Quosque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?[i]. El acuerdo del pasado Consejo de Ministros de proponer la elevación de la edad de jubilación de 65 a 67 años, la ampliación del periodo de tiempo para el cálculo de las pensiones – con el evidente objetivo de reducir su cuantía – y el anuncio para el próximo […]
Quosque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?[i].
El acuerdo del pasado Consejo de Ministros de proponer la elevación de la edad de jubilación de 65 a 67 años, la ampliación del periodo de tiempo para el cálculo de las pensiones – con el evidente objetivo de reducir su cuantía – y el anuncio para el próximo día 5 de febrero de los contenidos de una nueva reforma laboral – que sin duda alguna supondrá nuevos recortes de derechos laborales – , son las gotas que deben colmar el vaso de la paciencia de los trabajadores y trabajadoras.
Con 5 millones de desempleados, 1.200.000 familias con todos sus miembros en el paro, mientras se volatiliza el empleo precario creado en tiempos de beneficios empresariales fabulosos, cuando reforma tras reforma laboral se han endurecido los requisitos para acceder a la prestación por desempleo o a la jubilación; ahora que se han transferido centenares de miles de millones de euros a la banca y a la industria automovilística, que se han reducido sin parar los impuestos a las grandes fortunas y a los beneficios empresariales, las cotizaciones de la patronal a la seguridad social; ahora que se mantiene un fraude fiscal (del capital, claro) calculado en, al menos, 130.000 millones de euros, justo ahora, el Gobierno del PSOE, aprovechando la parálisis catatónica que, por el momento, es la expresión generalizada del pánico de la clase obrera, pretende descargar sobre ella la totalidad del coste de la crisis.
Pero lo más grave no son los recursos que nos arrancan, precisamente en la última etapa de nuestra vida, cuando nuestro cuerpo y nuestra mente ha envejecido y se ha desgastado produciendo la riqueza que nos han ido expropiando y que engrosa sus insultantes beneficios.
El colmo de la alienación y de la manipulación se expresa cuando el Gobierno y sus «expertos» sitúan el diagnóstico, y a partir de él su tratamiento, en el aumento de la esperanza de vida y, dicen ellos, el correspondiente incremento del tiempo transcurrido desde la jubilación hasta la muerte del trabajador. Lo que debería constituir, si fuera así, un avance indiscutible del desarrollo humano, es un obstáculo para que la bestia del capital siga engordando, es decir para que funcione la prioridad absoluta que rige la sociedad y a la que se supedita cualquier consideración que afecte a las personas que la integran.
Aunque no hubiera miles de ejemplos más, tan sólo este bastaría para definir al modelo social capitalista del siglo XXI como el depredador más feroz de seres humanos, precisamente cuando el desarrollo científico y tecnológico permitirían satisfacer las necesidades básicas de toda la humanidad.
La primera consideración que hay que hacer es que están manipulando los datos con el objetivo de confundir. La esperanza de vida, como sabe cualquier alumno de primer curso de estadística, no mide la edad promedio de la muerte, como pareciera indicar su nombre. La esperanza de vida es un indicador complejo elaborado a partir de las tasas de mortalidad a cada edad y que se ve influenciado decisivamente por la mortalidad infantil (primer año de vida) y, más aún, por la perinatal (primera semana de vida); es decir, el aumento de la esperanza de vida refleja fundamentalmente disminuciones en las tasas de mortalidad en las primeras etapas de la vida y no que se viva mucho más tiempo. Utilizar este argumento es una trampa indecente.
La segunda idea esencial es la más sangrante, y por ello la más celosamente ocultada: las enormes y crecientes desigualdades sociales ante la muerte.
A pesar de que los pocos estudios publicados no son recientes – no es ninguna casualidad – los datos, desde que existen estadísticas que comparan la mortalidad por clases sociales, reflejan lo mismo en todos los países capitalistas: las desigualdades se reflejan directamente en diferencias de mortalidad, que además se expresan de forma gradual (el descenso en cada nivel de la escala social se refleja en el correspondiente aumento de la mortalidad), que están aumentando desde hace décadas y que se exacerban en periodos de crisis económica.
El informe SESPAS 2000[ii] concluye con rotundidad: «La mortalidad es superior entre los trabajadores manuales en comparación con los profesionales y directivos (…) La Razón de Mortalidad Estandarizada entre ambas clases sociales [indicador que permite compararles] ha aumentado desde 1,27 en 1980-82 a 1,72 en 1988-90 y en casi todas las enfermedades las desigualdades se han incrementado. (…) Por otro lado se registra una asociación en forma de gradiente entre la privación material [desempleo, analfabetismo, clase social y hacinamiento] y mortalidad». [iii]
Otro informe realizado sobre la mortalidad en la ciudad de Sevilla[iv], comparando diferentes barrios (Zonas Básicas de Salud), a pesar de ser un estudio indirecto (porque los territorios comparados no son homogéneos), arroja datos como los siguientes: la mortalidad prematura se multiplica por cuatro en los varones de las zonas más desfavorecidas en comparación con las más favorecidas; en mujeres, se multiplica por 2,6.
Es decir, no solamente la clase obrera es la que produce la totalidad de la riqueza que es usurpada por unos pocos, no solamente ve reducirse la capacidad adquisitiva de su salario y deteriorarse sus condiciones de vida en función de la plusvalía expropiada, no sólo es expulsada al paro como un trasto inservible cuando la patronal calcula que los beneficios no son suficientes; es que además los trabajadores y trabajadoras – con su cuerpo y en su mente convertidos en auténtico campo de batalla de la lucha de clases – pagan con la enfermedad y, sobre todo, con la muerte prematura, su dramático tributo al desarrollo del capitalismo.
Pero todo tiene un límite y la impostura de este Gobierno y la de los que le han precedido debe tenerlo también. La verdad desnuda es que no son capaces de esgrimir un solo argumento creíble, ni siquiera para los más ingenuos, de que estos nuevos hachazos a los derechos laborales y sociales pueden conseguir crear empleo, empezando por el contrasentido de incrementar la edad de jubilación.
Lo evidente es que después de tres décadas de genuflexiones sindicales y de agachar la cabeza pensando «a ver si no me toca a mí», lo que hemos conseguido es retroceder a la ley de la selva en derechos, mientras el capital se llenaba los bolsillos como nunca.
Ahora, ante una crisis descomunal, lo que está claro es que, ni el Gobierno, ni el resto de la clase política, ni los capitalistas a quienes representan, tienen alternativa alguna que no sean nuevas vueltas de tuerca para reducir costes laborales y que prefieren que la locomotora capitalista se estrelle, antes de cambiar de vía y de conductor.
Un nuevo sindicalismo debe surgir y es preciso recorrer lo más deprisa posible los caminos del encuentro entre las organizaciones y las gentes que hacen de la democracia obrera, la dignidad y la lucha su razón de existir para canalizar la lucha obrera y popular. Es hora de decidir, y el suicidio, que aumenta dramáticamente entre quiénes individualmente no ven otra salida a la desesperación del paro y del desahucio, no es una alternativa.
[i] «¿Hasta cuando abusarás Catilina de nuestra paciencia?» Imprecación lanzada por Marco Tulio Cicerón contra Catilina en una reunión del Senado romano, ante las continuás conspiración de éste contra la República.
[ii] Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS)
http://www.sespas.es/informe2000/d1_01.pdf
[iii] Ibid.
[iv] http://scielo.isciii.es/scielo.php?pid=S0213-91112004000100004&script=sci_arttext
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