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Cronopiando

La suerte de ser un desempleado inglés

Fuentes: Rebelión

Lo peor de estar desempleado, como es mi caso, es no ser inglés. Y lo digo, y a los hechos me remito, por los tantos trabajadores ingleses que, al margen de las ayudas que perciban del Estado, cuentan para su beneficio con la imprescindible credibilidad de sus paisanos. Leía ayer que Tony Lee, camionero inglés […]

Lo peor de estar desempleado, como es mi caso, es no ser inglés.

Y lo digo, y a los hechos me remito, por los tantos trabajadores ingleses que, al margen de las ayudas que perciban del Estado, cuentan para su beneficio con la imprescindible credibilidad de sus paisanos.

Leía ayer que Tony Lee, camionero inglés desempleado, había logrado venderle a Terry Collins, un conocido millonario británico famoso por su sagacidad en los negocios, el hotel Ritz de Londres por 1.996 millones de dólares.

Huelga decir que el bueno de Tony Lee, que si se hubiera dedicado al cine no habría tenido que improvisar un nombre artístico, no tenía, entre sus propiedades, hotel alguno que vender ni patrimonio que llevarse a la boca, por lo que la venta y la compra de la que estamos hablando ha sido un timo. Eso sí, uno de esos timos que uno envidia y celebra, un delicioso timo.

Y un timo que ha salpicado, también, a un financiero holandés, Marcel Boekhoorn, que enterado por el millonario británico de la oportunidad de participar juntos en tan lucrativo y seguro negocio, se trasladó a Londres con su equipo de asesores dispuesto a cerrar el trato, no se le fuera a adelantar otro comprador.

Cuando el camionero inglés, abrumado por la confianza de sus clientes que ya le habían adelantado el dinero exigido a cambio de darles prioridad en la operación, decidió doblar la apuesta y sacar a la venta un nuevo lote de emblemáticos edificios a cambio de duplicar el costo, la siempre tenue línea que separa la credibilidad de la sospecha tensó sus argumentos, y el millonario entró primero en dudas, después en cólera y, finalmente, en tratamiento, obviamente, psiquiátrico. Acababa de perder algo más que esos casi dos mil millones de dólares que, actualmente, cuenta para su disfrute el camionero, supongo, en la suite principal del hotel Ritz.

Desgraciadamente, yo no conozco a ningún millonario tan ambiciosamente idiota como para comprarme la playa de la Concha o el Guggenheim de Bilbao. Todo lo que en mi vida he aspirado a vender ha sido mi literatura, y ni siquiera he logrado interesar en su valor a una sola editorial.

Nada que ver, por ejemplo, con otra célebre desempleada inglesa, J.K.Rowling, que, tras algunos fracasos, tuvo la feliz dicha de ser recibida por una editorial, incluso oída, y hasta leída también, cuando les propuso su libro de aventuras sobre un niño llamado Harry Potter. No dudo que, tal vez, alguien hubo que objetó el hecho de que la autora fuera una absoluta desconocida, o que el tema careciera de interés, o que el momento no fuera el oportuno, o que la línea editorial tuviera otras prioridades… pero prevaleció la sensatez de la locura. No hace falta agregar, para quienes todo lo reducen a números, que no hay nadie en el mundo dedicado al noble oficio de escribir que haya ganado tantos millones de euros como la autora inglesa.

Pero estas son historias, casi de ficción, que sólo se dan entre los desempleados de Inglaterra.

Eran ingleses, aquellos cuatro músicos de Liverpool que hace medio siglo contribuyeron más que nadie, desde la música, a cambiar el mundo. Y factor determinante en que así fuera, fue la curiosidad de Brian Epstein, dueño de una tienda de música, al que unas jóvenes pidieron un día un disco de The Beatles que no figuraba en inventario. Nadie había oído hablar de ellos. Epstein, en lugar de limitarse a responder que no, que no tenía ese disco y seguir haciendo el crucigrama, buscó a sus músicos perdidos, los encontró actuando en un local de mala muerte, y acabó convirtiéndose en su manager.

Y yo aquí, casi consumido por la fatalidad de no tener empleo y tampoco ser inglés, llamando a editoriales, siempre de librería en librería preguntando si tienen a la venta alguna de mis inéditas obras, por si el dependiente también conoce la anécdota de Epstein y los Beatles, y acude en mi rescate y el suyo.