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¿Qué tiene que ocurrir para que la “tendencia feminista” se revierta en España?

La tendencia y la normalidad: la vuelta del machismo

Fuentes: Cuarto Poder

Primera pregunta: ¿cómo se ha podido generar en un sector no desdeñable de la población española la ilusión de que el feminismo hace las leyes, controla a los jueces, manipula las estadísticas, reprime o persigue a los hombres, ideologiza a las mujeres e impone una especie de totalitarismo «políticamente correcto» -y ello en el momento […]

Primera pregunta: ¿cómo se ha podido generar en un sector no desdeñable de la población española la ilusión de que el feminismo hace las leyes, controla a los jueces, manipula las estadísticas, reprime o persigue a los hombres, ideologiza a las mujeres e impone una especie de totalitarismo «políticamente correcto» -y ello en el momento en que más avances se han hecho, y más prometedores, en el camino de la igualdad de género?

Segunda pregunta: ¿cómo se ha podido generar en otro sector social no desdeñable la ilusión contraria de que, frente al machismo estructural, el feminismo ha conquistado las calles, convencido a las mayorías, asentado un consenso discursivo hegemónico y cruzado un umbral de cambio sin retorno que asegura la liberación planetaria -y ello en el momento en que Europa entera se desplaza hacia la ultraderecha y España, según las encuestas, vira muy deprisa hacia una mayoría absoluta de la trinidad PP/C’s/Vox?

Creo que estas preguntas, y sus respuestas, son inseparables. La primera está incluida en la segunda y viceversa. ¿Por qué el neomachismo reflota arrastrando consigo a personas y grupos que hasta ahora aceptaban la normalidad feminista, estaban dispuestas a un esfuerzo pedagógico o reprimían al menos -con más o menos empeño y más o menos conciencia- sus prejuicios y atavismos? Al contrario de lo que pretende la visión militante más panglossiana, no se trata, en mi opinión, de una reacción dialéctica que vendría en realidad a demostrar nuestros progresos; demuestra más bien hasta qué punto los progresos más ásperamente conquistados pueden retroceder en pocos minutos.

Lo normal, tras varios milenios de patriarcado, es ser machista; y si es verdad que una combinación de luchas históricas y feliz laicismo antropológico han generado en nuestro país una tendencia esperanzadora, no es menos cierto que, porque lo normal es ser machista, esa tendencia cubre un magma cuántico, potencialmente descarriado, compuesto sobre todo de indiferencia, conformismo e inhibición. Ello sin olvidar las dinámicas intrínsecas a las «tendencias»; la ventaja de generar una es que toda tendencia se acompaña siempre, por su propio impulso interno, de una especie de inercia estadística que suma unidades por contigüidad, pero que las pierde de la misma manera, y a velocidad superior, en el mismo momento en que esa tendencia se invierte. Toda tendencia, por así decirlo, tiene vocación de mayoría; y por eso es tan importante cuidarlas y protegerlas: porque en todo cambio de tendencia está siempre presente la posibilidad de un vuelco mayoritario, y tanto más si la tendencia de pronto frenada se ha activado trabajosamente contra la historia misma. En pocas palabras: el momento en el que «todo el mundo quiere ser feminista» es más engañoso que el momento en el que «todo el mundo vuelve a ser machista». Por eso es fundamental saber aprovechar el momento del «engaño», con cuidado maternal y pedagogía textil, para consolidarlo como realidad social irreversible.

¿Qué tiene que ocurrir para que la «tendencia feminista» se revierta en España? Tres cosas.

La primera es que la experiencia de la complejidad -económica, laboral, ecológica, moral- apabulle materialmente a mucha gente, encerrada en márgenes de maniobra vital y mental cada vez más estrechos: la desorientación -de la que hablaba hace unos días José Luis Villacañas en un excelente artículo– induce la búsqueda de «orientes» firmes y concretos, todos los cuales están siempre en el pasado.

La segunda es que clases intelectuales y dirigentes políticos «autoricen» desde la esfera pública a decir «sin complejos» lo que «todo el mundo piensa»; e incluso alimenten la idea de que esta vuelta al pasado -a los orientes concretos y firmes- es una expresión de rebeldía transformadora. Por eso, tan importante es defender la incorrección política en el arte, el sexo y la escritura como exigir corrección política a las instituciones. Todas estas reversiones históricas comienzan cuando un señor normal, a veces bajito y con bigote, se sube a un púlpito público y le dice a la gente normal: «sed vosotros mismos». Hace unos días Sonia Guajajara, líder indígena brasileña, recordaba este desplazamiento del eje discursivo en Brasil: muchas personas, dice, «mantenían el odio dentro del armario», reprimían «su racismo y su fascismo», pero ahora esos discursos «resultan avalados por la autoridad máxima del país, que incita al odio y a la violencia». Hace falta siempre un «discurso público autorizado» para que muchos hombres y mujeres que quieren ser feministas -tarea bastante fatigosa- quieran de pronto ser machistas -cosa mucho más fácil y placentera, sobre todo para los hombres.

Pero es necesario un tercer factor coadyuvante, y es que el feminismo «represor», «manipulador» y «autoritario» no sea sólo el falso «muñeco de paja» al que golpean las clases intelectuales y los dirigentes políticos arriba citados. A través sobre todo de las redes se ha caricaturizado de modo abyecto el primer verdadero humanismo de la historia -el que quiere completar la Humanidad integrando en ella la mitad silenciada y excluida- pero hay que reconocer, por muy provocador que pueda sonar, que cierto feminismo, minoritario pero de gran visibilidad, ha facilitado la tarea de esa minoría neomachista vociferante. Es el feminismo que he llamado «izquierdista» porque se mueve entre el triunfalismo, el puritanismo y el elitismo identitario (o sectarismo vanguardista).

Un «feminismo del 99%» no puede decirle a las mujeres no militantes que están casadas con un «terrorista», no puede criminalizar sus fantasías sexuales y no puede despreciar sus opciones estéticas, la música que escuchan o su ternura hacia el imbécil que aman; no puede, en definitiva, obligarlas a salir sin parar -como ahora se dice- de su «zona de confort», confortablemente poblada de hijos, tareas domésticas y penalidades laborales. Tampoco ese feminismo del 99% puede fundar su verdad liberadora en torno a la victimización y al margen del Derecho, esa pequeña chapuza protectora que hay que disputar y mejorar. Hay muchas mujeres -y muchos hombres- que quieren ser feministas y a las que el feminismo no se lo pone nada fácil.

El odio machista -y racista- del que habla Sonia Guajajara, y que todos oímos ya crepitar de cerca, se puede interpretar como una defensa personal frente a una verdad a cuya altura no logramos estar. Como demostró el 15M, como demostró el primer Podemos, como demostró el tsunami movilizador feminista, la gente prefiere ser buena, justa y razonable. Pero a veces no se es capaz. Pues bien, la única situación en que podemos permitirnos a nosotros mismos obrar -y votar- contra nuestros principios presupone y requiere odiar muy intensamente, por encima o por debajo de la moral, los objetos que nos recuerdan nuestra insuficiencia o nuestra flaqueza ética (los inmigrantes, las feministas, los ecologistas, los «comunistas»).

Hay que tener mucho cuidado con no añadir demasiada «presión moral» allí donde todas las otras presiones -económicas, laborales, «civilizacionales»- nos muerden los tobillos; porque si los ciudadanos sublunares se sienten demasiado presionados a «ser morales» y alguien con autoridad pública los libera de ese «trabajo excesivo» y les autoriza a ser racistas, machistas o ultranacionalistas, la culpa reprimida se transformará rápidamente en agresividad política y el alivio psicológico en agradecimiento electoral. Después de miles de años de patriarcado, lo normal es seguir siendo machista; y un feminismo del 99% debe contar en todo momento con esa normalidad acechante que está esperando su momento «real» y que por eso mismo no puede ser sólo reprimida -sin que al «normalizador» se lo reciba como a un «liberador» y un «rebelde». Liberador y rebelde, pero a la altura de los sujetos interpelados, debe ser -y percibido como tal- el humanismo feminista y sus propuestas de renormalización del mundo.

Los tres factores de reversión de la tendencia feminista ya están presentes en España: una complejidad articulada de efectos materiales y mentales devastadores; una clase intelectual y unos partidos políticos dispuestos a alimentar «sin complejos» el neomachismo reactivo; y un feminismo caricaturizable («feminismo chic», lo llama Amaya Olivas) que no siempre ha sabido aprovechar el momento del «engaño» para asentar una nueva normalidad universal menos ajustada a los dictados de la Historia y más a los deseos de bondad, justicia y sensatez de las mujeres y hombres de nuestro país. ¿Qué quiere decir esto? Que, por desgracia, una vez más, no vamos ganando; y que la lucha feminista por la igualdad y los Derechos Humanos, la libertad sexual y la justicia social, tiene aún muchas jornadas -muchas- por delante.

Fuente: http://www.cuartopoder.es/ideas/2019/01/13/santiago-alba-rico-vuelta-machismo-vox-feminismo/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.