El fascismo avanza en Europa. Lo demuestra no sólo el resultado de las elecciones del 7 de junio, donde 50 fascistas han logrado estar representados en el Parlamento, sino también el avance de la mediocridad ideológica en casi todos los países, incluido España, producto del miedo generalizado que avanza en la conquista de las conciencias. […]
El fascismo avanza en Europa. Lo demuestra no sólo el resultado de las elecciones del 7 de junio, donde 50 fascistas han logrado estar representados en el Parlamento, sino también el avance de la mediocridad ideológica en casi todos los países, incluido España, producto del miedo generalizado que avanza en la conquista de las conciencias. El miedo es la semilla del fascismo, que crece y se convierte en odio. En miedo y odio al inmigrante, al diferente, al vecino, a vivir.
Si llegásemos a deducir un paralelismo real entre la situación actual de Europa con la situación previa al auge del nazismo y el fascismo en el siglo XX, solo nos quedaría actuar en consecuencia para evitar consecuencias siquiera lejanamente similares a la que aquello supuso entonces.
Pero no solo esos 50 fascistas en el Parlamento Europeo son el reflejo del avance neofascista en Europa. No es necesario tener el pelo rapado, llevar botas militares y apalear inmigrantes para ser parte integrante de ese nuevo monstruo que crece tan cerca de nosotros. No hace falta ser de raza blanca, rubio y con ojos azules. No hace falta ni siquiera ser europeo. No hace falta ser de clase alta o acomodada. Es suficiente con tener miedo. Y el miedo lo siente hasta el mismo sudamericano que el otro día vieron votar al Frente Nacional, o al otro que votaba a Falange Española. También lo sienten todos aquellos inmigrantes que han votado al Partido Popular y que no quieren que lleguen más compatriotas a España, porque serán su competencia directa a la hora de encontrar un trabajo.
Y el fascismo no es solo miedo. También es el ensalzamiento de los valores más infames y mediocres del ser humano. El fascismo primero nos conquista culturalmente, y después, políticamente. El ejemplo más visible es la Italia de Berlusconi, donde tras años de control de casi todo el aparato mediático italiano, ahora se ha convertido en un personaje que no sólo se inmune a la corrupción, sino que además es envidiado y admirado por gran parte de la sociedad italiana.
Pero no hay que irse a Italia. Basta con mirar hacia Valencia, por ejemplo, donde la mayoría de la sociedad valenciana – que ha ido a votar – ha optado por apoyar a un partido salpicado por la corrupción, y cuyo líder afirma que «Camps es el más honorable de todos los valencianos».
Y es que en España, si los partidos de ultraderecha son totalmente marginales es por que su discurso está totalmente asumido por el Partido Popular, el partido que ha ganado las elecciones europeas.
Tengamos en cuenta también que ante el avance del fascismo la socialdemocracia no sólo es impotente, sino que es en parte responsable. Responsable por haber claudicado ideológicamente, no sólo en los últimos años, sino durante muchas décadas. Responsable por su cobardía ante el fascismo, como lo demostró en España yendose de vacaciones durante 40 años.
Coincide, no por casualidad sino por necesidad histórica, la claudicación de la socialdemocracia y el avance fascista, con la implosión de nuevos movimientos de resistencia y con el nuevo discurso de la reconstrucción comunista. Y es que lo único que ha demostrado ser capaz de parar el fascismo es el comunismo. El fascismo es el miedo. El comunismo el valor y la generosidad, como en nuestro país demostraron durante 40 años los militantes comunistas.
Se da la circunstancia también de que Izquierda Unida, en un contexto como este y en plena crisis provocada por el capitalismo, no ha sido capaz de llegar a la gente que se ve afectada por ella. Resiste electoralmente en Andalucía, precisamente porque allí existe un Partido fuerte y organizado. Fuera de Andalucía, todo es un desierto electoral y organizativo. En Europa solo los partidos europeos con una clara identificación comunista y una organización fuerte como en KKE griego, el PCP portugués o el AKEL chipriota han conseguido unos buenos resultados. Por eso es hoy de nuevo el PCE la única organización capaz de plantear una respuesta ante este avance de las posiciones y los valores neofascistas. Poco a poco, pero sin pausa, se reactivan comités locales, surgen nuevas agrupaciones, vuelven o llegan nuevos militantes, y los comunistas esperan una respuesta valiente del Partido. Una respuesta que debe concretarse en el XVIII Congreso del PCE, que deberá estar a la altura que lo están estando muchos comités locales, provinciales y algunas federaciones, que han comprendido la necesidad ineludible de una organización comunista fuerte, donde no sobre ningún comunista, pero donde sí sobren quienes pretendan utilizar de nuevo al PCE como trampolín para sus intereses. Y por tanto, todos y todas las militantes del PCE debemos dedicar todos nuestros esfuerzos durante los próximos meses para que nuestro Partido consolide en el próximo Congreso el rumbo que le está marcando la historia y la militancia.