El atentado del 11S en NY supuso ciertas originalidades. El Estado se convirtió en la gran fuente informativa. Algo impensable en los EE.UU., incluso en casos de terrorismo. El éxito de ese éxito ha significado todo un cambio cultural, consistente en limpiar la violencia de restos humanos. Exemplum: en 2001 eran posibles películas bélicas como […]
El atentado del 11S en NY supuso ciertas originalidades. El Estado se convirtió en la gran fuente informativa. Algo impensable en los EE.UU., incluso en casos de terrorismo. El éxito de ese éxito ha significado todo un cambio cultural, consistente en limpiar la violencia de restos humanos. Exemplum: en 2001 eran posibles películas bélicas como Black Hawk down –narra una carnicería cruda, casi cuerpo a cuerpo, en Somalia-, mientras que en 2015 aparecían pelis como American Sniper –sobre francotiradores; en la película, el bueno mata al malo disparándole desde 2000 metros; nada más lejos del cuerpo a cuerpo; es decir, del cuerpo, ese desaparecido cuando se habla de violencia-. Por último, el Estado consiguió introducir en las Redes algo que, antes del atentado, le hubiera costado mucho en su sociedad. El programa Carnivore, un software espía, muy similar al ECHELON. Ambos dos –como mínimo, ambos dos–, hoy peinan la Red, los mails privados, las conversaciones telefónicas, de forma cotidiana. Sin que eso cause mucha mella al enemigo que se intentaba combatir, y que sigue actuando, periódicamente. Un indicio de que el enemigo era, por tanto, otro.
Después de un atentado, vamos, el Estado engorda varios kilos. Lo que dibuja el rol de la prensa en un atentado: puede ser lo que uno quiera, pero desde luego no controla ni somete al Estado. Quizás donde más cueste ver eso es en España, un país acostumbrado al terrorismo y, por lo mismo, a las ceremonias posteriores que impiden ver cómo al Estado le salen michelines. Les paso otro exemplum de eso. Se trata de un artículo aparecido el 11M, en 2004. Es un artículo que sienta el canon cultural español ante el atentado. Se trata de, tal vez, el artículo canónico que explica la cultura española en el trance de sufrir un atentado. Es Con plomo en las entrañas, de Muñoz Molina. Su estructura es la siguiente: condena, dibujo patológico de los autores como infrahumanos, defensa de la Constitución y, con ella, defensa del Gobierno y de su lectura de la Constitución. Ambas dos cosas son la democracia. No situarse al lado de ellas es alejarse de la democracia. El artículo –una normalidad cultural española– es aberrante. Básicamente, no informa sobre el atentado, sino que llama a la unidad y cohesión social en torno a un Gobierno y sus valores políticos. Es la famosa unidad ante el terrorismo. En torno a un Gobierno, no una sociedad. Un Gobierno que, además, mientras se clama a la unidad puede –caso USA– ser incompetente e introducir sistemas de espionaje a sus ciudadanos o, –caso español–, puede, como sucedió en aquel momento, mentir por todo lo alto, poniendo en peligro la seguridad de su sociedad e, incluso, la seguridad de Europa, en beneficio de una rentabilidad electoral.
Ese artículo aludido es el sello de una patología periodística española en caso de atentado. Por lo que, en caso de atentado, hay que mirar ese sello y compararlo con lo que se emite, para ver si se emite patología. Y, lamentablemente, parece que lo hemos vuelto a hacer.
Desde un primer momento de los atentados en Barcelona y Cambrils, fueron comunes las llamadas, por parte de políticos y prensa, a la unidad. Cabe suponer que no se trata de la unidad social, que existió de manera automática y espontánea y que, visto lo visto, no suele estar nunca en peligro en caso de violencia parcial, extrema y desmesurada. La sociedad barcelonesa se ayudó después del atentado en las Ramblas, y supo discernir que ir con chilaba o con mini no era impedimento para ayudar y ser ayudado. La sociedad decidió no ir con banderitas a los actos, consciente de que esto no iba de banderas. Algo notorio en sociedades tan banderizadas como la española o la catalana. La sociedad, finalmente, acalló una manifestación fascista –integrada por una docena de patriotas–. Todo ello ayuda a visualizar que la unidad no es lo mismo para la sociedad que para las instituciones y su proyección española, los medios. Para este sábado, convocada por el President de la Generalitat, hay una manifestación de rechazo al atentado. La Alcaldesa de Barcelona ha anunciado que estará presidida por la ciudadanía, lo que ha sentado cátedra. Parece ser que no se podrá cambiar y está produciendo cierto escozor entre los defensores de la unidad institucional. Que, en esta emisión, son dos emisores de unidad que han tenido un comportamiento separado desde el atentado.
Desde los medios proclives a dibujar una unidad en torno a Gobierno Central, desde muy pronto fue común la vinculación del atentado con el Procés e, incluso, con todo lo contrario, con el independentismo. También se vinculó el atentado con un palabro que nació con fuerza este mismo verano: la turismofobia, un intento léxico, exitoso, de vincular con lo negativo cualquier estado de ánimo frente al turismo masivo y sin planificación en Barcelona. En ambas dos colectividades de sentido –los que vinculaban el atentado con Procés, y lo que vinculaban atentado con la turismofobia-, parece ser que se intentaba labrar la ruina de CUP, hacerla protagonista del tercer acto del Procés –no lo es; de hecho, pinta muy poco, me temo–, y de las incipientes protestas contra el turismo –más allá de la CUP, hay docenas de grupos contra el monocultivo del turismo en BCN, algunos más determinantes y veteranos–. También se intentó poner en cuestión, a través de informaciones no confirmadas, la actuación de los mossos. Gracias a esta defensa de la unidad, se consiguió, además, lo imposible. Que el rey estuviera en el centro de la Plaza de Catalunya sin ser increpado. Desde el 15M, la Casa Real viene suprimiendo los actos en espacios abiertos. Y, desde 2012, la presencia de la Familia Real en Catalunya, que siempre tendía a congregar actos de protesta, incrementó los actos espontáneos de protesta. La Monarquía, en fin, no es un referente de unidad en la sociedad catalana, que tiende a un republicanismo o a un independentismo sentimental. Pero salió en la foto.
Otro logro de la unidad gubernamental fue la presencia de instituciones estatales en una misa que se contradecía con el espíritu laico de Barcelona –que no de Catalunya–, y con un atentado con víctimas de más de 30 países, de 5 continentes y, por lo tanto, de muchas culturas y religiones. La unidad institucional, suele, en fin, consistir en eso. En atraer al pack unidad la ideología de las instituciones que quieren protagonizarla. La unidad, entendida así, implica, cosas que ni sospechabas que pudieran significar unidad.
Desde los medios proclives a dibujar la unidad en torno al Govern, desde un principio se tendió a vitorear la actitud matemáticamente perfecta de los mossos, y a cerrar filas en torno a ellos, como sucedía en los 90’s en cada atentado de ETA con la Guardia Civil. Se conminó a obedecer a los mossos. Un cuerpo que, como el FBI y cualquier policía mundial, no quería fotos suyas en las redes. También se tendió a sembrar sospechas, vía declaraciones de políticos de segunda, sobre la participación de la inteligencia española en el atentado, y a presentar la autonomía catalana –una descentralización administrativa del Estado, según sentencia del TC, intervenida, sin soberanía y con muy poca autonomía; es decir, una entidad más parecida a Murcia que a Arkansas–, como un interlocutor internacional, que se reunía con delegaciones extranjeras para informarles del estado del mundo –algo que, por cierto, no se ha producido, tampoco–. Algunos opinadores procesistas defendieron, incluso, que Catalunya fue independiente a los ojos del mundo durante las 6 o 7 primeras horas tras el atentado, cuando ella solita hizo, a la perfección, lo que cualquier otro Estado en caso de ataque. Y que, como siempre, Europa ha tomado nota, etc.
Hubo, exotismo, cierta polémica entre los dos packs de prensa/instituciones, con la que se intentó establecer diferenciaciones entre ellas. La polémica aludía a la utilización de fotos de víctimas. El pack unidad en torno a instituciones catalanas defendía que el pack unidad, pero en torno a instituciones españolas, transgredía el buen gusto, la dignidad de las víctimas, la truculencia y las consignas de los mossos, al publicar imágenes de víctimas. Dicho lo cual, ambos packs publicaron imágenes de víctimas y recurrieron a la sensiblería propia de un atentado por aquí abajo. Pero fue bonito y sorprendente escuchar cómo, en alguna tertulia, el periodismo que no describió 40 años de corrupción en Catalunya discutía sobre códigos deontológicos con el periodismo que no describió 40 años de corrupción en España.
Es difícil, mucho, emitir periodismo en un atentado. A presión y temperatura normales, la principal fuente es el Estado –tenemos dos; la Gene no es un ONG–. Pero, como quedó visto el 11M, el Estado no es, por aquí abajo, una fuente ni fiable ni prestigiosa. Los medios han tendido a muñozmolinear. Es decir, a defender las proyecciones de los gobiernos con los que se sienten identificados, de manera que tampoco han hecho lo único que pueden hacer en estos casos: controlar al Estado, no sea que se ponga creativo. Es curioso que las mejores descripciones del atentado y el postatentado hayan provenido, otra vez, de otras culturas. Las crónicas del New York Times, en ese sentido, están siendo ejemplares. Los medios españoles y catalanes han fabricado más ruido que nueces. Quedan en el aire, pues, varias nueces, que se tendrán que describir.
Nueces. Ahí van. España es una potencia turística. Catalunya y Barcelona son el epicentro del fenómeno. El turismo reposa en varias planificaciones. Y una de ellas es la seguridad. La potencia turística del Mediterráneo, ¿posee capacidad de seguridad? El hecho de que durante meses se hayan almacenado más de 100 bombonas de butano para hacer un atentado masivo que, afortunadamente y por azar, no culminó, no habla bien de los cuerpos policiales -tres– implicados en la investigación del yihadismo. Es llamativo que los mossos, que no paran de realizar grandes operaciones contra un anarquismo armado catalán que nunca acaba de existir, no supieran nada de la casa de Alcanar –en un primer comunicado, tras la explosión, sólo se subrayó que era una casa «ocupada»–, y que tardaran horas en relacionar ese alijo de explosivos con un atentado. Policía, Guardia Civil y Mossos son cuerpos altamente politizados. ¿Eso supone un lastre en su funcionamiento? En el 11M hubo interferencias y molestias serias entre la Guardia Civil y la Policía, por lo que cabe suponer, también, y a pesar del clamor por la unidad en la prensa y en los políticos, que pase lo mismo entre Policía, Guardia CIvil y Mossos. ¿Es así? ¿Hasta qué punto? ¿Se pone con ello en peligro la seguridad? Si es así, ¿quién la pone en peligro? ¿El Estado? ¿La Autonomía? ¿Ambos?
No se vayan todavía. Un par de preguntas más: una sociedad fuerte, ¿puede correr peligro de ruptura en el rincón menos sospechado, el de las creencias? Un Estado que ha realizado unos recortes sociales fabulosos y que tiene, históricamente, serios problemas en la inclusión de minorías, ¿puede garantizar una cohesión social no sustentada en la unidad esa que claman los medios y los políticos? La Autonomía que inició, antes y con mayor brutalidad, los recortes, y que los inició suprimiendo el PIRMI –una paga social, fundamentalmente para inmigrantes; al hacerlo se recalcó que eso se hacía, precisamente, porque eran emigrantes, unos vividores y bla-bla-bla–, ¿tiene algo que aportar a la cohesión social que no pase por la unidad institucional de marras?
Guillem Martínez es autor de ‘CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española’ (Debolsillo)
Fuente: http://ctxt.es/es/20170816/Politica/14521/atentando-ramblas-unidad-estado-proces-medios.htm