Para presentarla alcanza con decir «la píldora», sumarle el calificativo «anticonceptiva» es casi una obviedad: así, sin apellido, se la conoce desde los ’60, cuando llegó para darles a las mujeres una herramienta propia para separar el sexo de la maternidad obligada. Pero, como toda revolución, la de la píldora también requirió un largo proceso político, con críticas por izquierda y por derecha y con resistencias que se mantienen activas aún hasta hoy, cuando en la era post hiv/sida el brillo de la píldora se opacó, enfundada a la fuerza en un preservativo. La historiadora Karina Felitti da cuenta, en su última investigación, de las tensiones sociales y políticas que hubo detrás de esa sensación de poder que describen las mujeres que empezaron a usarla hace 50 años.
«La salida al mercado de la primera píldora anticonceptiva se produjo en medio de los debates sobre la «explosión demográfica» y las transformaciones en las relaciones de género, los modelos familiares y las pautas de sexualidad. La píldora conmovió a la sociedad en su época y fue objeto de disputas entre instituciones y actores con expectativas e intereses muy diferentes. Ya fuera pensada como un arma del imperialismo o como un símbolo de la liberación femenina, esta pequeña pastilla marcó un punto de ruptura fundamental en la historia de la anticoncepción y la sexualidad», enmarca la historiadora e investigadora del Conicet Karina Felitti en su libro La revolución de la píldora, sexualidad y política en los sesenta, de la colección Temas de la Argentina, de Editorial Edhasa, de reciente aparición.
Un libro que revoluciona tanto como un anticonceptivo que sacó el miedo a los embarazos no buscados de arriba de la cama y dejó a las mujeres experimentar un camino del goce que, hasta ese momento, estaba restringido al varón (con el preservativo) o era riesgoso (como el coitus interruptus). «La píldora vino en el momento de mi juventud en que iniciaba el viaje. Atraída por la vida, la cultura, los temas de la sociedad, descubrí todo eso junto al inicio de la sexualidad, vivida con entusiasmo y naturalidad tal vez porque en mi realidad familiar de sexo no se hablaba y eso dejaba cierta libertad para vivir. La posibilidad de no padecer la incertidumbre por un embarazo no deseado nos liberó de un peso enorme. La presencia de los movimientos feministas nos alertó acerca de nuevos conceptos sobre la situación de las mujeres y nos sentimos protagonistas de nuestra vida y de la historia. Fue un momento de profundos cambios, de una cultura contestataria que se expresó de muchas formas en nuestro continente y en el mundo y lo vivimos con gran intensidad. La píldora significó un cambio de mentalidad, un dejar atrás los miedos establecidos por siglos, una oportunidad de una vida más saludable y plena para las mujeres», relata Dinora Gibennini, socióloga y directora de la Escuela Sociopolítica de género, desde Córdoba.
Sin embargo, Felitti rescata las discusiones políticas -y no lineales- que desató esa nueva costumbre de tomar una pastilla tan seguido como lavarse los dientes. «Había tensiones y no todas las feministas estuvieron a favor de la píldora, sino que muchas la denunciaron como un arma de control del cuerpo de las mujeres y de control demográfico. Muchas feministas negras, lesbianas, de países del Tercer Mundo habían dicho que la revolución sexual y la reivindicación de la píldora era algo de las feministas blancas de clase media, pero que no representaba la liberación de todas las mujeres. Y que para que una feminista de Estados Unidos haya tomado la píldora con tranquilidad, antes una mujer de Puerto Rico había tenido que hacerlo en fase de experimentación.»
Las restricciones a algunas mujeres por sectores sociales y los miedos a las enfermedades se notan en los testimonios de quienes vivieron esa época. La psicóloga Mónica Penelo, de 58 años, ya abuela de una nena (con la que juega en un bar de Lanús mientras se arregla para contestar las preguntas) y dos varones, y a la vez militante del colectivo de Mujeres de la matria latinoamericana (Mumalá) y bonaerense hasta la médula -como se define-, cuenta las trabas y las aperturas que implicó la píldora: «Antes de los 18 años no tomábamos la pastilla porque no podíamos comprarla en las farmacias, ni ir a un ginecólogo para que la recetara. La usaban las amigas mayores y casadas, además había muchos rumores sobre las consecuencias de tomarlas: que te producían cáncer, que te dejaban infértil; entre mi grupo de amigas, todas hippies y/o militantes hablábamos libremente de las relaciones sexuales y nos aconsejábamos sobre métodos anticonceptivos, pero en otros grupos de mujeres no era así y se las arreglaban como podían».
La historia de la píldora es una historia de la sexualidad femenina y de su utilización política. Desde el «gobernar es poblar» hasta el mito del «país vacío», la Argentina tiene un contexto singular y diferente al recorrido de América latina. «La píldora sale a la venta en Estados Unidos en la década del ’60 y empieza a formar parte de los programas de planificación familiar. En Argentina, hay baja tasa de natalidad, entonces pareciera no ser necesario controlar el crecimiento de la población sino que el Estado busca lo contrario. Por eso, la planificación familiar no fue un tema que preocupó a los gobiernos.» O, directamente, los ocupó con restricciones. Especialmente el 28 de febrero de 1974, en un decreto -Nº 659- firmado por Juan Perón y el ministro de Bienestar Social, José López Rega, se disponía el control de la comercialización y la venta de productos anticonceptivos por medio de la presentación de una receta por triplicado y la prohibición de desarrollar actividades relacionadas con el control de la natalidad.
De hecho, la publicación oficial del Movimiento Nacional Justicialista, Las Bases, dirigida por Norma López Rega (hija del llamado Brujo), tituló en marzo de ese año: «Píldoras: contra la familia argentina. Siniestras organizaciones internacionales en descubierto» y anunciaba una investigación que desenmascaraba «el decálogo de la castración argentina».
Igualmente, la prohibición también tuvo sus fisuras. «Las píldoras seguían estando a la venta y muchas mujeres podían conseguirlas. En los hospitales públicos la situación era más compleja porque muchos médicos que venían trabajando en planificación familiar tenían miedo de estar haciendo algo en contra de la normativa en una época muy especial de la Argentina, de violencia política en aumento y de mucha inseguridad. Por otra parte, ni durante el gobierno peronista ni durante la dictadura hubo una estricta vigilancia de que el decreto fuera cumplido. Hay documentos que prueban la existencia de experiencias o capacitaciones en planificación familiar en zonas rurales o en algunas provincias desarrolladas por la Asociación Argentina de Protección Familiar durante la dictadura, que contaba con el aval de los propios gobiernos locales. Uno de los médicos que entrevisté explicaba esto de una manera muy simple: era mejor evitar familias numerosas y pobres que luego podrían ser subversivos. Era funcional a la dictadura y a su política represiva», explica Felitti.
Pero, contra la píldora, no sólo estuvieron los sectores de derecha, dictatoriales u ortodoxos. ¿Qué pasó con los movimientos revolucionarios? La historiadora repasa: «Otra cosa interesante es la coincidencia de los sectores más conservadores, que criticaban la planificación familiar y la píldora porque atentaba contra los valores católicos y la soberanía del país, y de la izquierda, para la cual es una herramienta del imperialismo que impide que América latina crezca y pueda dar su batalla y por eso van a rechazar la píldora, que la ven como una reivindicación de la burguesía y no del pueblo. Esas voces son, muchas veces, de varones. No hay lugar para pensar las demandas de las mujeres en relación con su cuerpo y la autonomía de su cuerpo. ‘Mi cuerpo es mío’ o ‘lo personal es político’ no termina de calar en las bases. Es muy complicado no quedar pro-yanqui y apoyar la autonomía de las mujeres. El feminismo de las mujeres es atacado por izquierda y por derecha. La Unión Feminista Argentina (UFA) hace un volante contra el decreto peronista en donde tienen que aclarar que están en contra de las políticas imperialistas, pero que defienden el derecho a la anticoncepción».
Tal vez por eso costó tanto llegar a la anticoncepción gratuita. «Queda en el imaginario la idea de que la Argentina necesita habitantes y que una política de planificación familiar podría traer problemas políticos y económicos. Faltan experiencias en este tipo de programas y hay fuertes presiones de los sectores conservadores y de la jerarquía de la Iglesia Católica para no permitir que haya acceso a la anticoncepción presentando una visión unívoca cuando en los años ’60 había sido un tema de discusión en el marco del Concilio Vaticano II (el uso de la píldora estaría dado en el marco de una decisión individual más allá de lo que diga el Papa) y la libertad de conciencia fue reconocida. A la vez que en la corporación médica también quedó la idea de que trabajar en la anticoncepción era estar haciendo algo prohibido», describe Felitti.
En el libro La revolución de la píldora explicita el momento en el que se empieza a gestar -suavemente- el cambio: «Fue recién a partir de la recuperación de la democracia, en 1983, que el derecho a la planificación familiar y los derechos de las mujeres comenzaron a ocupar un lugar en las políticas públicas. El 5 de diciembre de 1986, el decreto N° 2274 derogó las disposiciones coercitivas establecidas por el peronismo y luego ratificadas por la dictadura militar». Igualmente, la Argentina es un país inexperto en derechos sexuales y reproductivos -ni control de la natalidad ni planificación familiar, sino la libertad de elegir cuándo y cuántos hijos e hijas tener- que recién en el 2002 -este año se cumple una década- aprueba la Ley Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable, que garantizó la anticoncepción gratuita a través de un programa, firmado por Néstor Kirchner, en el 2003, en el Ministerio de Salud.
Recién a comienzos del siglo XXI se pudo democratizar el acceso universal a un método que ya tenía cuarenta años de trayectoria selectiva. «Las píldoras anticonceptivas comenzaron a difundirse en la Argentina al poco tiempo de ser aprobadas por la FDA. Los primeros laboratorios que las comercializaron fueron Eli Lilly y Park Davis. Entre fines de 1960 y principios de 1961, la empresa alemana Schering comenzó a producirlas comercialmente bajo el nombre de Anovlar. Walter Klemman, un médico que trabajaba para esta firma en ese momento, recuerda que a mediados de los años ’60 el mercado era de aproximadamente 200.000 unidades por mes», apunta el libro. En la actualidad, entre el 2010 y el 2011, el Programa de Salud Sexual y Procreación Responsable, a cargo de Paula Ferro, adquirió 23.317.734 tratamientos de píldoras anticonceptivas, y es el método más requerido, pero después del preservativo.
En el presente, la píldora se sigue utilizando, pero el preservativo tomó protagonismo por su doble función para evitar embarazos no buscados y cuidar la salud. «Hoy por hoy, en tiempos post-hiv la píldora no alcanza», declara la doctora en Historia. Y contextualiza: «Fue el primer método que las mujeres pudieron utilizar más allá del acuerdo de los varones, porque se podía tomar sin que el varón lo supiera. Hasta ese momento los dos métodos más utilizados para no tener hijos eran el coito interrumpido (quedaba en manos del varón en una época donde no se hablaba del placer sexual y era un obstáculo más para las mujeres para llegar al orgasmo) y el aborto, que era ilegal como ahora y que tenía consecuencias para las mujeres que lo utilizaban».
Con relación al aborto, en la investigación, se cita que en una encuesta realizada a 10.607 pacientes de la Asociación Argentina de Protección Familiar, entre 1966 y 1969, tres de cada diez mujeres habían recurrido al aborto al menos una vez en su vida. Esto demuestra que gran parte del respaldo de la píldora fue para evitar abortos y, a la vez, que no se trata de una práctica novedosa en la Argentina. Y que se realizó, históricamente, más por las mujeres emparentadas con el globito de Susanita -en un paralelo de los personajes de Quino- que con las que se podían sentir identificadas con Libertad. El 75 por ciento de las 3660 interrupciones del embarazo descriptas en una ponencia presentada en el Primer Congreso Argentino de Esterilidad, en 1968, demostraba que correspondían a mujeres casadas. En ese sentido, los y las defensoras de la anticoncepción -en la Argentina representada por médicos, sociedades científicas o de planificación familiar- la respaldaban frente a críticas de distintos sectores, justamente, como una alternativa frente al aborto.
También implicaba, para muchas mujeres, la posibilidad de no tener hijos o de decidir cuántos hijos tener. María Luján Piñeyro, una de las promotoras del Primer Encuentro de Mujeres, en 1986, y actualmente dirigente de Derechos Humanos, de la Mesa Directiva de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de la Filial San Rafael, de Mendoza, resalta: «El tema de las píldoras anticonceptivas permitió, por un lado, poder ejercer la sexualidad más íntegramente, con decisiones más autónomas, además de poder tener una planificación de la maternidad. Personalmente, siempre usé este método que me permitió planificar mis hijos juntamente con mi marido». Ella empezó a tomar la píldora a los 19 años y hoy ya tiene 59 años y 4 hijos que además, todos y todas, se cuidan también con pastillas.
Norma Blanco es ama de casa. Nació en Mburucuyá, Corrientes, y vivió hasta los veinte años en el campo. Casarse, mudarse a La Matanza y la píldora anticonceptiva son hitos en su vida. Ella relata: «Ser de una familia numerosa, de más de nueve hermanos, me marcó mucho. Mi mamá no conocía los métodos anticonceptivos y, en esa época, era difícil hablar de esos temas y conocer cómo cuidarse. Yo empecé a usar las pastillas a los 20 años cuando me casé y vine a Buenos Aires. Allá en el campo hubiese sido difícil conseguirlos porque eran caros y muy pocos lugares las tenían. La pastilla anticonceptiva me cambió la vida porque si no me explicaban de eso hoy tendría muchos hijos y no dos como tengo. Me quedó grabado lo que me decían mi tía y mis compañeras cuando empecé a trabajar en el servicio doméstico. Que tenía que tomarla siempre y decidir cuándo y cuántos hijos tener, para no traer criaturas al mundo y que sean pobres o que sufran. Y también por una, para poder hacer otras cosas y no sólo ocuparse de la familia, como nos puso muchas veces la sociedad».
«Las píldoras representan un cambio. Fue una revolución simbólica por los debates que puso en discusión más allá del número de usuarias. Las primeras usuarias son mujeres con hijos que no quieren tener más hijos. En esa época tenía muchos más efectos secundarios. Muchas dejaron de tomar porque les dolía la cabeza, retenían líquidos, engordaban. Para muchas feministas, el diafragma era menos invasivo y un método femenino. Hoy la píldora no sirve para prevenir enfermedades de transmisión sexual (ETS) y hiv y se sigue necesitando que el varón use el preservativo, y las mujeres, de alguna manera, ahora volvimos a tener que negociar con los varones», actualiza el debate Felitti.
¿Qué diferencia hay entre esa idea de control demográfico y la actual definición de derechos reproductivos? «La idea de derechos sexuales y reproductivos es reciente (de los años ’90) y pone al individuo en primer lugar. En los años ’60 y ’70 son las necesidades del Estado lo más importante y empieza a hablarse del derecho a la planificación familiar. A partir de los ’90, son las mujeres las principales protagonistas de ese derecho autónomo, más allá de su situación familiar, quienes tienen derecho a decidir sobre su reproducción. Lo importante es que las personas puedan decidir qué hacer con sus capacidades reproductivas: para no tener hijos o para sí tenerlos», define.
Felitti también relaciona los prejuicios que existieron tanto para fomentar la píldora como para combatirla con las actuales descalificaciones que aducen que las mujeres tienen más hijos para cobrar la asignación universal por hijo. «Sobre las mujeres pobres siempre hubo mitos y creencias. En los años ’60 en el mundo les adjudicaban el crecimiento demográfico a las mujeres. Si lo racional era tener menos hijos, las mujeres eran las irracionales que los seguían teniendo y que iban a generar el agotamiento de los recursos y el fin del capitalismo, y se les dio la responsabilidad a ellas de limitar los nacimientos. La píldora, más que su derecho, era su obligación. Como también se las consideró incapaces de tomar una píldora todos los días se cambió a dispositivos intrauterinos o esterilizaciones, donde ya no dependían de la irracionalidad de las mujeres. Ahora se las acusa nuevamente de tener hijos para cobrar un subsidio que bien sabemos que no alcanza para mantener a un hijo y no sólo en términos económicos, sino que desconoce todo lo que implica la maternidad. Decir que no tienen el hijo porque quieren sino para cobrar es quitarles capacidad de decisión y de autonomía y de deseo. Y no respetar su decisión. Es un prejuicio de clase.»
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-7381-2012-07-22.html