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La pesada herencia de León Trotsky

Fuentes: Viento Sur

Hace más de veinte años que las y los marxistas revolucionarios se preguntan: ¿Se podía imputar a Marx y Engels su cita fallida con la ecología de los años 60 a 90 del siglo pasado? Si era así, ¿en qué medida? Se han escrito centenares de páginas sobre el tema. Aunque la tesis de una […]

Hace más de veinte años que las y los marxistas revolucionarios se preguntan: ¿Se podía imputar a Marx y Engels su cita fallida con la ecología de los años 60 a 90 del siglo pasado? Si era así, ¿en qué medida? Se han escrito centenares de páginas sobre el tema. Aunque la tesis de una «ecología de Marx» defendida por JB Foster, sea un poco abusiva, nadie osa ya defender seriamente que los autores del Manifiesto Comunista eran productivistas que fetichizaban la tecnología y no tenían ninguna idea de los límites naturales….

 

¿Por qué sus preocupaciones medioambientales encontraron tan poco seguimiento posteriormente? La victoria de la revolución en un país de la periferia -combinando las exigencias de lo que era llamado «rattrapage» («alcanzar» el nivel de desarrollo de los países centrales capitalistas ndt) y las nuevas posibilidades de una política centralizada con el objetivo de una transformación radical- tuvo ciertamente mucho que ver en los monstruosos estragos del productivismo estalinista.

Sin embargo, sería erróneo remitir todo a la estalinización de la URSS: el entusiasmo sobre la posibilidad de que la ciencia fuera puesta al servicio de transformaciones progresistas tuvo sin duda mucha influencia en el optimismo técnico-científico sin límites -bastante alejado de la prudencia de Marx- expresado en particular por León Trotsky. Es importante reflexionar sobre ello.

Durante muchos años, tras situar las reflexiones sobre los temas ecológicos en el orden del día, sin darles todo el peso necesario, en febrero de 2003 la Cuarta Internacional adoptó una resolución titulada Ecología y socialismo 1/ . En 2010, adoptó una resolución específica sobre los cambios climáticos y, en este marco, se pronunció a favor del ecosocialismo 2/ . Siguiendo esa línea, el movimiento debía que poner los puntos sobre las íes: su fundador tuvo el inmenso mérito de oponerse al estalinismo, lo que permitió transmitir la herencia marxista revolucionaria a las generaciones de la posguerra pero, desgraciadamente, el legado estaba incompleto: las herramientas elaboradas por Marx y Engels para una comprensión del metabolismo entre la humanidad y la naturaleza no formaban parte de él. Este artículo no tiene otro objetivo que constatarlo y explicarlo, con la esperanza de contribuir a profundizar en la ecologización del marxismo.

«No debemos, sin embargo, lisonjearnos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Esta se venga de nosotros por cada una de las derrotas que le inferimos. Es cierto que todas ellas se traducen principalmente en los resultados previstos y calculados, pero acarrean, además, otros imprevistos, con los que no contábamos y que, no pocas veces, contrarrestan los primeros. Quienes desmontaron los bosques de Mesopotamia, Grecia, el Asia Menor y otras regiones para obtener tierras roturables no soñaban con que, al hacerlo, echaban las bases para el estado de desolación en que actualmente se hallan dichos países, ya que, al talar los bosques, acababan con los centros de condensación y almacenamiento de la humedad. Los italianos de los Alpes que destrozaron en la vertiente meridional los bosques de pinos tan bien cuidados en la vertiente septentrional no sospechaban que, con ello, mataban de raíz la industria lechera en sus valles, y aún menos podían sospechar que, al proceder así, privaban a sus arroyos de montaña de agua durante la mayor parte del año, para que en la época de lluvias se precipitasen sobre la llanura convertidos en turbulentos ríos. Los introductores de la patata en Europa no podían saber que, con el tubérculo farináceo, propagaban también la enfermedad de la escrofulosis» 3/ .

Una dominación muy dominadora

Entre otras, esta larga cita de Engels muestra que los fundadores del marxismo tenían una visión dialéctica del progreso en la capacidad humana de transformar el medio ambiente. Trotsky emite un tono diferente. En una obra fechada en 1923, el fundador del Ejército Rojo escribe que «El emplazamiento actual de las montañas, ríos, campos y prados, estepas, bosques y orillas no puede ser considerado definitivo. El hombre ha realizado ya ciertos cambios no carentes de importancia sobre el mapa de la Naturaleza; simples ejercicios de estudiante en comparación con lo que ocurrirá. La fe sólo podía prometer desplazar montañas; la técnica, que no admite nada «por fe», las abatirá y las desplazará en la realidad. Hasta ahora no lo ha hecho más que por objetivos comerciales o industriales (minas y túneles); en el futuro lo hará en una escala incomparablemente mayor, conforme a planes productivos y artísticos amplios. El hombre hará un nuevo inventario de montañas y ríos. Enmendará rigurosamente y en más de una ocasión a la Naturaleza. Remodelará en ocasiones la tierra a su gusto. No tenemos ningún motivo para temer que su gusto sea malo. (…) El hombre socialista dominará la naturaleza entera (…) por medio de la máquina. Designará los lugares en los que las montañas deben ser abatidas, cambiará el curso de los ríos y abarcará los océanos» 4/ . Es cierto que Trotsky, cuando escribía estas líneas, no había leído La dialéctica de la Naturaleza, que fue editado en 1925 (en alemán). Pero la idea de que conmociones tan gigantescas podrían tener efectos perversos no la esbozó jamás en sus textos ulteriores, hasta su muerte en 1940.

Los arrebatos de este tipo no están limitados a las páginas en las que Trotsky hace ejercicios de política ficción. En Cultura y socialismo (1927), apoya sin reservas la construcción de la presa hidroeléctrica Dneprostroi -«gigantesca pero no fantástica»- y evoca con acentos líricos la central de Chatoura, que quema enormes masas de turba para producir electricidad 5/ . Conviene preguntarse si estos proyectos de desarrollo habrían podido ser reemplazados por otros, ecológicamente menos agresivos en aquella época. La respuesta está lejos de ser evidente… En efecto, so pena de anacronismo, es preciso tener en cuenta las enormes dificultades del poder soviético: tras cuatro años de guerra y tres años de guerra civil, siendo una realidad el reflujo de la revolución mundial, está claro que la URSS -atrasada, hambrienta, agotada, aislada y rodeada por el imperialismo- debía despegar económicamente y que no habría podido hacerlo sin realizar un cierto número de inversiones pesadas, en particular en el terreno energético con los medios que tenía. Otro elemento del contexto: la inmensidad del país y de sus recursos naturales no incitaba particularmente a inquietarse por las consecuencias medioambientales de tal o cual instalación industrial contaminante. Pero esto no agota en absoluto la cuestión. En efecto, algunos científicos no hostiles al régimen, entre ellos algunos miembros del Partido Comunista, protestaron por esos proyectos, y lo hicieron en el marco de órganos oficiales 6/ . Pero sus objeciones no encontraron ningún eco en Trotsky: incluso cuando fue responsable de las instituciones científicas de la URSS, en 1925, ni siquiera hizo alusión a ellas, por no hablar ya de responderlas.

Independientemente del contexto histórico, es forzoso constatar que Trotsky no tiene de la «dominación sobre la naturaleza» exactamente la misma concepción que Marx, Engels e incluso Lenin. Veamos la continuación del pasaje de Engels citado al comienzo de este artículo: «todo nos recuerda a cada paso que el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos en medio de ella y que todo nuestro dominio sobre la naturaleza y la ventaja que en esto llevamos a las demás criaturas consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y de saber aplicarlas acertadamente».

Está claro: ¡la humanidad no puede «dominar» la naturaleza más que en la medida en que un buen estudiante domina su materia de examen! Evidentemente, Trotsky no pretendió lo contrario, sin lo que no sería materialista. Pero su visión de la dominación es claramente más… dominadora; da la tentación de decir: machista. Sobre todo, no comprende las retroacciones negativas del progreso, cuando este fenómeno ya era bien conocido en esa época.

Ciencias y tecnologías: un optimismo desbordado

Esto nos lleva a investigar la forma en que Trotsky ve el progreso científico. Como se sabe, la idea de que la ciencia triunfante estaba dilucidando todos los misterios del universo uno tras otro estaba muy extendida a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Era el espíritu de la época. Los fundadores del marxismo no escaparon siempre de forma completa a él. Sin embargo, Marx, que no tenía una visión lineal del progreso, despreciaba profundamente lo que llamaba «esta mierda del positivismo» 7/ . En cuanto a Engels, arreglaba de este modo la cuestión del saber absoluto, de la ciencia soberana: «la soberanía del pensamiento se realiza en una serie de hombres que piensan de un modo nada soberano; el conocimiento con pretensión incondicionada a la verdad se realiza en una serie de errores relativos; ni la una ni el otro pueden realizarse plenamente sino mediante una duración infinita de la humanidad. Tenemos aquí de nuevo la misma contradicción encontrada antes entre el carácter del pensamiento humano, necesariamente representado como absoluto, y su realidad en hombres individuales de pensamiento obviamente limitado; es una contradicción que no puede resolverse más que en el progreso infinito, en la sucesión, prácticamente al menos infinita para nosotros, de las generaciones humanas. En este sentido el pensamiento humano es tan soberano cuanto no soberano, y su capacidad de conocimiento es tan ilimitada como limitada» 8/ . Lenin retoma la misma idea en términos más sencillos: «Nos acercaremos a la verdad objetiva (sin, no obstante, agotarla jamás)» 9/ .

Trotsky es menos prudente. En 1925, cuando es presidente del Consejo Científico y Técnico de la Industria y responsable por ello de todas las instituciones científicas soviéticas, toma la palabra ante un auditorio de químicos. Su discurso elogia, apoyándose en el «optimismo tecnico-científico», al gran sabio ruso Mendeleiev, inventor del cuadro periódico de los elementos. Lev Davidovitch se expresa arrebatadamente: «La fe de Mendeleiev en las posibilidades ilimitadas de la ciencia, de la previsión y de la dominación de la materia debe convertirse en la fe científica común de los químicos de la patria socialista. Por la boca de uno de sus sabios, Du Bois Reymond, la clase social que abandona la escena histórica nos confía su divisa filosófica: «Ignoramus, ignorabimus!», es decir, «No comprendemos, no aprenderemos nunca». Mentira, responde el pensamiento científico que liga su suerte a la de la clase ascendente. Lo no conocible no existe para la ciencia. ¡Comprenderemos todo! ¡Aprenderemos todo! ¡Reconstruiremos todo!» 10/ .

La voluntad de dar a las masas y a los militantes la confianza en su capacidad de tomar su suerte en sus manos es una constante en Trotsky, y se expresa a veces de forma un poco excesiva. Pero aquí hay más. En efecto, su entusiasmo por Mendeleiev está motivado, en particular, por el hecho de que el optimismo técnico-científico del gran sabio le servía de base para su lucha contra los maltusianos. Se comprende que Trotsky haya querido apoyar a Mendeleiev sobre este punto. Sin embargo, para enfrentarse al Principio de Población, Marx no tenía necesidad de una fe en las posibilidades ilimitadas de la ciencia: se contentaba con constatar por reducción al absurdo que sería sencillamente imposible que la población superase las capacidades alimenticias del medio ambiente y que, si Malthus hubiera tenido razón, es decir, si hubiera una contradicción insuperable entre el crecimiento exponencial de la población y el crecimiento lineal de la producción agrícola, entonces el primer hombre sobre la tierra habría estado ya de más. Argumentos de este tipo le bastaban para demostrar que el pastor Malthus hacía seudociencia y que sus teorías no eran de hecho mas que un alegato cínico repugnante e hipócrita contra la asistencia a los pobres.

Profundicemos un poco este debate sobre las tecnologías. En nuestra opinión, es indiscutible que para Marx las técnicas no son neutrales, tienen un carácter de clase. Hablando de la suerte de la clase asalariada embrionaria antes de la revolución industrial, en los siglos XV-XVI, el autor de El Capital señala por ejemplo que «no poseyendo aún el modo de producción técnica ningún carácter específicamente capitalista, la subordinación del trabajo al capital no estaba mas que en la forma« 11/ . En esta frase, está claro que la tecnología de la revolución industrial está considerada como característica del capitalismo, y tallada a medida para los objetivos de este modo de producción. Esta forma de ver sustenta por otra parte la violenta denuncia del maquinismo, de los capitalistas ingenieros, de la ciencia capitalista, etc. tal como se despliega en el capítulo XV de El Capital, en particular en el capítulo maquinismo y gran industria.

Una vez más, se ve que Trotsky ve las cosas de forma un poco diferente. En Cultura y socialismo, se pregunta sobre la contradicción entre dos axiomas del marxismo: el que afirma que la cultura dominante es la cultura de la clase dominante, y el que enseña que la clase obrera, para construir el socialismo, debe asimilar las culturas de las sociedades anteriores. El problema, dice, es entonces el siguiente: como una sociedad de explotación engendra forzosamente una cultura de explotación, ¿qué interés tiene la clase obrera en asimilar ésta? Trotsky resuelve la dificultad planteando que «el carácter de clase de la sociedad reside fundamentalmente en la organización de la producción», no en las fuerzas productivas -por tanto no en la tecnología. «Toda sociedad de clases, añade, se ha desarrollado según ciertos medios de luchar contra la naturaleza, y esos medios han cambiado en función del desarrollo de la tecnología».

Luego, pregunta: «¿Qué es lo más fundamental: la organización de clase de la sociedad o sus fuerzas productivas? Indiscutiblemente, sus fuerzas productivas», responde. «Pues es sobre ellas, sobre un cierto nivel de su desarrollo, como las clases evolucionan y se remodelan ellas mismas. Las fuerzas productivas expresan materialmente la competencia económica de la humanidad, su capacidad histórica para asegurar su propia existencia. Las clases crecen sobre este cimiento dinámico, y sus relaciones mutuas determinan el carácter de la cultura». «La tecnología es una conquista fundamental de la humanidad (…). La máquina estrangula al esclavo asalariado. Pero el esclavo asalariado solo puede ser liberado por la máquina. Ahí reside la raíz de toda la cuestión» 12/ . ¡Ahí reside, al contrario, la raíz del error!

Una visión muy lineal del progreso

Si la tecnología, en general, fuera una conquista fundamental de la humanidad, los anticapitalistas de hoy deberían inscribir en su programa la puesta en marcha socialista de los transgénicos (OGM), de la clonación de los animales y de la energía nuclear. Es, en efecto, lo que hacen ciertas corrientes marxistas: para ellas, los peligros de estas tecnologías derivan únicamente de las relaciones de producción capitalistas, de forma que el control obrero sobre la producción bastaría para eliminarlas. El ejemplo de la fisión nuclear muestra que es una ilusión: una vez que la reacción está lanzada, ningún control, ni obrero ni burgués, puede detenerla. La ingeniería genética presenta riesgos análogos. Es por tanto claramente la propia tecnología la que está en cuestión, no solo la organización de la producción.

En descargo de Trotsky, se subrayará que los posibles peligros de las tecnologías conocidas en 1927 no tenían mucho en común con los peligros actuales. Es indiscutible. Pero, de otra parte, este pasaje comporta en nuestra opinión dos errores teóricos serios y de un alcance más amplio, que están muy lejos de explicarse por el contexto histórico y tecnológico:

1º) Trotsky razona como si, en cada nivel de conocimiento científico, correspondería una rama tecnológica y solo una. Ahora bien, la historia proporciona numerosos ejemplos de opciones alternativas, e incluso encrucijadas tecnológicas 13/ . Esta realidad era conocida entonces. Trotsky habría debido ser consciente de ella, y habría enriquecido su condena del capitalismo. Desgraciadamente, a la vez que tiene una visión abierta de las diferentes posibilidades de la evolución social, su visión de las tecnologías se inscribe en un esquema de desarrollo unilineal;

2º) Trotsky parece considerar aquí que la organización social de la producción (las clases) y las fuerzas productivas materiales (entre ellas la tecnología) están separadas por una muralla china. Cuando la tecnología no es sino la aplicación de las ciencias a la producción, no parece integrar el hecho de que una cultura de dominación puede engendrar tecnologías intrínsecamente dominadoras a nivel del aparato productivo. Para él, la tendencia del capitalismo a desarrollar cada vez más las fuerzas destructivas, en lugar de las fuerzas productivas, se concreta esencialmente en la barbarie militaro-policial del imperialismo en general, y del fascismo en particular. Sobre este punto, su concepción es más estrecha que la de los fundadores del marxismo que, en La ideología alemana, citan el maquinismo y la moneda como fuerzas destructivas 14/ .

En este marco metodológico, no es extraño que Trotsky no exprese ninguna reserva frente a las tecnologías, cualesquiera que sean. De hecho, nada en él se parece, ni de cerca ni de lejos, al principio de precaución. Evoca «la contradicción social incluida en la propia tecnología», pero la esperanza que esta fórmula despierta en el lector de hoy decae inmediatamente. En efecto, a guisa de ejemplo, el autor cita… ¡los vagones de primera, segunda y tercera clase en los ferrocarriles! Sin embargo, en este caso, la contradicción no está evidentemente «incluso en la propia tecnología»: deriva del uso social que se hace de ella.

El lector pasa por otra situación de ánimo y desánimo de este tipo cuando Trotsky contrapone el hecho de que los y las revolucionarias deben romper el aparato del Estado al hecho de que «no deben romper la tecnología»: «El proletariado toma posesión de las fábricas equipadas por la burguesía y lo hace en la forma en que la revolución las ha encontrado». Viene luego la frase prometedora: «Sin embargo, en la forma que la hemos tomado, esta vieja tecnología es completamente inapropiada para el socialismo». Desgraciadamente, una vez más, no es la tecnología propiamente dicha la que está en el punto de mira, sino el modo social de su puesta en funcionamiento, pues éste concreta «la competencia entre empresas, la carrera por el beneficio, el desarrollo desigual de ramas separadas, el atraso de ciertas regiones, la pequeña escala de la explotación agrícola, el derroche de los recursos humanos» 15/ .

Eugenismo socialista, alquimia… ¿y Lysenko?

Un punto particularmente turbador es que su optimismo técnico-científico arrastra a Trotsky por el terreno resbaladizo del eugenismo (muy en boga a comienzos del siglo XX) y de la selección del superhombre socialista. En conclusión de su panfleto Si América se hiciera comunista (1934) hace una tentativa torpe para oponer un eugenismo socialista al eugenismo de los nazis: «Mientras los imbéciles románticos de la Alemania nazi sueñan con restaurar la vieja raza de los sombríos bosques de Europa en su pureza, o más bien en su inmundicia original, vosotros, americanos, tras haber tomado en vuestras manos con firmeza vuestra máquina económica y vuestra cultura, aplicaréis métodos científicos originales a los problemas del eugenismo. Dentro de un siglo, vuestro melting pot de razas habrá dado nacimiento a una nueva variedad de hombres, la única digna del nombre de Hombre» 16/ . No se puede sino saludar el antiracismo del párrafo, pero ¿qué vienen a hacer aquí los «métodos científicos originales» y en qué consisten los «problemas del eugenismo»?.

La idea de un superhombre socialista seleccionado artificial y científicamente se repite varias veces en la obra de Trotsky: diez años antes, el último capítulo de Literatura y Revolución acababa así: «En resumen, el hombre comenzará a armonizar con todo rigor su propio ser. Tratará de obtener una precisión, un discernimiento, una economía mayores, y por ende belleza en los movimientos de su propio cuerpo, en el trabajo, en el andar, en el juego. Querrá dominar los procesos semiinconscientes e inconscientes de su propio organismo: la respiración, la circulación de la sangre, la digestión, la reproducción. Y dentro de ciertos límites insuperables, tratará de subordinarlos al control de la razón y de la voluntad. El homo sapiens, actualmente congelado, se tratará a sí mismo como objeto de los métodos más complejos de la selección artificialy los tratamientos psicofísicos. (…) El hombre se esforzará por dirigir sus propios sentimientos, elevar sus instintos a la altura del consciente y hacerlos transparentes, dirigir su voluntad en las tinieblas del inconsciente. Por eso, se alzará al nivel más alto y creará un tipo biológico y social superior, un superhombre si queréis». Subrayado nuestro. (Traducción tomada de https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1920s/literatura/8a.htm ndt).

No es todo. En efecto, su planteamiento sobre la tecnología lleva a Trotsky a afirmar perentoriamente que el viejo sueño de los alquimistas podrá ser realizado: «La química es, ante todo, la ciencia de la transmutación de los elementos», expone en el congreso de Mendeleiev. Vuelve sobre el tema un año más tarde: «El parentesco de los elementos y sus mutuas metamorfosis puede ser considerado como probado empíricamente en el momento en que, con la ayuda de los elementos radioactivos, se ha vuelto posible resolver el átomo en sus componentes». El punto más sorprendente aquí es que Trotsky recurre a la dialéctica como si se tratara de una metateoría cuyas leyes gobernarían el universo: «Hasta recientemente, los científicos suponían que había en el mundo poco más o menos 90 alementos (…) que no podían ser transformados uno en otro (…). Tal noción contradice la dialéctica materialista, que habla de la unicidad de la materia y, más importante aún, de la transformabilidad de los elementos de la materia». Y concluye que «la química de los radioelementos celebra el triunfo supremo del pensamiento dialéctico» 17/ . Llamativo viniendo del brillante autor del texto Qué es la dialéctica.

En el mismo orden de ideas, conviene señalar que Trotsky parece haber estado poco inclinado a criticar las elucubraciones de Lysenko. En 1938, exiliado en México, el exdirigente bolchevique escribe una corta introducción para la edición inglesa de su discurso al congreso Mendeleiev. Se puede leer en ella que «el régimen totalitario ejerce una influencia desastrosa sobre el desarrollo de las ciencias naturales». Es, en nuestro conocimiento, la única alusión de Trotsky al pseudo sabio estalinista y ambicioso que, condenando la genética mendeliana como «burguesa», se pretendía capaz de modificar las características de una planta actuando sobre su medio ambiente… Habiendo expresado su confianza en la selección de un superhombre socialista, ¿habría prestado Trotsky algún tipo de fe a la idea de que la ciencia soviética, liberando las fuerzas productivas de sus trabas capitalistas, podría hacer crecer trigo en la tundra siberiana? Este punto sigue estando oscuro, ¡pero está permitido plantearse la pregunta! En cualquier caso, es curioso que La revolución traicionada no consagre ni un párrafo al impacto del estalinismo sobre las ciencias exactas, la investigación, etc.

Trotsky pasa a veces muy cerca de cuestiones ecológicas interesantes, pero sin verlas. Su discurso ante los químicos contiene un pasaje que habría podido favorecer una reflexión sobre la capacidad del comunismo para poner en marcha un modo de desarrollo post-industrial no destructivo del medio ambiente. El orador cita a Mendeleiev: «A la época industrial sucederá quizás una época más compleja que, en mi opinión estará marcada por la reducción o la simplificación extrema de los métodos que pueden servir para la producción de la alimentación, el vestido y la vivienda. La ciencia experimental debe aspirar a esta simplificación extrema hacia la que se ha dirigido ya parcialmente a lo largo de los últimos decenios». Trotsky subraya que esta perspectiva es la del comunismo porque «tal desarrollo de las fuerzas productivas, que conducirá a la simplificación extrema de los métodos de producción de la alimentación, del vestido y de la vivienda, permitirá evidentemente reducir al mínimo los elementos de coerción en la sociedad». Habría podido añadir que este desarrollo reduciría también el impacto destructor de la economía sobre el medio ambiente. Pero no lo hizo. Decididamente, este aspecto de las cosas, sin embargo presente en Marx y Engels, no forma parte de sus preocupaciones.

Un desarrollo armonioso… ¿y la naturaleza?

Pero dejemos ahí la ciencia y la tecnología, y abordemos la cuestión general de las relaciones globales entre humanidad y naturaleza. En esta materia, Karl Marx produjo un concepto destacable: la regulación racional de los intercambios de materia (o metabolismo social) entre la humanidad y la naturaleza como única libertad posible. Como se sabe, Marx había llegado a esta conclusión a partir de los trabajos de Liebig sobre el agotamiento de los suelos, debido a que la industrialización, favoreciendo el éxodo rural, interrumpía el ciclo de los nutrientes. Armado con este concepto, Marx había vuelto al problema de los suelos para ver en su degradación una razón suplementaria para abolir la separación entre la ciudad y el campo.

Estos desarrollos solo ocupan un lugar relativamente limitado en El Capital, pero no habían escapado a los teóricos marxistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX. En La cuestión agraria y los críticos de Marx, Lenin responde a los autores que consideran que la invención de los abonos sintéticos hace obsoleto el análisis de Marx: «La posibilidad de sustituir con fertilizantes artificiales los abonos naturales (…) no refuta en absoluto la irracionalidad que consiste en derrochar abonos naturales polucionando así los ríos y el aire en los distritos industriales» 18/ . En su obra de vulgarización, «La teoría del materialismo histórico. Manual de sociología marxista«, Bujarin hace una síntesis del concepto de «metabolismo social», y lo adorna con consideraciones pertinentes sobre la posibilidad de estimar la productividad social del trabajo reduciendo las diferentes actividades a su denominador común: el gasto de energía 19/ .

¿Y Trotsky? De todas estas cuestiones la única que parece interesarle es la de la abolición de la separación entre ciudades y campos. Además, la aborda exclusivamente a través de la lucha contra el «idiotismo campesino» (la fórmula es de Marx). No menciona la problemática de los suelos. La abolición de la separación entre las ciudades y el campo, para él, es más espacios verdes en las ciudades, de una parte, y la industrialización de la producción agrícola en el marco de explotaciones gigantes, de otra. Hay que ser honestos y decir que esta concepción era compartida por todos los marxistas de la época; sin duda, no podía ser de otra forma en el estadio de desarrollo de la economía y de la sociedad. Al menos Kautsky, en La cuestión agraria, había sacado a la luz ciertos efectos negativos de la concentración de las tierras y de la mecanización 20/ . Nada parecido en Trotsky: es unilateralmente positivo. En Cultura y socialismo, tras haber elogiado la cadena de montaje fordista, escribe que «gigantescos sistemas de mejora de las tierras -mediante una irrigación y un drenaje adecuados- son las cadenas de montaje de la agricultura. Además de la química, la construcción de máquinas y la electrificación liberan el cultivo del suelo de la acción de los elementos, posibilitando así que la actual economía de aldea sea integrada en la cadena de montaje socialista que coordina toda la producción».

La visión desarrollada en estas páginas ilustra desgraciadamente las peores caricaturas sobre el socialismo como liberador de las fuerzas productivas prisioneras de las trabas capitalistas: «Incluso en América, el capitalismo es claramente incapaz elevar la agricultura al nivel de la industria. Esta tarea incumbe por entero al socialismo». Más adelante, Trotsky detalla los dos procesos que concurren en su opinión en la industrialización de la agricultura:

– en primer lugar la especialización y la industrialización de toda una serie de procesos de producción que están hoy entre la economía de la aldea y la industria («El ejemplo de Estados Unidos muestra las posibilidades ilimitadas que están ante nosotros», comenta);

– en segundo lugar, «la industrialización de la producción de las plantas de cultivo, de la crianza del ganado, de la horticultura, etc. (…) No basta con socializar, hay que sacar a la agricultura de su estado actual reemplazando el actual arado superficial del suelo (today’s squalid digging around in the soil) por fábricas científicamente organizadas de trigo y de cebada, por fábricas de bovinos y ovinos, etc.».

No se evoca la ruptura del ciclo de los nutrientes. Trotsky escribe que «el principio de la economía socialista es la armonía», pero no tiene en mente más que la armonía resultante de la coordinación interna, según el principio de la cadena de montaje fordista. A diferencia de Marx, no muestra ninguna comprensión de la necesidad de tender a una mayor armonía en las relaciones entre la economía y la naturaleza…

A guisa de conclusión provisional

Nunca se insistirá suficientemente sobre la necesidad de tener en cuenta el contexto histórico. Hemos evocado ya el marco general: la URSS exangüe, rodeada, aislada, etc. Pero otro elemento, más preciso, es el debate que se emprende en el seno del partido soviético sobre la forma de responder a esta difícil situación. A partir de 1923-24, frente al reflujo de la revolución mundial y a la desmovilización de la clase obrera rusa, se dibujan dos orientaciones alternativas de forma cada vez más neta:

– la del «socialismo en un solo país», que se construye «a paso de tortuga», planteada por Bujarin y Stalin, que renuncian de hecho a la extensión de la revolución y cuentan con el enriquecimiento del campo para dar al régimen los medios para construir una hipotética sociedad nueva. Hasta el giro de 180º de la colectivización forzosa y del primer plan quinquenal, se traduce en una falta total de visión sobre las necesidades del desarrollo industrial.

– y la de Trotsky, que ve en el desarrollo planificado de la industria pesada nacionalizada el medio para que el régimen soviético pueda aguantar sin degenerar esperando y favoreciendo un nuevo ascenso de las luchas a escala internacional. Frente a un Stalin que declara estúpidamente que «Rusia tiene tanta necesidad de un pantano en el Dnieper como un mujik de un fonógrafo» 21/ , para Trotsky, es indispensable desarrollar una industria capaz de proporcionar los medios de un desarrollo del campo a la vez que se favorece una diferenciación de clase en el seno de la población campesina. Desde abril de 1923, en las Tesis sobre la industria que presenta en el XII Congreso del Partido Comunista, explica que se trata de una cuestión de vida o muerte para el régimen 22/ .

Los hechos han demostrado que de este último análisis era fundamentalmente correcto. Vista la enormidad de lo que estaba en juego y los métodos cada vez más brutales de la fracción Stalin-Bujarin, no es extraño que Trotskhy, a veces, haya «torcido el bastón en el otro sentido», según una célebre expresión. Señalemos sin embargo, en su descargo, que al hacerlo, era sencillamente fiel a la cultura tecnicista y modernista de la época, que era la de toda la dirección bolchevique y que encontraba su expresión artística en la corriente futurista 23/ .

Sin embargo, como hemos visto, el contexto histórico no explica todo. En una serie de cuestiones como la dominación de la naturaleza, las perspectivas de transformación que se derivan de ella, la verdad científica absoluta, el estatuto de las tecnologías, etc., se constata que Trotsky está por detrás en relación a ciertas posiciones claramente más matizadas de Marx, Engels e incluso de Lenin. Un punto muy sorprendente es que algunos razonamientos sobre el desarrollo científico o técnico se reclaman de la dialéctica como una especie de metateoría transcendente. Esta concepción de la dialéctica es completamente opuesta a la que Trotsky pone en funcionamiento cuando analiza los fenómenos sociales y políticos.

Por otra parte, muy a menudo, el tono de los textos citados en este artículo dejan una impresión desagradable de arrogancia dominadora, incluso de desprecio, no solo por la naturaleza salvaje sino también por lo que es natural, fisiológico, no controlado en el ser humano. Este punto es más importante de lo que parece. En efecto, la versión muy dominadora de Trotsky de la «dominación de la naturaleza» y el discurso imperativo que se deriva de ella no dejan lugar al pensamiento de cuidar lo que hay, cuando éste es indispensable para el desarrollo de una conciencia y de una práctica ecológicas.

León Trotsky es un gran revolucionario internacionalista y un pensador brillante. Se le debe en particular el análisis del fascismo, el de la burocracia y la teoría de la revolución permanente. Fundando la Cuarta Internacional cuando era casi medianoche en el siglo, permitió la transferencia de la herencia marxista-revolucionaria a las generaciones posteriores. Leer a Trotsky es tocar con los dedos la realidad de la revolución rusa, de la Internacional comunista, de la ola revolucionaria del final de la Primera Guerra Mundial y de su reflujo. Es comprender el fascismo y el estalinismo, el frente popular, la revolución española y la comuna de Cantón, el declive del imperio británico y el ascenso del imperialismo americano. En una palabra, es comprender el siglo XX y asimilar elementos programáticos y metodológicos absolutamente indispensables para el desarrollo de una orientación anticapitalista en el siglo XXI. Pero toda medalla tiene su reverso. En Trotsky, la conciencia ecológica está en el grado cero. En el legado que transmitió a sus sucesores faltaban las pocas herramientas genialmente precursoras del ecosocialismo, tal como Marx y Engels las habían puesto a punto. Colmo de la ironía: de todos los dirigentes de Octubre, el único que haya dado una cierta importancia al concepto de regulación racional del metabolismo social entre la humanidad y la naturaleza fue el dirigente del ala derecha, el teórico del enriquecimiento de los kulaks y del socialismo en un solo país, el estribo de Stalin: Bujarin. Esto no basta para hacer de él un teórico ecosocialista, lejos de ello (volveremos sobre ello), pero es un hecho, y este hecho no ha podido mas que contribuir a explicar que los marxistas revolucionarios de posguerra perdieran el hilo de la ecología de Marx

Notas:

1/ Quatrième Internationale, Ecologie et socialisme, http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article7892 http://www.anticapitalistas.org/IMG/pdf/Congreso4aInternacional2003-EcologiaYSocialismo.pdf

2/ Quatrième Internationale, Le basculement climatique et nos tâches, http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article16635 ; en español, http://www.prt.org.mx/node/142

3/ F. Engels, La dialectique de la nature, Paris, Editions Sociales, 1968, pp. 180-181. La dialéctica de la naturaleza, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dianatura/index.htm ed. AKAL.

4/ Léon Trotsky, Littérature et Revolution

5/ Léon Trotsky, Culture and Socialism, 1927 (notre traduction)

6/ Douglas R. Weiner, Models of nature. Ecology, Conservation and Cultural Revolution in Soviet Russia

7/ Karl Marx, Carta a Engels del 7/07/1866

8/ F. Engels, Anti-Dühring, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/anti-duhring/ad-seccion1.htm#xiv pg 75.

9/ Lénine, Matérialisme et Empiriocriticisme, p. 147. https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas04-12.pdf

10/ L. Trotsky, Mendeleiev et le marxisme, discours au congrès Mendeleïev, 17 septembre 1925, Marxists Internet Archive. Versión en español en http://www.fundacionfedericoengels.net/index.php/48-colecciones/marxismo-hoy/marxismo-hoy-n-15/291-el-materialismo-dialectico-y-la-ciencia-la-continuidad-de-la-herencia-cultural

11/ Marx, Le Capital, I, Chap XXVIII, Garnier Flammarion 1969 p.546 – nous soulignons

12/ L. Trotsky, Culture et Socialisme, op. cit. Marxists Internet Archive (subrayado DT), en español, http://www.ceip.org.ar/Apendice-Textos-sobre-arte-cultura-y-literatura-Cultura-y-socialismo

13/ En el dominio clave de la energía, por ejemplo, desde la segunda mitad del siglo XIX, algunos ingenieros abogaban por que el sol reemplazara al carbón como fuente. No eran solo ideas en el aire: máquinas solares eficaces fueron efectivamente puestas a punto en toda una serie de terrenos de aplicación. Si este sector energético hubiera despegado, habría cambiado la faz de la tierra. Pero no despegó en absoluto, no por razones técnicas, y ni siquiera siempre por razones de eficiencia-coste, sino principalmente porque los monopolios del carbón tenían ya el poder de encerrar la innovación, a fin de mantener sus sobreganancias (cf. Daniel Tanuro, El imposible capitalismo verde).

14/ Marx, Engels, L’Idéologie allemande, Marxists Internet Archive. En español, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1846/ideoalemana/index.htm

15/ L. Trotsky, Culture et socialisme, op. cit. en español, http://www.ceip.org.ar/Apendice-Textos-sobre-arte-cultura-y-literatura-Cultura-y-socialismo

16/ https://www.marxists.org/espanol/trotsky/ceip/escritos/libro4/T06V112.htm ndt. L. Trotsky, If America Should Go Communist, Marxists Internet Archive.

17/ L. Trotsky Radio, ciencia, técnica y sociedad. https://www.nodo50.org/ciencia_popular/articulos/Trotsky1.htm

18/ https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas04-12.pdf

19/ Bujarin, Lateoría del materialismo histórico. Manual de sociología marxista. https://www.sigloxxieditores.com/libro/teoria-del-materialismo-historico_16825/

20/ Kautsky, La Question agraire, réédition fac similé Maspéro, Paris 1970

21/ Citado por M. Liebmann, Entre histoire et politique. Dix portraits. ed. Aden , Bruxelles 2006

22/ L. Trotsky, Theses on Industry, Marxists Internet Archive

23/ Es llamativo que la mayor parte de los textos en que Trotsky se expresa sobre la naturaleza tienen por tema principal la cultura. De hecho, pero esto supera a la vez los límites de este artículo y las competencias de su autor, su forma de comprender la naturaleza está muy estrechamente ligada a sus concepciones sobre el arte. Esto aparece en particular en su evocación lírica de la central térmica de Chatoura como objeto de arte (a thing of beauty).

Texto original en francés 

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

Fuente: http://vientosur.info/spip.php?article14031