Existen muchas maneras de reescribir la Historia, sobre todo si se trata de contar lo que paso durante la II República. La serie «14 de abril. La República» de TVE, la televisión pública, nos presenta una II República descafeinada, despojada de su dignidad, sus principios, su ideología. Así, lo mismo ocurre con la imagen que […]
Existen muchas maneras de reescribir la Historia, sobre todo si se trata de contar lo que paso durante la II República. La serie «14 de abril. La República» de TVE, la televisión pública, nos presenta una II República descafeinada, despojada de su dignidad, sus principios, su ideología. Así, lo mismo ocurre con la imagen que la serie «Cuéntame» se ha encargado de transmitir sobre la Transición y «Amar en tiempos revueltos», en algunas ocasiones, sobre la dictadura franquista.
Si bien es cierto que «14 de abril. La República» es un spin-off de «La Señora» y que el objetivo de TVE es ganar audiencia y no explicar lo que pasó durante la II República, no es una casualidad que siempre que en la televisión pública se habla del modelo de estado republicano, suele presentarse como una República descafeinada, a la que se le han quitado sus elementos más genuinos y auténticos. La otra falsificación es esa república caótica, sangrienta, sectaria y del terror que intenta transmitir la derecha más ultra.
Para comprobar como en la serie se ha desvirtuado la historia sólo hay que verla, pero si no, las propias declaraciones de su director, Jordi Frades, son muy significativas, porque el responsable de la serie dice que la serie quiere contar una etapa histórica, hasta cierto punto desconocida, pero a renglón seguido añade que tenía muy claro el tono: «que todos los bandos y todas las partes pueden tener razón, es una serie más humana que política, una historia de sentimientos y humanidad», señala sin rubor. ¿Qué pasaría si esto mismo se dijera, por ejemplo, sobre una serie que habla del conflicto vasco y sobre ETA?
Esta burda representación simbólica de La República, no sólo en televisión sino como construcción política, social y cultural, no es auténtica porque le falta una de sus cualidades esenciales, puesto que la conquista de la República en nuestro país ha estado siempre vinculada con procesos de ruptura y enfrentamiento con las clases dominantes. Así fue en 1873, en 1931 y así será cuando conquistemos la III República.
La reivindicación de la III República supone la legítima aspiración a la transformación social, a resolver el problema del Estado y a establecer otro tipo de relaciones sociales e internacionales. La República es la forma más avanzada de hacer realidad el principio democrático, la justicia social, y como dijo Julio Anguita: «El problema del jefe de Estado no es lo fundamental, es el último detalle: si no construimos República, el peligro es que podemos tener una República de derechas, o una República descafeinada, y no es para nada descartable que las clases dominantes defiendan la idea republicana cuando les resulte conveniente».
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