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La segunda Guerra Mundial y su impacto económico-social en Falcón

Fuentes: Rebelión

Fuente: Toma del Reichstag, Berlin. En: http://www.taringa.net/posts/ciencia-educacion/15530302/La-batalla-de-Berlin.html El pasado 9 de mayo del 2017 se cumplieron setenta y dos años de la gran victoria alcanzada por el ejército rojo de la URSS sobre el fascismo Alemán y con ella el fin de la segunda guerra mundial. No obstante, salvo algunos países de Europa y Asia […]

Fuente: Toma del Reichstag, Berlin.

En: http://www.taringa.net/posts/ciencia-educacion/15530302/La-batalla-de-Berlin.html

El pasado 9 de mayo del 2017 se cumplieron setenta y dos años de la gran victoria alcanzada por el ejército rojo de la URSS sobre el fascismo Alemán y con ella el fin de la segunda guerra mundial. No obstante, salvo algunos países de Europa y Asia que la sufrieron de cerca y conocieron sus lamentables consecuencias, han sido muy pocos los movimientos sociales y gobiernos de América Latina y el Caribe que han reflexionado acerca de ese acontecimiento y de su importancia en estudiarlo para contribuir a que nunca más una locura similar se repita. Sólo devastación y muerte produjo esta tragedia al mundo y aunque es difícil contabilizar el padecimiento humano sólo con números, la verdad es que en esa conflagración, según datos serios y confiables de la hemerografía soviética, hubo más de 54 millones de muertos, 90 millones de heridos, 28 millones de inválidos y aproximadamente cuatro billones de dólares en valores destruidos en un espacio territorial de más de 60 naciones que ocupaban alrededor de 22 millones de metros cuadrados del planeta y en donde vivía el 80 por ciento de la población del orbe. 110 millones de hombres empuñaron las armas y la mayoría de ellos fueron jóvenes arrancados de sus trabajos, de sus escuelas y universidades. Muchos no regresaron a sus hogares o los trajeron en ataúdes. Otros sufrieron hasta morir en los campos de concentración, en los ataques aéreos, en los hospitales militares de campaña, en el paredón de fusilamiento, en el cadalso o los mató la inanición, el frio, la sed o cualquier otro miserable infortunio creado por la guerra. Por primera vez en la historia universal «…las bajas de la población civil (28 millones de personas) fueron mayores a las del sector castrense en los frentes de batalla (27 millones de soldados)». 

Ahora bien, ¿quién ocasionó esta sangrienta y mortal desdicha, cuyo comienzo tuvo lugar un 01 de septiembre de 1939 con la invasión de la Alemania nazi a la República de Polonia? En los documentos secretos incautados en los archivos del Estado fascista, cuando el ejército soviético tomó Berlín e hizo capitular a los mandos militares alemanes el 8 de mayo de 1945, se evidencian los planes que estos últimos tenían para dominar el planeta: apropiarse de territorios más allá de sus fronteras, arrasar pueblos enteros, saquearles sus riquezas y, en fin, utilizarlos sólo como fuerza de trabajo. El propio Adolfo Hitler, líder principal de aquella barbarie, lo había escrito en los términos que siguen:

Afrontamos la necesidad de disminuir la población, esto es parte de nuestra misión de proteger al pueblo alemán. Tendremos que desarrollar la técnica de despoblación…Tengo en cuenta el exterminio de grupos raciales enteros. Esto es, precisamente, lo que estoy dispuesto a hacer. Esta es, en grandes rasgos, mi tarea. La naturaleza es cruel, por eso podemos ser crueles también. Si puedo mandar al infierno de la guerra la flor de la nación alemana, sin que me pese en lo más mínimo la preciosa sangre alemana derramada, tengo derecho a eliminar a millones de personas de la raza inferior, que se reproducen como gusanos».

Aquel absurdo era el concepto construido como pretexto por el imperialismo alemán para justificar el exterminio y dominación universal en favor de sus poderosos consorcios y de la burguesía germana. Era la lógica de la máxima ganancia del capital, siempre avariento e inhumano, la que provocó esa conflagración y condujo a personas inocentes a una carnicería, al padecimiento y la muerte.

Campo de concentración. En: Revista Unión Soviética.

Número Especial, 1975. Aniversario de la gran Victoria

(1945-1975). p. 32

En los campos de concentración quedaron marcadas las endemoniadas y desquiciadas conductas que los teóricos y cabecillas Hitlerianos organizaron para cometer los más atroces crímenes y adueñarse de territorios más allá de sus fronteras, desaparecer pueblos completos o esclavizarlos, saquearles sus patrimonios culturales, científicos y recursos naturales en general. Uno de esos asesinos de nombre Grabner, jefe de la sección política del campo de concentración de Oswiecim, dejó al respecto este increíble testimonio:

Los transportes con reclusos destinados a ser intoxicados con gas llegaban a la estación de clasificación de Birkenau. Aquí se hacía bajar a los presos de los vagones de mercancías, los formaban en filas y les quitaban todo lo que tenían. Después separaban a los niños y a los jóvenes de menos de 18 años y los envenenaban con gas. A los que tenían más de 50 años se les enviaba también, por regla general, a las cámaras de gases. Se intoxicaba con gas a todos los enfermos. Los restantes reclusos debían pasar ante una comisión integrada por el jefe de la guardia del campo, el médico del campo, el jefe de la sección política y los jefes de los bloques. Todos tenían que desnudarse en presencia de la comisión. Si entre los reclusos había mujeres embarazadas, a éstas las condenaban inmediatamente a ser envenenadas. Los demás pasaban en formación por delante de la comisión y ésta determinaba si debía ir a la derecha o a la izquierda. La izquierda significaba quedar con vida, la derecha, morir. Si los crematorios no daban abasto a incinerar los cadáveres, se encendían hogueras y los quemaban en ellas. El Obersturmbannfuhrer Hoess ordenaba echar a la hoguera a personas vivas, principalmente a niños. Conozco la siguiente expresión de Hoess: A las bestias hay que arrojarlas vivas al fuego.

Apenas habían transcurrido 20 años de la culminación de la primera guerra mundial y estallaba en 1939 este otro espantoso conflicto bélico. Ninguna de las dos confrontaciones la produjeron rivalidades entre los pueblos que al final se destrozaron en ellas. Ambas fueron ocasionados por las contradicciones en la que entraron los más codiciosos grupos económicos y políticos que dominaban los Estados imperialistas culpables de aquella matanza, pero fue en Alemania «…en donde germinó el más agresivo de todos cuantos ha parido clase dominante alguna: el fascismo».

Según fuentes históricas de la antigua Unión Soviética, esa beligerancia costó a los países en contienda un billón quinientos mil millones de dólares, sin contar la destrucción y pérdidas materiales. De hecho, la vida económica normal de todo el orbe se vio afectada. Personas que eran aptas para el trabajo, fueran llamadas a alistarse a los distintos ejércitos en pugnas y ello significó un duro revés a la producción que se interrumpió o alteró su proceso generador de materias primas, bienes y servicios. Sin embargo, las estadísticas que se conservan de la época indican que el resto de población formada por ancianos, mujeres, adolescentes y niños fue incorporada a la economía de guerra que se puso en marcha y que los hizo lanzarse a la fabricación de cantidad nunca vista de armamento en una carrera loca en donde cada cual quiso lograr la superioridad destructiva sobre su enemigo. Y tal fue la necesidad por alcanzar ese objetivo que el historiador ruso D. Kraminov, asegura que «…durante la segunda guerra mundial, solamente cuatro países -EEUU, Inglaterra, Alemania y la URSS – fabricaron 653.000 aviones, 287.000 tanques y 1.041.000 cañones».

Stalingrado. En: Revista Unión Soviética.

Número Especial, 1975. Aniversario de la gran Victoria

(1945-1975). p.

Por consiguiente, como era de esperarse, las llamas del incendio provocado por aquella letal lucha, tarde o temprano tenían que llegar a América Latina y el Caribe. En 1941, Venezuela era gobernada por el general Isaías Medina Angarita, quien había sustituido a su par Eleazar López Contreras mediante designación efectuada por el congreso nacional el 28 de abril de ese mismo año. Para entonces, Venezuela tenía 3.850.771 habitantes y más del 50% de ellos vivían en las zonas rurales. El presupuesto de la nación rondaba la suma de 300 millones de bolívares y la fuente económica principal de donde procedían esos recursos era la de una industria petrolera en crecimiento pero dada en concesiones a grandes empresas extranjeras, principalmente norteamericanas. Por otra parte, la actividad agropecuaria, la cual había empezado a mostrar signos de franca decadencia desde hacía ya algunas décadas, aún aportaba importantes volúmenes para la exportación y en ella estaba ocupada la mayor parte de la fuerza de trabajo que vivía en el campo. Las necesidades que tenía de elaboración manufacturera y otros bienes industriales, eran suplidas con importaciones provenientes del mercado exterior. Los ingresos fiscales se adquirían con lo que se recaudaba por derechos de puertos, con la compra de bienes y la venta de hidrocarburos. Pero quizás, lo más significativo de la situación socio-económica y política era que el Estado Nacional había asumido como obligación los problemas propios de la vida ciudadana y un grueso de la gente dependía absolutamente de la administración gubernamental nacional, regional y local.

Un indicador macroeconómico de 1941 muestra que los ingresos fiscales venezolanos, y principalmente los provenientes de la exportación petrolera, sufrieron una significativa tendencia a la baja. En 1940 (administración del general Eleazar López Contreras) se había reportado oficialmente por ese mismo concepto una recaudación que ascendía a la suma de 888.326 bolívares y al año siguiente la contribución apenas fue de 809.321, es decir, experimentó una disminución en cifras absolutas de 79.005 bolívares. Lo mismo había ocurrido, excepto con el café, con otros renglones que, aunque con menos volumen de producción, también se giraban al mercado externo. En ese año, la merma de los ingresos, que era inevitable derivación de la guerra, obligaron al gobierno de López Contreras a dictar medidas urgentes de reajuste económico muy drásticas que consistieron en reducciones presupuestarias que terminaron afectando algunos programas sociales de asistencia a los más pobres. En esa orientación, el 11 de noviembre de 1940, Aníbal Sierralta Tellería, presidente del estado Falcón, por mandato del ciudadano Ministro de Relaciones Interiores, decidió «…con motivo de las repercusiones económicas producidas por el conflicto europeo en la vida de las naciones americanas», aprobar un decreto ordenando «…la reducción de los sueldos, desde esta primera quincena inclusive […] en la escala siguiente: 5% a los comprendidos de Bs. 201 a Bs. 1.000 y 10% a los de 1.001 en adelante, respectivamente». Igualmente, dispuso la eliminación de las partidas destinadas a las «Asignaciones Oficiales», «Asistencia Social», «Educación Pública», «Gastos Generales de Administración» y «Pensiones de Beneficencia y Escolares». Finalmente, se estableció que el equivalente que se obtuviese por rebajas de sueldos, eliminación y reducción de partidas, fuera abonado para fomento de la agricultura, la cría y extracción del agua del subsuelo.

Dos años después, exactamente en 1942, la situación seguía empeorando o al menos no mostraba signos de recuperación. En este sentido, preocupaba al Ejecutivo Nacional y Regional los apuros y los momentos aún más difíciles y de incertidumbres que se avizoraban en el horizonte político-económico a escala internacional y que irremediablemente iban a repercutir en las condiciones de vida de la población falconiana. Un hecho que prendió las alarmas y quitó el sueño a la gestión del presidente Isaías Medina Angarita y a sus subalternos en el interior del país fue la presencia comprobada de naves de guerra del eje nazi fascista merodeando la frontera caribeña, corredor marítimo por el cual necesariamente transitaba toda la producción de hidrocarburos y otros renglones que constituían el comercio de importación y exportación venezolano. Tal circunstancia era un impedimento terrible que ponía en riesgo esa relación vital mantenida con el mundo en tiempos normales de paz. Así lo reconoce la autoridad ejecutiva falconiana en el texto que sigue:

El actual conflicto bélico […] en cuyos resultados están interesados los distintos miembros de la familia internacional, ha tenido graves repercusiones en Venezuela -especialmente en las actividades de orden económico- que tienden a agravarse, exigiendo, por lo tanto, de gobernantes y gobernados, una actitud previsiva y resuelta para confrontar la situación verdaderamente excepcional que se ha presentado. La presencia de sumergibles de las naciones del Eje, en aguas del Caribe, ha establecido un bloqueo de hecho, paralizando -temporalmente por lo menos- la exportación del petróleo y la importación de los diversos productos que demandan las necesidades nacionales, e interrumpiendo la forma de abastecimiento que se hace por el sistema de cabotaje. Entre las consecuencias de tal estado de cosas, como son el paro de obreros por cesación o limitación de las actividades económicas, con su secuela de males, la más resaltante es la que gravita sobre el organismo fiscal de la República.

Con ese propósito, el presidente de la entidad, Tomás Liscano, convocó a propietarios de tierras, a los denominados industriales y capitalistas, al clero, profesionales, periodistas, intelectuales y, en fin, a todos aquellos que eran considerados integrantes de las «clases representativas de la sociedad», con la intención de exponerles la difícil situación que se vivía y allí esbozó la necesidad de hacer un mejor uso de los recursos y vocaciones productivas de la zona bajo su conducción, pidiendo colaboración de todos ellos para garantizar realizar lo que calificaba de «obra de reconstrucción» cuyo propósito era evitar enfrentar los inconvenientes imperantes. En este sentido, en documento oficial denominado: «Orientaciones del Gobierno Frente al Conflicto Bélico que Afecta la Civilización Universal y la Economía de la República», señalaba:

Nuestro lema, el imperativo categórico del momento, es producir lo más que sea posible, con energía, esfuerzo y constancia, animados todos por un sano sentimiento de optimismo y de fe, el mismo que infundió temple de acero a las almas de los libertadores en las horas más sombrías de la gesta emancipadora. Y no flaquear, ni permitir que el temor, la duda, el desaliento o la ansiedad se apoderen de los ánimos, sino trabajar con serenidad, valor y decisión, a fin de salir ilesos de este caos que envuelve a las naciones y que amenaza cubrir el mundo con densa atmósfera de dolor y miseria, a la vez que de regresión a las más inferiores formas de organización social.

Por último, es de significar que en ese mismo año, en el que casi todo el planeta ardía en llamas y el desenlace de la guerra continuaba siendo impredecible, las informaciones de inteligencia indicaban que si el conflicto se inclinaba a favor de Hitler, éste en poco tiempo extendería su manto de muerte y desolación hacia este lado del Atlántico. Frente a semejantes amenazas y dificultades, el gobierno del estado Falcón alertó a su vecindad sobre el peligro latente y pidió a todos compromiso en la defensa de la nación y el mayor de los esfuerzos para producir los bienes de consumo necesarios que permitieran minimizar cualquier efecto económico adverso originado por aquella conflagración:

Las fuentes fundamentales de ingreso están constituidas por las rentas de minas y de aduanas, y, por lo tanto, sufrirán por algún tiempo reducciones de consideración que imponen al gobierno de la República un reajuste adecuado de los gastos, a la par que medidas de previsión tendientes a fortalecer la capacidad económica y ampliar la posibilidad de trabajo, con el objeto de bastarnos a nosotros mismos produciendo en la medida de los esfuerzos aquellos frutos y productos que antes se traían del exterior, para ser empleados en la satisfacción de nuestras necesidades. Por lo tanto, la Administración Pública Nacional y la de las Entidades Federales aplicarán los recursos de que disponen a realizar el apremiante objetivo de fortalecer la capacidad productiva y el mercado de trabajo, con preferencia a otros motivos de inversión.

Memoria y Cuenta del Secretario General de Gobierno del estado Falcón, 1943.


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.