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Las botas de Juan Gelman

Fuentes: Público

Me he alegrado mucho del premio a Juan Gelman. Es un buen poeta y lo merecía. Conocí a Gelman (como tantas otras cosas) gracias a Antonio Orejudo, a finales de los ochenta. Antonio le había conocido en un recital, en Nueva York. Llegó Gelman, leyó sus poesías, habló un poco y luego, como siempre, hubo […]

Me he alegrado mucho del premio a Juan Gelman. Es un buen poeta y lo merecía. Conocí a Gelman (como tantas otras cosas) gracias a Antonio Orejudo, a finales de los ochenta. Antonio le había conocido en un recital, en Nueva York. Llegó Gelman, leyó sus poesías, habló un poco y luego, como siempre, hubo un turno de preguntas. Antonio, que entonces era bastante gamberro (igual que yo), levantó la mano.

-Oiga, Gelman, lo que más me ha gustado de su poesía son sus botas: ¿dónde se las ha comprado?

Se lo tomó bastante bien, para ser poeta: levantó un pie, se remangó un poco el pantalón vaquero, se miró la bota de cuero negro y explicó dónde las había comprado y a qué precio. Creo recordar que eran doscientos dólares.

-Gracias, son un poco caras para mí -respondió Orejudo.

Entonces ganábamos Orejudo y yo ochocientos dólares al mes.

Luego me dijo Orejudo que leyera a Gelman, que a él le había gustado mucho un poema de unas enfermeras locas y las tetas de Dios, si Dios fuera una mujer. Lo hice. Me encantó, sobre todo aquel poema que me recomendó Antonio, y que empieza:

«lo que hacemos en nuestra vida privada es cosa nuestra», dijeron
las Seis Enfermeras Locas del Pickapoon Hospital de Carolina

Y acaba:

¿Y si Dios fuera las Seis Enfermeras Locas de Pickapoon? dijo alguno.

Las tetas de Dios, ¡qué cosas se les ocurren a los poetas! ¿En qué estaría pensando Gelman, con sus carísimas botas de cuero negro?

A partir de aquel poema, empecé a leer a Gelman. Hasta hoy.

El premio ni quita ni pone nada a un poeta como tal. Como persona le hará feliz, supongo, y le dará dinero (que no es poca alegría).

Para nuestra cultura es bueno que este premio, tan desprestigiado, cambie la designación del jurado. De los once jurados, nueve son designados por organismos oficiales próximos al Gobierno. Eso explica que siempre se lo den a quien le interesa al Gobierno de turno.

Algunas veces, sin embargo, como en esta ocasión, el premiado se lo merece.

He oído que entre los finalistas estaba el mexicano José Emilio Pacheco. También se lo merece. Mi amiga colombiana Ángela Pérez me recitó en Queens un poema de Pacheco que me gustó mucho. Éste:

En las casas antiguas de esta ciudad las llaves del agua
tienen un orden diferente.
Los fontaneros que instalaron los grifos
hechos en Norteamérica
dieron a C de cold el valor de caliente.
La H de hot les sugirió agua helada.
¿Qué conclusiones sacar de todo esto?
– Nada es lo que parece
– Entre objeto y palabra
cae la sombra
(ya entrevista por Eliot)

A partir de ese poema, empecé a leer a Pacheco. Hasta hoy.

Lo cuento por si acaso, por a alguien le pasa lo mismo que a mí y estos dos grandes poetas encuentran nuevos lectores.

Por mi parte, me encantaría comprarme unas botas negras de cuero como las de Juan Gelman. Lo que pasa es que, para mí, siguen siendo un poco caras. Me conformo con seguir leyendo sus poemas.