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Las derechas y la lengua catalana

Fuentes: Nueva Tribuna

«España se organiza en un amplio concepto totalitario, con su nacionalidad, unidad nacionales que aseguren su totalidad, su unidad y continuidad implantando el más severo principio de autoridad. Las regiones españolas serán respetadas en sus peculiaridades, respondiendo a sus momentos de máximo esplendor, pero sin que ello suponga merma la más absoluta unidad nacional, con una sola lengua, el castellano, y una sola personalidad, la española» (Franco, Diario de Navarra, “Radio Castilla”, 2.10.1936).

Cainismo lingüístico

Las derechas españolas jamás han oído con buenas orejas la situación diglósica de Galicia, Comunidad Autónoma Vasca, Navarra y Cataluña. Digan lo que digan, les aterra la pluralidad lingüística de España, pareja a la política. Solo conciben una España homogénea y uniforme como el hormigón.

Se quejan de que la enseñanza del castellano esté marginada en la escuela catalana y para muestra ahí está la escandalera armada en torno a lo “sucedido” en Canet de Mar. Tienen razón. Al fin y al cabo, su pretensión única, grande e imperial -para seguir la nomenclatura de Elio Antonio Nebrija-, se cifra en que en Cataluña y en el resto de las comunidades diglósicas de este país solo se hable, se escriba y, como dicen los mentalistas de la lengua, por no decir místicos, “se piense y se sienta, se ame y se sueñe” únicamente en español, que es la lengua que hablaba únicamente “el Redentor Franco”, como decía el director de La Vanguardia Española.

No reprocharé a las derechas españolas que defiendan el castellano al estilo, incluso, de Pérez Reverte en la Real Academia de la lengua española, “con dos cojones”, “un voto a bríos” y “la madre que los parió”.

Me gustaría que las derechas recordaran cuál fue la actitud de la política lingüística practicada por quienes podrían considerarse sus parientes, no por tener el mismo ADN ideológico, que vaya usted a saber, sino solo por disponer de algunos alelos, que algunos, digo yo, tendrán en común. Si no, no se explicaría tanta agresividad contra una lengua, que, paradójicamente, es prima hermana del castellano, ambas hijas del latín.

Ya en su tiempo, un psiquiatra interpretó que esta “persecución del catalán” -o su viceversa-, formaba parte de un “cainismo lingüístico racial”, solo superable matando al otro. Y es triste que sea así. Que un asunto de naturaleza esencialmente lingüística, de uso de palabras, se convierta en materia de tribunales, evidenciando la condición selvática de ciertos seres humanos.

Ante este panorama y, dando por hecho que no sean todas las derechas de este país quienes piensan y sienten lo mismo en este conflicto, me gustaría decirles a las que sí se comportan de modo tan torticero que contentos y felices se habrían visto los “catalanes separatistas de 1938” si estos hubieran disfrutado de la “libertad” para usar y hablar el catalán como la que, ahora, tienen estas derechas para defender lo que consideran sus derechos como hablantes castellanoparlantes.

Quienes ahora protestan, porque dicen que la Generalitat margina el castellano, deberían recordar el trato que el franquismo dio al catalán.

De paso, me gustaría que recordaran cuándo fue la última vez que estas derechas dijeron una sola palabra contra la marginación afrentosa que sufrió el catalán durante tantísimos años.

Las derechas actuales pueden protestar ante los Tribunales, salir a la calle a manifestarse y pregonar al mundo entero lo perversos que son los dirigentes separatistas y comunistas de la Generalitat en 2021 en su trato vejatorio con el castellano y, cosa maravillosa, no sufrir ninguna multa ni encarcelamiento por ello.

¡Como en el franquismo!

De Primo de Rivera a los militares africanos

Para ser justos con la historia, digamos que la dictadura de Primero de Rivera tampoco respetó el catalán. Queda lejos el Decreto Contra el Separatismo, fechado el 18 de septiembre de 1923, pero, por si quieren recordarlo, recordaré que entre otras cosas amenazaba con que “se infligirían juicios militares por los delitos contra la unidad de la patria, cuando tiendan a disgregarla, restarle fortaleza y rebajar su concepto, ya sea por la palabra, por escrito, por la imprenta o por otro medio mecánico o gráfico de publicidad y difusión, o por cualquier otro acto o manifestación”.

El Real Decreto “prohibía a cualquier autoridad pública utilizar otro idioma que no fuera el español en los actos públicos, ya fueran estos de carácter nacional o internacional”.

A las derechas actuales, convendría recordarles que ya en noviembre de 1937, ABC de Sevilla, cuando España entera ya celebraba, según sus palabras, “el momento en que la juventud española se cubre de gloria en la tarea de histórica de restaurar la unidad inconsútil y tradicional de España, ya no se volverá a hablar en Españas de ridículos y grotescos nacionalismos, de necedades al margen del de la pedantería del “hecho diferencial”, “de idiomas propios”, de “reivindicaciones autonómicas”, “de Estatutos ni de Generalidad”; en una palabra, de fórmulas más o menos hipócritas de un separatismo infame, porque España esta rescatando, no solamente la materialidad de su territorio, sino la unidad moral de un espíritu español indivisible”.

El texto seguía con más virulencia si cabe en los renglones siguientes: “Apoyándonos en esta realidad hemos exhortado cien veces -reconocemos con qué escaso éxito- a muchos de los catalanes que viven acogidos a la fraternal hospitalidad de sus compatriotas de las demás regiones para que suspendan, por lo menos mientras viven entre nosotros, el uso descarado y provocativo de un dialecto, que en estos momentos y en la España Nacional es de todo punto impertinente usar en público. Bastará con que esos catalanes -que suelen llevar la bandera de España en su solapa y que tienen muy buen cuidado de hablar en el español unitario cuando acuden a los Centros Oficiales a pedir granjerías-, recuerden que son los sicarios y salteadores de la Cataluña separatista y antiespañola los que en estos momentos propugnan la supervivencia y los privilegios del idioma catalán, para que se abstengan ellos de tener ese punto de coincidencia sentimental, inconfesable pero cierta, con los enemigos de España”.

Como aclaración al texto anterior, digamos que era de quien en ese momento era su director, Luis Martínez de Galinsoga, nombrado para tal efecto el 24 de febrero de 1937. Para desgracia de Cataluña, el 1 de mayo de 1939, este siniestro personaje sería nombrado director de ABC, desde donde escribiría los artículos más furibundos contra la lengua catalana, como tendremos ocasión de ver.

1938: Multas y disposiciones legales

¿Que eran simples amenazas y bravuconadas de chulos falangistas lo que decía el ABC sevillano fascista? Para nada. Lo más curioso es que en 1937, sería el Gobernador Civil de Guipúzcoa el encargado de anunciar a Joaquín Rivera Barnola la multa que le había impuesto: “250 pesetas de multa por haber celebrado a las 14 horas del día 27 de julio una conferencia telefónica desde el Hotel Europa en dialecto catalán”. Lo que suponía que alguien lo había delatado.

En 1938, el mismo delegado de orden público multaría “a José Juan Jubert, cien pesetas, y a Javier Gilbert Porrera, otras cien pesetas, por hablar en catalán de mesa a mesa en el comedor de un hotel” (Unidad, 7 de enero de 1938).

El 14 de abril de 1939, el Servicio Nacional de Turismo, que dependía del Ministerio del Gobierno, prohibió mediante una orden ministerial firmada por Ramón Serrano Suñer, usar idiomas diferentes del castellano en los restaurantes y en otros establecimientos de hostelería.

Abc de Sevilla comentaría el hecho de que el “Ayuntamiento de Barcelona ha establecido un plazo para que todos los rótulos y reclamos públicos sean redactados en castellano, dando con ello los comerciantes y anunciantes una prueba de adhesión a lo que ha sido base y motor del glorioso movimiento”.

Las multas por hablar o anunciarse en catalán estuvieron a la orden del día. Solidaridad Nacional, periódico falangista, describía con enorme satisfacción las multas hechas por incumplir dicha prohibición: “ Multa de 10.000, pesetas a la casa comercial La Saldadora, por la publicación de anuncios no redactados en el idioma nacional. Multa de mil pesetas y destitución del alcalde del Ayuntamiento de Teya, por empleo del dialecto catalán en las comunicaciones oficiales. Multa de mil pesetas y destitución del alcalde de San Agustín de Llusanes, por lo mismo que el anterior”.

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El periódico El Noticiero Universal contaba que “había sido detenido Ramón Gelabert Abancó, acusado de haber vendido dos talonarios de lotería redactados en catalán” (16 de diciembre de 1939).

Por su parte, el Diario Español, en junio de 1939, notificaba las siguientes multas: “A don Valerio Llusa Guasch, vecino de Valls, quinientas pesetas, por usar en sus relaciones comerciales facturas impresas en idioma no español. A don Salvador Figuerola Blasi, vecino de Valls, quinientas pesetas, por tener el rótulo del establecimiento de su propiedad en catalán. A don Francisco Magrina, vecino de Valls, quinientas pesetas, por tener escrito en catalán el rótulo de la industria de su propiedad. A don José Catalá Oliva, vecino de Valls, cien pesetas, por tener escrito en catalán un rótulo de propaganda de su profesión”.

Nombres en catalán prohibidos por decreto

En cuanto a las disposiciones con carácter jurídico -a pesar de que quienes las firmaban eran unos facinerosos-, uno de los primeros decretos sería firmado el 5 de abril de 1938 aparecido el día 8 en el “Boletín Oficial de Estado”, unos días antes de entrar el ejército rebelde en Lérida. Esta disposición se completaría con las prohibiciones contra el uso de la lengua catalana, dictadas por el Ministro de Orden Público del Gobierno de Burgos, y firmadas por el general Martínez Anido.

Los golpistas relegaron el catalán al ámbito privado, lo que en la práctica significaba que dejaba de tener la consideración de lengua oficial. Como se decía: “si eres español, habla español”.

El 18 mayo de 1938, el conde Rodezno prohibiría la inscripción de todos los nombres en el Registro Civil que no respetaran la lengua del imperio. Pues en su inspirada opinión “muchos nombres, no solamente estaban expresados en idioma distinto al oficial castellano, sino que, implicaban una significación contraria a la unidad de la Patria”. Lo que reflejaba el sentido tan profundamente imbécil que este conde tenía de lo que realmente era la unidad de una Patria con la riqueza lingüística que atesoraba.

En su imaginario mental de censor fascista, “en la España de Franco no se podía tolerar agresiones contra la unidad de su idioma, ni la intromisión de nombres que luchasen con su nueva constitución política”. En una nueva orden del 12 de agosto de 1938, tuvo la desfachatez de añadir que “todas las inscripciones registrales escritas en idioma diferente al castellano, eran nulas”. Las gallegas, las vascas y las catalanas.

En el Boletín Oficial de la provincia de Tarragona, fechado el 18 de abril de 1939, el gobernador civil Mateo Torres Bestard declaraba que “declarado único idioma oficial el castellano, es natural que, dando con ello sentido de unidad, que todo rótulo, letrero, cartel etc. que esté expuesto al público sea redactado en el único idioma oficial. Por otra parte es igualmente lógico que los nombres de las calles, los carteles indicadores , de establecimientos, sean asequibles y comprensibles para aquellos españoles no oriundos de esta Región. Se da un plazo, que finaliza el 1º del próximo mes de mayo para el cumplimiento de la presente circular, del cual son responsables los señores Alcaldes y a la que darán la máxima publicidad. ¡Saludo a Franco! ¡Arriba España!..

Diario de Navarra, el 17 de febrero de 1939, notificaba que Franco había firmado un Decreto Especial donde se decía que en “Barcelona ha quedado prohibido el uso del catalán en calidad de segundo idioma oficial de las provincias de Cataluña. De ahora, en adelante se usará el idioma español como único oficial en todas las provincias catalana. Todas las autoridades políticas catalanas que gozaban de autonomía dependientes de la Generalidad han quedado disueltas y sustituidas por las autoridades del Gobierno Nacional.”

Reconozco que, después de buscar en el BOE correspondiente ese decreto especial firmado por el dictador, no lo he encontrado.

Escuela y Universidad

En el mes de octubre de 1939, el gobernador civil clausurará en persona lo que denominó escuelas laicas y separatistas. La Vanguardia Española relataba que, durante una inspección inesperada en las escuelas del pueblo de Castelldefels, sorprendieron a un maestro dando clases en catalán a unos veinte niños. Se añadía que tampoco les enseñaba el catecismo” y que “todas las clases tenían el catalán como lengua vehicular”. Se detuvo al maestro que, además, “era un intruso, sin título” y fue conducido por la Guardia Civil a la cárcel. Al mismo tiempo, “otro maestro desaprensivo” sería detenido al ser acusado de “hacer igual labor anticristiana y antiespañola” acusación de cometer” (La Vanguardia, 6.10.1939).

Una noticia insólita, no por lo que se denunciaba, sino por el hecho de que no se dijeran los nombres de estos maestros tan malos con la Patria.

Prohibida la enseñanza en lengua catalana, el siguiente paso consistió en retirar de las escuelas los libros y cuadernos que estuvieran escritos en catalán. Nada mejor que la Circular publicada por el Boletín Oficial de Lérida, el 20 de febrero de 1939 para percibir el alcance de dicha devastación lingüística.

Su dictum fundamental era que “todos los escritos en lengua diferente del castellano habían sido retirados. Con el título “INSPECCION DE PRIMERA ENSENANZA DE LA PROVINCIA DE LÉRIDA” se decía en su preámbulo :  “La guerra cuesta ríos de sangre, de riquezas, de arte, y habrá́ que destruir implacablemente todas las causas que la han originado, para asentar la obra educativa sobre estos dos inconmovibles pilares: Dios y España. Sobre estos dos precisamente, porque los sin Dios y sin Patria, los rojos y los separatistas, han hecho todo el mal. La escuela primaria, nacional, municipal, o privada, ha de ser católica y también españolista, sin que se tolere nada que amengüe cualquier de estos dos postulados”.

El resto sentaría cátedra franquista sobre qué libros utilizar en el aula, en las bibliotecas, presencia obligatoria de símbolos políticos y religiosos y el uso de la bandera roja y gualda.

De forma simultánea, la obsesión del régimen franquista fue triturar la Universidad de Barcelona la cual, en tiempos de la II República contaba con un profesorado excepcional. El expolio depurador fue tan absoluto como humillante.

El Correo Catalán lo describió de este modo: “Los rojos separatistas quisieron apoderarse de la Universidad de Barcelona y convertirla en un foco de infección que desparramase por todas las provincias catalanas el virus del separatismo y el tóxico de las teorías más disparatadas. La Universidad llegó a convertirse, aunque por breve tiempo, en el más formidable baluarte de los enemigos de Dios y España. A pesar de todo, nuestras autoridades se han preocupado del asunto y la restauración de la Universidad de Barcelona será un hecho de muy poco. El estado español aportará el capital necesario para que la Universidad de Barcelona vea cicatrizadas muy pronto las heridas que le infligiera la horda rojo-separatista” (29.9.1939).

Una orden del llamado “Ministerio de Educación Nacional”, en manos de Pedro Sainz Rodríguez, delegado nacional de Educación y Cultura de FET de las JONS, en fecha del 11 de marzo de 1938, creó una Oficina Técnico Administrativa Especial para coordinar las depuraciones del profesorado que fueron incalculables y reproducidas en la prensa.

El 28 de enero de 1939, se suprimió́ la Universidad Autónoma de Barcelona. Como decía la orden: “los profesores de la Universidad nombrados por la Generalitat quedan cesantes sin perjuicio de que puedan ser utilizados sus servicios con carácter interino, una vez determinada su ideología y actuación política y social con relación al Movimiento”.

Cuando se hacían consultas acerca de la suerte que podrían correr algunos miembros muy conocidos por su valía, el citado ministro Sainz Rodríguez escribía de su puño y letra: “A la calle”.

Todavía en 1940, el Ministro de Educación Nacional, José Ibáñez Martín, en su visita a Barcelona, contada a bombo y platillo por los periódicos, se mantendrá los mismos comentarios y reflexiones: “Es notorio que en las provincias catalanas la revolución separatista y soviética operó con mayor eficacia que en otras partes sobre la masa escolar y sobre el ambiente universitario (…); queda insinuado en estas pocas palabras todo el estrago  insondable que produjo en Cataluña el sutil cacicato pedagógico, empeñado aquí especialmente en una vil tarea de desnacionalización de las generaciones que iban saliendo de los claustros de nuestra Universidad y nuestros institutos” (La Vanguardia, 1.5.1940).

En cuanto a la Iglesia, también, le tocó afrontar la represión del catalán en el uso litúrgico en las iglesias, y, como no pudo ser de otro modo, se vio obligada a someterse a las imposiciones anticatalanas del régimen franquista. Sin entrar a reflexionar y a determinar cuál fue la actitud de la jerarquía catalana en este asunto, recordaré tan solo que el “Boletín Oficial Eclesiástico del Obispado de Barcelona” de 15 de marzo de 1939, publicó una nota de la Vicaría General del Obispado que invitaba a los Reverendos Rectores de Iglesias, que en los actos de culto público que se celebraban en sus respectivos templos no utilizasen lenguas vernáculas. Solo la lengua española castellana estaba permitida. Lo decía de este modo: “Accediendo a las indicaciones que nos han sido hechas por las dignísimas autoridades de la provincia, rogamos a los reverendos rectores de iglesias, en la seguridad de que nuestro ruego será devotamente atendido, que en los actos de culto público que se celebren en sus respectivos templos no se use otra lengua vernácula (sic) que la lengua española”.

Eliseo Álvarez Arenas Romero

Eliseo Álvarez Arenas era general de Brigada y subsecretario de Orden Público. Se denominaba como “Jefe de los servicios de ocupación de Barcelona”. Ni siquiera reparaba en que lo era de los servicios de liberación de Barcelona de las hordas marxistas, que era lo preceptivo decir, y no de ocupación, revelando así el carácter totalitario y fascista de su cargo.

Hizo su carrera militar en África. Su oficial superior fue el general Cabanellas. Durante la guerra, emprendió con saña la represión contra las organizaciones republicanas y obreras. Sería gobernador militar de Logroño. El 26 de enero de 1939 se hizo cargo de la referida  jefatura de las fuerzas de ocupación. En julio cesó en ese puesto, asumiendo el mando de la V Región Militar de Zaragoza. Fue inspector general de la Guardia Civil, expulsando del cuerpo a todo elemento considerado desafecto al régimen.

Junto con el general Luis Orgaz, que sustituyó a Eliseo en el cargo, Isidro Castillón López -director de la Prisión Modelo- y Wenceslao González, catedrático metido a gobernador, fueron las caras más odiosas de la represión del régimen franquista en Cataluña y, en concreto, de la lengua catalana. A Castillón se le atribuye la frase: “preso -catalán y republicano, naturalmente-, es la diezmillonésima parte de una mierda”.

A ellos habría que añadir a Galinsoga.

Ciñéndonos, ahora, al jefe de los servicios de ocupación y limitándome a reflejar el contenido de uno de sus interminables bandos, diría: “Estad seguros, catalanes, de que vuestro lenguaje en el uso privado y familiar no será perseguido; de que vuestras costumbres y tradiciones a través de las cuales expresáis los ricos matices de una raza fuerte y firmemente sensible, hallarán en el nuevo régimen los más calurosos asensos” Todo un detalle”.

Tiene su particular cinismo que, con el tiempo, este militar fuera elegido miembro de la RAE. Desde luego, nadie como él para fijar y dar esplendor a la lengua castellana. Su compañero de sillón, el que fuera director de El País, el perspicaz Juan Luis Cebrián, lo describiría como «el militar humanista». Nunca lo hubiese pensado, conociendo su trayectoria de debelador del catalán. Álvarez Arena lo sería todo, ¿un humanista mandando una lengua a las mazmorras?

A ello habría que añadir su carácter de meapilas. Cuando Dionisio Ridruejo entró en Barcelona con la intención de celebrar varios mítines políticos, Álvarez Arenas se lo prohibió, alegando que lo primordial en ese momento era “restaurar los altares de la ciudad”.

Luis Martínez de Galinsoga

Fue, sin duda, uno de los personaje  siniestros que más se distinguió contra el uso de la lengua catalana. Se lo conoce como Luis Galinsoga, pero, en realidad, se llamaba Luis Martínez de Galinsoga. Fue impuesto como director de La Vanguardia Española por los facciosos el 1 de mayo de 1939.

Era licenciado en Derecho. Había pasado por el periódico La Nación, y el semanario maurista bilbaíno, Luz y Taquígrafos, que fundó Lequerica. En 1922, era redactor de ABC; en 1929, redactor jefe.

En febrero de 1936, figuró en la candidatura de diputados a Cortes por Madrid junto a Calvo Sotelo, de quien fue amigo. Al cumplirse el decreto de la Unificación de abril de 1937 ingresó en FET y de las JONS.

En 1946 fue nombrado procurador en Cortes por libre designación del Dictador. Además de recibir la Gran Cruz del Mérito Civil, en 1954 el ministro de Información y Turismo lo nombró Periodista de Honor. Recibió el premio nacional de periodismo para directores “Jaime Balmes”; y, por supuesto, el premio Luca de Tena,

Escribió, en colaboración con Franco Salgado, una biografía de Franco con el título de Centinela de Occidente (1956).

Su nombramiento en mayo de 1939, como director de La Vanguardia Española, vendría anunciado de ese modo:

Y, ahora, concretemos sus palabras y sus hechos. Galinsoga disponía en el periódico de una sección titulada Los hombres y los días. En uno de sus artículos, titulado “Hablar como Franco”, afirmaba: “Quédense para la recóndita intimidad los coqueteos lingüísticos, la expansión más o menos romántica o más o menos reticente de otras lenguas. Pero en la presencia de un español ante sus compatriotas y ante el mundo, tenga usted la dignidad de su propia redención haga usted el honor debido a su Redentor. Porque la consigna es clara y no tiene efugio: si queremos ser dignos de esta redención y honrar a quien nos ha redimido, todos los españoles debernos hacer tres cosas: pensar como Franco, sentir como Franco y hablar como Franco, que hablando, naturalmente, en el idioma nacional, ha impuesto su victoria” (La Vanguardia Española. 8.6.1939).

Permaneció como director de La Vanguardia hasta el 5 de febrero de 1960. Fue destituido por el Dictador para cortar de forma radical lo que conoció como  el llamado “caso Galinsoga”. La historia muestra la calaña de este personaje. Galinsoga el día 21 junio asistió a misa en la parroquia de san Ildefons de Barcelona. Al iniciar el sacerdote su homilía en catalán, Galinsoga entró en la sacristía fuera de sí diciendo: “Vengo a protestar, porque es intolerable que se predique en catalán”. Mossén Lluís le explicó que por ser la misa parroquial el sacerdote decía la homilía en catalán. Galinsoga, al mismo tiempo que dejaba su tarjeta encima de una mesa, exclamaba: “Diga a ese señor y a todos sus feligreses, que son una mierda”. Mientras salía de la sacristía no dejaba de repetir: “Catalanes de mierda”. Una mujer al oír los insultos, le dijo: “Pero, ¿qué dice, maleducado?”. Y Galinsoga se lo repitió gritando: “Que todos los catalanes son una mierda”.

El hecho se convirtió en “caso Galinsoga” y se inició una campaña de boicot contra el diario. Incluso, la cristalería de redacción de La Vanguardia fue reducida a añicos. Las pintadas “Visca Catalunya” se volvieron ubicuas.

Galinsoga tuvo miedo. El periódico sufrió un bajón de ventas escandaloso. Obligado por las autoridades se apresuró a escribir su mea culpa particular publicando un artículo el 19 de enero de 1960, titulado “Afecto y servicio a Cataluña”, donde negaba que hubiese puesto en sus labios las palabras que según él, “no he podido decir nunca contra los catalanes (…). Lo que más me duele es que algunos mal informados hayan podido creer que yo soy capaz de proferir unas palabras que sobre ser procaces resultan sencillamente necias. Yo pido que se me juzgue por mis hechos y no por mis palabras”.

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Mentía de forma descarada.

La respuesta de la oposición al artículo no se hizo esperar. Se lo trató como “adulador professional, home de baixa categoría personal, anticatalà rabiós, periodista mentider”. Luego pedía a los comerciantes que no se anunciaran en el periódico, que se diesen de baja, En definitiva, declarar un boicot total a ‘La Vanguardia’.

El 7 de febrero siguiente, el nombre de Galinsoga ya no figuraba  como director. No por ello, como ya he señalado, dejó de ser lo que siempre fue: un claro exponente de la represión llevada a cabo contra la lengua catalana.

Al morir en febrero de 1967, disfrutaba del cargo de delegado de Gobierno en la zona franca del puerto de Barcelona.

En su obituario, en 1967, los periódicos no dijeron ni una coma sobre su furibundo anticatalanismo, como si este no hubiera sido parte fundamental de su personalidad política (La Vanguardia y El Diario Vasco, 21.2.1967).

Año 1940: Wenceslao González Oliveros

Este catedrático de universidad fue nombrado gobernador de Barcelona en julio de 1939. Culpaba a los catalanes del genocidio cometido contra la lengua castellana, afirmando: “No debe olvidarse que la sistemática y sañuda reincidencia en el designio de eliminación de la lengua oficial en esta tierra por parte de elementos de execrable recordación, trajo consigo inevitablemente la ofensa para todo el resto de España”.

Presidió el Tribunal Nacional de Responsabilidades Políticas, creado en febrero de 1939, para perseguir a quienes se opusieron al Movimiento y a quienes colaboraron en la revolución de octubre de 1934. En otro lugar, ya conté que formó parte de la “Comisión de los 21 hombres justos”, creada en diciembre de 1936 para demostrar la ilegitimidad del régimen republicano.

En el año de 1940 dictó un bando con un articulado desopilante:

“Primero.- A partir del día primero de agosto próximo, todos los funcionarios interinos de las corporaciones provinciales y municipales de esta provincia, cualquiera que sea su categoría, que, en acto de servicio, dentro o fuera de los edificios oficiales, se expresen en otro idioma que no sea el oficial del Estado, quedarán ipso facto destituidos, sin ulterior recurso.

Segundo. Si se tratase de funcionarios de plantilla, titulares o propietarios en tales corporaciones, y se hallaren pendientes de depuración, dicha falta determina la conclusión del expediente en el estado en que se hallare y la inmediata destitución del transgresor, sin ulterior recurso” (Solidaridad Nacional del 30 de junio de 1940). Solidaridad Nacional era un diario falangista.

Menos mal que el citado Wenceslao declaraba ser un gran seguidor del humanista Luis Vives. Otro humanista como Eliseo Álvarez. ¿Se puede saber qué entendían estos fascistas por el concepto de humanismo?

Colofón y pregunta final

Dionisio Ridruejo, que formó parte del primer golpismo y fue soldado de la División Azul contra el malvado comunismo, en su libro Escrito en España, dejó constancia de que “durante años fueron prohibidas todas las manifestaciones escritas y las oralmente públicas en idioma regional. Los institutos de cultura, cerrados. La enseñanza del idioma, proscrita; los rótulos comerciales, traducidos, y las ciudades y pueblos, llenos de impertinentes recomendaciones: «Hablad español», «Hablad el idioma del Imperio», etcétera

Otro falangista de la primera hornada, Laín Entralgo, en una entrevista recogida en Serra d´Or, fechada en 1970, reconocía que “la actitud anticatalana, debo decirlo, fue durísima a partir del principio de la guerra civil. Fue uno de los hechos, no el único, aunque éticamente puede que sea el más grave, por el que debemos entonar un mea culpa”.

¿Cuándo las derechas de este país han entonado ese mea culpa si, incluso, ahora mismo, Casado está defendiendo la aplicación del artículo 155 en términos lingüísticos contra Cataluña?

Fuente: https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura—ocio/derechas-lengua-catalana-pablo-casado-generalitat/20211219100700193657.html