El último verano parece haber puesto de manifiesto una realidad incómoda para el Gobierno: la inmigración no se detiene con más kilómetros de vallas. A finales de 2005 se aumentaba de tres a seis metros la altura de las alambradas en Ceuta y Melilla. Meses más tarde, el flujo migratorio sólo ha cambiado de lugar. […]
El último verano parece haber puesto de manifiesto una realidad incómoda para el Gobierno: la inmigración no se detiene con más kilómetros de vallas. A finales de 2005 se aumentaba de tres a seis metros la altura de las alambradas en Ceuta y Melilla. Meses más tarde, el flujo migratorio sólo ha cambiado de lugar.
Según un informe de Amnistía Internacional, en lo que va de año la llegada de inmigantes a Canarias ha duplicado los datos de todo 2005. En el caso de Tenerife, la cifra se ha multiplicado por diez. Y serán más. Los datos oficiales calculan que más de 10.000 personas esperan en África el momento de intentar la entrada.
Alarma electoral
Ante estas circunstancias, entre los políticos canarios destaca la alarma como respuesta común. El presidente isleño, Adán Martín, ha afirmado varias veces que «Canarias está desbordada». Mientras, el portavoz de Coalición Canaria en el Congreso, Luis Mardones, va aún más lejos. Ha calificado la situación de «explosiva» y reclama la actuación de la Armada. Entre los canarios, algunos desconfían de este alarmismo. «Si hubiera pasado en otras fechas sería diferente, pero las elecciones son el año que viene. Cada uno dice lo que pueda darle más votos», opina Rafael Blanco, del Aula de Solidaridad de la Universidad de La Laguna.
Raquel Pérez, del sindicato CNT, critica duramente esos discursos. «Hay una xenofobia promovida por los partidos, sobre todo por Coalición Canaria; y el problema es que mucha gente termina asimilando ese tipo de mensajes». «Aunque no se puede hablar de una actitud única de la población», advierte. Según apunta, igual que se encuentran episodios de rechazo, también se dan de acogida. Entre ellos, el caso más nítido se veía a comienzos de agosto, cuando cientos de bañistas se lanzaban a auxiliar a decenas de subsaharianos en el momento que desembarcaban en la playa de La Tejita, en Tenerife. En el extremo opuesto, el 10 de marzo, el Aula de la Naturaleza de Tunte, en Gran Canaria, fue incendiada en un ataque xenófobo para impedir que se alojaran en ella un grupo de jóvenes inmigrantes. Y con esa misma intención, un mes más tarde en Garachico (Tenerife) cientos de vecinos encabezados por su alcalde recibían con gritos y abucheos a 30 menores en protesta por su trasladado a un centro de acogida. Aquel ataque, sin embargo, activó en Tenerife a varios colectivos de apoyo a los inmigrantes. «Aquí no ha habido mucha actividad de reivindicación.
La mayor parte del trabajo ha sido de ayuda humanitaria, por parte de las ONG, y también desde algún sindicato. Pero después de los brotes racistas muchos le han visto las orejas al lobo», resume Blanco. Como respuesta, el 18 de junio se producía una primera manifiestación contra el racismo. Acudieron cerca de 700 personas, una cantidad que pocas veces suele registrarse en Santa Cruz en este tipo de protestas.
«Somos migrantes»
Las manifestaciones, como otros actos de denuncia, se están organizando a través de la Plataforma Somos migrantes. Si bien se formó durante las protestas contra la valla, ha sido este año cuando la coordinadora se ha consolidado como lugar de encuentro para una treintena de organizaciones. Y tras la marcha en Tenerife, cada vez son más las personas que se acercan para colaborar.
La plataforma, con todo, está lejos de tener un perfil político concreto. «Encuentras desde ONG cristianas hasta grupos anarquistas. En el cartel de la manifestación veías la CNT al lado de Caritas y Médicos del mundo», dice Blanco, que subraya la importancia de empezar a crear redes.
En la misma línea se expresa Raquel Pérez. «Intentado implicar a todo tipo de población, incluyendo a quienes no están politizados. A veces pasa que vas a movilizaciones y ves las mismas caras. Pero esta vez no. Hay que convencer a la gente a la que no se llega con un panfleto». Ello no quiere decir, sin embargo, que haya que conformarse con la actitud de las organizaciones humanitarias.
Para Raquel, se está haciendo un trabajo muy importante en la denuncia de situaciones muy graves. Y cita varias: legales («a cientos de personas no se les reconocen sus derechos, pero se les explota como mano de obra»); contra la libertad de movimiento («se aísla a los inmigrantes durante 40 días en los CIE, que son como las cárceles»); y mortales (se calculan más de 3.000 fallecidos). Para intentar cambiar estas situaciones, Blanco asume que «va a hacer falta mucha implicación, gente que pueda hablar sin miedo a que le quiten las subvenciones». Otra compañera del aula de solidaridad, Oihana Merino, lo resume en una frase: «no hace falta caridad, sino justicia».
En esa dirección, junto a la plataforma tambien se han sumado colectivos de por los propios emigrantes, como la asociación de nigerianos de Tenerife. Ahora, según Blanco, el siguiente paso debe ser el de contactar con los movimientos sociales de África. «Allí hay asociaciones de repatriados, de madres que han perdido a sus hijos… Sabemos muy poco de ellas, pero la mitad de la solución está allí. Si no trabajamos juntos en las dos orillas no llegaremos muy lejos».
Los inmigrantes se organizan
En estos años, la formación de las primeras asociaciones de inmigrantes supone uno de los mayores fenómenos en el paisaje de los movimientos sociales en Canarias. Con un trabajo cotidiano entre la ayuda mutua y la reivindicación, colectivos como las asociacioes senegalesas Serer y Diambar o la asociación de Costa de Marfil se han vuelto frecuentes en manifiestos y protestas. Según Steve Usifoh, presidente de la asociación de Nigerianos de Tenerife, gran parte de su tarea consiste en orientar a quienes acaban de llegar. «Les apoyamos sobre todo para que aprendan español. Sabemos que es difícil, que sus jornadas de trabajo son durísimas y que apenas tienen tiempo; pero hacemos lo posible para que vean que es necesario. Igual que les insistimos en que tengan mucho trato con la gente, que se relacionen con los españoles. Muchos lo evitan, porque no se les recibe bien, pero es la única forma de integrarse, y además hay que hacerles ver que no somos como dicen en los periódicos, que no hemos venido aquí a hacer nada malo».
Hacia el diálogo cultural
Junto al trabajo de apoyo, otro frente de los colectivos pro inmigración pasa por fomentar las relaciones entre la población canaria y los inmigrantes. En ese sentido, las actividades lúdicas se convierten en una de las formas más útiles para facilitar el conocimiento mutuo. Así lo ve El Patio de las Culturas, una asociación de Las Palmas de Gran Canaria que desde sus inicios en 2003 busca espacios de encuentro a través de talleres, cuentacuentos o clases de idiomas impartidas por los propios inmigrantes. Según cuenta Andrea Farah, coordinadora de la asociación, el objetivo es destacar el beneficio cultural de la inmigración, lo que se ha comprobado en el éxito de las clases de música y de danza árabe y africana. De momento, en Las Palmas no se ha llegado a formar una asociación como la plataforma de Tenerife, pero a lo largo de este tiempo han comenzado a surgir numerosas organizaciones. «Se están formando muchas asociaciones alternativas, al margen de las ONG», apunta Andrea, «pero pueden unirse más entre ellas».