Estimado Juan Manuel Hidalgo: Como aficionado a la historia, he venido siguiendo la serie de documentales «La evolución del mal», donde, con tan admirable y bíblico lenguaje, asistimos a retratos de figuras tan variopintas como Hitler, Mussolini, Hideki Tojo o Papa Doc. O como Bin Laden, Sadam Hussein o Gadaffi. O como Stalin, Mao o […]
Estimado Juan Manuel Hidalgo:
Como aficionado a la historia, he venido siguiendo la serie de documentales «La evolución del mal», donde, con tan admirable y bíblico lenguaje, asistimos a retratos de figuras tan variopintas como Hitler, Mussolini, Hideki Tojo o Papa Doc. O como Bin Laden, Sadam Hussein o Gadaffi. O como Stalin, Mao o Kim Jon Il, que de todo hay en la viña del Señor. Todos ellos unificados bajo este concreto membrete: el mal.
No es que me sorprenda la obsesiva insistencia en ese paradigma que equipara la bota inclemente del fascismo con su histórico y acérrimo enemigo: el movimiento comunista (tratando de disimular que suponen justo lo opuesto en cuanto a composición, programa u objetivos). Comprendo que tiene que ser complicado que un paradigma tan burdo consiga calar en la gente. Y más en España, que de tiranías fascistas tiene alguna experiencia directa.
También he notado algo «raro»: cuando hablan de la URSS, China o Corea del Norte no hacen más que hablar de «los crímenes del comunismo», pero, en cambio, al hablar de Alemania, Italia o Haití todavía no he escuchado ni una sola vez la palabra «capitalismo». Interesante, ¿verdad?, y daría para mucho; pero ahora debemos centrarnos en otro asunto.
Es evidente que las políticas de Stalin y de Hitler no satisficieron a las mismas clases sociales en sus respectivos países (o que Gadaffi no fue precisamente simpático a las potencias imperialistas del mundo pero, en cambio, Duvalier sí). Y es que los industriales y los banqueros fueron expropiados en la URSS, mientras que en la Alemania nazi se hicieron de oro. Debate aparte sería otro: la idea de que Stalin podía expropiar a los terratenientes en un inmenso país agrario o superar la peor agresión bélica de la historia sin enfrentar una oposición salvaje y graves conflictos sociales internos (o incluso entonando alegres canciones) resulta, cuanto menos, ingenua. Asimismo, muchos serían los matices si entráramos a valorar la legitimidad o la «humanidad» del zarismo o de los kulaks rusos a quienes tan «salvajemente» hubo que derrocar (no como la Revolución Francesa, que fue muy pacífica…).
Señor Juan Manuel Hidalgo: supongo que usted me diría que el objetivo de estos documentales ha sido retratar casos de asesinato, de represión política o de quiebra de los llamados «derechos humanos» en el último siglo sin establecer mayores matices en cuanto a contexto, causas o ideologías. Respeto eso.
Eso sí, si se trata de retratar ese tipo de casos, independientemente del ideario político de sus actores, quería advertirles de algo. Y es que, según parece, se les tienen que haber perdido algunas cintas pertenecientes a otros capítulos «sorprendentemente» (en realidad no) olvidados de la historia negra del siglo XX y protagonizados por los que, por omisión, en esta serie quedan encuadrados como «el bien».
Por ejemplo, se les ha perdido la cinta de Lyndon B. Johnson, el presidente yanqui que, cegado por su ideología anticomunista visceral, impulsó la criminal invasión militar de Vietnam (tan eficientemente continuada por Nixon). Una invasión que liquidó a más de un millón de vietnamitas y en la que EE UU utilizó armas químicas (como el napalm y el agente naranja) contra la población civil. ¡Qué pena que no podamos ver retratado ese «mal»!
También se les ha perdido la cinta de George W. Bush. Un tirano que, ansioso de petróleo y de control geopolítico, invadió Irak en 2003 (al parecer, era tradición familiar) con una cifra de víctimas comprobadas que está aún por actualizar pero que, de momento, roza también el millón, entre los ejecutados por las tropas americanas y las víctimas del caos y el vacío legal generado. ¿Este «mal», señor Juan Manuel Hidalgo, tampoco merecía la pena contarlo?
¿Y qué hay de la cinta del siniestro Henry Kissinger, quien, en su responsabilidad de secretario de Estado de EE UU, planeó golpes de Estado, dictaduras y las más viles torturas contra Latinoamérica en el marco de la Operación Cóndor? ¿O la de Harry Truman, que ordenó la barbarie más atroz de la historia, lanzando dos bombas atómicas sobre civiles en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, cuando la guerra ya estaba prácticamente terminada, segando 300.000 vidas humanas de un solo golpe? ¿Eso no fue ningún «mal»?
¿Y René Coty, presidente de Francia y responsable último de esas operaciones de contrainsurgencia que, para impedir que la colonizada Argelia alcanzara la independencia, perpetraron todo tipo de crímenes y torturas enfermizas? ¿Y Balduino de Sajonia, monarca de Bélgica cuando, en 1961, Patrice Lumumba (el primer presidente de la por fin independiente República Democrática del Congo) fue ejecutado por órdenes de tan «democrático» país en su pretensión de volver a poner a África de rodillas? ¿Y Juliana de Orange, reina holandesa que vivió lujuriosamente a costa de la explotación y de la represión de Indonesia para, finalmente, convertirse en cómplice de los EE UU con ocasión del golpe de Estado del teniente general Suharto, que asesinó a más de medio millón de rebeldes y comunistas entre 1965 y 1966? ¿Dónde están las cintas perdidas de todos estos capítulos?
Supongo que en el mismo cajón donde ha quedado extraviada la cinta de Winston Churchill «corazón de león», el «civilizador británico» y defensor de la supremacía blanca y de la eugenesia que en 1920 declaraba estar «totalmente a favor del gas mortal contra las tribus incivilizadas y salvajes», que se jactaba de haber creado Jordania con un dibujo a lápiz, que creó los campos de concentración británicos de Kenia donde se recluía y torturaba a todo sospechoso de simpatizar con los Mau Mau, responsable de incontables víctimas en la India y de implementar estrategias sucias para enfrentar a este país con Pakistán… ¿Para cuándo emitirán en La 2 el capítulo sobre ese «mal», sobre ese tirano, sobre ese genocida que fue Winston Churchill, señor Juan Manuel Hidalgo?
Porque si, como cabe temer, finalmente va a resultar que los únicos «malos» de la historia son los enemigos del imperialismo estadounidense o del europeo, algunos llegaremos a la conclusión -por lo demás obvia- de que en los documentales televisivos no podemos encontrar más que propaganda en defensa de una idolatrada «democracia» occidental que, en realidad, y como los sueños de Goya, solo produce monstruos.
Atentamente.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.