En el mes anterior a las elecciones europeas se publicaron en España 15 grandes encuestas pre-electorales. Para hacernos una idea de su nivel de predicción basta con decir que de esas 15 la menos mala se equivocó por más de 10 puntos respecto a los resultados finales en cuanto a los dos grandes partidos (DYM […]
En el mes anterior a las elecciones europeas se publicaron en España 15 grandes encuestas pre-electorales. Para hacernos una idea de su nivel de predicción basta con decir que de esas 15 la menos mala se equivocó por más de 10 puntos respecto a los resultados finales en cuanto a los dos grandes partidos (DYM concedía a PP y PSOE un 59,2% entre ambos, finalmente fue un 49,1%).
El replanteamiento de la política ha de conducirnos a un sistema realmente transparente, más participativo y que genere dinámicas de rendición de cuentas de los responsables públicos. La demoscopia es un área más que se ha visto contaminada por los intereses de la casta dominante y que por tanto sirve de símbolo (como tantos otros) de cómo no se deben hacer las cosas. Nos centraremos en tres elementos, todos ellos interrelacionados: primero, la ausencia de rigor; segundo, la falta de transparencia; y tercero, la connivencia de intereses.
1) Centrémonos por ejemplo en la estimación de voto del último CIS. Hay muchas maneras de desmontarlo, he aquí una de ellas, que además se basa en la serie histórica del propio CIS. Resulta que consultando su base de datos, el partido que lidera la intención de voto un año antes de las elecciones generales es siempre quien acaba ganándolas. Sin embargo, el último CIS ha decidido ignorar este hecho y no sólo no se ha puesto en primer lugar en estimación a quien es primero en intención directa (Podemos), sino que además se le ha rebajado al tercer lugar.
Si lo que se pretende es traducir la opinión de la ciudadanía en un dato final que sirva de estimación de voto, es lógico que se utilicen fórmulas estadísticas que nos acerquen al resultado más probable (y que sea justo con los datos de que se disponen). En otras palabras, la cocina es legítima, pero ha de fundamentarse en hipótesis de trabajo válidas a la luz de lo que la historia, la sociología política y la demoscopia nos han ido enseñando, y no a la luz de lo que el jefe (el Gobierno en el caso del CIS) quiera ver reflejado en la encuesta. Una cocina es legítima si se justifica razonadamente, algo que no existe ni en el caso del CIS ni en el de las demás grandes encuestas. Algo que nos lleva al segundo punto de nuestro análisis.
2) En el contexto de la falta de transparencia en la actuación de las instituciones, en el centro de investigación socio-política más importante de España se ha consolidado un sistema de trabajo que permite a cada director modificar la metodología empleada en lo referente a los datos de estimación de voto sin ni siquiera tener que hacerlo público. En su propia página no tienen reparos en reconocerlo, en ella se dice que «su método de cálculo nunca se ha hecho público y ha cambiado con los distintos equipos de dirección del CIS». En un centro del prestigio e influencia de que goza el CIS, los riesgos de tal aproximación oscurantista son evidentes. Así, desde 2012 se viene produciendo en sus encuestas una alarmante tendencia de disociación entre los datos reales de intención de voto y las estimaciones de voto. Mientras que en años anteriores las diferencias eran leves, en 2012 y 2013 esas diferencias normales se multiplicaron hasta por seis, teniendo curiosamente al Partido Popular siempre como beneficiario de estas transferencias y al resto de partidos como constantes perjudicados. En 2014 la tendencia sigue acentuándose: en el último CIS la cocina logra pasar el dato del PP de un 11,7 a un 27,5.
En cuanto que no se explica en ningún lugar la metodología utilizada para la obtención de las estimaciones de voto, el CIS y demás órganos demoscópicos incumplen el Compromiso número 2 del Manifiesto por la calidad de las encuestas firmado por el propio CIS en 2007, que establece la obligación de «especificar siempre la metodología utilizada, indicando de dónde proviene cada dato, y si estos son resultados directos de la encuesta o de análisis realizados posteriormente», y también el Compromiso 4 que habla de «facilitar al máximo, y con carácter permanente, la información y transparencia de los procesos de trabajo utilizados en la realización de encuestas y el acceso a sus resultados».
3) Ante las encuestas electorales se observa en general una doble percepción: por un lado se les concede gran notoriedad, sus datos son estudiados al detalle y los grandes titulares copan los medios de comunicación; pero eso no es óbice para que al mismo tiempo sufran un gran descrédito en la actualidad. Ello se debe fundamentalmente a que la ciudadanía tiene la impresión (sin duda correcta) de que los resultados de la encuesta dependen de quién sea el que la ha encargado. Seguramente no se necesitan ejemplos que ilustren esta apreciación, pero aquí va uno: mientras que Metroscopia/El País hablaba de empate técnico entre PP y PSOE de cara a las europeas, los últimos sondeos de ABC y El Mundo situaban a los populares con 6 y 8 puntos de ventaja, respectivamente. Al final fueron 3, lo que confirma que es acertada la intuición ciudadana de que para saber los resultados reales es necesario restar unos puntos al PP cuando se trata de encuestas de medios más conservadores y de sumarle cuando se trata de medios menos afines como El País. Y viceversa en el caso del PSOE. Pero por supuesto todos esos grandes medios coincidirán en otorgar al bipartidismo un peso mayor del que realmente tienen, como veíamos al principio, pues al fin y al cabo esos medios de comunicación son parte consustancial del mismo sistema que el PPSOE representa.
En definitiva, la nueva política será impotente si no va acompañada de un cambio en la cultura política (de la que afortunadamente desde mayo de 2011 hay cada vez más indicios). Además de por democratizarlo todo, esta cultura pasa por algo tan fácil y tan complicado como simplemente permitir a los profesionales hacer su trabajo: a los jueces, para que enjuicien la corrupción y sirvan de contrapeso a las otras ramas del Estado; a los periodistas, para que ejerzan su crucial control del poder; a los sociólogos, para que reflejen rigurosamente y sin intereses partidistas lo que está ocurriendo en la opinión pública.
Noel Bandera, sociólogo y politólogo
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