Son casi tres meses sin publicar, aunque son varias las páginas que he rellenado y, sobre todo, muchas las notas tomadas a lo largo de todo este tiempo, coincidente con la etapa veraniega. A las ocupaciones y actividades propias del estío se añade el desánimo. La dura realidad da la cara, y ese deseo de […]
Son casi tres meses sin publicar, aunque son varias las páginas que he rellenado y, sobre todo, muchas las notas tomadas a lo largo de todo este tiempo, coincidente con la etapa veraniega. A las ocupaciones y actividades propias del estío se añade el desánimo. La dura realidad da la cara, y ese deseo de que las cosas mejoren, aunque sea mínimamente, se desvanece, y aparece la crisis personal, inmensa en esa crisis del sistema que no cesa.
Séneca decía aquello de que: «Cuando la tristeza por la condición humana te conduzca a la oscuridad, suaviza tu ánimo y piensa que más merece quien se ríe del género humano que quien de él se lamenta» (Lucio Anneo Séneca, 0035 aprox.).
Pero hay momentos o etapas de la vida en las que resulta difícil, casi imposible, sobreponerse a la deriva de la humanidad, y, en consecuencia, «abandonar el barco», sobre todo, cuando eres absolutamente consciente de la imposibilidad de que nuestra especie vaya por el buen camino, cuando sabes que la condición humana, de momento, no es capaz de mejorar sus propias condiciones de vida, las de la mayoría, cuando estás convencido de que los individuos de las sociedades de los países más desarrollados son material maleable hasta el extremo. Pocas y pocos son capaces de enfrentarse a la situación y revelarse, negarse, a todo aquello a lo que nos incitan a hacer. Las mentes se embotan y, cada vez, somos, en general, más mansos, más indiferentes, más sumisos ante el poder, más serios, más tristes y, en consecuencia: más agresivos.
Se vive ahora ajeno a la realidad que se nos escapa. La falta de control social sobre la economía, sobre la política, ocasiona que los ciudadanos vivan embelesados, sin conciencia, ni esperanza. Enajenados como en las peores etapas de la historia, agravada esta pasión por la necesidad extrema del consumo en todas las dimensiones posibles.
Un poder concentrado en unos pocos, desorientados aquellos que ilícitamente lo ostentan, sin salidas, pero aferrados a ese poder destructor. Desviando la atención de los asuntos importantes que no saben abordar.
Establecida una serie de reglas, acuñadas por ellos y asumidas por la masa, intentan dar una psudoestabilidad, pero nos deslizamos por el filo de la navaja. Los que detentan el poder están dando «palos de ciego», sin rumbo, pero agarrándose cada vez con más fuerza a sus riquezas como resultado de su inseguridad, de su demencia.
El sistema, en los últimos cien años, ha discurrido de crisis en crisis con la intención de que los poderosos sigan manteniendo los beneficios. Hace unos años decíamos que «entre unas «burbujas» o «crisis» y las siguientes, el tiempo que transcurre es cada vez menor; van apareciendo nuevas «burbujas» y nuevas «crisis» con una frecuencia que va en aumento, o crisis de más larga duración hasta llegar a una crisis sin retorno. ¿Nos encontraremos ya en esa fase irreversible?» Sin lugar a dudas, ésta es la crisis definitiva que, según nos dijeron, comenzó en 2007-2008. Sin que la situación de precariedad del trabajo, la pobreza de amplias capas, la provisionalidad de las pensiones y la desigualdad hayan llegado a su fin, en países como el nuestro, nos quieren convencer de que la crisis económica ha finalizado, pero inmersos aún en ese estado, anuncian una recesión, señal inequívoca de que esto no se ha superado.
La política siempre ha sido una fachada para el mantenimiento de dominio de unas clases sobre otras, y las democracias modernas una estrategia para contener al pueblo. Pero, en estos tiempos que vivimos ahora, el modelo político que les ha servido a los de arriba durante tanto tiempo, se tambalea y, como hemos señalado, andan dando «palos de ciego» lo que está ocasionando, entre otras cosas, la aparición y consolidación de formaciones de corte fascista en la Europa clásica.
Para ser lo más gráficos posible, nos centraremos en el caso de nuestro país, sin abordar el asunto catalán, que arrastramos desde hace siglos, sin encontrar una solución.
La corrupción generalizada y la inactividad del Partido Popular (PP) le convirtieron en un grupo inválido para seguir en el Gobierno, un grupo amortizado. La salida ha sido el éxito de la moción de censura de mayo/junio, algo que se ha conseguido por primera vez, a pesar de la escasa participación parlamentaria del partido ganador: El PSOE. Es de suponer que el poder real aprobó ese cambio, si no es que lo propició. Pero ahora, después de unos pocos meses, en ese marco de inestabilidad política, ya no les sirve, y han puesto en marcha todo el arsenal a su alcance. Se han puesto en marcha las cloacas del Estado, y los ministros, incluido el propio Presidente, están siendo pasados a «cuchillo». Al día de hoy son cinco los atacados con dos dimisiones, y lo que queda. El objetivo es el derrumbe del Gobierno, y forzar nuevas elecciones.
En connivencia con otras mafias y con los medios de corte fascista, el PP ejerce la oposición de la manera más cruenta posible, Es lo mejor que sabe hacer este partido. Ciudadanos ahora se encuentra en tierra de nadie, apoyando puntualmente la política de tierra quemada del PP. En ese ataque despiadado, los intereses que defienden ambos, PP y Ciudadanos, son los suyos propios, importándoles un bledo los del pueblo llano.
Los medios de comunicación, la mayoría, embarran el actual estado político echando leña al fuego que hacen los demás. Los periódicos y las cadenas de radio y TV siempre han sido de corte reaccionario. Los nuevos dirigentes de la radio-televisión pública, en un alarde de ser objetivos, son más críticos con el Gobierno que con la oposición. Algunas cadenas como la Sexta, del grupo Planeta, juegan a ser una emisora escorada a la izquierda, pero nada más lejos de la realidad. El observador más perspicaz se ha ido dando cuenta de que son unos farsantes, lo que está dando lugar a significativos cambios en el tipo de audiencia.
El PP, descabezado y dividido ha elegido a un joven militante, socialmente desacreditado e implicado en un turbio asunto de falsificación de títulos universitarios. Un asunto del que no le va a resultar fácil desprenderse. El Gobierno socialista en fase de descomposición por los furibundos ataques que están sufriendo, y Ciudadanos desorientados, sin apenas espacio político. Los nacionalistas en su particular «guerra» que nada tiene de social o trasformadora.
En consecuencia, nos encontramos con una situación política inestable sin que se vislumbre una solución a corto o medio plazo. La oposición PP-Ciudadanos, en esa tarea de desgaste, se limitan a pedir dimisiones y elecciones generales, pero esto, se convoquen antes o después, no va a resolver los problemas de inestabilidad política y, mucho menos, la situación de desigualdad, de precariedad y de pobreza.
Crisis económica, crisis política, crisis social, en suma crisis sistémica sin que se vislumbre una salida, ni siquiera un camino para buscar esa salida. El desarrollo tecnológico prosigue de manera exponencial, pero ello no resolverá los problemas, por el contrario los empeorará. Las sociedades anestesiadas, tristes, agresivas, como decimos, son incapaces de cambiar el rumbo. Nos tienen entretenidos con la aproximación personal a una u otra organización política, al estilo de la afición futbolera.
Un cambio real pasa por una revolución: quitar la riqueza a los que de manera absurda la acumulan, cambiar la correlación de fuerzas y quitar el poder a quienes lo tienen. Pero no hay ni agente que lo pueda llevar a cabo, ni hay condiciones, ni la especie, en su conjunto, goza de las capacidades intelectuales y emocionales suficientes que nos permitan vivir de mejor forma con arreglo a una serie de valores que, únicamente, están instalados en el pensamiento de algunos.
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