Texto para Usurbil Iba a titular este escrito Batasuna (Unidad) a secas. Pero me alerta un sexto sentido, una irracional sensación de peligro, de verme perseguido, ilegalizado y sometido a cierres, procesos y sumarios. De modo que rectifico y hablo de la única Unidad posible, la única admisible en este Estado de Derechas, perdón, de […]
Iba a titular este escrito Batasuna (Unidad) a secas. Pero me alerta un sexto sentido, una irracional sensación de peligro, de verme perseguido, ilegalizado y sometido a cierres, procesos y sumarios. De modo que rectifico y hablo de la única Unidad posible, la única admisible en este Estado de Derechas, perdón, de Derecho, que es la unidad de España.
Hace pocos días, a propósito del referéndum estatutario de Cataluña, se publicó en prensa (El País, 10/06/2006) un manifiesto colectivo: «ANTE TODO LA UNIDAD» (en grandes mayúsculas, como las llamadas urgentes). El pronunciamiento, con firmas de renombre, responde a la clásica inquietud, al temor profundo de los españoles de conciencia, que se despertó igualmente en la crisis del 98, con Generación literaria y todo, tras la pérdida de Cuba y Filipinas. O en el 36, ante el avance de aquellas Autonomías -se me dirá que había más motivos; pero ya se fijó el orden de preferencias: «Antes roja que rota»-.
El manifiesto comienza: «El referéndum de Cataluña es un ejemplo de la libertad y pluralidad en que se basa la unidad de nuestro pueblo y del largo y fructífero camino recorrido que ha hecho de España una de las Naciones-Estado más antiguas de Europa». No soy entendido en historia catalana, pero ese largo y fructífero camino -fructífero para alguien; no lo dudo-, nace de una matanza en el Fossar de les Moreres, una conquista ilegítima, una trayectoria lamentable (la Semana Trágica, la propia guerra del 36, el fusilamiento de Companys, presidente electo de los catalanes…) que llega hasta la reforma del propio Estatut con un arreglo vergonzante.
De hecho, toda la historia del imperio se nutre de episodios similares. La unidad de España que defiende el manifiesto no nace ni en la libertad ni en la pluralidad; deriva de la conquista de Granada, de la expulsión de judíos y moriscos, de la Inquisición española, azote de herejes, brujas y otras disidencias, de la invasión y ocupación del reino independiente de Navarra, del desembarco en el continente americano, del expolio de aquellos reinos y riquezas, del genocidio de 150 millones de nativos… Que un español de hoy reclame esa herencia dice mucho de su conciencia joseantoniana. El largo camino de la España que conocemos hunde sus cimientos en la sangre, el robo, el atropello de libertades y gentes y la constante violencia.
El segundo párrafo del manifiesto detalla sus temores. «Ante todo la Unidad (con mayúscula) porque nos oponemos a los que buscan la desarticulación de España (…) agitando a tal fin banderas identitarias, insolidarias y excluyentes». Me suena a aquel chiste de «lo mío es jaqueca; lo tuyo una indecente borrachera». Tiene narices que reclamen la articulación española quienes nos tienen a los vascos completamente desarticulados, desvertebrados, dispersos en comunidades (Iparralde, C. Foral navarra, CAV), divididos por territorios y fronteras.
Añade: «Debilitar su cohesión -la de España- (…) no beneficia a la ‘Europa de los pueblos’ sino a la de las grandes potencias que aumentan su poder a costa de la desarticulación o la división de los países». En efecto, a eso me refería; pero desde el país vasco o el catalán. Hay que tener mucha desfachatez para sostenerlo desde España, Estado que se beneficia de esa desarticulación y división, antes citada.
En una falacia, dicen los firmantes, la identificación de la unidad española con el franquismo. ¿Una falacia? Quizás por eso, tras 30 años de pos-franquismo, todavía no se han recuperado las tumbas de fusilados y desaparecidos de la guerra, ni se ha restablecido la memoria de la República, ni hemos asistido a un procesamiento de los autores de aquellos crímenes (al estilo de Nuremberg), ni ha habido un jefe de Estado español (ya no una restauración de aquella República) que haya pedido perdón públicamente por las atrocidades cometidas en nombre de la Unidad de España contra la sociedad vasca y catalana. Con un rey nombrado por el propio Francisco Franco, ¿dónde está la falacia?
Me pregunto: ¿por qué ANTE TODO LA UNIDAD española, y no la vasca, o la catalana, que representan una coherencia más evidente de nación, de lengua, de pueblo, de cultura, de sentimientos, de memoria, de proyecto de futuro, de progreso y libertades? Tanto los vascos como los catalanes estamos mucho más integrados en Europa, según todos los indicadores de cultura, de economía, de costumbres, de formas políticas… que esa caterva de nacionales que tienen el castellano por horizonte y único referente. Pero si planteamos algo semejante, automáticamente nos colocan la etiqueta de nacionalistas, identitarios, excluyentes… Sin embargo, ¿dónde está el nacionalismo, sino en esos manifiestos españoles? ¿Qué tiene la noción de «españolidad» (si es que se sostiene en alguna parte) que la identifique con derechos y libertades? ¿La victoria militar de los espadones liberales del XIX? ¿La monarquía rancia del presente? ¿El artículo octavo de la Constitución, no refrendado, por cierto, en nuestras comunidades?
Firman el pronunciamiento Nicolás Redondo Terreros, Maite Pagazaurtundua, Juan Goytisolo, Pedro Altares, miembros de Ciutadans de Catalunya, Teo Uriarte, Raúl del Pozo, Savater, Federico Luppi, el Gran Wyoming, Agustín Ibarrola, Vidal de Nicolás… Como nota esperpéntica figura un «pintor anónimo de Getxo». Cuando se toca la fibra nacional desaparecen las dos Españas. La «madre patria» es la misma a diestro y siniestro, en la guerra de Cuba, la de Marruecos o ante la cuestión vasca. Tierra y sangre, eso es la patria, decía Franco. Con toda la sangre derramada sobre nuestros territorios (y demás colonias anteriores), ser español es, por definición, ser de derechas. De una derecha extrema y llena de amenazas.