La estatua de Franco, decapitada y bajada de su pilar, ya no está delante de El Born en Barcelona; tampoco la de la Victoria franquista despojada de su columna. Estas estatuas ya hacía unos años, tampoco muchos, que se habían retirado del espacio público, y precisamente sobre esta pervivencia en democracia nos proponían pensar en […]
La estatua de Franco, decapitada y bajada de su pilar, ya no está delante de El Born en Barcelona; tampoco la de la Victoria franquista despojada de su columna. Estas estatuas ya hacía unos años, tampoco muchos, que se habían retirado del espacio público, y precisamente sobre esta pervivencia en democracia nos proponían pensar en la exposición que las devolvió a la calle. Estas estatuas ya no están, la de Franco fue tirada al suelo por un grupo de personas y se acabaron retirando las dos, pero las estatuas de la impunidad siguen de pie. Las estatuas de la impunidad nadie las ha tumbado. Y convendría que lo pensara quien entendió que el objetivo era tumbar aquella que formaba parte de una exposición.
El pasado que no conocemos, que no cuestionamos, que no sometemos a debate ético, que no juzgamos, que queda impune, corremos el riesgo de que se naturalice en nuestro presente. No deberíamos aceptar que lo intolerable del ayer acabe siendo tolerado hoy porque no hemos pensando críticamente sobre lo que supuso ayer y lo que significa hoy. La tolerancia habita en el desconocimiento, el olvido, la impunidad, la negación, la indiferencia…
Escribo desde la posición de quien no entendió las críticas al uso de las estatuas en el marco de la exposición «Franco, Victoria, República» que se puede visitar en El Born, aunque no sé ni si habría imaginado ponerlas. Tampoco comparto las críticas de posiciones contrarias a que El Born pueda incorporar otras memorias de represión, como la de la Guerra Civil y el franquismo, a la de la Guerra de Sucesión. Son debates, diálogos, que deberíamos tener y diría que no hemos querido o sabido desarrollar. Diálogos en los que estoy dispuesto a cambiar de posición, por eso dialogamos. Escribo, también, desde la posición de quien ha colaborado en la otra exposición que forma parte del ciclo «Evocaciones de la ruina» de El Born y está dedicada a las torturas del franquismo y a su impunidad en democracia: «Esto me pasó. De torturas y de impunidades 1960-1978». Me parece honesto hacerlo presente para evitar malentendidos, aunque pensaría lo mismo si Javier Tebar, el comisario de la exposición, no me hubiera propuesto colaborar con él y César Lorenzo.
La impunidad de la tortura franquista en una sociedad que se quiere democrática me parece que ilustra bien el trabajo que tenemos por hacer. La impunidad afecta a muchos otros ámbitos de nuestra historia y nuestro presente, pero fijémonos ahora en las torturas para pensar en como hemos derribado estatuas que ya otros habían hecho caer antes y no estamos atendiendo las que quedan en pie y nos alejan de la democracia que anhelamos.
El Comité contra la Tortura de la ONU, en 2015, en el sexto informe periódico dedicado a España, presentó sus observaciones reconociendo el buen trabajo realizado por el Estado, pero también señalando preocupaciones y recomendaciones. Relativas, por ejemplo, a la definición y tipificación como delito de la tortura; a que la tortura no debería prescribir; a la detención en régimen de incomunicación; a la necesidad de cámaras para grabaciones en espacios de detención; a las conocidas «devoluciones en caliente»; a las solicitudes de extradición de presuntos responsables de torturas durante el franquismo que han sido denegadas por el Estado; a la amnistía que afecta a los casos de violaciones de derechos humanos ocurridos durante la Guerra Civil y el franquismo; a los Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes; al uso que se puede dar al régimen de aislamiento; el uso excesivo de la fuerza por parte de agentes del orden; a la ausencia de investigaciones exhaustivas y eficaces; a las dificultades para la reparación y rehabilitación de las víctimas de tortura; a la violencia contra las mujeres … La lista de preocupaciones y recomendaciones es larga y comienza, históricamente hablando, con la impunidad que evita que conozcamos, juzgamos y reparamos lo que ocurrió durante la Guerra Civil y el franquismo.
Verdad, justicia, reparación y no repetición, estos son los pilares de quien trabaja contra la impunidad en nuestro país y en otros países. Hoy no estamos trabajando bastante en ninguno de estos ámbitos, y todo el que esté preocupado por esta realidad debería pensar que está en sus manos poder hacer. Para hacer emerger la verdad de los hechos que sucedieron, para buscar hacer justicia, para conseguir reparaciones para las personas que sufrieron las torturas, para eliminar las torturas de nuestra sociedad.
La Coordinadora para la Prevención de la Tortura ha recopilado más de 6.600 denuncias por malos tratos o torturas policiales en los últimos diez años. El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo acaba de condenar España, y lo ha hecho en ocasiones anteriores, por no investigar torturas denunciadas ante la justicia. Amnistía Internacional, en su último informe, señalaba, además, la preocupación por casos como el de Ester Quintana. La práctica de la tortura de manera sistémica, estructural, que se sufrió durante el franquismo, hoy ya no existe. Esto no significa que no pueda haber episodios y malas prácticas que hay que erradicar.
«El fascismo está aquí: en nosotros, en nuestras casas, por la calle. Convertido en sexismo, racismo, clasismo». Esto lo escribió ya hace años, porque hace muchos años que nos falta, Montserrat Roig. Nos puede ayudar a pensar sobre la pervivencia de lo que la impunidad impide que sometamos a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la no repetición. Todo lo que vulnera los derechos de las personas y que no podemos hacer público, que no podemos pensar, que no podemos reflexionar desde la ética… difícilmente lo haremos desaparecer.
@llamborde
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