Ayer resultaba curioso escuchar las reacciones de los contertulios de los medios a propósito de los resultados de las últimas elecciones regionales en Italia, especialmente en lo relativo al aumento del peso político en el país de un partido de ultraderecha como la Liga Norte. La mayoría oscilaban entre la estupefacción y la indignación -aunque […]
Ayer resultaba curioso escuchar las reacciones de los contertulios de los medios a propósito de los resultados de las últimas elecciones regionales en Italia, especialmente en lo relativo al aumento del peso político en el país de un partido de ultraderecha como la Liga Norte. La mayoría oscilaban entre la estupefacción y la indignación -aunque no las escuché, dudo que no hubiera quien lo justificara-, aunque era difícil no percibir de fondo en casi todas las voces un cierto tono de autosuficiencia, como dejando entrever que, mientras Italia se suma a la larga lista de países europeos con siglas ultraderechistas en los escaños de sus instituciones, «eso aquí no pasa».
Y efectivamente, no pasa. Leyendo el libro de Joan Cantarero La huella de la bota, uno asiste a las sucesivas intentonas de los partidos españoles netamente de ultraderecha en los últimos comicios y cómo se han dado de bruces una y otra vez, salvo contadas y muy alarmantes excepciones, frente a la indiferencia del electorado. Han tratado de camuflar su aspecto, escondiendo su simbología bajo polos y camisas, sustituyendo botas por bambas, y dejando crecer el pelo sobre sus huecas cabezas, al tiempo que suavizaban como podían su mensaje xenófobo y de odio. Sin embargo, el principal handicap para trascender que han encontrado estas formaciones es que, por desgracia, el mensaje más moderado que pueden vender para triunfar ya lo tienen asumido sectores de otros partidos con amplio respaldo electoral.
Efectivamente, en países como Austria, Holanda y el Reino Unido, en los que los partidos conservadores no se permitirían coquetear con mensajes xenófobos, han aparecido partidos que ya gozan de representación haciendo bandera de ellos; mientras en otros como Francia o Italia, esos coqueteos desde hace lustros han normalizado el mensaje y potenciado que ambos países sufran hoy la presión de fuerzas políticas tan perniciosas como el Frente Nacional o la Liga Norte. En España, por desgracia, el coqueteo de los grandes partidos con el mensaje absurdo y simplista propio de la ultraderecha también se ha dado (cada vez es más frecuente que, ante una situación de crisis como la que padecemos, no falten voces que apelen a la inmigración como una de sus causantes, a pesar de ser una idea absolutamente absurda), pero afortunadamente ningún partido que base su fuerza en el odio ha conseguido destacar. Sin embargo, situaciones como la italiana, o vergonzantes episodios como el sucedido en Vic recientemente, deberían llevarnos, antes que a colgarnos medallas que no nos merecemos, a realizar un ejercicio de responsabilidad y firmeza -especialmente por parte de los responsables de PSOE y PP- frente a estas posiciones, condenado su terrorífico ideario y manteniéndolo en la marginalidad.
Fuente: http://www.linformatiu.com/nc/opinio/detalle/articulo/las-barbas-del-vecino/