que, es importante recordar, en parte se disparó por un pico de los precios del petróleo histórico). Y sin flujos de energía asequibles y en aumento probablemente no es posible una auténtica recuperación económica (entendida como un retorno al crecimiento en la industria y el comercio). Por tanto, cebar la bomba financiera producirá retornos decrecientes.

Continuar persiguiendo ‘los negocios como siempre’ parece llevarnos de vuelta al tipo de trastornos que vimos en 2008. Sin embargo, la próxima vez la situación será peor, cuando la mayor parte de la «munición» disponible de estímulos/rescates ya se haya utilizado. Si los gobiernos y los bancos centrales son capaces de adelantarse a la deflación de la deuda y el desapalancamiento mediante la «impresión» masiva de nuevo dinero, el resultado final será la hiperhinflación y el colapso monetario.

B. Simplificación mediante la austeridad. En este escenario, los países salen de su actual estado de sobreendeudamiento y aplacan los mercados de bonos recortando el gasto social interno y retirando las redes de seguridad social que se colocaron durante las últimas décadas de crecimiento continuado. Esta estrategia es la que han adoptado los EEUU y muchos países europeos, en parte porque es percibida como una necesidad y en parte por los consejos de los economistas que prometen que los recortes en los gastos sociales internos (junto con la privatización de los servicios públicos) espolearán más actividad económica del sector privado y por tanto lanzarán una recuperación sostenible.

La prueba de la eficacia de la austeridad como vía para el aumento de la salud económica es dudosa en el mejor de los casos en periodos económicos «normales». Bajo las actuales circunstancias, la prueba abrumadora es que la austeridad lleva a un rendimiento económico decreciente así como a la agitación social. En los países en los que la receta de austeridad se ha aplicado con más vigor (Irlanda, Grecia, España, Italia y Portugal), la contracción se está acelerando y las protestas populares aumentan. Incluso en Alemania, la economía europea más fuerte, está recibiendo el impacto -su economía se contrajo en el último trimestre de 2011-. Como argumentaba recientemente Jeff Madrick en New York Review of Books, los gestores políticos no consiguen ver que la subida de los déficits son más un síntoma de un crecimiento económico más lento que la causa.

La austeridad está teniendo efectos similares en estados, países y ciudades de los EEUU. Los gobiernos estatales y locales han eliminado aproximadamente medio millón de trabajos durante los últimos dos años. Si hubiesen seguido contratando al ritmo anterior para mantener el ritmo del aumento de la población, hubieran añadido en cambio medio millón de trabajos más. Mientras tanto, debido a la disminución de los ingresos fiscales, los gobiernos locales están dejando que las carreteras pavimentadas se conviertan en grava, están cerrando bibliotecas y parques y despidiendo empleados públicos.

No es difícil reconocer un bucle de retroalimentación. Una economía menguante implica menos ingresos fiscales, que hace que sea más difícil que los gobiernos paguen la deuda. Para evitar una rebaja de la calificación crediticia, los gobiernos deben recortar los gastos. Esto reduce aún más la economía, dando finalmente como resultado de todas formas una rebaja de la calificación crediticia. Esto a su vez aumenta el coste de pedir préstamos. Por tanto los gobiernos deben cortar aún más el gasto para mantener su valor crediticio. La necesidad de gastos sociales explota a medida que aumenta el desempleo, la falta de vivienda y la malnutrición, mientras la disponibilidad de servicios sociales disminuye. La única forma evidente de salir de esta espiral mortal es la recuperación de un rápido crecimiento económico. Pero si la premisa anterior es correcta, eso es solo una quimera.

Ambos escenarios llevan a resultados inaceptables e inestables. ¿No hay otras posibilidades? Bien, sí. Aquí van dos.

C. Provisión centralizada de los productos básicos. En este escenario los países proporcionan directamente trabajo y productos básicos al público general mientras se simplifican, reducen o eliminan deliberadamente elementos de la sociedad como el sector financiero y los gastos militares y se imponen impuestos a los individuos ricos, a los bancos y a las empresas.

En muchos casos, la provisión centralizada de las necesidades básicas es relativamente barata y eficiente. Por ejemplo, desde el principio de la actual crisis financiera el gobierno de los EUU ha ido creando trabajos principalmente mediante la canalización de recortes de impuestos y gastos en estímulos al sector privado, pero esto ha resultado ser una forma extremadamente costosa e ineficiente de proporcionar dichos trabajos, muchos de los cuales hubieran podido ser creados (por gasto en dólares) mediante la contratación directa del gobierno2. De manera similar, la nueva política federal de los EEUU (aún debe ser puesta en marcha) que aumenta el acceso público a la atención sanitaria exigiendo que la gente compre un seguro médico privado es más costosa que simplemente proporcionar un programa de seguro sanitario universal público. Si la experiencia británica durante e inmediatamente después de la 2ª Guerra Mundial sirve de guía, se podría asegurar un mejor acceso a alimentos de alta calidad con un programa de racionamiento dirigido por el gobierno que mediante una completa privatización del sistema alimentario. Y se podría defender que los bancos públicos proporcionan un servicio público más fiable que el de los bancos privados, que canalizan enormes cantidades de rentas a banqueros e inversores. Si todo esto suena como un argumento a favor del socialismo utópico, sigan leyendo: no lo es. Pero de hecho hay beneficios reales en la provisión por parte del gobierno de las necesidades, y sería una tontería ignorarlo.

Una línea paralela de razonamiento es esta: inmediatamente después de desastres naturales y enormes accidentes industriales, la población afectada normalmente acude al estado en busca de ayuda. A medida que el clima mundial cambia caóticamente, y a medida que la búsqueda de energía fósil de un grado cada vez menor fuerce a las empresas a perforar más profundamente y en áreas más sensibles, sin duda asistiremos a un empeoramiento de las crisis climáticas, de la degradación y contaminación medioambiental y a accidentes industriales tales como derramamiento de petróleo. Inevitablemente, más y más familias y comunidades dependerán de la ayuda proporcionada por el estado para aliviar el desastre.3

A mucha gente le tentaría ver la expansión de los servicios estatales con alarma, ante la inflación de poderes de un gobierno central ya hinchado. Hay motivos para este miedo, dependiendo de la estrategia que se siga. Pero es importante recordar que la economía en su conjunto en este escenario, se estaría contrayendo -y lo continuaría haciéndolo- debido a los límites en los recursos. Piénsese en una provisión estatal de los servicios no como socialismo utópico (independientemente de que se vea esto como algo positivo o negativo), sino como una reorganización estratégica de la sociedad en búsqueda de mayor eficiencia en tiempos de escasez. Quizá la mejor analogía sería el racionamiento en tiempos de guerra -una práctica en la que los gobiernos tienen un papel mayor en la gestión de la distribución para liberar recursos en la lucha contra un enemigo común-.

¿Cómo pagar tal expansión de los servicios en un momento de sobreendeudamiento y escasez de crédito? La industria financiera se podría reducir imponiendo impuestos sobre las transacciones financieras y la renta. Yendo más allá, el gobierno nacional podría crear su propia financiación directamente, sin tener que pedir prestado a los bancos. Se podría pensar que si el gobierno puede crear tanto dinero como quiera, podría acabar completamente con la escasez. Pero al final no es solo el dinero lo que hace girar el mundo. Con la escasez de energía y recursos, la economía continuaría reduciéndose no importa cuánto dinero imprimiese el gobierno; la sobreimpresión simplemente daría como resultado la hiperinflación. Sin embargo, hasta cierto punto, las ganancias en eficiencia y la distribución equitativa podrían reducir la miseria humana aunque el pastel económico continuase reduciéndose.

Algunos países ya han empezado a hacer cambios políticos de acuerdo con la línea sugerida en este escenario: Ecuador, por ejemplo, ha aumentado el empleo público directo, reforzado las provisiones de seguridad social para todos los trabajadores, diversificado su economía para reducir su dependencia de las exportaciones de petróleo, y aumentado las operaciones bancarias públicas.4

En algunos grandes países industrializados, como los EEUU, los intereses arraigados (principalmente las industrias de los combustibles fósiles, las financieras y las armamentísticas) trabajarían para impedir un movimiento en esta dirección -como ya están haciendo-. Sin embargo, el hecho de que la economía se siga contrayendo a pesar de los denodados esfuerzos por parte del gobierno podrían llevar a mucha gente a pensar que la contracción se produce por culpa del gobierno, y por tanto la oposición popular al gobierno (al menos en algunos sectores) podría aumentar. Esto podría motivar al gobierno a aplastar tal disensión para mantener la estabilidad (esto, por supuesto, es lo que los grupos antigubernamentales de extrema derecha más temen). Un país que siguiese atascado en la opción C durante décadas probablemente se acabaría pareciendo a la Unión Soviética o a Cuba. También podría recurrir a esfuerzos extremos para avivar el sentimiento patriótico como una forma de justificar la represión de los disidentes.
En cualquier caso, es difícil decir durante cuánto tiempo se podría mantener esta estrategia frente a una oferta energética menguante. En última instancia, la capacidad de las autoridades centrales para hacer funcionar y reparar la infraestructura necesaria para continuar manteniendo a la ciudadanía en general podría erosionarse hasta el punto de que no fuese posible conservar el centro. En esta etapa, la Estrategia C se desvanecería y aparecería la Estrategia D.
D. Provisión local de las necesidades básicas. Supongamos que a medida que la economía se contrae los gobiernos nacionales no consiguen mantener el ritmo para cubrir las necesidades básicas de la existencia de sus ciudadanos. O (como acabamos de mostrar) supongamos que estos esfuerzos menguan con el tiempo debido a la incapacidad de mantener una infraestructura a escala nacional. En este escenario final, la provisión de las necesidades básicas es organizada por gobiernos locales, movimiento sociales ad hoc, y organizaciones no gubernamentales. Esto podría incluir a pequeñas empresas, iglesias y cultos, bandas callejeras con una misión ampliada, y empresas cooperativas formales o informales de todo tipo.

Ante la ausencia de redes mundiales de tranporte, redes eléctricas y otras infraestructuras que conservan unidos a los países modernos, cualquiera que sea el nivel de mantenimiento que se pudiese originar localmente proporcionaría una mera sombra del estándar de vida del que actualmente disfrutan las clases medias estadounidenses y europeas. Solo un ejemplo: probablemente nunca veremos reunirse a familias en los sótanos de una iglesia para fabricar ordenadores portátiles o teléfonos móviles desde cero. La actual provisión de alimentos y bienes manufacturados sencillos es una posibilidad razonable, dado un esfuerzo cooperativo, inteligente. Pero en general, sin embargo, durante las próximas décadas una economía verdaderamente local será principalmente una economía de salvamiento (como describió John Michael Greer en The Ecotechnic Future , p. 70 y sig.).

Si los gobiernos centrales intentan mantener su complejidad a costa de los locales, es probable que se produzca un conflicto entre las comunidades y los renqueantes centros de poder nacional o mundial. Las comunidades pueden empezar a retirar apoyos a las autoridades centrales -y no solo a las gubernamentales, sino también a las financieras y empresariales-.

En las últimas décadas, a las comunidades les ha parecido que les interesaba ofrecer recortes de impuestos a empresas nacionales o globales y dar otros subsidios para localizar fábricas y centros comerciales. Los análisis posteriores mostraron que en muchos casos era un mal acuerdo: los recortes habían sido insuficientes para compensar los nuevos costes de infraestructuras (carreteras, alcantarillado, agua); mientras la mayor parte de la riqueza generada por las fábricas y los megacentros comerciales tendía a marcharse a los lejanos cuarteles generales de empresas y a los inversores de Wall Street (véase Michael Shuman, la Small-Mart Revolution). Cada vez más, las comunidades reconocen a las grandes empresas de cadenas de venta al por menor (así como a los grandes bancos) como parásitos que desvian el capital local y buscan en cambio formas de mantener a las pequeñas empresas locales.

Los gobiernos locales y de condado están empezando a adoptar una actitud similar hacia los gobiernos federal y estatal. Antes las entidades gubernamentales más grandes proporcionaban subsidios para proyectos de infraestructura local y programas antipobreza. A medida que se secan los flujos de financiamiento para estos proyectos y programas, los gobiernos locales se encuentran progresivamente en competencia con sus hermanos mayores hambrientos de liquidez.

Si las comunidades son golpeadas por la disminución de los ingresos fiscales, la competencia con los gobiernos mayores y las prácticas depredadoras de las megacorporaciones y los bancos, las organizaciones no gubernamentales -que mantienen decenas de miles de proyectos locales de arte, educación y caridad- se enfrentan quizá a desafíos aún mayores. El actual modelo filantrópico descansa enteramente en el supuesto del crecimiento económico: las subvenciones proceden de los retornos de inversión. A medida que el crecimiento se ralentice y cambie de sentido, el mundo de las organizaciones no gubernamentales temblará y se desmoronará, y las bajas incluirán a miles de agencias de ayuda, organizaciones medioambientales dedicadas a la protección de hábitats regionales, orquestas sinfónicas, conjuntos de danza, museos, galerías de arte, etc., etc.

Si el gobierno nacional pierde agarre, a los gobiernos locales se les aprieta simultáneamente por arriba y por abajo, y las organizaciones no gubernamentales se quedan sin financiación, ¿de dónde vendrán los medios para mantener a la ciudadanía local? Las empresas locales y las cooperativas (entre las que se encuentran bancos cooperativos, también conocidos como uniones crediticias) podrían soportar parte de la carga si son capaces de seguir siendo rentables y evitan caer víctimas de los grandes bancos y las megacorporaciones antes de que estas últimas se hundan.
La siguiente línea de apoyo vendría de los esfuerzos voluntarios de gente deseosa de trabajar duro por el bien común. Cualquier pueblo y ciudad está lleno de iglesias y organizaciones de asistencia. Muchas de estas estarían bien situadas para ayudar a educar y organizar a la población general para facilitar la supervivencia y la recuperación -especialmente algunas de las llegadas más recientemente, como las Iniciativas de Transición, que ya tienen la preparación ante el colapso como su raison d’être-. En el mejor de los casos, los esfuerzos voluntarios se pondrían en marcha mucho antes de que golpee la crisis, organizando mercados campesinos, programas para compartir coche, monedas locales y campañas de «compra de productos locales». Hay un cuerpo creciente de literatura dirigida a ayudar a este esfuerzo precrisis. La última entrada interesante en este campo es Local Dollars, Local Sense: How to Shift Your Money from Wall Street to Main Street and Achieve Real Prosperity, de Michael Shuman.

La fuente final de apoyo consistiría en familias y vecinos unidos para hacer lo que sea necesario para sobrevivir -cultivar huertos, criar pollos, reutilizar, reparar, defender, compartir y, si todo esto falla, aprender a vivir sin ello-. La gente se mudaría a casas compartidas para recortar gastos. Se buscarían unos a otros para mantener la seguridad. Estas prácticas extremadamente locales a veces lucharían contra la corriente de las regulaciones locales y nacionales. En estos casos, aunque no puedan ayudar materialmente, los gobiernos locales podrían echar una mano simplemente apartándose -por ejemplo, cambiando las ordenanzas de zonificación para permitir nuevos usos del espacio-. (Véase, por ejemplo, este útil artículo sobre cómo los condados pueden usar bancos de tierra y el derecho de expropiación para apoderarse de propiedades inmobiliarias no utilizadas y permitir su uso comunitario-.5) Una vez implementado esto, los comités vecinales podrían identificar las casas y los espacios comerciales vacantes para convertirlos en huertos comunitarios y centros de reunión. A cambio, a medida que los barrios formen una red con otros barrios, un tejido social más fuerte podría reforzar el gobierno local.

Como se discute más arriba, los movimientos para apoyar la localización -por muy benignos que sean sus motivos- pueden ser percibidos como una amenaza por parte de las autoridades locales. Esto es lo que muy probablemente ocurrirá cuando el movimiento Occupy organice la resistencia popular a las élites de poder tradicionales.

Donde los gobiernos nacionales vean como una amenaza las demandas de los ciudadanos locales de más autonomía, la respuesta podría incluir la vigilancia, la denegación del derecho de reunión, la infiltración en organizaciones de protesta, la militarización de la policía, el desarrollo de un conjunto creciente de armas no letales para su uso contra quienes protesten, la adopción de leyes que deroguen los derechos a juicio y audiencia probatoria, la tortura y el desplegamiento de escuadrones de la muerte. Chris Hedges, en un artículo reciente6, citaba de forma reveladora una carta de la activista canadiense Leah Henderson a sus compañeros disidentes antes de ser enviada a prisión: «Mis capacidades y mi experiencia -como facilitadora, formadora y profesional legal y como alguien que une diferentes comunidades y movimientos- fueron el objetivo en este caso, en el que el estado intentaba describirme como una «lavacerebros» y un cerebro del caos, la violencia y la destrucción… Está claro que las capacidades que nos hacen fuertes, las alternativas que reducen nuestra dependencia de sus sistemas [enfásis añadido] y prefiguran un nuevo mundo, son las cosas de las que verdaderamente tienen más miedo».
En resumen, el camino al localismo puede que no sea tan fácil y alegre como algunos de sus proponentes retratan. Estará lleno de duro trabajo, obstáculos, conflictos y lucha -así como de camaradería, comunidad y comunitarismo-. Su ventaja definitiva: la tendencia principal del siglo actual (discutida más arriba) parece llevar finalmente en esta dirección. Si todo lo demás falla, la matriz local de vecinos, familia y amigos nos ofrecerá nuestro último refugio.


5. Complicaciones

Los escenarios no son previsiones: son herramientas para la planificación. Como las profecías, no son mucho más fiables que los sueños. Lo que realmente ocurra en los próximos años será resultado tanto de acontecimientos del tipo «cisne negro» como de las tendencias en el agotamiento de los recursos o los mercados de crédito. Sabemos que los impactos medioambientales del cambio climático se intensificarán, pero no sabemos exactamente dónde, cuándo o con qué severidad se manifestarán. Por otra parte, hay siempre la posibilidad de que se produzca un desastre medioambiental masivo que no esté causado por la actividad humana (como un terremoto o una erupción volcánica) en una localización o con una escala que altere sustancialmente el curso de los acontecimientos mundiales. Es también imposible predecir la intensidad y el resultado de las guerras, pero sabemos que se están produciendo tensiones geopolíticas. Es solo posible (no mucho, pero posible) que alguna tecnología energética nueva -como la fusión fría- pueda detener el reloj del colapso, permitiendo que la economía mundial vaya dando tumbos un par más de décadas antes de que la humanidad abra una brecha en su siguente límite natural crucial. La simplificación de la sociedad es posible que sea un proceso complicado y soprendente. En cualquier caso, los cuatro escenarios ofrecidos aquí proporcionan un mapa rudimentario de alguna de las principales posibilidades.

Estos escenarios no son mutuamente excluyentes. Un solo país podría atravesar dos, tres o todos ellos durante un periodo de años o décadas.

Si nuestra premisa es correcta, la Estrategia A (la persecución de seguir como siempre BAU) es intrínsecamente insostenible incluso a corto plazo. Debe dar paso pronto a B, C o D.

La Estrategia B (austeridad) parece llevar rápidamente, vía desintegración social y económica, a D (provisión local de las necesidades básicas), como se evidenció en un reciente artículo del New York Times sobre cómo los griegos estaban volviendo a la agricultura de subsistencia frente a los recortes gubernamentales.

La Estrategia C (provisión central de las necesidades básicas) probablemente llevaría también a D, aunque el camino a atravesar es probable que fuese más largo -posiblemente mucho más largo-. En otras palabras, todos los caminos parecen llevar finalmente al localismo. La cuestión es: ¿cómo y cuando llegaremos allí, y en qué condiciones?

La ruta mediante la austeridad tiene la virtud de ser más rápida, pero solo porque provoca más miseria más repentinamente.

La provisión centralizada de los productos esenciales podría ser meramente una forma de prolongar la agonía del colapso -a no ser que las autoridades comprendan la tendencia inevitable de los acontecimientos y planeen deliberadamente un cambio gradual de la provisión central a la local de las necesidades básicas-. Los EEUU podrían hacerlo, por ejemplo, poniendo en marcha políticas agrícolas que favorezcan a las pequeñas granjas comerciales y granjas de subsistencia mientras a la vez se eliminan los subsidios a las grandes agroempresas. La externalización, el envío de la producción a otros países y otras prácticas que sirven a los intereses del capital mundial a costa de las comunidades locales se podrían desincentivar mediante la regulación y el uso de impuestos favoreciendo a la vez a los industriales locales. (Este «proteccionismo» sería sin duda condenado tanto nacional como internacionalmente). En resumen, la transición planificada de C a D podría constituir su propio escenario, quizá el mejor del lote en su resultado probable.

El éxito de los gobiernos en la navegación de la transición podría depender de las cualidades y características mensurables de la gobernanza en sí. En este sentido, se podría extraer claves útiles del World Governance Index, que valora a los gobiernos de acuerdo a criterios de paz y seguridad, imperio de la ley, derechos y participación, desarrollo sostenible y desarrollo humano. En el 2011, los EEUU se encontraban en el número 32 (y cayendo: eran el número 28 en 2008) -por detrás de Uruguay, Estonia y Portugal, pero por delante de China (número 140) y Rusia (número 148)-.

Por otra parte, la «preparación para el colapso» (en frase memorable de Dmitry Orlov) puede coexistir con prácticas gubernamentales que parecen ineficientes e incluso represiva en condiciones de precolapso. En su libro Reinventing Collapse, Orlov plantea que la Unión Soviética, debido a su inactividad y pobre gobernanza, proporcionaba una mayor preparación para el colapso que la que se da en los EEUU de hoy, en parte porque las expectativas de la población en la URSS eran ya bajas tras décadas gastadas apenas apañándoselas. ¿O fue el alto nivel de preparación al colapso de la URSS el resultado de haber garantizado los elementos básicos de la existencia a su población? No había nadie sin hogar cuando el sistema soviético se desintegró, puesto que nadie tenía una hipoteca a desahuciar. Cuando la economía se hundió, la gente simplemente se quedó donde estaba.

En la era de la contracción económica la competencia no determinará todas las prespectivas de los países. La demografía también será decisiva: La agitación política y social de Egipto ha sido el resultado no solo del cansancio de la corrupción, sino también de las altas tasas de nacimientos -que han llevado a un desempleo del 83% de aquellos entre los 15 y los 29 años, a una educación inadecuada, a altas tasas de pobreza y a una creciente incapacidad del país para alimentarse con sus propios recursos (alrededor de la mitad de los alimentos de Egipto son hoy importados)-. Quizá se podría defender que uno de las primeras señales de la competencia en la gobernanza es una política de población efectiva.

Para cualquier gestor político nacional que pueda leer este ensayo, he aquí unos cuantos puntos que resumen la mayor parte de los consejos que se pueden extraer de nuestro ejercicio de escenarios:

  • Garantizar los elementos básicos de la existencia al público general durante tanto tiempo como sea posible.
  • Al mismo tiempo, promover la producción local de bienes esenciales, fortalecer la interconectividad social local y apuntalar las economías locales.
  • Promover la protección del medio ambiente y la conservación de los recursos, reduciendo la dependencia de los combustibles fósiles de todas las formas posibles.
  • Estabilizar los niveles de población.
  • Promover una gobernanda adecuada (especilamente en términos de participación y transparencia).
  • Proporcionar una educación universal en conocimientos prácticos (jardinería, cocina, reparación de bicicletas, coser, etc.) así como en temas académicos básicos (lectura, matemáticas, ciencia, pensamiento crítico e historia). Y finalmente,
  • No hacer el mal -esto es, no sucumbir a la tentación de desplegar tácticas militares contra su propio pueblo cuando sienta que pierde poder-. El proceso de descentralización es inexorable, así que planifique facilitarlo.

Uno se pregunta cuántos grandes gobiernos centralistas de la izquierda, la derecha o el centro -que a menudo ven la estabilidad del estado, el estatus de sus propias carreras y el bien último de la población como virtualmente idénticos- es posible que apoyen una receta como esta.

6. Pensamientos finales

Para reiterar el tema de este ensayo una última vez: el declive de los recursos disponibles para mantener la complejidad social generará una fuerza centrífuga que romperá las estructuras existentes económicas y gubernamentales en todas partes. Como resultado se está incubando una lucha -prolongada e intensa, impactando en la mayor parte de los países si no en todos- por el acceso a un pastel económico menguante. Se manifestará no solo como una competencia entre países, sino también como conflictos dentro de los países entre las élites del poder y las masas cada vez más empobrecidas.

La historia nos enseña al menos tanto como pueden hacerlo los ejercicios de escenarios. La convergencia de burbujas de deuda, contracción económica y extrema desigualdad es dificilmente un caso único de nuestro momento histórico. Un caso previo particularmente instructivo y profético se produjo en Francia a finales del siglo XVIII. El resultado fue entonces la Revolución Francesa, que trajo consigo guerras, despotismo, ejecuciones en masa -y un completo fracaso para resolver los problemas económicos subyacentes-. (Véase estos excelentes vídeos cortos sobre la Revolución Francesa aquí, aquí y aquí). A menudo, como en este caso, los países que sufren una contracción económica, en lugar de reducir sus ejércitos para liberar recursos, redoblan el militarismo yendo a la guerra, con la esperanza tanto de ganar los despojos como de dar a las turbas de jóvenes enfadados una diana para sus frustraciones que no sea su propio gobierno. El gambito raramente tiene éxito. A Napoleón le funcionó durante un tiempo, pero no demasiado. Francia y (la mayor parte de) su población sobrevivió al tumulto. Pero entonces, en el amanecer del siglo XIX, Europa estaba a las puertas de otra revolución -la Revolución industrial alimentada por los combustibles fósiles- y décadas de crecimiento económico brillaban en el horizonte. Hoy estamos empezando nuestro largo deslizamiento hacia abajo por la pendiente de la curva de oferta de combustibles fósiles. ¿Gestionaremos los inevitables conflictos sociales más sabiamente que los franceses? ¿Aprenderemos de la historia?

A veces el conflicto social histórico ha tomado la forma de grupos de derecha luchando para oponerse y derrocar a gobiernos nacionales democráticos de izquierda (Alemania en los años 20), a veces grupos izquierdistas lucharon contra gobiernos de centroderecha o extrema derecha (Nicaragua en los 60 y los 70). Hay un gran potencial para ambos tipos de conflicto en los países de hoy, que varían muchísmo en términos de sus trayectorias posibles. Si eres un ciudadano global móvil que tiene el lujo de escoger un país de residencia, quizá este ensayo te puede ayudar a valorar tus prespectivas.

Pensar en términos de cuadro general es útil para aquellos que tienen acceso a la información y tiempo para la reflexión. Proporciona un sentido de perspectiva y un potencial para una acción más efectiva. Para aquellos de nosotros que se sientan, como Arjuna, ante el campo de batalla del siglo XXI, la pregunta es: ¿Cuál es nuestro papel apropiado? ¿Nos implicamos en el conflicto? ¿O sería mejor impedir, resolver o evitar el conflicto? Circunstancias y temperamentos personales diferentes nos llevarán a respuestas diferentes. Si este ensayo fuese uno polémico, podría incitar a los lectores a resistir y a oponerse a quienes ejercen el poder político y económico. Pero este no es mi propósito aquí. Es más bien proporcionar simplemente el paisaje del conflicto de forma que se pueda ver dónde se pueden encontrar los puntos de apalancamiento. Depende de los lectores hacer con este muy rudimentario análisis lo que quieran.

Si la premisa y los escenarios delineados aquí son incluso vágamente acertados, el localismo más pronto o más tarde será nuestro destino y nuestra estrategia de supervivencia. Parece bastante claro que, cualquiera que sea nuestra postura respecto al conflicto, los esfuerzos que se dediquen ahora para aprender conocimientos prácticos, llegar a ser más autosuficiente, y formar lazos de confianza con nuestros vecinos valdrá la pena en el largo plazo.

Referencias
1. Complexity, Problem Solving, and Sustainable Societies, by Joseph A. Tainter 2. Navigating the Jobs Crisis – Pavlina R. Tcherneva, The Huffington Post 3. Why Climate Change Will Make You Love Big Government – Christian Parenti, Energy Bulletin 4. Could Ecuador be the most radical and exciting place on Earth? – Jayati Ghosh, The Guardian 5. Occupy the Neighborhood: How Counties Can Use Land Banks and Eminent Domain – Ellen Brown, Truthout 6. What Happened to Canada? – Chris Hedges, Truthout

Publicado originalmente en la Museletter #237 de Richard Heinberg.

http://www.energybulletin.net/stories/2012-02-16/fight-century