«La Plaza de la Música» es un documental bien construido sobre el efecto devastador que tiene el amianto sobre las personas, a partir de testimonios de afectados. Mueve las entrañas porque se narra con realismo y crudeza lo que está sucediendo ante la falta de sensibilidad de los empresarios para llevar adelante la prevención de […]
«La Plaza de la Música» es un documental bien construido sobre el efecto devastador que tiene el amianto sobre las personas, a partir de testimonios de afectados. Mueve las entrañas porque se narra con realismo y crudeza lo que está sucediendo ante la falta de sensibilidad de los empresarios para llevar adelante la prevención de riesgos laborales amparándose en falsos argumentos como que sus efectos malignos no se conocían en décadas pasadas. El documental se puede ver en este enlace: www.vimeo.com/zazpiterdi/
Este largometraje de 58 minutos se ha presentado a la 58 edición de Donostia Zinemaldia. El cineasta donostiarra Juanmi Gutiérrez lo ha dirigido. Kany Peñalba es la directora de producción y ha sido producido por «Zazpi t’erdi». Juan Miguel Gutiérrez cuenta el drama y el dolor que está generando el amianto entre quienes trabajaron en contacto con él, así como entre quienes vivieron cerca de empresas donde se utilizó, como es el caso de la empresa Producciones y Aislamientos (Paisa) de Errenteria.
Lo cuenta desde su interior, porque hace unos meses corroboró que su ama, Araceli Márquez, falleció de un mesotelioma pleural. Aunque nunca tra- bajó con amianto, tuvo la desgracia de vivir a escasos ocho metros de la empresa Paisa, que cerró sus instalaciones en 1975 y que «escupía» por medio de unos extractores el polvo de amianto hacia la calle. Allí donde estaba esa empresa hoy se sitúa la Plaza de la Música. De ahí el título de este documental, que es un homenaje directo a quienes han perdido la vida por la avaricia de los empresarios que utilizaron ese mineral sin aplicar la prevención de riesgos laborales. El año pasado fallecieron por la contaminación del amianto dieciocho personas en Hego Euskal Herria, pero en este año ya son diez los fallecidos.
A ocho metros de casa
«La Plaza de la Música» muestra esa realidad y hace referencia a ocho fallecidos por culpa del amianto: Araceli Márquez, ama del cineasta Juan Miguel Gutiérrez; Maribel Tobías y Raquel Martínez, ex trabajadoras de Paisa; José Luis Aranburu, ex trabajador de Luzuriaga; Ezekiel Illarramendi, ex trabajador de Cementos Rezola; Rafael Alustiza, que murió en el pasado mes de junio, ex trabajador de Patricio Etxebarria; Marcos Albitre, ex trabajador de Renfe; y Angela Rodríguez, de Oxivol.
Una vecina de Araceli Márquez narra la cercanía de la vivienda en la calle Martín Etxeberria con lo que era la antigua Paisa, y algunos trabajadores reconocen que por esa calle «estaba el muelle de descarga, donde llegaba el amianto». Recuerdan que tenía unas tolbas de aspiración encima de las amasadoras «que sacaba el humo y el polvo de amianto directamente hacia la calle», enfrente «de la casa donde vivía mi ama, a seis o siete metros. De ahí enfermó».
Ex trabajadores de Paisa recuerdan en el largometraje que el amianto «se cortaba» con las manos, sin ninguna protección; que calentaban los bocadillos encima de unos calentadores con amianto, porque «nunca se nos dijo que era tóxico». Sin embargo, el marido de María Isabel Tobías, ex trabajadora de Paisa y que falleció por cáncer de amianto, explica el daño que sufrió su mujer. «Mi mujer trabajó en Paisa con 18 años. No se acordaba del amianto, pero la enfermedad le impedía respirar y tenía dolores muy grandes, a pesar de la morfina». Señala que junto a su casa tenían un roble y «me dijo que, antes de que se caigan las hojas en otoño, moriré. Así fue, murió en mis brazos en una madrugada».
Una sobrina de otra fallecida Raquel Martínez, ex trabajadora de Paisa durante 23 años, recuerda que supo del cáncer cuando fue al médico para una operación de la rodilla. «Al hacerle los análisis para la operación, comprueban que tenía unos nódulos en los pulmones y determinan que es un mesotelioma. Se cansaba al subir al cuarto piso, no podía respirar. Sufrió mucho».
Rafael Alustiza, ex trabajador de Patricio Echeverria, aparece en el documental y recuerda la cautividad a la que le somete la enfermedad y, entre otras muchas cosas, asegura que quiere ser «positivo». «He leído que han dicho que el fin del mundo llegará el 2012. Esperaré, si me deja la enfermedad, para verlo». Lamentablemente no lo consiguió, murió el mes pasado.
«Seguir luchando»
Patxi Cortazar, trabajador de Fundición Nodular Flesic de Iurreta y portavoz de la asociación Asviamie, recuerda que tiene una asbestosis pleural y cita los problemas que tuvo por parte de la mutua y la empresa para que le reconociesen la enfermedad profesional. Pero está convencido de que «hay que seguir luchando. La lucha me da mucha fuerza. Siempre he luchado contra la injusticia y seguiré haciendolo», sentencia.
Una abogada de la Asociación de Víctimas del Amianto de Euskadi (Asviamie), Nuria Busto -que perdió a su padre, ex trabajador de Garaje Moderno-Ford en Gasteiz, por culpa del amianto- señala el trabajo que realizan para darse a conocer y agruparse, porque «la unión hace la fuerza». En este caso, Eusebio Pabola, ex trabajador de Kaefer, lleva desde el año 2000 afectado y manifiesta que tiene incrustada en su cuerpo una «bomba de morfina» para resistir el dolor, «aunque cada vez es más intenso. Mi futuro está agotado. Vivo pegado a una máquina de oxígeno. No puedo hacer lo que quiero». Pero admite que su intención fue conseguir una asociación de afectados «para luchar contra esta injusticia que nos han impuesto los empresarios. Se llevan nuestra salud», lamenta.
Begoña Vila, viuda de Marcos Albitre, ex trabajador de Renfe que falleció de cáncer por amianto antes de que le reconocieran la contingencia profesional, explica lo duro de la enfermedad y admite que «siento mucho odio. Me han destrozado la vida». La viuda de José Luis Aranburu, ex trabajador de Luzuriaga, sostiene que el problema llegó por la falta de prevención y resalta que «por mucho que se empeñen, la gente se está muriendo por el amianto, qué los médicos lo digan alto. Ya está bien». El marido de Angela Rodríguez, de Oxivol, que fabricaba baterías de cocina, recuerda que «ponía el amianto en cordones en la tapa de la batería. Trabajó tres años. El resultado fue el peor: murió. En la soledad, hablo con ella».
En la película también aparece un representante sindical de CAF, porque la empresa de Beasain cuenta con una larga lista de fallecidos por amianto entre sus trabajadores. Según se relata, al menos son 18 de la planta de Beasain y otros 32 de la planta de Zaragoza. Es por ello que hace ya un año se levantó una escultura de Patxi Epelde ante la fábrica, para recordar a aquellos trabajadores que murieron por culpa del amianto en esa empresa de ferrocarriles.
Drama real
Este drama se representa en la película. Aparece la directora de Osalan, Pilar Collantes, que habla de crear un fondo de compensación para las víctimas del amianto, pero la realidad es que no termina de llegar, mientras las familias deben recorrer los juzgados para que les reconozcan los daños.
Técnicos en prevención, como Araceli Larios, llaman la atención sobre la insensibilidad de los empresarios, y Jesús Uzkudun, responsable de Salud Laboral de CCOO de Euskadi, recuerda que este drama «es real y sigue entre nosotros». Culpa a Osakidetza, las mutuas y a las empresas por «no haber parado esta epidemia». Un responsable de Adegi en esta materia, Angel Guerrero, admite el «calvario», aunque exculpa a los empresarios y pide poner en marcha el fondo de compensación.
«La película es un homenaje a todas las víctimas del amianto, entre ellas ama»
Es un homenaje a su madre y a otras víctimas del amianto. Esta semana pasada se ha conocido una sentencia contra Uralita, a indemnizar con 4 millones a 45 vecinos de Cerdanyola del Vallès y Ripollet afectados por enfermedades derivadas del amianto. Como pasó en Orereta.
¿Cuándo falleció su madre?
Mi ama, Araceli Márquez, murió hacia el año 80. Creímos que era de cáncer de pulmón, así nos lo dijeron. Pero 30 años más tarde, me vino el hermano diciendo «¿sabes que la ama murió de un cáncer específico de mesotelioma pleural producido por el amianto?» Le pregunté dónde había amianto. Entonces vivíamos en Renteria a unos ocho metros de la fábrica Paisa de Renteria. Allí sí que trabajaban con amianto. Nuestra madre no trabajó allí, pero sí respiraba el aire que echaba el ventilador que teníamos en frente de nuestra casa. En el documental se puede ver una fotografía hecha desde el tejado de Paisa y la cercanía con la vivienda. Vivimos 10 años allí. Como el amianto tarda muchísimo en manifestarse, porque tiene un período de incubación de aproximadamente 10, 25 y 30 años, a nuestra madre se le manifestó 30 años después y murió de mesotelioma pleural por haber inhalado amianto.
¿Con cuántos años murió?
Con 60.
¿Por qué ese título de «La Plaza de la Música?
La fábrica Paisa se desmanteló en 1975 y el Ayuntamiento hizo un plaza muy agradable y simpática, y le puso de nombre Plaza de la Música. No sé exactamente el porqué. Lo que sí sabemos es que coincide con la ubicación exacta de esa fábricas que utilizaba el amianto sin prevención alguna ni para sus trabajadores ni para el exterior de la empresa.
¿Es un nombre bonito para un lugar que encierra una historia con tanto drama?
Sí, tanto drama… Sí. Es una reivindicación un tanto sentimental que aparece al final de la película: en vez de Plaza de la Música debería haber sido Plaza de las Víctimas del Amianto, con tantos nombres como mujeres y hombres cayeron allá, no sólo de trabajadores y trabajadoras, sino de vecinos.
¿Cómo se le ocurre hacer una película con la temática del amianto?
El cine que hago está ligado a mi experiencia concreta. Para mi, el saber que mi madre murió hace 30 años, y conocer hace algo más de seis meses que había muerto por culpa del amianto supuso un golpe emocional muy fuerte y profundo. No tenía ni idea de lo que era el amianto, ni de las propiedades malignas que tiene este polvo. Me dediqué a investigar y me he encontrado con un panorama increíble. No sólo en mi entorno, sino en Gipuzkoa, la cantidad de víctimas que hay… en todo el mundo. He descubierto para mi sorpresa algunas de las claves del capitalismo salvaje, que es capaz de prohibir el amianto y el polvo dañino para sus trabajadores del primer mundo, los que les votan a ellos, y exportárselo al tercer mundo con toda la inmoralidad y jeta.
¿Es un viaje desde su interior?
Sí. La película es un viaje desde el interior de mi corazón, que recibe un impacto. Voy ampliando los círculos. El primero, mi hermano Javi; luego, la vecina del barrio, luego los trabajadores de la fábrica de Renteria; luego el problema del amianto a nivel del Estado español; y se termina la excursión en las playas de la India, donde desguazan el paquebote France, que es el símbolo de lujo más desenfrenado. Es el símbolo de la muerte que se lleva a desguazar al tercer mundo, sin importarles el peligro que corran allí.
¿Qué les transmite a los familiares, a la gente que está trabajando o que estuvo en contacto con el amianto?
Lo primero, un homenaje a toda esta gente que ha fallecido y ha sido víctima del amianto, que somos muchos. Quiero, por otro lado, que no vuelva a pasar. Mi película tiene un aspecto informativo muy fuerte de qué es el amianto, dónde está, cómo se previene, etcétera, y a nivel jurídico y de prevención, dónde hay que moverse. Y, por otro lado, está esa solidaridad con las víctimas, que son mis héroes.
¿Está de acuerdo con crear un fondo de compensación?
Por supuesto. Que no sea una palabra, que sea una realidad., Que se nutra correctamente de los fondos que deben llegar. Se deben pringar la patronal, las mutuas y los servicios públicos de salud. Con lo que he tenido que investigar, me he dado cuenta que hay un mogollón de amianto en los edificios, en la industria. Creo que la prevención es esencial. El amianto es tan terrible que, si lo localizas con la enfermedad desarrollada, es imposible atajar. Hay que prevenir. Es necesario.