«Estoy seguro de que las condiciones están madurando. Pero yo no tomaré la iniciativa, no voy a alimentar en nadie la sensación de que tengo avidez de poder político. Si hacemos algo, será a mi pesar, y eso es lo más conveniente. Cuando hay tanto ambicioso a punto de saltar, conviene que quien ama a […]
En Colombia de cara a las elecciones de 2018 se configuran cuatro bloques políticos: a) Izquierda-liberal «santista»; b) Centro-izquierda; c) Derecha-populista; d) Extrema derecha-seudo-fascista.
Los principales temas que han escogido para construir identidad son: a) Continuidad de la paz; b) Anti-corrupción; c) Autoridad y obras de infraestructura; d) Lucha contra el «castro-chavismo».
Las personalidades y candidatos que van ubicándose en cada bloque son: a) Humberto de La Calle Lombana, Clara López, Piedad Córdoba, Iván Cepeda; b) Claudia López, Jorge Enrique Robledo y Sergio Fajardo; c) Germán Vargas Lleras; d) Oscar Iván Zuluaga y demás pre-candidatos «uribistas».
Otros precandidatos que «suenan» de los partidos de la U, liberal y conservador, como Juan Carlos Pinzón, Roy Barreras, Armando Benedetti, Juan Manuel Galán, Aurelio Iragorri (hijo), Martha Lucía Ramírez y Alejandro Ordoñez, no se han definido.
Las fuerzas políticas que se van alinderando en cada bloque son: a) Partido Liberal; un sector de la U, conservador y del Polo; PC, UP, PTC, Voces de Paz; b) Alianza Verde, Polo «robledista», Compromiso Ciudadano; c) Cambio Radical; d) Centro Democrático.
Esos bloques van a jugar como atractores para el resto de fuerzas políticas, incluyendo a Progresistas, ASI, MAIS, otras agrupaciones y la organización política que creen las FARC y el ELN (si su proceso de negociación avanza con prontitud).
Sin embargo, existe un gran margen de opinión y de electores que -como se observó el 2 de octubre de 2016 en el plebiscito- son abstencionistas y/o indecisos, y no creen o no son motivados por el régimen político o por las dinámicas electorales existentes.
Es decir, hay condiciones para que un «nuevo movimiento» irrumpa en la política colombiana. Es evidente que para incidir en la coyuntura actual -dada la cultura política de nuestro país- tendría que apoyarse en un candidato «outsider» con características especiales.
Esa situación se puede observar con mayor nitidez si se analiza el contenido de los discursos y la dinámica de los actuales bloques políticos. En verdad, son resultado de precarias sumas de fracciones desgastadas, unión de divisiones residuales, coaliciones que se forman por necesidades electorales. Nada que ver con verdaderos proyectos basados en una coherencia política y en una narrativa común. Por ello, no entusiasman al conjunto de la sociedad.
A pesar de los esfuerzos individuales de Claudia López, que ha picado en punta con la consulta anti-corrupción, no se perciben formas nuevas de hacer política. El espíritu colectivo está ausente, no se aprecia una visión estratégica, todo juega alrededor de individuos y candidatos, no se construyen programas en forma incluyente. ¡Es más de lo mismo!
Hoy la forma es mucho más importante que cualquier otro aspecto. Gustavo Petro encabezó el último experimento que logró romper con algunos esquemas tradicionales pero no lo pudo consolidar desde la Alcaldía de Bogotá. Al contrario, lo deterioró. Su margen de resistencia es muy alto con respecto a otros candidatos bien posicionados. De allí que todavía no sepa dónde ubicarse o que al final decida actuar en forma independiente. Está atado al pasado.
Además, la propuesta de «gobierno de transición» planteada por las FARC en el Teatro Colón durante la firma definitiva de los acuerdos (24.11.2016), que incluiría a todas las fuerzas que apoyaron el SI -que ha sido ratificada por diversas personalidades de izquierda-, no sólo se ha visto mermada en sus posibles componentes sino que carga con la imagen negativa de las FARC y el desgaste del gobierno Santos. Por tanto, no es una alternativa confiable para derrotar a las derechas que -indudablemente- se unificarán en la recta final de las elecciones.
Un «nuevo movimiento» de ciudadanos del «común», apoyándose en un candidato «outsider», puede oxigenar la actividad política en Colombia, colocando temas de fondo que tienen que ver con la verdadera democratización del país y la construcción de una paz social. Si no le alcanza, sea por un motivo u otro, dicho movimiento podrá jugar como un importante refuerzo y estímulo para derrotar tanto al «progresismo neoliberal» (santismo) como a los «populismos de derecha» (uribo-varguismo) y desencadenar un proceso de moralización de la acción política y de construcción de amplias ciudadanías activas y protagónicas, empezando por la juventud.
Además, puede servir de punto de apoyo para continuar con la construcción de un Nuevo Proyecto Político que siga proponiendo y empujando las transformaciones estructurales que exige el país y el mundo. Y claro, deberá jugar un papel de control social del nuevo gobierno que se elija en 2018 (cualquiera que sea), estimulando la organización social y popular «desde abajo» y visualizando un «proceso constituyente de nuevo tipo» que sólo podrá ser impulsado por un gobierno alternativo.
Todo es cuestión de voluntad y decisión. Las condiciones están dadas.
Nota: Queda pendiente el análisis de clase y sectores de clase, incluyendo otro tipo de antagonismos heredados de la «colonialidad del poder» como lo étnico, racial, cultural, género, regiones, etc.
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