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La senda de Julio

Fuentes: Rebelión

Ver a Gaspar Llamazares elogiando a Julio Anguita, una vez muerto, por televisión me ha decidido a escribir este artículo. Son muchas las alabanzas que está recibiendo un hombre que fue de esos que dejan huella. No es ese el objetivo de este artículo, que no se ha de confundir con la verborrea de los hipócritas, pero ojalá estuviéramos ahora recordando a un expresidente del Gobierno de España. Qué país diferente seríamos, soberano, digno y justo, democrático por encima del poder de los más ricos, con voluntad y perspectiva de futuro para las generaciones venideras y para la tierra que pisamos. Y a mediados de los noventa lo barruntamos; hubo un instante, cuando el proyecto de Izquierda Unida de Anguita maduraba y su discurso hacía mella en el cuerpo social, en el que sentimos que podíamos disputar el poder. Quizás en las elecciones municipales de 1995, casi el 12% de los votos, o en las parlamentarias de 1996, cuando el proyecto obtuvo 21 diputados y se sentía que fermentaba en las calles y en las conciencias. Fue entonces cuando se desató la campaña brutal, aberrante, de una violencia simbólica apabullante, encabezada, cómo no, por el grupo PRISA, para parar aquello como fuera. Julio fue la diana principal. Manosearon su imagen, la ensuciaron con mierda de todos los colores. Lo intentaron aplastar simbólicamente. Una metáfora. Vinieron a decir: lo aplastamos con nuestro poder mediático del mismo modo que lo aplastaríamos con nuestro poder de facto si ganara. Pero eso no fue todo. Anguita tuvo que pelear en diferentes frentes internos. La organización reaccionó a las posibilidades de victoria y a las presiones del poder con dinámicas de autodestrucción. Toda una panda de chacales de aparato afilaban sus puñales a todas horas en espera de sus particulares idus de marzo. Boicotearon desde el comienzo la puesta en marcha de la senda que marcaba un Coordinador General que entendía que los partidos, las organizaciones, no son patrias ni clubs sociales ni chiringuitos para buscarse la vida ni jaulas de grillos en disputa por las miserias de un podercito sectario.

¿Por qué Julio Anguita se encontró con tantos enemigos, tanto externos como internos? Creo que podemos caracterizar la senda de Julio con tres ideas que, confieso, en aquel entonces muchos no supimos entender en toda su agudeza y profundidad.

La primera. La teoría de las dos orillas. Julio se empeñó en desmontar lo que, también por un instante, se hizo trizas con el 15M: la alternancia PSOE-PP sobre un fondo de profundo acuerdo en lo esencial, en lo económico. Programa, programa, programa; a la mierda el rollo izquierda-derecha, lo importante es qué demonios hacemos en el poder. Se negó a pactar con el PSOE si no era sobre la base de medidas programáticas concretas; le hubiera dado igual el PP. No era una cuestión de identidades partidistas, de rojos o azules, sino de enfrentarse al desastre neoliberal. Supo verlo con claridad cuando toda la “izquierda” oficial babeaba con el tratado de Maastricht envuelta en un cegato furor europeísta. Hubo entonces momentos de estremecedora capacidad de vaticinio de un Julio que marcaba la senda opuesta a la que nos ha traído a este momento actual tan desastroso.

La segunda. La apuesta por un discurso apegado a lo que él siempre llamaba “los problemas de la gente”. Dejaos de izquierda, de símbolos comunistas, dejaos de banderas, de identidades políticas; vamos a hablar con la gente, a hacer propuestas concretas para los problemas concretos, vamos a dibujar un programa realista, factible, dentro de lo que establece la Constitución española. Los principios marcan el camino, pero no son bandera, actúan en la sombra impidiendo precisamente lo que las proclamas no impiden: que nos desviemos del camino de lo necesario. Julilo Anguita fue un populista intuitivo, que supo leer el momento y trató de marcar lo que llamó “una nueva forma de hacer política” que tuvo la virtud de conectar con las ansias y expectativas reales de la gente. Quiso bajar a la izquierda de su pedestal identitario y moralista y llevarla al barro de la realidad social. Para ello había que allanar el lenguaje y olvidar las disputas semánticas. Que mal se entendió esto y cuánta razón tenía.

La tercera. Julio Anguita, desde el minuto cero, tuvo conciencia muy clara de lo que con frecuencia denominaba “el enemigo”. Tenía una sólida experiencia de gestión política en el ayuntamiento de Córdoba y sabía muy bien de las limitaciones del poder político en las arenas movedizas del capitalismo. Vio con claridad que pactar en minoría con el PSOE eran malas migajas y que, incluso, ganar las elecciones podía no servir para mucho. El poder político, sin un sólido respaldo de organización social, no lleva a ninguna parte, decía constantemente. De ahí la idea que defendió hasta el final de Izquierda Unida como “movimiento político y social”, y no como mero partido político o coalición de partidos. A muchos militantes de aquel entonces nos comían los demonios cuando los medios se hartaban de decir llamar “partido” a IU. Tampoco podían evitar la confusión terminológica, tan significativa, los profesionales del aparato que se pusieron manos a la obra en las labores de acoso y derribo en cuanto se vio que el líder no concebía Izquierda Unida como un fin en sí misma. Es muy significativo, en este sentido, el proceso de bullying al que sometieron a las áreas de elaboración aparatos de partido como el del PCE e IU de Madrid, liderado por esa lumbrera del politiqueo con aprovechamiento personal que era Ángel Pérez. Las áreas fueron una innovación significativa de la organización: eran interficies de encuentro con la sociedad civil, organizadas por contenidos para la definición de la propuesta política de IU. En ellas, los militantes (y los apparatchik) se reunían con gentes de los movimientos ciudadanos y sociales para llegar a acuerdos programáticos. Recuerdo muchas de estas reuniones en las que activistas feministas, ecologistas, pacifistas, antirracistas o de los movimientos vecinales exhibían paciencia de santos y no abandonaban a pesar de las chusqueras provocaciones de los cuadros profesionales de partido que asistían a ellas sólo para boicotear y desalentar. Por supuesto, cuando Llamazares se hizo cargo de la organización, las áreas desaparecieron. Otra vez el partidito, el chiringuito, de siempre.

Julio marcó la senda, y cuando han florecido esperanzas en esta sociedad maltrecha ha sido porque alguien se ha acercado a esos postulados. Cuando por fin consigamos organizarnos aprovechando el legado de ese comunista sabio, modesto e irredento, ganaremos.