Hay un suceso de hace un par de días que no he visto que la Prensa haya comentado en lo que se merece: el palco real de la plaza de toros de Las Ventas, en Madrid, quedó vacío el día de San Isidro. ¿Tal vez porque la familia real decidió no acudir al espectáculo taurino? […]
Hay un suceso de hace un par de días que no he visto que la Prensa haya comentado en lo que se merece: el palco real de la plaza de toros de Las Ventas, en Madrid, quedó vacío el día de San Isidro. ¿Tal vez porque la familia real decidió no acudir al espectáculo taurino? No, puesto que el Rey estuvo sentado en una localidad preferente, junto con algunos amigotes, y la infanta señora de Marichalar y su señor marido -muy recuperado él, por lo que me cuentan- se alojaron en un palco postinero con la crema de la intelectualidad y la gracia de un piropo retrechero más castizo que la calle de Alcalá.
¿Entonces? ¿Por qué no ocuparon los miembros de la familia real el lugar de privilegio que se les tiene reservado?
Hipótesis altamente plausible: para que no se notara demasiado que la que no estaba era la Reina.
Es bien sabido que doña Sofía de Grecia y Grecia -que son muchas Grecias, de nada- no simpatiza ni poco ni mucho con la tauromaquia, por más que la lidia de toros se cuente que procede de tierras vecinas a la suya de origen. Y, de acuerdo con ese sentimiento tan suyo, se niega a estar en la presidencia de los espectáculos taurinos. Razón por la cual, y para no dar demasiado el cante, los miembros de la familia a los que sí les va la marcha se sientan en otros asientos, en vez de ocupar los del tradicional palco regio.
Vista así, en principio, esa especie de objeción de conciencia de la Reina, a uno, que es contrario al ritual que aplican a los toros en las plazas de ídem -porque a uno lo de disfrutar viendo manar la sangre como que no le va-, el comportamiento de la Reina podría parecerle hasta bien.
Pero uno, que tiende a pensarse las cosas dos veces, se plantea a continuación dos preguntas elementales. 1ª) ¿Por qué a la Reina le repugna la tauromaquia pero no, por poner un ejemplo, la interminable Guerra del Golfo? ¿Le da grima la sangre de los toros pero no la de los soldados, o la de los civiles iraquíes, o palestinos, así sean niños? ¿Por qué no se niega también a acudir a los desfiles militares, o a las recepciones con sátrapas extranjeros, desde Bush al Mohamed marroquí o al sádico israelí de turno? Y 2ª) ¿De dónde se ha sacado la Reina que tiene derecho a adoptar decisiones basadas en opciones ideológicas personales, saltándose sus obligaciones de representación? Si está ahí no es para aplicar tesis de fabricación propia, sino para estar, y ya está.
A mí siempre me habían contado que esa señora es «una profesional». Pero parece que no; que tiene sus debilidades.
Pena que se las reserve en exclusiva a los toros.
No quiero ni imaginarme por qué.