El señor triste del primer plano de la foto, al que los del segundo plano observan con preocupación clínica, quizá preguntándose qué han visto en él para elevarlo a la jefatura de su partido, se llama Rajoy, Mariano, y es registrador de la propiedad. Pero como las desgracias nunca vienen solas, tampoco sería raro que […]
El señor triste del primer plano de la foto, al que los del segundo plano observan con preocupación clínica, quizá preguntándose qué han visto en él para elevarlo a la jefatura de su partido, se llama Rajoy, Mariano, y es registrador de la propiedad. Pero como las desgracias nunca vienen solas, tampoco sería raro que tuviera halitosis. Lo digo porque un día que coincidí con él en el AVE, aunque viajábamos en vagones distintos, me tuve que bajar en Córdoba, pese a que iba a Sevilla, porque de su vagón procedían unos efluvios decimonónicos insoportables. Algunos pasajeros que venían conteniendo la respiración desde Madrid intentaron arrojarse por las ventanillas, sin caer en la cuenta de que no eran practicables. Lejos de hacerle notar este problema, sus asesores le han convencido de que todo lo que sale por su boca, sean emanaciones gaseosas o aforismos, resulta maravilloso, por lo que él atufa con su verbo a quien se le pone por delante.
Este señor, Rajoy, Mariano, registrador de la propiedad y etcétera, pertenece a un partido político fundado y presidido por Fraga Iribarne, uno de los carniceros favoritos de Francisco Franco, aquel analfabeto que se pudrió antes de morirse, hazaña biológica que el presidente de la Xunta está dispuesto, según sus últimas declaraciones, a repetir y mejorar. Don Manuel es amigo, por cierto, de un alcalde gallego condenado en su día por abusar de una menor. ¿Recuerdan ustedes con quién se solidarizó Iribarne? ¿Con la menor? Ni hablar: con el alcalde acosador. Pasados cuatro o cinco días del suceso, los periodistas preguntaron a Rajoy, Mariano, qué pensaba del asunto, y dijo que no se había enterado. Suele utilizar como coartada para no hablar de lo que le incomoda la excusa de que sólo lee el Marca.
Pero, además de registrador de la propiedad y etcétera, es un mentiroso, pues este verano hemos descubierto que también lee el Vogue, de ahí que pudiera opinar sin dilación y con conocimiento de causa acerca de las fotografías que las ocho ministras de Zapatero se hicieron para esa revista. Declaró que ninguna persona decente se habría prestado a hacer ese reportaje. Ninguna persona decente, como lo oyen. No se trataba, pues, de un problema de falta de oportunidad o de tacto, sino de decencia. ¡De decencia! Lo dijo Rajoy, Mariano, registrador de la propiedad y todo lo demás, un señor que todavía no se ha manifestado sobre los abusos sexuales del alcalde de Toques, o los del alcalde de Ponferrada, ambos del partido político que dirige; un señor que aplaudía como loco a Aznar (saquen el vídeo) cuando éste le propuso ir a una guerra en la que se ha violado, asesinado y robado y en la que se continúa violando, asesinando y robando, sin que uno solo (¡uno solo!) de los argumentos que se utilizaron para violar, asesinar y robar se haya demostrado cierto.
Verdaderamente, continúa habiendo dos Españas. Una es la España satinada, sutil, sedosa, limpia y optimista de las ocho ministras que posaron de forma absolutamente discreta (no se dejen engañar: vean el reportaje) para Vogue, y otra es la España casposa, cutre, maloliente, meapilas, inculta, tétrica, antigua y funeraria que representa este individuo. ¿Cuál de ellas le hiela a usted el corazón?