El 25 de diciembre se celebra la Navidad en Occidente pero en Rusia la mayoría de la población es cristiana ortodoxa. Ese día hace 26 años los televisores soviéticos se encendieron para escuchar al presidente Mijaíl Gorbachov. El que sería el último líder de la Unión Soviética, anunció su renuncia y la disolución de la […]
El 25 de diciembre se celebra la Navidad en Occidente pero en Rusia la mayoría de la población es cristiana ortodoxa. Ese día hace 26 años los televisores soviéticos se encendieron para escuchar al presidente Mijaíl Gorbachov. El que sería el último líder de la Unión Soviética, anunció su renuncia y la disolución de la URSS. Con una firma, se terminaban la Guerra Fría, la bipolaridad mundial y el sueño de Lenin. Cuba quedaba sola, traumada por la experiencia del gigante que quiso actualizarse y pereció, necesitando cambiar pero temerosa del cambio. Quizás en lugar de paralizarnos por el resultado debimos mirar las raíces en la disolución de la URSS.
Muy poca influencia le quedaba ya a Gorbachov, forzado a firmar ese día por políticos como Boris Yeltsin, presidente de Rusia que ahora tendría la mayor parte del poder en sus manos, incluyendo las armas nucleares. Gorbachov aludió «razones de principio» en su renuncia, para esconder su propia debilidad. Siete décadas de sacrificios y luchas terminaban por la debilidad de un hombre con demasiado poder en sus manos. Pero esa no es la única lección para los cubanos.
Hace un año Gorbachov dio una entrevista a la agencia Interfax donde alega: «estuve actuando y llamando a mantener la unidad, como suele decirse, con espuma en la boca. Pero el pueblo se mantuvo callado…». La desmovilización del pueblo soviético, incluso de los militantes partidistas que permanecieron impasibles ante los errores de sus dirigentes, es otra lección para Cuba.
Que una revolución de siete décadas se haya venido abajo sin que hubiera una verdadera defensa popular, porque entre otras razones, nadie dio la orientación de defenderla, debería enseñarnos algo sobre los peligros del verticalismo. Que un pueblo vea el fin de su utopía en los televisores de casa y no sepa resistir sin un mecanismo superior que lo organice, provoca temor.
Matar la iniciativa popular sistemáticamente solo porque no provienen de las instituciones o porque no sean controlables, aniquila el espíritu revolucionario. Eso ocurrió en la URSS, entre muchas otras cosas como una política de cuadros invisible a los ojos y la aprobación del pueblo que terminó promoviendo dirigentes errados.
El fin de la URSS era totalmente evitable. Incluso si fuera inevitable podría haber sido de una manera muy distinta pero habían grupos con interés en implosionar la unión y así poder recoger los pedazos. Las élites regionales que luego devoraron los 15 pedazos en que se dividió la URSS. He ahí otra lección para los cubanos. Siempre habrán sectores ansiosos por el fin del socialismo, porque saben que serán los beneficiados con lo que venga detrás, probablemente hayan hecho alianzas para ello.
Gorbachov culpa a Yeltsin diciendo que este «llevaba a cabo un doble juego: ante las cámaras declaraba que estaba por la Unión (Soviética), pero en secreto encabezó el proceso de su demolición». La debilidad del propio Gorbachov, su necesidad de reconocimiento y ansia de trascender como un gran demócrata para los estándares occidentales, no lo exoneran de culpas. Pero hablar de culpables históricos es perder el tiempo, mejor es aprender sus lecciones.
Cuba tiene el reto de trascender los errores de la URSS. Quizás lo logre no desmovilizando a su sociedad movidos por un control verticalista, o buscando mecanismos más directos de control popular sobre el poder, donde la política de cuadros esté refrendada en la aprobación ciudadana. Buscando socializar la toma de decisiones en lugar de convertirla en tarea y privilegio de pocos. Y debe hacer todo eso bajo condiciones de acoso externo y crisis económica.
Ese espíritu de estar por encima de las circunstancias y ser mejores cada día sin importar las fuerzas que se opongan, fue el sueño en que se fundó el socialismo cubano, expresado mejor que nunca en los años sesenta. Desviarnos de eso y parecernos a los últimos años de la URSS, son los síntomas de una enfermedad que puede llevarnos a otra alocución anunciando el fin de esta revolución. Hay que estar atentos, principalmente en navidades.
Fuente: https://jovencuba.com/2017/12/