«Creemos que aquí (en el cortijo del Marrufo) puede estar una de las mayores fosas comunes de España en campo abierto, fuera de un cementerio: entre 300 y 600 personas», afirmó a finales de septiembre de 2011 Andrés Rebolledo, presidente del Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar y nieto y sobrino de dos […]
«Creemos que aquí (en el cortijo del Marrufo) puede estar una de las mayores fosas comunes de España en campo abierto, fuera de un cementerio: entre 300 y 600 personas», afirmó a finales de septiembre de 2011 Andrés Rebolledo, presidente del Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar y nieto y sobrino de dos fusilados en la zona.
Me he quedado de piedra, como los restos de la ermita de La Sauceda, principal dedo acusador del genocidio. Siempre he hablado y divulgado el horror y el terror nazi-fascista que asoló esta zona a finales del año 1936, pero es evidente que la labor de recuperación de datos de nuestra Memoria Histórica no ha hecho más que empezar.
«El detector de metales se volvió loco. Había tantas balas y casquillos que parecía que alguien las había arrojado como si fueran semillas, relató el arqueólogo Jesús Román, tras analizar los resultados de las primeras catas. Recogieron hasta 70 en dos prospecciones, con fecha y firma: Pirotécnica sevillana, 1936. Junto a los proyectiles, también encontraron cráneos agujereados por tiros de gracia.
Hace más de 15 años que llevo a mis alumnas y alumnos a las Cabañas de La Sauceda (Cortes de la Frontera-Málaga). Allí practicábamos orientación y senderismo, jugábamos y bailábamos, y pasábamos uno de los momentos más inolvidables de nuestras vidas en las noches de brasas y estrellas. El sitio es encantador y de una belleza poco común, lleno de quejigos, alcornoques, helechos y un sin fin de arbustos rodeando el arroyo de Pasadallana que se abre paso entre canutos desde el pico del Algibe. «No hay cobertura de móvil», se quejaban. Y yo les decía que por eso íbamos a ese lugar, para perdernos entre la exuberante naturaleza como los rebeldes y desahuciados de la sociedad que lo hicieron antes.
Aunque la historia de la zona se remonta más allá de los romanos, siempre le daba una especial importancia a la más reciente, al bombardeo de la aviación nazi en noviembre de 1936 que arrasó el poblado de La Sauceda (unos meses antes que en Guernika y en otros lugares) y la represión franquista que se abatió sobre esta zona llena de resistentes y de refugiados que deseaban pasar a Málaga donde todavía ondeaba la bandera republicana.
Hoy día los bombardeos aéreos constituyen noticias a las que estamos lamentablemente familiarizados: sin ir más lejos, testigos del horror y la ilegalidad internacional, ahí están los bombardeos de la OTAN sobre la población civil libia. Pero a veces nos olvidamos del inmenso laboratorio y campo de pruebas que fue nuestro territorio en los años 1936-1939 para los primeros ensayos de bombardeos a gran escala a los que se prestó el ejército franquista a cambio de dar un giro al curso de la guerra y facilitar la represión.
Se dice que la mente pensante del bombardeo moderno fue el general italiano Douhet, cuyas ideas plasma en su libro El control del aire (1921), defendiendo que las guerras modernas se resolverían mediante grandes campañas de bombardeo sobre la retaguardia enemiga indefensa. Este brutal pensamiento no tuvo aceptación en la cúpula militar italiana, pero pronto encontró seguidores entre los fascistas italianos y posteriormente sobre los nazis, y un lugar en el que ensayar las nuevas tácticas de guerras relámpagos alemanas (Blitzkrieg) donde se combinaba los ataques aéreos masivos y los rápidos movimientos terrestres: las poblaciones republicanas indefensas.
La Legión Cóndor, formada en octubre de 1936 por voluntarios de la Luftwaffe, como resultado del decidido y definitivo apoyo de Hitler al ejército fascista de Franco, llega al puerto de Cádiz el día 6 de octubre, y pocos días después comienza sus andanzas de fuego, destrucción y muerte en La Sauceda. Una vez que los republicanos, milicianos y refugiados comenzaron a vagar por las sierras huyendo, hambrientos y heridos, del asolamiento que sufrió esa zona de Los Alcornocales, les fue fácil a los facciosos detenerlos, rematarlos o fusilarlos en cualquier vaguada. Pero muchos de ellos, mujeres y niños también, fueron llevados a la finca El Marrufo (entre Cortes, Jimena y Ubrique) y allí se escribió una de las páginas más negras de la represión de la Provincia de Cádiz, equiparable a la de Casas Viejas (no muy lejos de ese lugar).
El cortijo de El Marrufo fue, entre noviembre de 1936 y marzo de 1937, «un centro de detención, tortura y ejecución equivalente a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) en Argentina», asegura José María Pedreño, presidente de la Federación Estatal de Foros por la Memoria. «Durante esos meses fueron detenidas una media de entre ocho y diez personas al día», corrobora.
¿Pero fue una simple casualidad el bombardeo de La Sauceda y el centro de torturas, desapariciones y ejecuciones de El Marrufo? Yo creo que no. La historia nos cuenta que la Sauceda ya fue destruida por primera vez en el siglo XVI y desde entonces constituía un símbolo de resistencia y de libertad.
Después de la rebelión de los moriscos del antiguo reino de Granada, conocida como la Guerra de las Alpujarras (1568-1571), se formalizó ya un «eje del mal» con epicentro en La Sauceda, dehesa que entonces tenía diez y seis leguas de travesía (más de 60 km. de largo) y fue demonizada por dar cobijo, decían las fuentes oficiales, a bandoleros o vaqueros que «vivían sujetos a todos los vicios, rapiñas, homicidios, juegos, robos, insultos y libertades«. En realidad el lugar albergó los primeros gérmenes libertarios y ecológicos desde tiempo inmemorial debido a su propia configuración, impresionante belleza e inaccesibilidad. Fue el licenciado Juan Sarmiento de Valladares (a quien ya Cervantes en su «Coloquios de perros» lo describe como el destructor de La Sauceda), el encargado de la sórdida tarea de no dejar piedra sobre piedra del poblado morisco y rebelde de La Sauceda.
Sin embargo, a la luz de la fama que testificó el escritor rondeño de mediados del Siglo XVI Vicente Espinel en su novela picaresca «Vida del escudero Marcos de Obregón», «fuíme a La Sauceda donde hay lugares y soledades tan remotas, que puede un hombre vivir muchos años sin ser visto ni encontrado si él no quiere«, antes de finalizar el siglo se refugiaron allí Pedro Machuca San Juan, capitán desaforado (privado de todo privilegio y juzgado en rebeldía) del ejército de Felipe II, proclamado caudillo general de la República Libre de la Sauceda, y sus 300 soldados huidos de la justicia militar, junto con moriscos verdaderos y monfíes (moriscos desterrados y que se refugiaban en lugares inaccesibles, dedicándose muchos de ellos al bandolerismo), judíos, gitanos y bandoleros de Sierra Morena.
Así pues, desde que los castellanos conquistan Al-Andalus, el valle recóndito de La Sauceda fue un lugar casi mágico donde se pudo construir una especie de «zona liberada», una comuna libertaria multirracial, una república libre al margen de la monarquía castellana y cuya fama rebelde y resistente pervivió hasta los años de la sublevación militar fascista. No es casualidad la marea de refugiados que llegaron a la zona, y la alta combatividad que demostraron ante las acometidas de las columnas militarizadas fascistas y falangistas, repeliéndolas una y otra vez.
Al final, solo la descomunal lluvia de fuego y metralla de los Stukas nazis lograron acabar con ese símbolo de resistencia y libertad que ha sido siempre La Sauceda. Así actúa la reacción frente a los espíritus combativos y libertarios que son el ejemplo, marcan el camino y representan la resistencia frente a los opresores de los pueblos. Los cuerpos ejecutados de hombres, mujeres y niños encontrados en el cortijo de El Marrufo, en el término de Jerez de la Frontera, así lo atestiguan. Tanta saña no tiene otra explicación. Debemos incrementar las labores de recuperación de nuestra memoria histórica, de dar a conocer los hechos que han tratado de ocultarnos durante décadas y que nos hacen rebrotar la conciencia de pueblo engañado, sometido y brutalmente reprimido.
Está bien ser pacifista por principio, como antifascistas, comunistas y libertarios que deseamos el fin de la opresión y de las clases, pero ante las siguientes ideas de genocidas como el general Queipo de Llano no se puede poner la otra mejilla y predicar la paz. La llamada «Transición democrática» ha dejado sin castigo ni denuncia acciones inhumanas como la descrita en este artículo, y ha posibilitado que fascistas con sus mismas ideas continúen entre nosotros. Hay que estar alertas. Es un poco largo pero creo que merece la pena transcribir el siguiente fragmento del discurso radiofónico pronunciado por este criminal de guerra el 23 de julio de 1936, que entre otras cosas decía:
«Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil, Castro del Río, id preparando sepulturas¡
«Nuestros valientes legionarios y Regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre?. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen (…)
Ya conocerán mi sistema: Por cada uno de orden que caiga, yo mataré a diez extremistas por lo menos, y a los dirigentes que huyan, no crean que se librarán con ello: les sacaré de debajo de la tierra si hace falta, y si están muertos los volveré a matar».
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