Han tenido que pasar veinticinco años desde la transición política para que los vencidos en la guerra civil puedan airear, política y judicialmente, sus infortunios. El franquismo fue largo y durante él los vencedores de la guerra civil controlaron la verdad oficial. Sus muertos fueron caídos por Dios y por España, homenajeados en templos y […]
El primer franquismo, desde el final de la guerra hasta que llegaron los americanos, a mediados de los años cincuenta, fue una continuación del belicismo bélico. Juicios militares sumarísimos, prisiones y destierros, vejaciones a los «rojos» y control de la verdad oficial, todo ello simbolizado por la ley de depuración del magisterio en cuyo prólogo, escrito por José María Pemán, se vituperaba a «esos maestros de la República que habían corrompido a los niños españoles». La España oficial, política, económica y cultural estaba dominada por los vencedores, favorecidos por un régimen dictatorial. Estos y sus herederos han criticado la ley de la Memoria Histórica que supone básicamente dos cosas, permitir que los muertos mal enterrados del bando vencido puedan ser exhumados dignamente y airear las injusticias cometidas por el bando vencedor, castigando, si es posible, a sus ejecutores.
La revisión del franquismo es parecida a la que se produjeron en otras dictaduras europeas. Pero así como la desnazificación alemana tuvo lugar casi enseguida de la guerra, la nuestra ha tenido que esperar veinticinco años después de la transición a la democracia. La desnazificación se benefició de los crímenes cometidos por el régimen nazi contra los judíos porque la democracia alemana se esmeró en limpiarse de antisemitismo. Curiosamente hoy el Estado de Israel ha heredado los modos nazis en su persecución del pueblo palestino.
Pero sin perjuicio del mayor o menor éxito que tengan los beneficiarios de la Ley de la Memoria histórica hay un hecho indiscutible. El franquismo va a ser revisado históriográfica y sociológicamente. Yo mismo escribí hace quince años «España americanizada», que relata justamente la transición del primer y bronco franquismo al más acomodado a las nuevas circunstancias de la época. Las circunstancias de ese período largo de la historia de España, que nos privó de nuestra homologación con Europa, van a ser escudriñados por cuantos se dedican a esas profesiones ahora que las fuentes de información del período empiezan a estar abiertas y han desaparecido las censuras. Cientos de tesis doctorales se están dedicando ya al estudio de la España predemocrática y contra ellas solo cabe esgrimir el juicio académico.
El capítulo de la persecución de los crímenes del franquismo es harina de otro costal. Precisamente el que Falange Española se haya personado en el juicio contra Garzón puede decirnos algo. Los falangistas del primer franquismo contribuían gozosamente a la represión y puede que alguno esté vivo. No ha sido infrecuente en los últimos tiempos el que, de repente, aparezca la noticia de que un nazi refugiado en América, ya anciano, ha sido extraditado. Generalmente han sido las pesquisas de las organizaciones judías las que han dado con el huído. A los ancianos falangistas que participaron activamente en la represión del primer franquismo no les hará mucha gracia que se les investigue y de ahí, pienso, la personación de la Falange en el juicio contra Garzón.
Se esgrime la Ley de Amnistía como impedimento para ello pero es dudoso que una ley, redactada con la prisa necesaria para hacer viable la transición política, pueda ser impedimento para esa revisión del franquismo que, al menos intelectualmente, se ha puesto en marcha.
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