La persistencia de la campaña mediática que agitan Washington y sus asociados en el mundo contra Cuba no es nada novedosa, ya que se mantiene sin pausa desde hace medio siglo, pero el despliegue actual, utilizando el control que ejercen sobre los medios de comunicación masivos, tiene varios objetivos, entre ellos, debilitar el apoyo internacional […]
La persistencia de la campaña mediática que agitan Washington y sus asociados en el mundo contra Cuba no es nada novedosa, ya que se mantiene sin pausa desde hace medio siglo, pero el despliegue actual, utilizando el control que ejercen sobre los medios de comunicación masivos, tiene varios objetivos, entre ellos, debilitar el apoyo internacional logrado por el gobierno cubano en los últimos tiempos, que permitieron un respiro en el aislamiento brutal, así como «acorralar» a los indecisos en el campo de un «progresismo» cuya cooptación cultural se produjo en el escenario de huracán neoliberal de los años 90 y sus «tentadoras» ofertas, entre otros.
Temerosos éstos de perder el terreno «ganado», que les supone éxitos, reconocimientos y «buen pasar» si permanecen en los límites admitidos por el sistema, o intimidados los «confusos», tanto el silencio como algunos comentarios de estos sectores, es «oro en polvo» para el proyecto de recolonización regional, ante el cual la existencia de Cuba, su irradiación, ejemplo y valores es un escollo insalvable.
Cuanto más se extienda el poder de la campaña, estiman que más fáciles serán los argumentos para los viejos proyectos de la «transición» imaginada por los halcones de Washington, que en el caso cubano planean como una intervención directa, disfrazada de «invasión humanitaria» o «antiterrorista» después de que este país fuera colocado en la última «lista negra».
Sin esta campaña mediática, acompañada por otras temibles acciones secretas, no se podría sostener la ofensiva destinada a «ganarse » ya no sólo a las derechas internacionales, sino a sectores considerados en otros tiempos «progresistas moderados» o al menos indiferentes.
Es evidente también el acoso y la presión supuestamente «moral» sobre los gobiernos de la región, que al no actuar contra Cuba en estas circunstancias corren el riesgo de que los declaren «cómplices» de los enemigos de Estados Unidos.
Asimismo esta campaña puede leerse como una desesperada respuesta del imperio a las resoluciones mayoritarias en diversos organismos internacionales, y especialmente en el entorno del nuevo mapa latinoamericano, que han demandado el fin del bloqueo contra la isla (en realidad un sitio establecido como acto de guerra), su inclusión junto al resto de los países, como sucedió con el voto por el reingreso a la Organización de Estados Americanos (OEA) y el fin de la política terrorista y de injerencia de Estados Unidos hacia ese país. Además intentan debilitar la participación activa de los funcionarios cubanos respetada en los organismos de integración.
Los sucesos de los últimos tiempos evidenciaban un rechazo definido a la política estadounidense contra Cuba, que se incrementó después de que la guerra ilegal contra la ex Yugoslavia, la invasión y ocupación de Afganistán e Iraq- causantes del primer genocidio del siglo XXI- no dejó lugar a dudas de que lo anunciado por George W.Bush después de septiembre de 2001, al declarar una guerra infinita, sin límites, sin fronteras y sin reglas, desconociendo toda legalidad internacional, nos amenazaba a todos.
Aunque mediante las dictaduras de los años 70 en América Latina se había ejecutado lo que llamaron una «limpieza a fondo» dentro del esquema de la estadounidense Doctrina de Seguridad Nacional, asesinando y haciendo desaparecer a las dirigencias de las distintas resistencias, desde finales de los años 90, entendieron que el derrumbamiento de la Unión Soviética no acabó con Cuba ni con los sueños de liberación e independencia del continente.
Pero por otra parte su política de destrucción masiva aplicada con las recetas neoliberales de los años 90, dejaron a millones de seres humanos arrojados a los arrabales de la exclusión absoluta.
Como una lógica contradicción surgieron nuevos sujetos resistentes, por fuera de los canales y límites impuestos. Una movilización social única en el mundo despertó a todo el continente y se expresó incluso dentro de los propios márgenes trazados por el sistema.
Lo que sorprendió a Estados Unidos en sus planes de los 90 fue la emergencia de esos nuevos sujetos sociales surgidos de la resistencia a la dictadura neoliberal de los 90 que crearon mecanismos novedosos y tenían un basamento histórico -en todos los casos- en las luchas liberadoras del Siglo XX. Y llegaron gobiernos impensables, fuera de toda la lógica envejecida y fundamentalista del proyecto imperial.
América Latina resurgió con novedades tales como nuevos pensamientos contrahegemónicos, que curiosamente repetían el enfrentamiento de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Por un lado la Doctrina Monroe de 1823, que excluía a todo otro proyecto colonial porque «América era para los americanos (norteamericanos)». Y por el otro la respuesta de la unidad continental del libertador Simón Bolivar para enfrentar al nuevo colonialismo.
Fueron las nuevas construcciones políticas del continente, de pueblos y gobiernos que en los últimos tiempos se han convertido en la vanguardia mundial en el terreno de una diplomacia de enfrentamiento con la potencia hegemónica, e incluso de desobediencia, y la fortaleza del gobierno revolucionario, lo que rompió el aislamiento del pueblo cubano y enfureció a Washington.
Esto desbordó los esquema de las «nuevas democracias de seguridad» que se proyectaron en los años 90, con el Consenso de Washington y el impulso de la renovada Guerra de Baja Intensidad, extendiendo el campo de la contrainsurgencia a todos los sectores de la sociedad, adelantando así las respuestas que se darían a los inevitables conflictos de los años 2000.
Los expertos estadounidense diseñaron democracias controladas, congresos y justicia controlados, y la construcción de un esquema militar de «protección» a este proyecto que dislocó el Comando Sur de la Zona del Canal de Panamá, para sembrarlo en todo el continente.
De eso se trata el actual avance en la militarización con el aumento de las bases ya existentes en Colombia -ahora se admiten siete, sin contar otras instalaciones- o el caso de Panamá, que a finales de 1999 festejaba la salida del Comando Sur y ahora se convertirá en un virtual enclave colonial mediante la firma de un acuerdo entre Washington y presidente-empresario, Ricardo Martinelli pactado en septiembre de 2009 para establecer bases y otras instalaciones sobre el Atlántico y el Pacífico cercando ese país.
A esto hay que agregar la existencia de otras bases, radares e instalaciones diversas en América Latina y el Caribe. La ocupación militar de Haití estaba prevista claramente en los proyectos para «una transición» en Cuba. Baste recordar las propuestas del general Collin Powell en los años 2004-2005, en relación con establecer una «rampa» en Haití para completar el cerco de Cuba y el trazado general de militarización regional.
El terremoto en Haití, que dejó más de 200.000 muertos, fue la excusa para enviar miles de marines a ese país y anunciar su permanencia por «largo tiempo» en una verdadera ocupación.
Todo eso y mucho más está detrás de esta campaña, que ha fracasado en algunos de nuestros países, y ha podido concentrar sus mayores ataques en una Europa englobada en el ejercicio globalizador de la gran potencia.
Los mismos «expertos» de política exterior estadounidense, que ya ni siquiera se renuevan entre una administración y otra, estiman que la revolución cubana es la inspiración de estos cambios en América Latina y que tiene un fuerte ascendiente sobre todos los movimientos de resistencia. Creen que apagando la llama apagan el fuego.
Frente a algunos «analistas» que hablan de que América Latina es un tema «secundario» para Estados Unidos bastaría recordarles que la avanzada en todos los terrenos, incluyendo el militar que se ha escenificado en los últimos años, es la más dura y violenta que se registre desde la expansión.
Por una parte la invasión silenciosa de la red de Fundaciones de la CIA estadounidense y sus Organizaciones No Gubernamentales(ONG) distribuidas a lo largo y ancho de todos nuestros países, que trabajan en la construcción de una nueva derecha, que en realidad son fragmentos de la vieja, y por la otra el plan para establecer las «democracias de seguridad» en las cuales Washington ejerza el control de los congresos, vía corrupción o lo que sea y también de los resortes de la justicia que es lo que estamos viendo en el golpe en Honduras del 28 de junio de 2009.
Por eso los escribas del imperio como el peruano Mario Vargas Llosas son instruidos para hostigar e intentar «avergonzar» a gobiernos y sectores políticos y sociales que no comparten la campaña de guerra sucia contra Cuba.
Es evidente el acoso de Washington a través de los medios para lograr que los gobiernos debiliten su apoyo a Cuba. De la misma manera se trabaja en el ataque cada vez más agresivo contra la figura del presidente de Venezuela, Hugo Chávez.
La señal de mayor debilidad que puede dar un político progresista o que se define como de izquierda en América Latina es ceder en estos tiempos al chantaje de Washington manipulado por las pobres derechas continentales, ideológicamente incapaces, que sólo funcionan por el estímulo económico externo.
También desde Washington llegan las órdenes a las organizaciones políticas dependientes para que exijan a sus afiliados pronunciarse contra «la violación de los derechos humanos en Cuba» y en apoyo a «las Damas de Blanco», las mismas que marcharon «blancamente» acompañadas por uno de los terroristas más temibles de la región como Luis Posadas Carriles, cuya historia delictiva de muerte y destrucción Cuba y América Latina conocen a la perfección.
Que el presidente Barack Obama anuncie públicamente la ayuda directa a quienes «luchen por la libertad de Cuba» es una acción de extrema violencia e intervencionismo. El gobierno que mantiene un sitio criminal contra el pueblo cubano ofrece dinero a cubanos para traicionar a su país. Ésta es la verdadera síntesis.
No tienen argumentos reales para actuar contra Cuba, que no es ni un estado «fallido» en caos, ni un estado «canalla» que amenace la seguridad estadounidense. Pero Cuba es el punto álgido donde se pone a prueba a América Latina para saber si los gobiernos que desafían a Washington en varios aspectos están dispuestos a seguir comportándose soberanamente y cuánto se ha logrado en la cooptación de otros sectores.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/04/21/la-trama-imperial-contra-cuba/