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Las dos Españas revisited

Fuentes: Rebelión

Calle Génova, Madrid, once de la noche. La España de charanga y pandereta se reúne para celebrar la aplastante victoria electoral del PP. Los hooligans agitan banderas rojigualdas y bailan al son de la canción del Mundial. Ha ganado su equipo. Ha ganado España, la España del pelotazo y el ladrillo, la España corrupta de […]

Calle Génova, Madrid, once de la noche. La España de charanga y pandereta se reúne para celebrar la aplastante victoria electoral del PP. Los hooligans agitan banderas rojigualdas y bailan al son de la canción del Mundial. Ha ganado su equipo. Ha ganado España, la España del pelotazo y el ladrillo, la España corrupta de los maletines bajo la mesa, la España eterna de la eterna sumisión y el hambre eterna, la España que ha cambiado todas las caras para que todo siga igual, la España de la democracia con apellidos (católica, capitalista, fondomonetarista, borbónica, otanizada), que culpa de todo a los inmigrantes, a los vascos y a los catalanes, la España obediente (con el partido, como con la madre, con razón o sin ella) y cumplidora, por si cae algo, algún carguito en el ayuntamiento o algún enchufillo, la España del pensamiento simple, el mensaje maniqueo y el eslogan. El pasado que se resiste a morir da una nueva vuelta de tuerca en su vieja inmundicia colocando en casi la totalidad de consejerías y ayuntamientos a sus verdaderos representantes, con la tijera en la mano.

Mientras tanto, en la Puerta del Sol, la otra España, la que ha dicho basta. El estallido nos pilló a todos por sorpresa sólo relativamente, pues de algún modo no era difícil sospechar que, tarde o temprano, se tenía que desatar la ira contenida de la gente frente a la cada vez mayor descomposición social. La única incógnita era el cuándo. Habría que recordar a todos los conspiranoicos, tanto de un bando como del otro, que no existe una ley general para calcular cuándo se va a producir una revuelta o una protesta popular en tal o cual lugar del mundo. La única mano negra que ha habido tras el campamento de Sol ha sido la acumulación de agresiones que viene padeciendo la población trabajadora de este país de forma continuada y brutal. Lo realmente sorprendente era que el aumento abrupto del paro, la creciente precarización de las condiciones generales de vida, la destrucción de los servicios públicos, la corrupción política generalizada, la reforma laboral, el retraso de la edad de jubilación y la injusticia que ha supuesto emplear el dinero de todos para solventar los problemas de la banca, todos a la vez, no hubiesen puesto antes a los trabajadores y a la juventud en pie de guerra. Si no ha ocurrido así, ha sido por el desconcierto generalizado provocado por lo lejos que ha sido capaz de llegar el gobierno en su sumisión a los poderes económicos nacionales e internacionales, y lo lejos que han sido capaces de llegar las burocracias sindicales en su seguidismo suicida. Tanta traición degeneró en una apatía generalizada esperable, como también podrían haberlo sido estallidos desesperados de ira dirigidos contra cualquiera, los bancos, los políticos o los inmigrantes. Sin embargo, fue una convocatoria inteligente, reivindicando cuestiones casi de sentido común (de sentido común para una izquierda medianamente consecuente, no para la izquierda institucional, que se obstina en el posibilismo incluso cuando éste ya está fuera de todo sentido común), la que sirvió de catalizador de las iras de una gran parte de la población que estaba ya cansada de una campaña electoral que no podía producir más que sonrojo y vergüenza ajena. La inmensa marea humana que inundó la calle Alcalá y Sol aquel caluroso domingo, y que ha seguido inundando la plaza (como otras plazas del Estado), es una isla de dignidad y esperanza ante toda la podredumbre de corrupción en que se ha convertido este país tras los más de treinta años que llevamos de Segunda Restauración borbónica. Cualquiera que se haya pasado por la Puerta del Sol (o por la Plaza de Catalunya) estos días, y haya colaborado de algún modo u otro, o haya participado en alguna asamblea, habrá podido comprobar la gran muralla que separa esta pequeña grieta por la que se filtra la esperanza del mundo real, ése que nos priva de la experiencia de la solidaridad, que nos hace considerar al compañero del trabajo un enemigo al que pisotear antes de que te pisotee él, que nos condena al cinismo y al desencanto.

Sin embargo, tras el 22 de mayo hay que ir más allá. Las asambleas son una experiencia gratificante para todos, sobre todo por lo que tienen de pedagogía política, pero tanto en muchas de las intervenciones en ellas como en algunos de los mensajes de Sol se percibe un aroma demasiado naif, demasiado inocentón si lo comparamos con la gravísima situación social, económica y política a la que nos enfrentamos. Existen tensiones latentes: los que pretenden ser demasiado particularistas y los que intentan que las propuestas puedan ser asumibles por todo el mundo. Estos últimos, en su inocencia, muestran hasta qué punto se asume el lenguaje del poder aun pretendiendo enfrentarse a él. La ideología del consenso heredada de la Transición ha pretendido ocultar durante todos estos años la cruda realidad de la existencia en toda sociedad capitalista de intereses irreconciliables que no pueden solucionarse simplemente con optimismo antropológico y buenas intenciones. Zapatero es el mejor ejemplo de ello. Es imposible pretender contentar al mismo tiempo a empresarios y trabajadores o, como recuerda Pascual Serrano (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=129029), defender, por ejemplo, el derecho a una vivienda digna al tiempo que se pide la cancelación de la deuda con el banco con la entrega de la vivienda al darse una situación de impago. Para pretender contentar a todo el mundo ya tenemos a los políticos tradicionales. La asamblea tendrá necesariamente enemigos. De hecho, ya los tiene. Los medios de derechas ya se posicionaron casi inmediatamente contra los acampados en Sol desde el primer momento. Ahora lo hacen en Internet los hooligans del PSOE. De marionetas de Rubalcaba hemos pasado a ser poco menos que agentes encubiertos de la CIA o de la extrema derecha (ver, por ejemplo: http://dedona.wordpress.com/2011/05/24/la-revolucion-naranja-de-sol-y-los-resultados-electorales-de-las-elecciones-2011-benjamin-balboa/).

De tanto acercarse a la calle Génova, el PSOE se ha dado el batacazo de su vida. La victoria brutal de la derecha con la tijera de recortar déficits en la mano es una pésima noticia, pero al menos ha dejado nítido el escenario del combate. Contra el PP vivíamos mejor, y hay motivos para la esperanza. El movimiento del 15-M ha dotado de una legitimidad a la inmediata resistencia que nos espera de que no gozan, desde luego, ni el partido socialista ni los sindicatos. Más les valdría a sus afiliados honestos pasarse por las asambleas y participar activamente en ellas. A los otros, a los incondicionales, a los que se han quedado sin su trozo del pastel, tal vez les resultase más rentable para sus intereses cambiar su carné por el del PP, o por el de UPyD, que como no son ni de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario, no tienen escrúpulos ahora de venderse al mejor postor, en su papel de aire fresco dentro del sistema que tanto bien le hace al aparato de legitimación del Estado borbónico. No se dan cuenta de que pertenecen ya al pasado, por muchos coletazos que les queden aún por dar. Es hora, para los militantes honestos de las izquierdas y los viejos rockeros, de ayudar a crecer al bebé que acaba de nacer en la Puerta del Sol, sin sectarismos y con mucha paciencia, para, todos juntos, la experiencia política de mil luchas de los más maduros y el entusiasmo de los más jóvenes, dar al movimiento la orientación política que necesita para que toda esta enorme esperanza que se ha depositado en él no quede en agua de borrajas.

Javier Alcolea es profesor de Filosofía de Bachillerato

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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