Durante las casi dos semanas de duración del festival canadiense Vues d’Afrique especializado en cine africano, la abigarrada sala del hotel Opus en el barrio de las artes de Montreal se convirtió en su cuartel general. El que debía ser el faro guía del evento reflejaba, puede que a su pesar, todas las carencias de […]
Durante las casi dos semanas de duración del festival canadiense Vues d’Afrique especializado en cine africano, la abigarrada sala del hotel Opus en el barrio de las artes de Montreal se convirtió en su cuartel general. El que debía ser el faro guía del evento reflejaba, puede que a su pesar, todas las carencias de un festival en declive. Ni los apoyos gubernamentales ni su prolongada labor histórica lograban ocultar su inadaptación ante la creciente competitividad que hoy en día existe entre los florecientes festivales internacionales de cine. La sensación general de los que estuvimos presentes fue la de asistir a un Vues d’Afrique con el piloto automático encendido y circulando sin control en la peligrosa senda de la rutina, motivada por una organización que con la edad está demostrando una lacerante falta de creatividad y compromiso en la selección de obras, una pérdida de respecto hacia su público y una dejadez en el trato de autores y profesionales invitados.
En el concurrido Boulevard Saint-Laurent, a apenas cien metros del lugar donde se proyectaban todas las películas del programa, la puerta lateral del hotel Opus sostenía un póster pegado con descuido. A excepción de la banderola que colgaba frente al mítico edificio de la National Film Board of Canada a unas manzanas de distancia y al despliegue de merchandising del Cinéma Excentris, este póster componía toda la publicidad desplegada en la ciudad sobre Vues d´Afrique. Al traspasar la puerta de la planta baja del hotel, la sensación de abandono exterior se volvía desencanto. En una improvisada sala multiusos, jóvenes voluntarios trataban de ayudar al visitante a sacar el máximo partido del festival sin mucho convencimiento y sirviéndose de un programa lleno de erratas. Compartiendo espacio con la recepción estaban una pequeña sala de prensa; unos sillones que, sin conseguirlo, anhelaban hacer más confortable el encuentro entre directores y periodistas; una centralita informática compuesta por dos ordenadores y, como colofón, una raquítica sucesión de sillas a modo de salón de actos. El que debía haber sido el lugar privilegiado para charlas y entrevistas permanecía, como pude constatar días después, habitualmente desértico. La planta baja del hotel Opus, tan publicitado en la página Web del festival, negaba, con su ambiente sórdido y ambiente poco familiar, la propia esencia de cualquier festival que se precie: la celebración del encanto y la magia del 7º arte, sus creadores y su público. Con la voluntad incondicional de enmendar la precariedad y desinterés de la organización a la hora de concebir un espacio que propiciase la reflexión crítica tras los focos, un grupo de veinte personas acudía al hotel de buena mañana para asistir a una serie de conferencias sobre el estado de los cines africanos contemporáneos. Por un lado, el interés de algunas de las presentaciones hacía lamentar la poca difusión dada a las mismas, por otro, el excesivo hincapié puesto en políticas nacionales francófonas indicaba de nuevo la falta de proyección internacional de sus promotores. Aspectos tan relevantes como la coproducción sur-sur, la necesidad de la independencia industrial y productiva de los propios países africanos, la emergencia de nuevos géneros y formatos, los retos puestos por las nuevas tecnologías a las generaciones más jóvenes o la necesaria libertad del artista, entre otros, no surgieron más que de manera tangencial en estos encuentros.
Si en Cannes, Berlín o Venecia el despliegue de glamour del Star System es ingrediente principal, en los festivales de cine africano de Occidente las protagonistas indiscutibles son las películas. Sin embargo, siendo parte de una audiencia especializada como crítica y curadora de cine africano, el constatar que sólo un puñado de nombres me resultaba familiar empezaba a plantearme dudas acerca de la programación. Reconociendo que las nuevas tecnologías han permitido el acceso a la creación audiovisual de muchos jóvenes africanos y queriendo ser sorprendida por nuevos talentos en la seguridad que me ofrecía la oscuridad del Cinéma Excentris, me acomodé en la butaca. La sensación de duda inicial se tornó en desilusión al atender a las proyecciones. Touissant L’Ouverture y Sur la planche, películas ampliamente mostradas con anterioridad en otros festivales cubrían el cupo necesario de «grandes obras y autores» en un cartel de las dimensiones de Vues d’Afrique. Touissant L’Ouverture, biopic histórico dirigido por Philippe Niang con el mediático Jimmy Jean-Louis encarnando al héroe inauguró el festival y Sur la planche, el salto a la ficción de la documentalista marroquí Leïla Kelani, una película sobre cuatro mujeres que buscan su lugar en nuestro presente globalizado y que ya se había presentado en Cannes el año pasado con éxito de crítica, fue la encargada de clausurarlo.
Entre los estrenos, otro filme marroquí de autoría femenina venía acompañado de muchísimas expectación: L’amant du Rif de Narjiss Nejjar. A pesar de la presencia de la directora y de buena parte del equipo, esta revisión simplificada de la ópera Carmen de tonalidad queer y exotizante llegó a provocar no sólo el sonrojo de quien escribe sino su desbandada de la sala. En conjunto, las obras de ficción no estuvieron a la altura que se esperaba aunque se colasen originalidades como Playing Warriors de Rumbi Katedza, original melodrama femenino rodado en Zimbabwe y la primera comedia musical argelina: Essaha de Dahmane Ouzid, una muestra fresca de las transformaciones que se están viviendo en el país interpretada por actores no profesionales e inspirada en una popular serie televisiva.
A falta de otras novedades es preciso destacar dos retratos de la juventud magrebí en los tumultuosos momentos que siguieron o precedieron a la Primavera Árabe, uno en el ámbito del documental y otro en el de ficción: la mirada a las nuevas generaciones tunecinas que Nadia El Fani lanza en su archipremiada Laïcité Inch’allah y Normal!, la última realización del argelino Merzak Allouache sobre la desilusión de los jóvenes de su país ya condecorada en Doha-Tribeca. De nuevo películas que, al haber sido exhibidas previamente en un sinfín de festivales, no suponían riesgo alguno a los organizadores ni novedad para el espectador. En la sección documental, la tónica general fue la mediocridad o la excesiva dosis de paternidad europea y canadiense, empañada aún más por la desinformación y los eventos paralelos de cariz turístico-promocional que enfatizaban una problemática «diferencia» africana como la «Noche de Marruecos», consistente en un documental folclórico de propaganda del Festival Internacional de cine de Marrakech para televisión y un tentempié de dulces locales con té de menta (sic).
Poco puedo añadir sobre el que ha sido una gran decepción como amante del cine africano. Para abrir la puerta a la esperanza, sólo me queda reflexionar a raíz de unas declaraciones de Oliver Barlet en su libro Les cinémas d’Afrique des anées 2000. Perspectives critiques (L’Harmattan, París: 2012): «un festival de cine que se especialice en los cines de África tiene todavía hoy el papel de restaurar en su esfera geográfica y dentro de los límites que sus medios le permiten una visibilidad considerada aún como resistencia y solidaridad». Esta labor determinante en la promoción y visibilización de los cines africanos desde el Canadá francófono podría estar a punto de perderse si Vues d’Afrique no da un cambio de rumbo inminente a su política. Su espacio de actuación geográfico quedará huérfano de un festival especializado que, durante décadas, ha sido piedra angular en la conexión entre directores y profesionales del continente con Occidente, debiendo confiar en que los tentáculos del Festival Internacional de Cine de Toronto recojan el testigo en una liga mucho más competitiva y globalizada. Si bien los cineastas africanos aspiran a ser considerados en plano de igualdad con sus colegas de otras latitudes, la realidad es que la pérdida de Vues d’Afrique implicará una menor difusión de estos jóvenes directores en lucha diaria por hacer oír su voz a escala internacional. Vista la dificultad que hombres y mujeres de países periféricos tienen para acceder a la industria cinematográfica cuando el establecimiento de industrias nacionales potentes más allá de los casos de Marruecos, Nigeria y Sudáfrica parece mera utopía, los artistas africanos siguen dependiendo en gran medida de sistemas de financiación y de estructuras de producción industrial extranjeras. El desdén y la falta de compromiso de Vues d’Afrique en la actualidad, hace flaco favor a los cines y directores africanos.
Como Oliver Barlet, considero que todavía hay espacio para los festivales de cine africano, pero en el caso de Vues d’Afrique su supervivencia pasa por un giro copernicano en sus estrategias de programación y actuación, que lleve a la dirección y a su equipo a explorar críticamente el futuro revelando su comprensión de las complejidades del presente. Sólo así podrán escapar del que se me antoja un destino cierto: el de pasar de ser uno de los festivales de cine africano con mayor reconocimiento en América por su espíritu crítico y responsable, a transformarse en una muestra residual de películas ya premiadas, de producciones secundarias sin cabida en plataformas más ambiciosas y con una marcada identidad franco-canadiense de trasfondo reaccionario.
*Artículo publicado el 25/05/2012 en el periódico GuinGuinBali (www.guinguinbali.com).