No es un secreto para nadie que el tema de la emigración ha estado en el centro de los debates cubanos durante los últimos cincuenta años y que en la actualidad son muchos los que consideran que se debe hacer una revisión a fondo, respecto a la forma en que la política cubana enfrenta esta […]
No es un secreto para nadie que el tema de la emigración ha estado en el centro de los debates cubanos durante los últimos cincuenta años y que en la actualidad son muchos los que consideran que se debe hacer una revisión a fondo, respecto a la forma en que la política cubana enfrenta esta problemática.
Vale comenzar por decir que la emigración no es mala en sí misma. Al contrario, desde su origen, el hombre ha sido un ser migrante y en buena medida el desarrollo de la humanidad ha estado dado por la capacidad del ser humano para emigrar, adaptándose a todo tipo de clima, alimentación y nuevas condiciones sociales. Hoy día, se trata de un fenómeno mundial, muy relacionado con el factor motivacional que conlleva el desarrollo desigual de los países y las posibilidades que brindan los avances del transporte y las comunicaciones.
Esto no quiere decir que la emigración no tenga también consecuencias indeseadas. El robo de talentos, el drenaje del potencial de sus fuerzas productivas, el deterioro de la institución familiar y el trato discriminatorio que reciben en los países receptores, son problemas que afectan de manera común a los emigrantes y al conjunto social de los países pobres. También muchas veces la migración es funcional a los mecanismos de explotación de los trabajadores en las sociedades receptoras, donde los inmigrantes son aprovechados para disminuir los salarios y diluir los conflictos clasistas, lo que sirve de aliento a la xenofobia, la discriminación y el odio entre los pueblos.
En el caso cubano, la emigración contemporánea ―digamos desde el triunfo de la Revolución hasta la fecha― está íntimamente relacionada con la política llevada a cabo por Estados Unidos contra la Isla. Concebida para drenar a Cuba de su capital humano, desarticular la estructura social y crear en el exterior las bases sociales de un movimiento contrarrevolucionario que no tenía asidero dentro del país, la emigración cubana ha cumplido una función contrarrevolucionaria, que explica tanto el trato excepcional recibido por el gobierno norteamericano, como la política cubana frente a la misma.
Bajo la presión estadounidense, buena parte del resto del mundo se sumó a esta estrategia, convirtiendo a cualquier emigrante procedente de Cuba en un refugiado político, lo que posibilita el asilo automático de todo aquel que lo solicite. De esta manera, aunque por razones nada humanitarias, los emigrados cubanos son las únicas personas en el mundo para los que no aplica la figura del inmigrante ilegal y ello, junto con la calidad de estos inmigrantes, hay que agradecérselo también a la Revolución.
Inserta en el conflicto entre los dos países, la política migratoria cubana ha tenido un carácter esencialmente defensivo que, aunque con matices determinados por las coyunturas, ha partido de premisas hasta ahora vigentes; a saber, la emigración no es conveniente para el país, por lo que limitarla constituye un acto legítimo de defensa y, aunque parezca contradictorio, una vez que la persona emigra, es preferible que no regrese, sobre todo de manera definitiva.
El conflicto político también ha limitado el contacto natural entre los emigrados y la sociedad cubana, aunque vale decir que han sido los grupos contrarrevolucionarios y el gobierno norteamericano los principales responsables de esta situación. La verdad es que el bloqueo y el resto de las agresiones de Estados Unidos contra Cuba, impide las relaciones normales entre los dos países y los emigrados cubanos están incluidos en esta lógica.
Considerando que la política norteamericana no ha cambiado, ¿qué razones pueden aconsejar una visión distinta de la política cubana hacia el problema de la emigración? Digamos que muchas y me animo a citar algunas:
En primer lugar, la transformación de la propia realidad de Cuba. Hoy día son otros los factores que determinan el interés de emigrar y otras las relaciones de los emigrados con la sociedad cubana. Sin duda, como en cualquier país pobre, el factor económico constituye el elemento decisivo en la motivación de emigrar de muchas personas y ello, aunque la ilusión de una mejor realización personal está presente, no solo responde a un interés individual, sino a un compromiso con la familia que permanece en el país. En esas condiciones, es imposible que la sociedad cubana identifique al emigrado como el enemigo, tal y como ocurría en los primeros años.
Tal transformación de la percepción respecto a la emigración, se corresponde también con los cambios ocurridos en la composición social de los emigrados y su función contrarrevolucionaria. A diferencia de los primeros emigrados, representativos de los sectores más privilegiados de la sociedad cubana pre revolucionaria, desde 1980 emigran de Cuba personas de origen popular, formados dentro del proceso revolucionario y, por tanto, ajenos al proyecto restaurador neocolonialista que ha caracterizado a la contrarrevolución.
Gracias a ellos se ha transformado, al menos en parte, la base social que ha sustentado al movimiento contrarrevolucionario en el exterior del país. No importa cuáles sean sus diferencias con el régimen de Cuba; en el caso de la nueva emigración no estamos en presencia de un conflicto de naturaleza clasista, donde las posiciones de ambos bandos resultan irreconciliables. Aunque el peso de estas personas aún no es decisivo en el entorno político de la comunidad cubanoamericana, ya se nota su influencia en el balance de las fuerzas existentes y un mejoramiento de sus relaciones con su Cuba puede contribuir a esta tendencia.
*Jesus Arboleya Cervera es escritor y profesor de historia.