Todo parecía quieto, a pesar del mar de fondo. Ni los millones de parados, ni las decenas de miles de desahuciados, ni los cientos de miles de familias al borde de la miseria por no tener ingreso económico alguno, ni el vergonzoso éxodo de miles de jóvenes obligados a emigrar para poder vivir: nada de […]
Todo parecía quieto, a pesar del mar de fondo. Ni los millones de parados, ni las decenas de miles de desahuciados, ni los cientos de miles de familias al borde de la miseria por no tener ingreso económico alguno, ni el vergonzoso éxodo de miles de jóvenes obligados a emigrar para poder vivir: nada de esto alteraba la aparente normalidad de la monarquía borbónica. Tampoco parecían afectarle los abundantes casos de corrupción en la vida pública que tocaban de lleno a los principales partidos de la transición e incluso a la propia casa real. Pocas veces como ahora ha sido tan evidente el abismo que separa a la España real (en carne viva por la implacable política neoliberal) de la España oficial (dormida entre los cambalaches de sus políticos y el embrutecimiento provocado por el espejismo televisivo y el opio del fútbol).
De golpe, ha cambiado el viento. Tras las elecciones europeas, en una campaña programada expresamente desde el poder para aburrir hasta a las vacas, el nuevo retablo de las maravillas se ha venido abajo. Los titiriteros de la política han quedado al desnudo tras los golpes al tinglado por parte del voto popular.
Primero, fue el inesperado y magnífico éxito electoral de Podemos, al que acompañó el ascenso de otros partidos republicanos como IU, Esquerra Republicana de Cataluña, EH Bildu y Equo. Después, vino la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba como secretario general del PSOE asumiendo su personal responsabilidad en la severa derrota de su partido. Y ahora Juan Carlos de Borbón aprovecha para hacer mutis por el foro. Decía que aguantaría hasta el final y que estaba en plenas facultades, pero ha visto con claridad la tormenta político-social que se avecina y ha preferido abdicar. Los consejos de los grandes empresarios y las perspectivas de un futuro parlamento no controlado por el bipartidismo, con los riesgos que ello implica para cualquier maniobra regia, están en el fondo de esta imprevista retirada. Luis María Anson, periodista monárquico y cortesano por excelencia, ha querido darle un aire de misterio a las muy prosaicas razones de su admirado rey al escribir que ha renunciado «teniendo una información de la que carecemos los demás, tanto de carácter personal como familiar, de política nacional e internacional». En realidad, además del amenazante procesamiento de su hija Cristina, de la derrota de los dos pilares del régimen, PP/PSOE, de las negras perspectivas en la economía nacional para la recuperación del empleo y de la crisis institucional en Cataluña, pocas razones de peso, incluso misteriosas, habría que añadir a su firme decisión de tirar la toalla.
Felipe de Borbón: del maquillaje político al «atado y bien atado» franquista
En su mensaje de abdicación el rey ha afirmado que «hoy merece pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando». En contra de las palabras de Juan Carlos de Borbón, buena parte de los jóvenes españoles, muchos de ellos bien formados académicamente, han pasado ya la línea… de los Pirineos como emigrantes en busca de un trabajo que se les niega aquí. Según la Federación Nacional de Asociaciones de Consultoría, más de 300.000 españoles se han ido desde 2008 ante la falta de horizonte laboral. Como se dice popularmente, en España, acabada la carrera, tienes tres salidas: por tierra, por mar y por aire.
En el caso de la vivienda los privilegios del futuro rey parecen propios del pasado absolutista: el palacio construido expresamente para él en El Pardo tiene 3.150 metros cuadrados de superficie. (¡Queremos un pisito como el del principito!, se canta en las manifestaciones). El contraste con el drama que sufre la mayoría de los jóvenes resulta escandaloso: faltos de recursos para comprar con sus ahorros una vivienda, o tienen que hacer frente a elevados alquileres o están hipotecados de por vida o simplemente ya han sido desahuciados.
Por su parte, la reina Sofía, miembro destacado del secreto y siniestro Club Bildelberg y que de griega no tiene ni una gota de sangre, nos ha sacado de dudas. Desde la sede de la ONU ha declarado: todo va a seguir igual. Una rigurosa definición del «cambio generacional» que se avecina. No hay, pues, por qué inquietarse, aunque ella parece muy preocupada por África («hoy tenemos en nuestro pensamiento a los niños y niñas de África», ha dicho en Nueva York). Y yo me pregunto por qué no se preocupa también por los niños de España que tiene más cerca. «En total, cerca de dos millones de niños en España pasan hambre, y 30.000 familias tienen dificultades para darles de comer a sus hijos» (http://www.lasexta.com/programas/mas-vale-tarde/noticias/cerca-dos-millones-ninos-pasan-hambre-espana_2013080700305.html). En el panorama nacional se lleva la palma por su alta cifra de precariedad Andalucía, donde más de 140.000 niños pasan hambre a diario, región gobernada por el PSOE desde hace más de 30 años.
Lo mismo que tras la muerte de Franco, todos los medios de comunicación dedican encendidos elogios a Juan Carlos de Borbón sin un atisbo de critica. Rey abnegado, demócrata sin igual, gobernante modélico que no encuentra par en la historia de España… Todos los serviles panegíricos se quedan cortos para los plumillas de turno. Y también para los políticos del régimen. Sirva de ejemplo la declaración solemne del secretario general del PSOE, Pérez Rubalcaba: «ha sido un factor clave en la cohesión de todos los ciudadanos en torno un esfuerzo colectivo de paz, libertad y bienestar social. (…) Una vida dedicada a España». Pobrecito ─añado yo─ este Borbón con la vida de sacrificio que ha llevado en busca del bienestar social de los ciudadanos. Menos mal que con los 6 millones de parados su admirable esfuerzo ha valido la pena.
Toca cerrar filas en un régimen que se descompone a ritmo creciente. Ahora se impone el maquillaje del nuevo jefe de estado. Toda la propaganda imaginable se ha dedicado en los últimos meses a destacar su juventud (46 años), su preparación (fundamentalmente militar), su experiencia (?), su intervención a favor de la candidatura olímpica de Madrid (que fue un sonoro fracaso). Se trata de mantener el continuismo de la monarquía borbónica restaurada por Franco sin el más mínimo asomo de consulta popular. Si, en efecto, es tan apreciada la monarquía y tan querido su apuesto príncipe, ¿por qué no se somete a referendum la forma de estado? ¿Por qué sigue sigue siendo España el único país del Sur de Europa que no tiene República, a pesar de haber sido ésta proclamada en 1931 con el voto del pueblo?
En contra de los pronósticos y en contra también de los que dirigen la nave del estado, sopla con fuerza viento de proa, contrario a la dirección impuesta. Ayer, en más de cien ciudades de la vieja piel de toro se escuchó el clamor de la gente a favor de la República. Como ha escrito Enric Juliana en «La Vanguardia» de ayer, «había más gente ayer por la noche en la Puerta del Sol que el día de la proclamación de la Segunda República».
Habrá que seguir saliendo a las plazas y calles de nuestras ciudades para exigir un estado a la altura de nuestra época y de nuestra mejor historia. Un estado cuya jefatura proceda del voto del pueblo y no de la sangre de un aristócrata de origen francés puesto a dedo por Franco para mantener todo «atado y bien atado». Porque la República está cerca pero el régimen no caerá por inercia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.