«Lo que es uno lo es, o según el número, o según la especie. O según el género, o según la analogía; es uno por el número aque- llo cuya materia es una; por la especie, aquello cuyo enunciado es uno; por el género, lo que tiene la misma figura de la predicación, y según […]
(Aristóteles, Met. V, 7)
La prohibición de Bildu lleva hasta las últimas consecuencias la lógica del antiterrorismo, que constituye uno de los principios fundamentales de la «democrcaia antiterrorista» heredera del franquismo. Efectivamente, los argumentos que sustentan la prohibición de Bildu nada tienen que ver con los supuestos que permitirían en una democracia capitalista «normal» prohibir una organización política. En aras de la defensa de los derechos de asociación y participación política, estos supuestos tendrían que ser sumamente limitados y no admitir extensión alguna por analogía: sólo puede prohibirse, en efecto, una organización que aporte una ayuda necesaria a un grupo subversivo armado para la realización de sus actividades armadas. Se juzgan, por lo tanto, los actos y no las intenciones, y aún menos las intenciones supuestas.
Toda extensión de ese motivo inicial de prohibición constituye un posible atropello contra las libertades, pues, por extensión, la analogía del delito termina por cubrir al conjunto de la ciudadanía. Si se utiliza el concepto extrajurídico y antijurídico de «terrorismo» en el marco del derecho penal normal, nos encontraremos con una completa subversión de su sistemática. Veamos. Todo el mundo conviene en que es terrorista quien realice atentados armados contra civiles con fines políticos e incluso en que también lo son quienes aportan una ayuda material a la realización de las acciones armadas. Sin embargo y mediante el uso sistemático del principio de analogía, el concepto de terrorismo alcanza a toda persona que apoye moralmente o inspire intelectualmente al terrorismo. Así, un partido que apoya los fines independentistas y socialistas de esta «es ETA» como afirma brutalmente la doctrina Garzón. También «es ETA» quien se niegue a condenar las acciones de ETA en un país donde el actual partido del gobierno no ha condenado el terrorismo de Estado y el primer partido de la actual oposición se niega a condenar, siguiendo en ello al Jefe del Estado, la sangrienta dictadura del Generalísimo Franco.
El problema es que la cosa no para ahí, ni puede detenerse en ningún punto. El principio de analogía, una vez se aplica como regla de método -la metafísica de Aristóteles que en él explícitamente se sustenta, así nos lo enseña- termina cubriendo el conjunto de la realidad. Todo el que no sea puro es sospechoso y, por ser sospechoso, es ya en cierto grado culpable. Aplicado a la política, es el principio de todo racismo, el que durante el nazismo imponía explorar sistemáticamente hasta la más mínima conexión de un individuo con la raza judía. Toda división toda ambigüedad, toda impureza eran inaceptables cuando se trataba en el régimen nacionalsocialista de defender a la raza aria del complot judío mundial y sigue siéndolo ahora, cuando se trata de defender al Estado de derecho de la lacra terrorista. Todo el que no comulgue al 200% con las políticas y legislaciones antiterroristas es cómplice del terrorismo y, en último análisis, terrorista. Una correcta aplicación del principio de analogía lleva así al PP a considerar que el PSOE es cómplice de ETA por haber iniciado con esta organización hace años unas negociaciones de paz, por cierto abortadas por la intransigencia del gobierno. A ello responde el PSOE que el PP también negoció con ETA y que, si cabe, aún fue más cómplice, pues hizo toda una serie de concesiones a las que el PSOE siempre se ha negado.
Por supuesto, cualquier ciudadano, que independientemente de su filiación política no condene a ETA o no condene a los que no la condenan, también «es ETA». Cualquier ciudadano que dé prioridad a la aplicación de las leyes penales normales y critique la normalización de la excepción en nombre de los «derechos de las víctimas», también será sospechoso de complicidad con ETA y, por analogía «es ETA». Quien acepte que un condenado de ETA, una vez cumplido el máximo efectivo de su pena tiene que quedar libre, digan lo que digan las víctimas, pues en una democracia la dimensión universal y pública de la ley debe desplazar a la esfera privada el comprensible odio y afán de venganza de víctimas y parientes, también «es ETA». Quien se oponga a la práctica de la tortura y dé crédito a quienes la denuncian «es ETA». Quien se niegue al linchamiento de los militantes y supuestos simpatizantes de ETA «es ETA». Quien tenga algo que objetar contra el lanzamiento de un bomba atómica táctica sobre las localidades donde esté más representada la izquierda abertzale o incluso, de manera preventiva, contra el conjunto del País Vasco -esta vez sí, incluida Navarra- «es ETA». Nunca el odio y el afán de venganza será lo suficientemente puro. El más extremista del antiterrorismo, si hace análisis de conciencia, terminará encontrando dentro de sí algún pequeño escrúpulo que le haga dudar de la «solución final». El también «es ETA». Yo, con todos estos cuestionamientos y por mucho que me haya hartado de criticar la violencia de ETA y la del Estado como sangrientos frutos de un mismo principio de soberanía, «soy ETA». Bildu, sus listas y sus candidatos, aunque sean la única organización política del Estado Español que rechace de manera explícita la violencia sin hacer excepciones en favor de ETA, de FRanco o de los GAL, también «son ETA».Usted, cualquiera de ustedes, «es ETA».
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