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Entrevista a Xavier Diez sobre L’anarquisme, fet diferencial català (II)

«La resistencia más seria que tuvo el anarquismo en Cataluña, y en España, provino del movimiento libertario»

Fuentes: Rebelión

Xavier Diez es un historiador catalán especializado en anarquismo. La conversación se centra en la última de sus aportaciones, publicada por la editorial Virus en 2013. Leer también: Entrevista a Xavier Diez sobre L’anarquisme, fet diferencial català (I) «Es evidente que Cataluña no posee el monopolio de haber tenido un gran movimiento libertario, en todo […]

Xavier Diez es un historiador catalán especializado en anarquismo. La conversación se centra en la última de sus aportaciones, publicada por la editorial Virus en 2013.

Leer también:

Entrevista a Xavier Diez sobre L’anarquisme, fet diferencial català (I)

«Es evidente que Cataluña no posee el monopolio de haber tenido un gran movimiento libertario, en todo el estado hubo núcleos relevantes»

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Estábamos en Pi y Margall. Sostiene usted que el presidente republicano se avanzó a las ideas federales elaboradas por Proudhon. ¿Qué tipo de federalismo defendía Pi y Margall?

Las ideas federalistas de Proudhon y las de Pi i Margall se vienen elaborando de manera paralela, de manera que es difícil saber quien hizo primero qué, y más teniendo en cuenta que el mundo catalán y francés del XIX estaba mucho más interrelacionado de lo que hasta ahora se había considerado (hay que agradecer esta nueva perspectiva, a investigaciones recientes sobre la permeabilidad de la frontera pirenaica como las emprendidas por mi colega Òscar Jané). Ahora bien, ambos parten de condiciones similares. Provenían de sociedades (el Jura y Cataluña) con una gran tradición gremial y municipal enfrentándose a un poder central cada vez más sofisticado, y ante una transformación política y económica (las revoluciones burguesas) en las cuales unas élites acumulaban riqueza y poder a costa de la mayoría.

Pi i Margall (como Proudhon) proponían la articulación de un federalismo fundamentado en el municipio libre y soberano, gobernado asambleariamente por la ciudadanía, y con libertad para establecer acuerdos o pactos (siempre reversibles) con otros municipios libres mediante federaciones. Esto era la alternativa a la construcción del estado moderno, dominado por élites burocráticas, políticas y económicas. El federalismo pimargalliano, como el de Proudhon, proponía una autogestión política y económica desde la base y la intervención de los ciudadanos comunes que impidiera la eclosión de la desigualdad del incipiente capitalismo, de abajo a arriba y de igual a igual. Es una pena que este concepto haya caído tan bajo en el leguaje político actual.

Apunta usted en el libro críticas a la interpretación del anarquismo de Eric Hobsbawm. ¿Podría resumirlas? ¿Por qué limita la influencia de la concepción marxista en Cataluá al período sesenta-noventa del siglo XX?

Hobsbawm, como buen marxista, consideraba que la clase obrera debía ser «liberada» en base a la movilización de los trabajadores a partir de instituciones superiores: el partido, el estado, las instituciones «desde arriba». Para un marxista como el historiador británico, con una concepción hegeliana de la historia según la cual ésta tendía a un progreso lineal hasta llegar a un estadio superior de socialismo, la idea que unos individuos consideraban que no se necesitaban élites para liderar este supuesto tránsito hacia no se sabe dónde, representaba una herejía. Que las masas trabajadoras utilizaran argumentos morales frente a criterios «materiales» teóricamente científicos, era cosa de «rebeldes primitivos», es decir, de personas atrasadas que no creían en la verdad revelada del marxismo.

Y claro está, el marxismo historiográfico, muy influenciado en esquemas arbitrarios y poco flexibles, domina el panorama académico entre las décadas de los sesenta y principios de los noventa. Esto es lo que provoca una incomprensión de movimientos contrarios a la ortodoxia hegeliana, y por tanto, hacia un menosprecio, una caracterización del anarquismo como un ámbito anacrónico no sujeto a presuntas leyes inmutables de la historia.

No se moleste pero su interpretación de Eric Hobsbawn, mi admiración por su gran obra no le oculto, exige algún matiz. No veo que EH fuera un hegeliano indocumentado y fanatizado, que el linealismo fuera uno de sus atributos, que ese tránsito que usted indica no supiera su estación de término y que menospreciara el uso de argumentos morales como señala.

Afirma que el anarquismo arraigó con fuerza en los «Países Catalanes» y que, en cambio, tiene poco peso en otras áreas de España. ¿Tampoco en Andalucía por ejemplo? ¿No la tuvo en Aragón? Por ejemplo, tomo el dato de su libro, página 44, el número de afiliados a la CNT en el resto de España en 1936 era de 312.445 y en los P. Cat. de 236.948.

Como todo, es necesario matizar esta afirmación. El anarquismo andaluz es bastante importante, pero a diferencia del de los Países Catalanes es de carácter predominantemente rural, hecho que destaca el mismo Gerald Brenan en su clásico «El laberinto español». Quizá algunos historiadores exageran bastante a la hora de caracterizarlo como «milenarista». Otros, como Woodcock, encuentran mucha mayor complejidad al ampliar la base ácrata andaluza a clases medias amenazadas en poblaciones relativamente pequeñas. Respecto al resto del territorio español, existían zonas con una implantación considerable (que se reforzará a lo largo de los años 30, alimentada con la frustración causada por el socialismo y la incapacidad de la República de modificar condiciones de vida y de trabajo), pero a menudo se trataba de territorios atomizados, sin demasiada conexión, sin demasiada capacidad de articularse socialmente.

Es en los territorios catalanes donde resulta mucho más transversal, e incluso conectado con el republicanismo, con sectores sociales más amplios, y con una mayor determinación constructiva (en el sentido que hablábamos de «contrasociedad»). El hecho de la desconfianza profunda de los catalanes hacia un estado que trataba de destruir su propia identidad, resultaba un catalizador mucho mayor a la hora de reforzar ideológica y políticamente el anarquismo. Incluso también mediante una «españolidad» imaginada, muy diferente de la «españolidad» asumida sin demasiados problemas por territorios de matriz castellana.

¿Qué relaciones mantuvieron la CNT y la FAI?

¡Uf! Para contestar esto es necesaria una colección de tesis doctorales… Si hay que resumirlas en un adjetivo, deberíamos utilizar el «complicadas». A riesgo de simplificar excesivamente, podríamos hablar que existe una voluntad común de tejer la nueva sociedad, que se combina con un choque de culturas políticas. Por una parte, la FAI actúa como un elemento de catalización ideológica (a menudo interpretada como conflictiva guardiana de las esencias anarcocomunistas) ante un sindicato con una pluralidad interna (política, sindical, estratégica, ideológica, sociológica,…) mucho mayor que la comúnmente admitida. Eso lleva a un conjunto de convergencias y desencuentros que, en la actualidad, continúan irresolubles.

¿El anarquismo catalán estuvo a favor del derecho de autodeterminación de los pueblos de Sefarad? ¿Fue independentista en algún momento?

Volvemos a lo anterior. No existe un anarquismo. Existen muchos, y variados anarquismos. El anarquismo no es ni un partido, ni un sindicato, ni un grupo, ni una tendencia. Es una especie de aire por donde vuelan los pájaros con ansias de libertad. Es un espacio complejo donde se expresan las inquietudes diversas de una sociedad compleja. Hubo anarquistas independentistas, independentistas anarquizantes, ácratas con una voluntad firme de construir una España idealizada de matriz castellana (con un respeto amplio a la diversidad), aunque con un predominio del castellano como lengua impresa (con la expresa voluntad de comunicarse a lo largo de los territorios diversos). Y, por supuesto, hubo una tendencia, no sé si predominante aunque probablemente sea así, «federalista» en el sentido pimargalliano. Municipio libre, comunidades libres y soberanas, de abajo a arriba, articuladas de alguna manera en base a una confederación ibérica. De hecho es lo que puede inferirse del lenguaje utilizado: «Confederación», «Iberia»…

¿El anarquismo catalán parte sustantiva del movimiento antifranquista en Cataluña?

La resistencia más seria que tuvo el anarquismo en Cataluña, y en España, provino del movimiento libertario. Cuando hablo de «seria», me estoy refiriendo a un maquis, que en el caso catalán, era, casi exclusivamente libertario. Conectando con varias cuestiones de lo ya expuesto, a menudo, desde la historiografía nacionalista, se ha magnificado la «resistencia pacífica» ante el totalitarismo franquista. Es incomparable la contundencia de gente como Quico Sabaté, Facerias, Caracremada,… respecto a la idea de heroicidad al colocar una bandera catalana en Montserrat. Creo que la narrativa histórica catalanista debería ser mucho más valiente y reconocer el papel heroico desarrollado por una guerrilla ácrata a la hora de combatir el régimen dictatorial más letal (tras Stalin y Hitler) de toda Europa.

Por otra parte, también existe un componente ácrata «implícito» en la disolución del miedo ante la dictadura. Prácticas como el antimilitarismo, la reivindicación de la libertad sexual, el naturismo, el nudismo, la cultura de la irreverencia, las pequeñas revueltas individuales a la hora de desafiar las concepciones estrechas del catolicismo,… todos ellos elementos que provienen de una concepción antiautoritaria de la existencia que tiene mucho que ver con el «legado» ácrata.

La CNT, afirma usted, tenía 300.000 militantes en 1977. Familiares míos muy cercanos eran parte de ese colectivo. ¿Qué pasó luego? ¿Por qué perdió fuerza en movimiento cenetista en el país? ¿Cree usted que el caso Scala fue atentado organizado por la policía?

Existió, por parte del poder, una voluntad deliberada de boicotear y abortar todo esta efervescencia libertaria. El montaje policial de la Scala es quizá el más espectacular y colectivo (no es una opinión, es un hecho probado y documentado). Pero también lo fue el diseño de la política sindical, fundamentada en privilegiar a determinadas fuerzas, y establecer una política de negociación colectiva consistente en evitar a toda costa la acción directa que caracterizaba a la CNT. Pero también es cierto que existieron otros factores que contribuyeron a erosionar el legado sindical del anarquismo. Por una parte, una fuerte división interna entre la CNT del interior y la del exilio; un choque generacional, entre los más jóvenes y veteranos; un cambio profundo en la mentalidad colectiva de los trabajadores, en el contexto de una incipiente sociedad de consumo y el embrión (actualmente abortado) de estado del bienestar. Las cosas ya no eran (afortunadamente) como en los años 30. Pero silenciar y menospreciar la historia del anarcosindicalismo resultó ser un error que tuvo como consecuencia la actual desorientación de la mayoría de trabajadores.

Habla usted del protagonismo de la «sociedad civil catalana» contra la mili y habla de un movimiento política e ideológicamente transversal. ¿Transversal? A los que militábamos en él no nos lo parecía. ¿Sociedad civil catalana no es un término muy generoso?

Sí, lo afirmo y lo mantengo. Cuando hablo de transversalidad, no quiero decir «unanimidad», sino que son diversos y heterogéneos los ámbitos que defendían la supresión del servicio militar. Existía un núcleo militante muy determinado y activo (al cual seguramente usted debía pertenecer), pero el conjunto de acciones fue aprovechado por gente de sectores sociales y orientaciones ideológicas que podría resultar sorprendente. De hecho, la mayoría de quienes se resistían al servicio militar provenían de capas medias y medias altas, con una sobrerepresentación de personas con estudios universitarios. Y, desde un punto de vista ideológico, existían ácratas confesos, pero también muchos católicos de base, y gente sin ideas políticas definidas, pero sí un sentido crítico profundo ante la arbitrariedad del estado. Y, a pesar de que buena parte del mundo insumiso bebía de fuentes libertarias, es necesario destacar el trabajo que hizo CiU, y especialmente su diputado Carles Campuzano, para conseguir la supresión del servicio militar. Y claro: entidades, partidos, colectivos, revistas, intelectuales, personas individuales, casals,… ¿qué es eso sino sociedad civil?

Como usted me pregunta le respondo. Una «sociedad civil», un término que yo jamás usaría por la inexactitud informativa y social que suele contener (nunca vi al señor Mas, al señor Duran o al señor Pujol, parte de esa sociedad civil a la que alude, en ninguno de nuestras concentraciones, en ninguna de ellas) que se apuntó muy al final, pero que muy al final (el señor Campuzano sería un ejemplo de ello), a los objetivos del movimiento antimilitarista y por motivaciones no siempre claras y limpias. Es usted quien destaca el «trabajo» el CiU. Yo nunca me topé con ningún militante de la coalición conservadora y neoliberal en nuestros actos, en nuestras acciones algunas de ellas ciertamente arriesgadas. Usted habla de católicos de base, de ácratas, también de convergentes y unionistas, pero se olvida o cuanto menos no cita de los numerosos militantes marxistas-comunistas de diferente signo que abonaron el movimiento. Si comparamos con convergentes y unionistas (prefiero no pronunciarme sobre los otros colectivos que cita), la diferencia es aléfica, inconmensurable, medible en siglos-luz en algunos casos. Cito, por ejemplo, dos de las revistas que más apoyaron todo aquello: mientras tanto y En Pie de paz. No son las únicas publicaciones rojas (id est, comunistas marxistas) que estuvieron en esta importante batalla ciudadana crítica.

Continúo. Si se miran las cifras que usted mismo da en la página 73, la incidencia de los objetores e insumisos es mayor en otros lugares de España -Euskadi, por ejemplo, pero también Galicia, Asturias o Madrid- que no en Cataluña. Sobre esto me gustaría preguntarle.

Adelante, cuando quiera.

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.