Acabo de leer un artículo de Carlos Berzosa, economista crítico y rector de la universidad complutense, que lleva por título «El olvido de la crueldad franquista«, y en el que hace referencia al desconocimiento de los jóvenes españoles acerca de lo que supuso realmente el franquismo en la historia contemporánea de este país. Muy típicamente […]
Acabo de leer un artículo de Carlos Berzosa, economista crítico y rector de la universidad complutense, que lleva por título «El olvido de la crueldad franquista«, y en el que hace referencia al desconocimiento de los jóvenes españoles acerca de lo que supuso realmente el franquismo en la historia contemporánea de este país. Muy típicamente en él, Berzosa comienza con el anecdotario resultado de tantos años de experiencia. Así, cuenta cómo en los últimos años ha comprobado que muchos estudiantes universitarios han demostrado carecer de conocimientos mínimos acerca de, por ejemplo, las persecuciiones y matanzas más importantes acontecidas durante el franquismo.
Yo, que tengo ahora mismo 22 años y he sufrido esta «desmemoria» en primera persona, puedo confirmar que, desgraciadamente, Berzosa tiene razón. Terminé mis estudios de bachillerato hace ya cinco años, y lo hice en un instituto público. La única asignatura que trataba el franquismo era Historia de España, en el último curso. Sin embargo, era tal la cantidad de materia que entraba en el examen de selectividad y tan poco el tiempo destinado a la asignatura, que el profesorado sucumbió ante el pragmatismo. Por entonces era sabido que en selectividad caerían dos preguntas, una sobre el siglo XIX y otra sobre el siglo XX. Y ser pragmático significaba sacrificar un siglo, en este caso el último.
Así, ningún alumno de las promociones que pasamos por ese instituto (y en otros que aplicaban la misma política) llegamos a estudiar el franquismo. Tengo constancia, no obstante, de que los alumnos matriculados en institutos en los que se estudiaban ambos siglos tampoco llegaron a estudiar la dictadura. En algunos casos porque no alcanzaba el tiempo y el estudio se detenía, la mayoría de las veces, antes de llegar a la II República, y, en otros, porque sencillamente se tocaba tan superficialmente el tema que sería demasiado atrevido considerarlo como estudio.
Mi formación en historia se debe, principalmente, a los libros que mis padres me han ido regalando en sucesivas celebraciones de cumpleaños o navidades. También, como no podía ser de otra forma, a la curiosidad que cierto día despertó en mí y que me empujaba a querer conocer la historia de los movimientos políticos con los que ahora simpatizo. No obstante, se puede imaginar uno que la trayectoria de mis compañeros no ha sido, en modo alguno, siquiera parecida a la mía.
Personalmente, y aunque en nada culpo al profesorado -más al contrario, ya que disfrutaba como un enano cada clase-, entiendo que el paso por el instituto fue una ocasión tristemente desperdiciada para aprender sobre nuestra historia más reciente. Hubiera sido clave para comprender por qué estamos como estamos, y también para analizar las bases sobre las que descansa nuestra sociedad democrática. Pero, especialmente, siento rabia al ver cómo se privó a mis compañeros de conocer nuestra propia historia, ya que ellos, en su mayoría, no se beneficiaban de unos padres aficionados a la lectura.
El pasado noviembre invitamos en la facultad al célebre economista Vicenç Navarro, quien vino a hablarnos sobre el gasto público social de la sociedad española. Al término de su conferencia, que siguió la línea de su último libro «El Subdesarrollo Social de España«, Vicenç denunció que los estudiantes españoles conocen menos de la historia de este país que sus alumnos estadounidenses de la universidad de Baltimore. Contó algunas anécdotas sobre su propia experiencia como exiliado, y la conmoción era general en la inmensa sala. Pidió a los presentes, más de 400 alumnos, que se informaran y que se interesaran por las cuestiones políticas, e insistió especialmente en que jamás olvidaran nuestra dramática historia.
Pero no sólo es el sistema educativo el culpable de que hoy tengamos unas generaciones, en las cuales por supuesto me incluyo, totalmente analfabetas en historia, ya que, en todo caso, aquél sólo estaría enmendando un error sistémico más profundo. Y es que, en mi opinión, una de las causas que olvida mencionar Berzosa en su artículo, y que resulta más importante para comprender nuestra situación actual, es la vigencia política del franquismo en la actualidad.
No se trata ya únicamente de que en este país no haya existido ninguna revolución democrática que derribara el franquismo, con todas las consecuencias culturales que aquello hubiera tenido, sino que además todavía hoy en día existen importantes sectores de la población que, más o menos abiertamente, legitiman la dictadura. Unos, los más descarados, lo hacen escribiendo libros revisionistas que les generan suculentos beneficios, mientras que otros, los más cínicos, lo hacen justificando la intervención sobre las bases del «mal menor».
Y estos sectores son hoy tan importantes porque, no lo olvidemos, en España se truncó el desarrollo de las izquierdas durante los años de persecución. Generaciones enteras fueron exterminadas o expulsadas del país, mientras que los hijos que siguieron naciendo en España eran descendientes, en su inmensa mayoría, de familias de derechas. No debe extrañar, por lo tanto, que la mayoría de los jóvenes activistas de izquierdas de hoy en día también lo seamos.
Es urgente que recuperemos la memoria histórica, y en este frente podemos luchas de muchas formas. Pero, sobre todo, es fundamental tocar la educación. Y, no nos olvidemos tampoco, tenemos que luchar para conseguir que jamás se barra a ninguna otra generación. Como seguramente querría más de uno, por cierto.
* Alberto Garzón Espinosa es miembro de Estudiantes por una Economía Crítica y de las Juventudes Comunistas de Málaga. Su blog personal es http://www.agarzon.net