Hoy nos encontramos ante la alternativa: o el triunfo definitivo del imperialismo, el ocaso de toda civilización y, como en la vieja Roma, despoblamiento, degeneración, desolación, un enorme cementerio; o victoria del socialismo. Rosa Luxemburgo, La Crisis de la Socialdemocracia. En estos días recientes estamos encontrándonos con diversas justificaciones a la política de aceptación del […]
Hoy nos encontramos ante la alternativa: o el triunfo definitivo del imperialismo, el ocaso de toda civilización y, como en la vieja Roma, despoblamiento, degeneración, desolación, un enorme cementerio; o victoria del socialismo. Rosa Luxemburgo, La Crisis de la Socialdemocracia.
En estos días recientes estamos encontrándonos con diversas justificaciones a la política de aceptación del rescate de la Troika por parte de la socialdemocracia (nueva y vieja) tanto a nivel del Estado español como internacional.
Justificaciones que esconden una falacia lógica curiosa: El reformismo, entendido como realizar tales o cuales reformas que mejoren la vida de la gente, tiene un potencial social emancipatorio, sin embargo en la Europa actual es inviable.
Esta última máxima, la de la imposibilidad de una política reformista, puede compartirse en parte. Las tasas de acumulación del capital a nivel internacional han decaído desde mediados de los 90, lo que ha agudizado el fenómeno que David Harvey llama «acumulación por desposesión» [1], es decir, las élites económicas dependen de que el estado les sirva como intermediario a la hora de seguir acumulando, ya sea obteniendo recursos a precio de saldo, mediante las privatizaciones, o por cambios en la provisión de servicios que les permita desdibujar la barrera entre sector público y privado. De esta manera es imposible hacer políticas reformistas, pues el capital no puede ceder ni un ápice de sus beneficios, como ocurría en los 60, pues se juega ahí su propia supervivencia.
Esta imposibilidad del reformismo no viene pareja a una defensa de una vía revolucionaria o rupturista ya que se acompaña de otra falacia lógica: La lucha de clase ha disminuido en Europa, porque el proletariado clásico ya no es el sujeto mayoritario en las relaciones sociales de producción, extremo que es desmentido por Peter Mertens [2] al afirmar que, en Europa la clase obrera «clásica» sigue siendo el sujeto mayoritario al emplear a 137,5 millones de personas, dos de ellas en la agricultura.
Del mismo modo, la agudización de las contradicciones del capitalismo que ha traído la reciente crisis económica (austeridad vs necesidad de crecimiento económico para el mantenimiento de las tasas de ganancia), ha supuesto un aumento de los conflictos colectivos y de la lucha de clase, prueba de ello son la convocatoria de tres huelgas generales desde el estallido de la crisis, pese a la debacle de las burocracias sindicales en los sindicatos de CCOO y UGT.
Esto enlaza con la tercera falacia lógica que emplea cualquier justificador de las políticas de aceptación de las políticas de recorte de Syriza: Calificar como identitario cualquier critica a Tsipras. Ahí aparece el argumento favorito de cualquier seguidor de la nueva socialdemocracia: quien critica mi línea política es un friki identitario. No se critica al gobierno de Tsipras por ser traidor, esa no es una categoría materialista sino ética, sino por gobernar de tal forma que tu política no mejore la vida de la gente, sino de los mercados y carecer de un plan B que te permita paliar la crisis humanitaria que viven los países del sur de Europa.
Si vendemos todas nuestras esperanzas de cambio a una victoria electoral, solo podremos efectuar políticas que tengan un efecto inmediato, pues las políticas que se ejecutan en un sistema liberal-democrático tienden como marco el siguiente ciclo electoral, lo que implica que políticas pensadas en dar sus frutos en un medio-largo plazo, como la salida del Euro, no tienen cabida.
La ventana de oportunidad que se abrió con el 15M sigue abierta y lo seguirá abierta mucho más tiempo, pese a que nos confundan los flujos y reflujos de la política electoral. En este sentido, en términos gramscianos, no estamos en un momento de guerra de movimientos, sino de posiciones, dónde no se trata de construir hegemonía adaptándonos al discurso propio de sálvame, hay que elevar el discurso político de la gente aprovechándonos de este giro a la izquierda del sentido común y fortaleciendo una apuesta sindical y política que vaya más allá de tomar el gobierno e inicie una lucha por el poder.
Notas
[1] Leer al respecto la obra: David Harvey, El nuevo imperialismo (Madrid: Akal, 2003).
[2] Peter Mertens, La clase obrera en la era de las multinacionales (Oviedo: asociación cultural Jaime Lago, 2011).
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