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Prólogo de Alfonso Sastre

La Question, de Henri Alleg

Fuentes: Rebelión

«La question», Henri Alleg [Y una entrevista de Gilles Martin a Henri Alleg]. Prólogo de Alfonso Sastre. Nº de páginas: 148. Editorial Hiru, Hondarribia 2010


La question, que fue publicado en 1958, es un libro clave de la historia de la guerra de Argelia. En el momento de su publicación su autor, Henri Alleg, continuaba detenido en las prisiones del Estado francés por «reconstitución de organización disuelta (el Partido Comunista Argelino) y atentado contra la seguridad del Estado».

El impacto del testimonio de Alleg es enorme, y la terrible sinceridad del relato arroja una luz sin concesiones sobre los primeros años, llenos de mentiras, de la guerra. En La question Henri Alleg relata su detención y secuestro por los militares franceses y desvela las terribles torturas de las que fue víctima. Jean Paul Sartre captó en un célebre artículo toda la dimensión del texto: «El tranquilo valor de una víctima, su modestia, su lucidez nos despiertan para desmitificarnos: Alleg acaba de sacar la tortura de la noche que la cubre». Hoy presentamos en castellano este libro breve que sin embargo es un enorme y descarnado testimonio de las torturas sufridas -con una dignidad estremecedora- por Henri Alleg. Su relato es, así mismo, un gigantesco grito por la verdad histórica y contra cualquier tipo de colonialismo y sus métodos de «pacificación».

Con este libro -en palabras de Alleg- «se ayudará a los más jóvenes (dos generaciones de franceses nacieron después de la insurrección de noviembre de 1954), abandonados voluntariamente en la ignorancia, a conocer este pasado reciente y a sacar de él enseñanzas para el futuro. Un futuro cargado de amenazas y de tormentas que habrá que afrontar. Porque no se excluye que surjan otros conflictos -ya son numerosos- en tal o cual parte del mundo donde se llame a jóvenes franceses a intervenir para ‘combatir el terrorismo’, ‘salvar la democracia’ y ‘defender la libertad’, cuando el verdadero motivo de intervención es explotar yacimientos de petróleo, de gas, de mineral, de diamantes, e impedir que algún pueblo se libere».

Prólogo de Alfonso Sastre: PRESENTACIÓN PARA HOY

La edición en castellano de esta obrita, ya clásica, sobre la tortura fue un proyecto de Eva Forest, pionera entre nosotros de las investigaciones sobre este tema y de actividades de denuncia como las que hoy desarrolla Torturaren Aurkako Taldea (TAT) en Euskadi; un proyecto que hoy por fin se cumple. Ella dedicó una gran parte de su vida a esta cuestión, desde los tiempos del franquismo y muy especialmente durante el posfranquismo; y nos ha dejado una considerable obra, parcialmente editada en libros que quedarán reseñados al final de estas líneas.

En cuanto a La Question de Henri Alleg, su autor la escribió para denunciar a los torturadores franceses durante la guerra de liberación de Argelia y circuló en su momento ilegalmente. Un gran movimiento intelectual se hizo eco de su denuncia y se publicaron obras que también reseñamos aquí. (Yo también me hice eco de su relato y lo trasladé a los escenarios en mi drama En la red).

La palabra «question» significa en francés cuestión, pregunta, proposición, y «questionner» preguntar, pero también hace referencia a la tortura, ya que «appliquer la question», según los diccionarios de siempre, es como decir en español «poner en el potro, en el tormento». Por eso, una de las posibles traducciones de este título sería El interrogatorio.

Cuando apareció el libro en Les Editions de Minuit yo entendí su título en un doble sentido: como «interrogatorio», efectivamente, pero también como una clave para la comprensión de la situación política y ética en que se producía aquel conflicto.

El trato inhumano de los detenidos por las fuerzas paracaidistas francesas partía de la base de que aquellos detenidos generalmente lo eran mediante redadas que se efectuaban masivamente en los barrios y en los pueblos sin discriminación alguna, de manera que caían en aquellas redes personas no implicadas en la lucha anticolonial, sobre las que se realizaba, torturándolas, un «triage» (una selección) a la busca ciega de militantes implicados en aquella lucha. Ello era una expresión certera de las relaciones existentes entre colonizadores y colonizados. La ideología de los colonizadores, bajo el grito Algerie française!, esa era la cuestión: la cuestión de fondo.

Creo que un lector de hoy también puede leer así este libro, como un testimonio que desborda los límites del tema de la tortura propiamente dicha, aplicada en los interrogatorios y aquí tan bien descrita y tan sencillamente por alguien que la padeció y sobrevivió dignamente a ella: a los golpes, a la electricidad y a la droga (el pentotal); entendiendo esos hechos como signos capaces de desvelar y revelar las entraña de aquellos horrores: la opresión colonial, que era la verdadera cuestión, y también las complejidades de las violencias humanas. En aquellas zahurdas estaba la tortura; en las calles estallaban bombas como un elemento de la lucha por la liberación de Argelia. Violencia y violencia. Violencias contra violencias. ¿Por qué? ¿Cómo?

Muchas conciencias se sentían desgarradas ante tales hechos, y resultaba sorprendente para franceses bienpensantes que Jean- Paul Sartre declarara, en lugar de «condenar el terrorismo», que las bombas son el arma de los pobres. O que, en el prefacio a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon, nos dijera cosas como ésta: «El colonizado se cura de la neurosis colonial expulsando al colono con las armas. Cuando su ira estalla, recupera su transparencia perdida». O: «Cuando los campesinos reciben los fusiles, los viejos mitos palidecen, las prohibiciones desaparecen una por una; el arma de un combatiente es su humanidad». O que, con la lucha armada, «La Nación se pone en marcha: para cada hermano (la Nación) está en dondequiera que combaten otros hermanos». «Son hermanos -añade- porque cada uno de ellos ha matado o puede, de un momento a otro, haber matado». Es un caso claro, entre nosotros, de «apología del terrorismo», pero De Gaulle en Francia era de otra índole que la cerril derecha española; él se había puesto al frente, aunque de modo tardío, de la Resistencia francesa (más bien, internacional) contra la ocupación nazi, y supo decir que: «No se puede encarcelar a Voltaire». (La extrema derecha sí atentó contra la vida de Jean-Paul Sartre en su domicilio del Barrio Latino de París).

Hubo una pléyade de intelectuales que analizaron el tema de la violencia, entre quienes hay que destacar precisamente a Frantz Fanon, que, en el libro citado y en Sociología de una revolución y otros trabajos analizó lúcidamente la relación colonizador-colonizado y todo lo que esa relación comporta, que no es otra cosa que lo que ocurre, en general, entre los opresores y los oprimidos.

Yo soy uno de tantos deudores de aquellas revelaciones y análisis de las violencias, indeseables todas pero no iguales, hasta el punto de que me atreví a decir que la metralleta de un sicario se metamorfosea cuando pasa de sus manos, acaso en un combate, a las de un guerrillero (¡siendo la misma, ya no es la misma arma!), y pude establecer que los opresores llaman guerra -y hasta guerra justa y humanitaria- a su terrorismo y terrorismo a la guerra -¿injusta?- de los oprimidos. Una complejidad efectivamente lacerante.

En cuanto al tema propio de este librito, la tortura, pensemos que, mientras que la violencia guerrera es indeseable en cualquier caso pero «no es lo mismo», y que un guerrillero revolucionario no sólo «no es lo mismo» sino que es «lo contrario» que un sicario al servicio de la explotación capitalista de la especie humana, la práctica de torturas es tan repulsiva en uno como en otro caso: tanto si se produce en las filas de los opresores como si se da en las de los oprimidos. Ella es odiosa en cualquier caso y de cualquier manera, y quienes la practican se convierten, ipso facto, en pura mierda, hablando mal y pronto.

La práctica de la tortura es, sin embargo, una vergüenza que sigue acompañando a la Humanidad -¿forma parte de la estructura de estos sistemas?- , y de modo especial en algunas áreas y regiones. Su actualidad es permanente, por desgracia, y más para quienes vivimos en lugares en los que esa práctica repugnante sigue siendo una «gangrena» cotidiana.

Pero además La Question no es sólo un inquietante testimonio de aquel (de ese, de este horror) sino, por ello mismo, una fuente de pensamiento; y su edición en lengua castellana una idea muy afortunada. Sea su presente edición un homenaje implícito a quien soñó realizarla y no pudo llegar a hacerlo.

Hoy, cuando por fin se presenta, y además acompañada de una entrevista de Gilles Martin que permite al autor resumir y aclarar sus ideas, que yo comparto en su integridad, comprobamos que sus planteamientos, referentes a un período concreto de la historia de Francia, siguen siendo hoy entre nosotros, en los territorios del Estado Español, de ardiente actualidad. Aquí también se da -se sigue dando- una gran complicidad social, que abarca a jueces, políticos y altos funcionarios -por supuesto a policías y guardias civiles- con los torturadores que, así, campan por sus respetos, a pesar de las advertencias de alto nivel internacional que ya se han producido. Se oculta públicamente la verdad y se atribuyen las denuncias de torturas -como ocurrió entonces en Francia- a las mentiras de «una banda», a la superchería de unos «terroristas», tal como ocurrió en aquellos años en Argelia. Políticos de todos los niveles no dejan de «condenar toda la violencia» y de aceptar sin embargo esta «gangrena» (como se la definió en la Francia de aquellos años) en sus propias filas, donde se practica según consta en tanta documentación irrefutable hoy. (En este sentido, es notoria y admirable la actividad del TAT en el País Vasco y de varias beneméritas asociaciones en España).

La lamentable actualidad del tema es puesta -repuesta- de manifiesto de un modo claro e inequívoco en la entrevista citada al principio y recogida en este libro junto al texto memorable de Alleg, el cual recuerda que entonces allá -igual que ahora aquí- la tortura era una vergüenza pública, sin embargo oficialmente negada, «ignorada», y que las generaciones posteriores han seguido ignorando merced al espeso silencio que pesó sobre ella hasta que en altos medios militares franceses se reconoció -orgullosamente, claro- su existencia en el próximo pasado francés, y ello escandalizó por fin a algunos grupos de franceses que entonces se echaron las manos a la cabeza, demasiado tarde evidentemente.

Oficialmente ignorada, decimos; lo mismo que viene ocurriendo aquí desde el franquismo y como una detestable herencia de aquella situación generada por la guerra civil. La cosa sigue sucediendo, todo el mundo lo sabe, pero es mentira.

Es terrible que a estos políticos españoles «socialistas» de hoy, como a los políticos «socialistas» franceses de entonces, no se les caiga la cara de vergüenza. ¿Tendrán que avergonzarse algún día por ellos sus futuros nietos? ¿Habrá que esperar hasta entonces?

Otras situaciones también propias de nuestro hoy se recogen en la entrevista de Alleg, como la tozudez con que los franceses gobernantes ignoraban el carácter político del conflicto o la misma tozudez con que declaraban estar en «el último cuarto de hora» del terrorismo, hasta que tuvo que ponerse al frente de la situación una persona que no era partidario, desde luego, de la soberanía de los pueblos, pero que disponía de la inteligencia necesaria para entender que aquella cuestión nunca se resolvería por medio de las armas y de la represión. Así, tuvo que ser el General De Gaulle quien decidiera abrir una puerta para la paz y quien opuso su prestigio militar al «cuarterón de generales» que proyectó enviar a sus fuerzas paracaidistas, armadas hasta los dientes,  a la conquista de París, donde yo me encontraba entonces. Pero esa, como decía un notable escritor, «es otra historia».

P.S. UNA NOTA POLÍTICA

En el orden político, se da una diferencia muy importante entre el «caso argelino» de entonces y el «conflicto vasco» que ya dura tantos años, en el sentido de que la independencia en este caso no es la condición para el establecimiento de la paz en los territorios del Estado Español, sino que aquí y ahora bastaría para una declaración de «paz perpetua» por parte de la organización ETA, según mis lecturas, con que un serio planteamiento independentista y revolucionario no fuera excluido de la legalidad como hoy lo está por la Constitución Española vigente (1978).

Según nuestras lecturas, la organización armada vasca, a diferencia de aquel FLN argelino (con lo que queda marcada la diferencia entre una y otra situación), propone una vía política que pudiera conducir a un escenario de independencia en el caso de que así lo expresara en las urnas la voluntad popular vasca (lo que parece muy razonable).

Cierto que para ello sería necesaria una reforma de esta Constitución que acabara con el fetiche, tan caro a los falangistas, de la «sagrada unidad de España».

En el caso de Argelia, la guerra habría continuado mientras no se obtuviera la independencia y con ese alcance radical fue obtenida -pese a los muchos y variados energúmenos de la Algérie française!- porque en la derecha francesa, tal como hemos dicho, hubo aquella mente pensante que fue la del General De Gaulle. Vale. A.S.