Qué terrible debe ser para un ser humano verse rodeado de otros que viven a cuerpo de rey sumido en la pobreza; y qué más terrible todavía no será la vida de una madre que no solo ella sufre la carencia de lo indispensable sino que, para alimentar y dar cobijo a sus hijos ha […]
Qué terrible debe ser para un ser humano verse rodeado de otros que viven a cuerpo de rey sumido en la pobreza; y qué más terrible todavía no será la vida de una madre que no solo ella sufre la carencia de lo indispensable sino que, para alimentar y dar cobijo a sus hijos ha de recurrir a la generosidad, a la filantropía o a la prostitución del cuerpo, pues la prostitución de la conciencia no tiene que ver con la pobreza sino con la ambición y el desprecio de los demás.
La literatura mundial de todos los tiempos ha dedicado incontables páginas al trance. La pobreza fue un estigma explicado y aun justificado en todas las culturas, por retorcidos argumentos religiosos, teológicos o pseudofilosóficos o pseudocientíficos. La fortuna y disfortuna, el éxito y la desgracia forman parte de la leyenda que los razonamientos preñados de insensatez han atribuido a lo largo de la historia de la humanidad al merecimiento y al desmerecimiento. La enfermedad y la penuria fueron durante casi toda esa historia castigos llegados del cielo…
Es cierto que la pobreza no viene por la disminución de las riquezas sino por la multiplicación de los deseos y que quien sabe cu á nto basta, siempre tiene bastante, pero el sufrimiento que viene de la carencia se agrava por inevitable agravio comparativo. Pues, rodeado un ser humano de otros que viven sin sobresaltos ni esfuerzo alguno para merecer lo que poseen salvo por causa de su astucia y por la desaprensión hacia sus semejantes en la mayor í a de los casos, aún aliviado por la resignación su vida ha de resultar necesariamente no sólo dura sino a menudo indeseada.
En los estudios exhaustivos que hoy se hace de todo, se distingue la pobreza relativa de la pobreza absoluta. Sobre la pobreza relativa Adam Smith dice en «La riqueza de las naciones» : » por mercanc í as necesarias entiendo no s ó lo las indispensables para el sustento de la vida, sino todas aquellas cuya carencia es, seg ú n las costumbres de un pa í s, algo indecoroso entre las personas de buena reputaci ó n, aun entre las de clase inferior. En rigor, una camisa de lino no es necesaria para vivir. Los griegos y los romanos vivieron de una manera muy confortable a pesar de que no conocieron el lino. Pero en nuestros d í as, en la mayor parte de Europa, un honrado jornalero se avergonzar í a si tuviera que presentarse en p ú blico sin una camisa de lino. Su falta denotar í a ese deshonroso grado de pobreza en el que se presume que nadie podr í a caer sino por una conducta en extremo disipada» . Y por pobreza absolut a se entiende desde tiempo inmemorial un estado de privaci ó n o falta de recursos para poder adquirir una » canasta de bienes y servicios » necesaria para vivir una vida m í nimamente saludable.
Pero no voy a elucubrar más sobre la pobreza. Lo que quiero resaltar es que si en el mundo se calcula que una sexta parte de la humanidad es pobre relativo o absoluto, en la sociedad española hay unos 3 millones de pobres cuya supervivencia depende del altruismo , y aún quedan oficialmente otros 5 millones que carecen de empleo y por tanto de recursos suficientes para una vida digna. Pero aún ahí están 16 millones que trabajan, para otros no para sí mismos, cuyas condiciones generales nos hacen suponer que viven temblando por el temor fundado a perderlo. Y, por otro lado, ¿qué clase de vida puede ser la de millones que aun empleados no pueden arriesgarse a formar una familia destinada a la privación? Pero aparte la desgracia de quien sufre ya de pobreza o ha caído en la pobreza, hay otro factor añadido que la hace en estos tiempos en España especialmente aguda. Y es el sentimiento de engaño que acompaña a la ficción de vivir en una sociedad libre, que conduce en demasiados casos a la desesperanza; desesperanza al percibir que dicha falsa libertad s ó lo s irve o es útil… para quitarse uno la vida. Y hoy no hay esperanza que no esté fabricada por el deseo o por la ilusión voluntaria, pues el planeta se agota, el mundo va a menos y la desigualdad entre los seres humanos, en lugar de estrecharse se agranda de manera exponencial.
Ya el gran Anatole France decía que hurtar un panecillo es el mismo delito para el rico como para el pobre… Sea como fuere, me he prometido que de ahora en adelante no tendré en consideración idea o razonamiento que no sean válidos por igual, tanto para el ser feliz como para el desgraciado, para el afortunado como para el que se ha cebado en él el infortunio, para el rico como para el pobre. Pues, habida cuenta que por fin se ha esfumado la ya increíble justificación del privilegio y de la desigualdad una vez que ha quedado al descubierto que no es la inteligencia verdadera (que la repudia como premio material a la aptitud) la que crea la riqueza y los motores del trabajo sino la ominosa capacidad para explotar a otro y depredar, toda idea política, social o filosófica cuya interpretación y significado prescindan de la ineptitud de un solo ser humano y de sus circunstancias adversas, habrán de resultarme en absoluto retóricas (que es tanto como decir palabrería), inhumanas para lo que se espera de una sociedad desarrollada, y por esto mismo abominable s…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista.
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