En momentos de crisis la represión se vuelve en manos del capitalismo en un instrumento útil para evitar, mediante la criminalización, que la contestación social se convierta en lucha popular. El capitalismo exuda violencia por cada uno de sus poros. La violencia es la esencia del capitalismo en la medida en que el núcleo de […]
En momentos de crisis la represión se vuelve en manos del capitalismo en un instrumento útil para evitar, mediante la criminalización, que la contestación social se convierta en lucha popular.
El capitalismo exuda violencia por cada uno de sus poros. La violencia es la esencia del capitalismo en la medida en que el núcleo de su funcionamiento radica en la violencia que una clase ejerce sobre otra en virtud de la especial posición que ocupa en la producción y apropiación de plusvalía. Dicho de otra forma, la división en clases de la sociedad en función de la posesión-o no-de los medios de producción es en sí origen de la violencia y, a la vez, consecuencia de esta.
Lejos de ser apacible, la reproducción histórica del sistema está sembrada de una lucha entre la clase que, siendo poseedora de los medios de producción, alcanza una posición dominante en la sociedad y aquellos otros grupos que, por ser sólo poseedores de su fuerza de trabajo, están en una posición subordinada a los primeros. Esta lucha de clases convierte a la violencia en consustancial al propio sistema.
Es ahí donde entran en juego las distintas formas en que se manifiesta la represión. En efecto, las dificultades crecientes que encuentra la clase dominante para garantizar la reproducción ampliada del capital provocan una creciente polarización de la sociedad entre la clase dominante y la clase dominada. La respuesta del sistema-en realidad de sus beneficiarios-es la tendencia imparable a la reacción, a incrementar la violencia ejercida en orden a defender sus privilegios de clase.
La represión, pues, tiene carácter de clase y se convierte en un arma imprescindible para atajar cualquier forma de contestación social al sistema que pueda poner el peligro el orden establecido, con el objetivo de abortar la contestación antes de que esta se convierta en mayoritaria. Pero esta situación no es exclusiva de España. Por toda Europa, la burguesía y sus gestores (UE) temerosos ante la posibilidad de la toma de conciencia por parte del pueblo, levantan una ola de represión anticomunista que amenaza con cercenar las escasas «libertades» que la democracia burguesa se puede permitir.
Un solo ejemplo
En estos momentos tres camaradas del PCPE y CJC-JCPC (Juanjo, Xavier y Albert) están a la espera de un juicio programado para el 14 de febrero en el que pueden ser condenados a casi 4 años de cárcel. Según la Policía son culpables «de un delito de atentado y por un delito de desordenes públicos» a raíz de una serie de actos ocurridos en 2007 después de una manifestación por el asesinato del joven antifascista Carlos Palomino. Todo el entramado de la denuncia es un conjunto de mentiras fundamentado en la declaración de la policía-sin aportar ninguna otra prueba. Para más escarnio, uno de los camaradas ni siquiera estuvo en la manifestación…
Este caso es sólo uno más de los muchos que salpican la geografía española y que se multiplican en razón directamente proporcional al empeoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora. En este caso, como en todos los demás, la excusa es el supuesto comportamiento violento de los encausados. La realidad es muy distinta. La represión que la burguesía y sus adláteres ejercen sobre los comunistas, en particular, y los grupos antisistema, en general, no radica en que sean grupos violentos-cosa que habría que demostrar.
En nuestro ejemplo ¿cuál es, entonces, el delito real que estas personas han cometido? Sólo hay una respuesta: ser comunistas. Forman parte de ese grupo de hombres y mujeres que tienen la osadía de luchar contra un sistema que condena a la inmensa mayoría del planeta a la miseria, a la opresión, a la injusticia, al hambre, a las enfermedades en beneficio de unos pocos; tienen la desfachatez de decirle en la cara a los poderosos que eso que llaman democracia no es más que dictadura del capital, que la democracia burguesa no es la democracia del pueblo. Ese es su verdadero delito y la clase dominante no lo perdona.
En un panorama como el que vivimos, en el que la clase dominante encuentra cada vez más difícil completar el ciclo de reproducción ampliada del capital, la represión política hacia quienes luchan por un proyecto político al margen del capitalismo no puede más que intensificarse. A medida que el sistema se va descomponiendo, a medida en que la situación de la clase trabajadora empeora por días, a medida, en fin, en que la conflictividad social amenaza con aumentar, la represión política se vuelve simplemente imprescindible para mantener la ficción de la democracia y proseguir con la dictadura del capital.
Frente a la represión política hay dos soluciones: o bien hacer frente a la dictadura del capital mediante la organización, la unidad y la lucha, o bien, bajar la cabeza y dejarse vencer por el miedo y la resignación a perder todos nuestros derechos. Juanjo, Xavier y Albert serán el ejemplo, no tenemos duda, de que estos tres elementos, la organización, la unidad y la lucha, son los mejores instrumentos para hacer frente a la represión y vencer a la dictadura del capital.
Desde el PCPE se ha lanzado una campaña de recogida de firmas de apoyo a los compañeros a través del siguiente enlace: http://www.pcpe.es/
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