Para la ultraderecha jamás la verdad ha sido un escollo para la consecución de sus propósitos. Sería cosa de escuchar a sus panelistas de la televisión y/o leer a sus columnistas y/o las editoriales de los medios de comunicación, que son casi todos los que existen en el país, para darse cuenta que la mentira […]
Para la ultraderecha jamás la verdad ha sido un escollo para la consecución de sus propósitos.
Sería cosa de escuchar a sus panelistas de la televisión y/o leer a sus columnistas y/o las editoriales de los medios de comunicación, que son casi todos los que existen en el país, para darse cuenta que la mentira es parte esencial de sus análisis. Sería cosa de leer a sus historiadores.
La verdad tiene una componente ética inseparable de su ejercicio. Quien habla públicamente está obligado a hacerlo con la verdad. O atenerse a las consecuencias, lo que en un país de verdad democrático cuesta caro. Para la ultraderecha mentir es un derecho divino.
Las dictaduras viven de la mentira. Jamás un tirano va a decir la verdad. Siempre sus motivaciones, fundamento de sus crímenes, son mentiras de cabo a rabo, urdidas por especialistas en el tema y sostenidas y perfeccionadas por su siempre bien dotado aparato de comunicaciones y comparsas.
Del mismo modo, para los traidores la mentira es el parapeto necesario e inevitable para sobrevivir al amparo de sus bajezas. Toda justificación de un traidor, es necesariamente una mentira.
La ultraderecha no tiene otro norte que el acaparamiento de riquezas justificados por verdades religiosas inmarcesibles, derechos ancestrales inexistentes y por linajes fatuos tanto como despreciables.
Así, que un Ministro, mentiroso desde siempre, salga con un chiste como ese de la interferencia, no debería poner a nadie con los pelos erizados como si fuera una conducta excepcional y no una forma de ser, una cultura, una especia de religión.
Este mismo ministro afectado por las interferencias, fue cómplice activo y entusiasta de la dictadura que cobró miles de muertos y desaparecidos y centenares de de miles de presos y torturados, sin embargo él jamás se enteró de esos excesos.
Afirmar que los políticos son mentirosos, en rigor, es una batología. Es como decir que los godos tienen sobrepeso.
Decir que un Ministro miente es como decir que cumple con su deber.
Si la política es una función degradada como inmoral por el sentir y el sufrir de la gente silvestre, lo será también porque consagra a la mentira como un medio legítimo y necesario.
Un ejercicio diario de salubridad mental debería ser poner en duda cada una de las cosas que se leen en los diarios y se escuchan en la televisión, dichas por ministros, parlamentarios y demás especímenes que viven a costa de la gente ingenua.
Para ministros como Chadwick, golpista de la primera hora, sostenedor del régimen criminal del tirano, premiado en Chacarillas en esa infamante puesta en escena propia del Tercer Reich, la verdadera interferencia, es decir aquello que interfiere con sus maquiavélicos plantes desarrollados por las urdideras desde donde sale las órdenes criminales, es la verdad.
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