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Guatemala-Honduras

Las barbas de nuestro vecino

Fuentes: Rebelión

El Golpe de Estado en Honduras de domingo 28 de junio obliga a una relectura de la situación en Guatemala y en Latinoamérica. A partir del reconocimiento de que el golpe parte de actores, dinámicas y un contexto específico, considero que son necesarios los análisis globalizadores: el golpe como producto de tendencias generales y al […]

El Golpe de Estado en Honduras de domingo 28 de junio obliga a una relectura de la situación en Guatemala y en Latinoamérica. A partir del reconocimiento de que el golpe parte de actores, dinámicas y un contexto específico, considero que son necesarios los análisis globalizadores: el golpe como producto de tendencias generales y al mismo tiempo como generador de nuevos escenarios e intentos de modificación de la correlación de fuerzas a nivel regional.

En primer lugar, la lectura tiene que valorar la probabilidad y proximidad de una ruptura coincidente en Guatemala, donde confluyen factores similares a los que provocaron la actual situación en Honduras:

· disputa entre sectores de la oligarquía por el control de negocios, incluidos los derivados del narcotráfico y la economía criminal,

· disputa por el control de instituciones estatales y gubernamentales, claves para la obtención de riqueza (aduanas, migración, sistema de justicia),

· existencia de un estado debilitado y subordinado a intereses particulares,

· predominio histórico de las corporaciones en el esquema de poder, ahora refuncionalizadas y reconfiguradas en el marco de un nuevo eje de acumulación económica (energía, agua, agrocombustibles, minería…),

· dependencia económica y política de actores internacionales,

· existencia de Ejércitos fuertes, concebidos como actores con capacidad de decisión política, en alianza con sectores económicos,

· existencia de pactos entre sectores oligárquicos y de gobierno con sectores del movimiento social, pactos que excluyen transformaciones estructurales,

· movimientos sociales fragmentados, sin agenda hegemónica.

La cercanía es mayor si se consideran las inversiones compartidas entre empresarios hondureños y guatemaltecos, y por tanto la similitud de visión y pensamiento (por ejemplo, las inversiones en el sector hidroeléctrico y energético del Grupo Terra o del grupo CECSA).[1]

En este marco, el golpe hondureño puede ser visto como opción viable para sectores de poder en Guatemala, temporalmente desplazados del control de la institucionalidad del estado y el gobierno, y en enfrentamiento táctico con el propio gobierno y otros sectores económicos y políticos: después del golpe, cobran nuevo significado los acontecimientos del mes de mayo en Guatemala, y los persistentes rumores sobre involución golpista y quiebre de la institucionalidad.

Una segunda línea de análisis permite ver el golpe a partir del renacido poder de los Ejércitos en la región, tras el bajo perfil mantenido en los años posteriores al fin de los conflictos armados. El domingo 28, el Ejército hondureño fue juez, parte, facilitador y operador en la definición de un conflicto político. Causa y consecuencia: el poder del Ejército definió el golpe como solución. El golpe -de no revertirse- perpetuará el carácter deliberante, no sujeto al poder político y elitista de las fuerzas armadas centroamericanas (a excepción de la nicaragüense).

En tercer lugar, el golpe implica un retroceso en términos de convivencia democrática, ya que grupos civiles, partidos, empresarios y medios de comunicación avalan y abogan directamente por medidas de fuerza. Se retuercen los principios democráticos hasta reducirlos a la marginalidad o lo irrisorio: es lo que sucede cuando se discute si lo sucedido fue o no un golpe de estado o cuando se recurre al Ejército como garantía de la democracia. Supone un retorno sin rubor a prácticas autoritarias y puede implicar un nuevo ciclo de restricción de libertades.

En cuarto lugar, el golpe anticipa y prevé las reacciones populares ante la crisis económica y el nuevo ciclo del capital: la expansión de las transnacionales, el acaparamiento de los bienes naturales de las comunidades (el segundo ciclo neoliberal definido por Raúl Zibechi)[2] van acompañadas de mayor violencia y autoritarismo político: el modelo económico excluyente necesita del uso de la fuerza para consolidarse y reproducirse. El golpe debe leerse, así, como una respuesta conservadora y autoritaria a la crisis del capitalismo y como una apuesta continuada por el expolio, la enajenación y la exclusión de personas y comunidades..

En quinto lugar, el golpe se define como estrategia de contención, ante la amenaza de un buen ejemplo, mencionada por Noam Chomsky[3]. En este punto el buen ejemplo no se refiere a la situación hondureña, donde los coqueteos del gobierno y del Presidente con la izquierda no son todavía más que eso, coqueteos sin suficiente sustento organizativo y programático, sino hacia lo que puede ser. El mensaje es claro para El Salvador, país que comparte 341 kilómetros de frontera con Honduras y una tormentosa historia de desencuentros[4]. El llamado alerta sobre posibles intentos de transformaciones estructurales en el modelo político y económico, y sobre posicionamientos geoestratégicos del nuevo gobierno: la Alternativa Bolivariana de las Américas, ALBA, y la relación con los gobiernos de izquierda en el continente. En un contexto de una organización social y partidaria fuerte, que acumula experiencia histórica de defensa armada, el mensaje no parece condicionar un golpe similar al hondureño, pero sí generar divisiones entre sectores del gobierno salvadoreño y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN.

Una sexta mirada se detiene en el impacto del golpe en la dinámica posconflicto en Guatemala y el desarrollo de los Acuerdos de Paz.. Después de la firma de los Acuerdos, mantuvimos (al menos teórica y formalmente) tres grandes principios: el de la seguridad democrática y el carácter no deliberante del Ejército (abocado a tareas de seguridad externa); el de la necesidad de un Estado fortalecido para la búsqueda de un desarrollo incluyente; y el de la democracia y la búsqueda de consensos sociales (los propios Acuerdos como consenso básico) como paradigma de convivencia. El golpe en Honduras destruye simbólicamente y en la práctica las visiones anteriores y favorece todo tipo de tentaciones autoritarias y/o de reducción de la democracia a un ejercicio de elites, como las propuestas contenidas en el planteamiento de reforma constitucional del grupo Proreforma.

Por fin, es importante analizar consecuencias y al menos cuatro escenarios, si el golpe se consolida:

1) La repetición de golpes de estado similares al hondureño, es decir, revestidos de legalidad democrática, en la línea que Isabel Rauber define como neogolpismo: «El disfraz «democrático» del Golpe de Estado, anuncia el nuevo estilo autoritario de los poderosos y desnuda el contenido de su «democracia» de mercado: «Cuando me conviene sí, y cuando no me conviene: no.» No es la vuelta al pasado, no hay que equivocarse: Es el anuncio de los nuevos procedimientos de la derecha impotente. El neo-golpismo es «democrático» y «constitucional». Honduras anuncia por tanto la apertura de una nueva era: la de los «golpes constitucionales». Es esto lo que se está ensayando en Honduras: apelar a «canales» legales para poner fin por la fuerza a los procesos de cambio que están desarrollándose en el continente. Obviamente, como es natural, el ensayo se lleva adelante en territorios donde los costos políticos resultan menores porque los procesos sociales populares son más débiles, como es el caso de Honduras». [5]

2) El posible cambio de posición de la comunidad internacional. Si se repiten situaciones similares, ¿cómo se resolverá el conflicto entre la lógica de la defensa de la democracia y la lógica de penetración del capital estadounidense y europeo?

3) La proliferación de amenazas de golpe que, aunque no se concreten, generan reacomodos de fuerza, negociaciones cupulares y obtención de espacios de poder para sus promotores.

4) El escenario extremo, la existencia y el retorno a golpes de estado de factura claramente militar. El fascismo social propio de estos tiempos, definido por Boaventura de Sousa Santos, puede dar espacio al clásico fascismo político.

La alternativa es no sólo impedir que el golpe de estado y el estado de golpe (el golpe como proceso de reversión democrática más allá del hecho del derribo de un gobierno) se consoliden, sino fortalecer alternativas de gobierno popular a partir del protagonismo de los movimientos sociales. El ejercicio del poder se reconfigura: sectores de la oligarquía, del gobierno, de los partidos, de las instituciones corporativizadas, del Ejército, de la comunidad internacional, con el soporte de medios de comunicación y del pensamiento individualista y resignado (el pragmatismo resignado que menciona el nicaragüense Andrés Pérez Baltodano) conspiran para tutelar todavía más la democracia y restringir la participación social y las posibilidades de reformas. Esta reconfiguración se da en disputa táctica con otros sectores oligárquicos y sobre todo en confrontación estratégica con un proyecto popular todavía en definición.

Posiblemente entramos a un nuevo ciclo histórico de polarización, después de años de consensos (aparentes) y libertades (formales). Autoritarismo o transformación. No tenemos otras opciones.

[1] El Grupo Terra de Honduras, presidido por Freddy Nasser Selman, está enfocada a inversiones en el área de energía, petróleo, químicos, infraestructura, servicios y telecomunicaciones. El grupo CECSA (Comercializadora de Electricidad Centroamericana de Honduras) de Leonel López Rodas, tiene inversiones en ambos países. Otro ejemplo: en 2006, Cementos Progreso compró el 48% de las acciones de Cementos del Norte (CENOSA).

[2] «Los nuevos modos de dominación los cambios en el modelo neoliberal. Crisis de las viejas formas de dominación y el avance hacia los modelos soja-minería-forestación». Raúl Zibechi, mayo 2009.

[3] «La quinta libertad. La política internacional y de seguridad de Estados Unidos». Noam Chomsky, 1987.

[4] Concretada en la llamada Guerra del Futbol, de 1969, pero fruto de situaciones de pobreza, diferencias sociales entre países y tensiones entre oligarquías.

[5] «Honduras: ensayo del neo-golpismo en América Latina», Isabel Rauber, Rebelión, 30 de junio de 2009.