Feminismos de los Sures y Mujeres Supervivientes forman parte de la cartografía de experiencias políticas basadas en las resistencias cotidianas y los afectos como motor de cambio, presentes en toda Andalucía. Estos proyectos suponen un cambio en el modo de entender el sindicalismo y el apoyo mutuo.
Unas mujeres toman café en la mesa de la cocina tras limpiar. Una obrera le trae un tupper
de comida a su compañera porque sabe que a veces no le da tiempo a
prepararse nada. La dependienta aparta un vestido para una clienta de
confianza que está pasando penurias. En las noches de verano, una vecina
baja con una botella de vino de su pueblo que le han regalado para una
ocasión especial y la pone encima de la mesa de plástico entre las
sillas de propaganda y los abanicos. Una jornalera carga una caja más
por su compañera porque hoy tiene el día flojo. Una madre lleva de
excursión a los hijos de todo su bloque para que las demás puedan
descansar un día.
“Hay miles de espacios que solo las comadres rellenan, y es ahí en estos tiempos sin duelo donde las feministas de ahora tenemos que agarrarnos como a un clavo ardiendo. Comadre un lugar en el mundo, sin juicio y sin peleas, un sitio de paz entre tanta guerra”. Mar Gallego recuerda en su libro Como vaya yo y lo encuentre la historia de Antonia y Regli, que podrían haber vivido cualquiera de estas escenas que componen nuestro cotidiano. Esas prácticas por las que muchas veces hemos pasado sin prestar atención, pero cuya fuerza política hoy estamos empezando a vislumbrar y apreciar. “El comadreo es una forma de supervivencia ante el sistema patriarcal en el que vivimos”, reflexiona la teórica feminista Carmela Borrego Castellano, que acaba de publicar su libro Encarnando el territorio Feminismo(S) Andaluz(ES) en Kaotica editorial.
Más allá del sindicalismo: el comadreo
El comadreo son verdaderas prácticas de apoyo mutuo para las que no hace falta saber pronunciar Kropotkin. Una cartografía de experiencias, subjetividades y aprendizajes que han sido infravaloradas y que hoy pueden tener la llave para revolucionar de qué modo entendemos hacer política, colectividad y sindicalismo. “Las mujeres que ahora mismo estamos en lucha somos mujeres lumpen, esas mujeres que ni la izquierda quería, nos dejábamos comprar unas veces por unos y otras veces por otros. Somos esas lumpens que se espabilaron, somos las que hoy en día estamos haciendo política sindicalista, políticas feministas y política social y me parece que somos las que estamos haciendo el movimiento más revolucionario que se está haciendo a nivel estatal”. María José Barrera habla desde su barrio sevillano, Amate. Acaba de volver de limpiar una de las casas, trabajo que realiza por las mañanas, y ahora toca la jornada de activismo. Lleva años en el activismo, desde el 15M, la marcha de la dignidad, y en 2017 fundó el Colectivo de Prostitutas de Sevilla —trabajo que ejerció durante más de 20 años— para la lucha por los derechos sociales de las trabajadoras sexuales. Ella sabe perfectamente la necesidad del comadreo para la acción política: “Nosotras no solamente necesitamos una organización sindical, nosotras necesitamos unas redes de apoyo entre hermanas”.
Esta declaración recuerda a las palabras que Audre Lorde expuso y dejó escritas en “Las herramientas del amo no pueden destrozar la casa del amo”, publicadas en uno de los libros que más comadreo intelectual y poético refleja, Este puente mi espalda: “Para las mujeres la necesidad y deseo de compartir la afectividad entre sí no es patológico sino un rescate, y es dentro de este conocimiento en el que nuestro poder verdadero se redescubre. Es esta conexión verdadera entre mujeres lo que teme tanto el mundo patriarcal”. Carmela Borrego Castellano pone el foco en que las prácticas y las necesidades de las mujeres pobres y precarias van más allá de lo que entendemos por sindicalismo clásico: “No a todo el mundo le sirve el sindicalismo porque no todo el mundo tiene los mismos ejes de opresión, las mismas posibilidades de transformación desde las dinámicas impuestas desde occidente. Muchas mujeres están organizadas sin que haya un estamento burocrático que las rija, simplemente por coordinación y opresión han hecho unas alianzas concretas que les ha permitido luchar contra el patronato. Las mujeres dentro de sus posibilidades siempre han tenido espacios de lucha y resistencia que son comadreos”.
La
autora habla de la necesidad de darle una vuelta a lo que tenemos
concebido como sindicato si se quiere acoger a todas las distintas
situaciones de las mujeres y disidencias en precariedad: “Un
sindicalismo feminista en vez de mirar a los sindicatos masculinizados
tiene que empezar a crear dinámicas, poner en valor todas las
experiencias de las mujeres que no se han podido sindicar a lo largo de
la historia y que han creado estrategias colectivas para luchar contra
el patriarcado capitalista y racista, tiene que ser de una forma que
ponga los cuidados en el centro sin romantizar los cuidados”.
Esto
es lo que se está intentando a la hora de construir Feminismos de los
Sures, que pretende ser una plataforma de colectivos feministas para
generar apoyo mutuo y alternativas a la situación de las mujeres
precarias y pobres, desde ellas mismas. En esta plataforma se encuentran
las Jornaleras de Huelva en Lucha, trabajadoras de los cuidados, el
Colectivo de Prostitutas de Sevilla y otras trabajadoras precarias y
empobrecidas. Mujeres que han salido de los sindicatos y del feminismo
hegemónico por no sentirse representadas y sentir que se minusvaloran
sus conocimientos. “De los feminismos hegemónicos nos hemos ido todas,
hay que ser autocríticas y ver cómo nos organizamos, hay que desenredar
antes de tejer”. Según el propio colectivo, su objetivo es construir un
lenguaje común a través de dos maneras: “Una parte sindical para las
precarias, donde vamos a formarnos para formar en derechos laborales. Y
una parte social para los pobres para dar información, saber cuáles son
sus derechos y poder señalar a la industria del rescate”, comenta
Marijose.
La necesidad de trabajar conjuntamente en estas dos vertientes se debe a la gran variedad de casos y situaciones que viven las trabajadoras precarias y empobrecidas. Por un lado, “sindicalmente las precarias se tienen que organizar de una manera y las pobres de otras. Por ejemplo, las putas tenemos que luchar por derechos sociales reconocidos. Las jornaleras y las cuidadoras tienen que luchar para que se cumplan los derechos. La mitad de los casos tienen cosas reconocidas, pero no se las cumplen”, reflexiona Barrera. Desde el colectivo buscan poner en el centro todas las estrategias y saberes para conseguir una red de apoyo estable y mejoras en la dignidad de vida de las mujeres y disidencias precarizadas: “Creemos que sindicalmente lo vamos a conseguir todo, creemos que por los derechos sociales, políticas públicas, podemos cambiarlo todo; todo va de la mano y la acción está en la calle. Y eso es lo que le tenemos que mostrar a la gente, que nadie sobra”. Esta plataforma busca también dotar de una red de apoyo para aquellas mujeres en situación de pobreza o precariedad, poniendo a su disposición información, formación en torno a sus derechos, ya que creen que “la industria del rescate no te da la mano para que subas el primer escalón y vayas subiendo, sino para que tú te mantengas siempre con miedo a no subir la escalera”, continúa Barrera.
Las mujeres que componen Feminismos de los Sures han puesto en el centro los aprendizajes de su cotidianidad, de comadreos cotidianos, junto a sus experiencias de ser silenciadas por sindicatos mayoritarios y feministas hegemónicas, la rabia de que su situación de empobrecimiento y precariedad laboral no cambie y se ponen manos a la obra para la acción. “Los feminismos de los sures no es solo porque estamos en el sur, sino porque en las luchas están los nortes y los sures, los sures son las precarias y las pobres, y en los nortes hay otras cosas y en todos los territorios hay eso. Tenemos que atravesarnos”, comentan desde la plataforma. Feminismos de los Sures tiene como objetivo utilizar todas las estrategias posibles para enfocarse en la dignidad de las mujeres precarias y pobres. Por ello, en el mes de junio realizarán una formación sindical junto al proyecto El Taller de Sevilla, abrirán un espacio para la atención y seguirán construyendo su red de apoyo. “Yo creo que el apoyo mutuo es lo que hace Antonia Avalos”, sentencia Barreras cuando hablamos sobre qué significa para ella ese término que tantas bocas y libros llena.
El sonido de las ollas contra el ruido de la gentrificación
La
plaza del Pumarejo es el corazón del barrio de San Julián, en el casco
histórico de Sevilla. Entre locales modernos, tabernas reformadas y
ruidos de maletas aún queda un rastro de la vecindad que fue en los
jóvenes bebiendo litros en los bancos, una señora que toma el sol sobre
su tacataca y, sobre todo, en la casa del Pumarejo que preside el
espacio. Frente a ella, los martes y los miércoles, si afinas el oído,
puedes escuchar cómo el sonido de las cacerolas, las risas de las
mujeres y la cumbia le hacen frente al ruido de la gentrificación y el
capitalismo que devora la ciudad y a sus consecuencias de
empobrecimiento y precariedad. “Desde que llegué me di cuenta de que era
necesario un espacio así. Vine con una niña pequeña, vivía en una casa
okupa, había mucho miedo y mucha soledad. Llegué a sentirme angustiada y
sola de no tener a quien platicarle o a quien me protegiera, me
compartiera la comida, me regalara un suéter, me invitara a su casa a
comer. No entendía mucho los trámites burocráticos y quería tener una
amiga que me acompañara. Desde el segundo día que llegue a España sabía
que me hacían falta amistades amorosas, feministas y solidarias en mi
vida”, comenta Antonia Avalos mientras no para de recibir a gente que
quiere saludarla.
Así surgió el comedor de mujeres supervivientes en la casa del Pumarejo, un espacio emblemático de las luchas sociales en la ciudad de Sevilla, en 2013. Un espacio autogestionado vinculado a las necesidades de las mujeres en situación de precariedad, exclusión social y violencias patriarcales. “El comedor surge por el hambre y la precariedad. No teníamos para comer, no teníamos empleo, entonces juntamos un puñadito de lentejas y de aceite de arroz y el cocinar juntas y el reírnos juntas, pues sabíamos que nos hacíamos falta, pero que también que nos hacíamos bien, nos daba seguridad, y es un refugio: nuestras miradas, nuestros cuerpos, cocinar juntas, limpiar juntas”, prosigue Antonia.
Una señora mayor del barrio recoge unos muñecos vestidos
de cofrades que llevan toda la Semana Santa en esta sala. Una chica
limpia algunos platos de la mesa. Otra mujer explica cuáles son sus
pasos favoritos de perreo. Este espacio supone uno de los mayores
espacios de encuentro colectivo en la ciudad, para todo tipo de mujeres y
disidencias. Un espacio abierto para debatir, compartir, ayudar y
volver a hacer del barrio una comunidad. Especialmente es un punto de
encuentro para las mujeres migrantes en Sevilla, ya que son ellas las
que se encuentran al frente de este proyecto. Un lugar curativo donde
poner sobre la mesa la herida colonial y racista que diariamente
soportan sus cuerpos. “Es un refugio, de sentirte cálida, segura,
protegida y feliz. Es verdad que todas las mujeres tenemos una herida
patriarcal, pero las mujeres migrantes aparte por el tema del racismo y
la violación constante de nuestros derechos humanos. Hay una herida
migrante y la curamos con ternura, con un bailecito de cumbia, con
cuidarnos y estar juntas”, comenta Avalos.
A pesar de que el
comedor lleva casi 10 años siendo un ejemplo de práctica política y
restaurativa para los individuos y lo colectivo, Antonia se queja de que
no cuentan con ellas desde los movimientos sociales de la ciudad y las
instituciones todo lo que deberían, y lo achaca al racismo: “Yo creo que
no nos ven lo suficiente porque nos siguen viendo como las otras,
siempre nos falta algo y creo que tiene que ver con que somos migrantes,
siempre se duda de todos nuestros títulos, de nuestras capacidades
intelectuales, de nuestras capacidades autogestivas, de nuestras
capacidades de una lucha constante desde un feminismo del sur
decolonial. Siempre se duda de que algo nos falta y de que no somos lo
suficiente blancas, inteligentes”, sentencia Antonia, que percibe
suspicacia hacia sus vidas y sus cuerpos. “No nos invitan a muchas cosas
que se hacen en la ciudad sobre problemas urbanos, de desempleo, de
justicia, de salud, de igualdad, de violencias, de inventar un mundo
nuevo, de vivienda. Nosotras tenemos cosas que decir porque todas esas
violencias atraviesan nuestras vidas y nuestros cuerpos y además porque
estamos generando una inteligencia colectiva y formas de pensar y de
sentir que deben ser escuchadas y que se pueden construir desde la
alteridad. Somos autoras, tenemos publicaciones, cosas inteligentes e
interesantes que compartir con las mujeres de aquí; creo que ahí hay un
prejuicio racista que no está revisado, que dice que está en contra de
todos los fascismos, pero en el día a día no se revisa su racismo”,
prosigue. También cree que el propio movimiento feminista no pone en el
centro prácticas como esta: “El 25N y el 8M son asambleas muy potentes,
pero solo se articulan al rededor de esas fechas tan marcadas. Nosotras
estamos todo el año, todos esos feminismos que tienen discursos tan
potentes, pero en el día a día las que estamos somos las de abajo, las
de a pie, resolviendo problemáticas y también pensando y repensando
nuestras vidas el sistema, las injusticias y las soluciones a nuestra
situación”.
Mujeres Supervivientes, además de ser una red de
apoyo y un espacio de encuentro, es una entidad que genera pensamiento
colectivo, intelectual y situado. Actualmente, se encuentra participando
en dos estudios, el primero sobre cómo impactan las carencias y
deficiencias del sistema en las vidas de las mujeres migrantes, que
hacen que se vean sometidas a mayor explotación, precariedad e
ilegalidad. El otro versa sobre la huella migrante, una cartografía de
las subjetividades de las mujeres migrantes y de cómo el proceso
migratorio afecta en la construcción de nuevas identidades. El apoyo
mutuo y el comadreo están dentro de todas las prácticas que se llevan a
cabo dentro de Mujeres Supervivientes porque, como recuerda Antonia
Avalos, “yo pienso que es ese amor profundo a la vida que no tiene que
ver con el amor cursi, sino con ese amar desde el corazón, desde las
entrañas desde partir el pedazo de pan y compartirlo con tu hermana,
igual la ropa, o si alguien es desahuciado estar pendiente a ver dónde
se puede acomodar, ayudar a hacer un CV y que te ayuden a ti también a
resolver cosas que tienen que ver con el empadronamiento, eso son
acciones que tienen que ver con la vida cotidiana”. Para ella, generar
política “tiene que ver con lo que me genera el otro, la otra, su
cuerpo, su ternura, la energía que irradia la fuerza para menear las
cazuelas en los fogones”.
Mujeres Supervivientes y Feminismos de los Sures son puntos de una cartografía de prácticas que se están llevando a cabo de distintas formas en toda Andalucía, como La Medusa en Málaga o La Asociación Kampito en Granada. Unas experiencias que ponen el comadreo en el centro para la subversión política desde distintos lugares: lucha antigentrificación, sindicalismo, salud mental, ruralidad o flamenco, como es el caso del colectivo Las Asarvahás (Sevilla) que saben definir con esta bulería compuesta colectivamente lo que es el apoyo mutuo mejor que los pensadores rusos: “Ay vente prima, vente pacá / Ay vente prima, vente pacá / Que si estamo toas juntitas / Ni un pucherito nos va a faltá / Que ni un pucherito nos va a faltá”.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/feminismos/la-revolucion-de-las-comadres