El teniente Luis Gonzalo Segura sabe que habrá represalias, pero eso no le ha impedido escribir una novela de denuncia, Un paso al frente (UDLibros), en la que pone al descubierto las malas prácticas internas del ejército español. Tras doce años de servicio, este oficial de 36 años no ha aguantado más casos de corrupción […]
El teniente Luis Gonzalo Segura sabe que habrá represalias, pero eso no le ha impedido escribir una novela de denuncia, Un paso al frente (UDLibros), en la que pone al descubierto las malas prácticas internas del ejército español. Tras doce años de servicio, este oficial de 36 años no ha aguantado más casos de corrupción en los altos mandos -a los que llama «casta»- y de dejadez por parte de la justicia militar, por lo que ha decidido contarlo todo. Entre las opciones que baraja tras su previsible expulsión del ejército, se encuentra la de dedicarse a la escritura.
En la novela combina ficción y realidad. ¿Cuánto hay de cada una?
Quería contar muchas historias pero no de forma fría o informal, ya que habría sido un tema árido, difícil de leer. En la novela hay resumidas muchas noticias reales. Además, me parecía interesante ficcionar qué es lo que puede estar pensando la otra parte, es decir, los oficiales de la casta superior, la dominante. Incluso en algunas ocasiones la llego a parodiar. Normalmente, cuanta más acción hay en un capítulo más novelado está.
Creo que el libro tiene un atractivo enorme para cualquier militar, tanto si se está a favor como en contra de mi visión de las fuerzas armadas. En el mundo militar se busca mucho la desinformación, es muy cerrado. Además, el que no es militar tampoco tiene una obra de referencia para saber cómo son las fuerzas armadas aparte de la visión institucional. Desde que se suprimió el servicio militar obligatorio la sociedad ha perdido todo contacto con esta realidad.
¿Qué se ha perdido la ciudadanía desde el fin de la mili?
Pues prácticamente nada, ese es el problema. Eso es algo que van a poder comprobar los ex militares y aquellos que hicieron la mili. El que ha sido recluta en los años 70 u 80 va a poder verlo con este libro. Ya adelanto que las fuerzas armadas no han sufrido ningún tipo de evolución o ésta ha sido muy, muy pequeña. Es cierto que ya no se producen hechos aberrantes como pegar a soldados, o que el típico cacique de turno se baje con el tanque al prostíbulo.
En los primeros quince años de la Transición era impensable regenerar las fuerzas armadas. No se pudo. No culpo a la clase política porque todo el mundo conoce los hechos de aquellos años. Pero a partir de los 90 hay una segunda fase en la que tampoco se regeneraron, más por un problema de desidia. El que llega a ministro de Defensa lo que quiere es cumplir sus dos, tres o cuatro años y hacerlo lo más aseadamente posible y no mancharse.
Por eso lo que yo denuncio no es que aquí o allí haya un pequeño caso de corrupción, o un problema con tal o cual jefe. No son problemas coyunturales, es estructural. La estructura tiene que regenerarse lo más posible. Cuando leo ahora a Ramón J. Sender, que contaba el desastre de Annual, a principios del siglo XX, me doy cuenta de que no hemos evolucionado nada. Habla de la misma macrocefalia, los mismos problemas de corrupción.
Afirma que el ejército no se reforma por desidia, pero, ¿cree que aún hay miedo a tocar lo militar?
Yo creo que no. De hecho, una de mis grandes reivindicaciones es la libertad de expresión y la libertad de manifestación. La policía se manifiesta cuando tiene algún problema y sus agentes no dejan de ser disciplinados por ello. Es obvio. De hecho, los militares portugueses se han manifestado hace poco en Portugal para reclamar sus derechos. Son ciudadanos como cualquier otro. Por eso creo que el estamento militar debe dar un paso, darse cuenta de eso.
El militar tiene un problema muy serio: cuando está en la calle vive en el siglo XXI y cuando traspasa la puerta de un cuartel se encuentra en el siglo XX. Eso claro, es difícil de asimilar. Sales fuera y ves que la gente tiene libertad para expresarse, para hablar, para protestar y nosotros no podemos. Si creo que no se me paga los suficientemente bien o que se están cometiendo ciertas injusticias, ¿por qué no me voy a poder yo manifestar delante de un cuartel, del ministerio de Defensa o de donde yo quiera?
¿Por qué ocurre esto?
Las fuerzas armadas son un estado medieval paralelo que está dentro de España como el Vaticano en Italia: con sus leyes, sus juzgados militares, sus órganos de control, todo con unos modos medievales.
¿No hay ningún tipo de control efectivo?
La justicia militar puede estar 200 años más atrás de la civil. Un juez militar es un señor que es comandante y es juez. Bien, pues de repente asciende, por ejemplo, a teniente coronel y deja de ser juez para convertirse en asesor jurídico de la fuerza terrestre, del mando de personal o de cualquier alto mando.
Imagínate a un señor que es capitán y es juez, ¿con qué dureza va a juzgar hechos en los que se encuentren un general o un coronel si él está sujeto también a calificaciones, a condecoraciones, a ascensos o va a tener que pedirle la vacante a este general? ¿Crees que va a poder hacerlo con un general al que haya imputado y que luego haya salido libre? Porque ese juez en un momento dado puede imputar a un señor y que luego el hecho no se pueda demostrar, pero eso no quiere decir que sea inocente. Es no culpable. Se puede dar ese caso. ¿Y ese juez cómo después va a pedir cosas? Es impensable.
¿Suele ocurrir esto?
Sí, de hecho, tenemos un caso de una jueza militar que está sufriendo un acoso lamentable. Es una jueza que se presenta a hacer un registro en una base militar y el coronel de allí la menosprecia, la humilla, le obliga a revelarle información sobre qué va a registrar y por qué y prácticamente no le permite hacer el registro. Ella denuncia a este señor. ¿Que es lo que pasa? Que en el ejército hay dos juzgados, uno hasta capitán y otro de comandante para arriba, porque ellos quieren tener su propia justicia. El juzgado territorial es muy duro y el central, que es el que juzga a la escala superior, todo lo contrario.
Entonces se archiva la denuncia de esta jueza, pero además el coronel emite un parte por presunta falta grave, que supondría un mes de encierro para esta jueza, por no avisarle del registro. Es de locos. El juzgado pretendía sancionarla con falta grave y sacarla de la carrera militar. Es una jueza complicada, que no se casa con nadie. Es un caso excepcional, el resto sabe que como se salga de la línea marcada lo machacan.
Por eso hay que independizar la justicia militar. Tendría que estar, por ejemplo, en Plaza de Castilla, con un juzgado especializado con señores que hagan su oposición con temario propio de la justicia militar, y a partir de ahí el que sea que vaya como un campeón y se enfrente a la justicia.
Defiende en el libro que los militares deberían ser subordinados pero no siervos. ¿Considera que ahora mismo son siervos?
Para muchos altos mandos sí, desde luego. Hay conductores y coches militares que los usan los altos mandos para ir y venir de su casa. No están para eso, ni para ordenarles que recojan a su mujer y la lleven a la compra. Lo que pasa es que ese soldado, si no accede a eso, entra en la rueda de la máquina represora. Te empiezan a calificar mal, de repente eres muy mal soldado, te sancionan, y al año estás expulsado, en la calle. La gente lo ve y acaba haciendo lo que los altos mandos quieran.
He conocido casos de personas a las que les han pedido coger un coche militar e ir a un desguace para comprar un recambio porque el ventilador del coche personal del mando está estropeado. Todo esto se tiene que acabar. Lo que ocurre es que está la ley del silencio, que se ha impuesto prácticamente de forma pseudomafiosa, y tiene atada a muchas personas. Por ejemplo, lo que estoy haciendo ahora mismo, si tuviera dos hijos que tienen que ir al colegio, comer, y demás, por mucho valor y ganas que tenga de denunciar esto, no podría hacerlo, porque implicaría poner en riesgo el futuro de mi familia.
¿Usted tiene alguna mancha en el expediente?
Ninguna. Ni un solo arresto. Prácticamente no he pedido bajas médicas e incluso he trabajado más horas de las que me correspondían. En ese sentido, soy un ejemplo de lo que va a pasar. He puesto denuncias a juzgados militares, porque yo al principio pensaba que sería una institución muy seria. Pero te das cuenta de que todo es una gran componenda. La fiscalía militar nunca ve delito, es alucinante. Le puedes presentar las pruebas que le presentes, que da igual. Como sea un alto mando, ya puedes presentar un vídeo que muestra cómo está matando a alguien, que te va a decir que no lo ve claro, y lo va a archivar.
Yo he puesto tres o cuatro denuncias. Las personas involucradas lo saben. La fiscalía ni lo investiga, y eso refuerza la autoridad de esas personas. Saben que tienen una justicia que no les va a juzgar, hagan lo que hagan, y que se suma a la ley del silencio. En mi cuartel hay casos aberrantes, muchos salen en el libro: cuarteles con sauna, escaleras que sólo puede usar el general, empresas que nos hacen consultorías sin garantías de seguridad. Son tantas cosas que acabas pensando que están todos locos.
Después de doce años, da la sensación de que está totalmente desencantado con el ejército.
Muchísimo, pero no con la tropa, ni con los suboficiales, ni con oficiales que trabajan bien. Estoy decepcionado con la cúpula militar. La tropa trabaja a día de hoy con contratos basura, es decir, que en cualquier momento los echan a la calle. De hecho en los últimos años han expulsado a 10.000. Son personas que se juegan la vida, los que están en primera línea de fuego. Pero a los 45 años todos a la calle, o se les da una prejubilación de 600 euros. Aquí en Madrid con ese dinero no te puedes pagar el alquiler.
Cuando llega la crisis despiden a soldados, pero los oficiales, que son los que sobran, aumentan trescientos todos los años. Si el general de turno cierra el acceso a oficiales, está impidiendo que su hijo entre en la escala de oficiales.
¿Siguen siendo las mismas familias de la época franquista las que están en el poder del ejército?
Eso en gran parte se mantiene, aunque ahora algo menos porque hay que hacer unas ciertas oposiciones. En ellas, de todos modos, ocurren cosas raras. Antes de la crisis, había anuncios en la tele de fuerzas armadas todos los días. ¿Alguna vez hemos visto anuncios para entrar como oficial? Yo no he visto ninguno. Es más, he llamado a Defensa para que me informen y han sido terriblemente opacos. No dan información sobre esto. Quieren mantenerlo cerrado para ellos.
Con el dinero público se pagan privilegios, clubes militares para que los oficiales jueguen al golf, hagan equitación, tengan piscina climatizada, y a estos clubes no puede acceder la tropa. Allí llega una viuda de un soldado con su hijo y no les dejan acceder. Los clubes militares, los viajes organizados y ese tipo de cosas tendrían que ser para gente más desfavorecida. Pero no se hace, es vergonzoso, se lo reservan todo para ellos. Hay una serie de abusos y privilegios que no son propios de nuestro siglo.
Además, esta «casta» suele tener una ideología bastante reaccionaria.
Sí, muy reaccionaria. En general, en toda esta cúpula es así. Las fuerzas armadas son un reflejo de la sociedad hasta llegar a la cúpula. Hay gente de izquierda, de derecha, de centro, radicales. Hay de todo. Eso es algo obvio, pero la cúpula es muy reaccionaria. El problema no son tanto las personas como el sistema. Si mañana uno le cae mal al jefe, a nivel militar va a pasar por un auténtico calvario hasta ser expulsado o acabar a miles de kilómetros de su familia. El acoso laboral en el ejército es una herramienta del mando, no un delito.
¿Qué esperaba del ejército antes de entrar?
Yo vengo de familia militar, no por mis padres, sino por mis abuelos. Estaba estudiando geografía e hice una visita al centro geográfico del ejército. Me gustó mucho, cómo hacían los mapas, y también el ambiente, la marcialidad, el honor y todo eso. Dejé la carrera y entré en el ejército. Eran otros tiempos también a nivel social, en que el gente veía corrupción pero no le parecía grave, vivíamos en un estado curioso. Pensábamos que eran casos aislados.
A mí al entrar en el ejército me pasó lo mismo, un poco por candidez. Los militares no somos impermeables a lo que pasa en la sociedad y es más fácil ser crítico con tu entorno cuando estás viviendo una situación de crisis como ésta. Es más fácil despertar un poco, que estábamos todos muy atontados. También tenía doce años menos, ahora tengo 36, y tengo otro grado de madurez.
Hemos llegado a ver imágenes de soldados españoles practicando torturas. ¿Hasta dónde llegan este tipo de actuaciones en el ejército?
Mi opinión personal es que el trabajo de las fuerzas armadas en territorio internacional ha sido excelente. Pero hay que tener en cuenta que se ha ido a muchas misiones, que ha pasado mucha gente y que desgraciadamente hay descerebrados entre nosotros. Son hechos totalmente aislados.
¿Y se depuran responsabilidades?
No, eso por supuesto que no. Es decir, el ejército es una de las instituciones más longevas que funciona como otra institución también muy longeva, que es la Iglesia. Por ejemplo, creo que la forma más efectiva de luchar contra la pederastia es decir que se está luchando contra ella. La estrategia de meter todo en un cubo de basura y hacer como que no existe al final perjudica a la propia institución. Ante todo esto que denuncio en el libro, se tienen que dar cuenta de que el problema no soy yo, y que la mejor forma de afrontarlo es hacerlo de forma abierta, pública.
Ya lo ha intentado primero a nivel interno y no ha dado frutos.
Exactamente. He pedido audiencia al JEME [Jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra] y éste no me quiere recibir porque sabe que lo que les voy a contar no les va a gustar. Lo que no quieren es que se lo comunique oficialmente, porque en el momento en que lo haga ya no podrán decir que no lo sabían. Me enviaron una carta muy bonita, muy atenta, muy hermosa, en la que me dijeron con buenas palabras que no me recibían.
Le han dicho de todo, le han acusado de buscar fama y dinero.
Bueno, en general lo que recibo son muchos apoyos. Además, el tema del dinero me hace gracia. Yo tengo asegurado un salario neto mínimo de 26.000 euros al año, que es susceptible de ser ampliado entre 3.000 y 6.000 euros más por traslado a Valencia, por ejemplo. Si me voy a ciertas unidades, lo puedo ampliar de 5.000 a 10.000 euros más. Eso hasta 2023. A partir de ahí, cuando me jubile, tengo una paga de 1.200 euros mensuales pudiendo trabajar en lo que a mí me de la gana. Ojo, en función de la actualización del salario mínimo interprofesional.
Es decir, es fácil entender que si tengo alguna motivación, económica no es. Si alguien piensa que después de la publicación de este libro voy a enriquecerme, no es objetivo. Acepto esas críticas, igual que acepto que me llamen traidor y otro tipo de cosas.
¿Qué represalias puede recibir?
Atendiendo a lo que les ha pasado a los presidentes de asociaciones militares, entiendo que una falta grave, posiblemente un delito y después la expulsión mediante un expediente gubernativo. Eso es lo que me corresponde. Hay un teniente coronel del cuerpo jurídico-militar que hace poco llamó «bastarda» y «espúrea» a la Constitución, que dijo que renegaba del rey porque era carlista y que la guerra civil era una cruzada, y a ese señor no le ha pasado nada.
¿Se es permisivo con esos militares que expresan ideas conservadoras, al contrario de, por ejemplo, lo que le ocurrió al presidente de la AUME?
A él se le encerró en lo que se llama centro disciplinario, que en realidad es una cárcel [debido a que criticó un asunto de tipo laboral]. No puede tener móvil, le privan de la libertad, sólo le pueden visitar en unos horarios determinados, le dan unas clases de cómo ser un buen militar al estilo de un campo de reeducación norcoreano. Mientras, ha habido generales que han hablado del Estatut, o de la Ley de Memoria Histórica, y no han pasado por ningún sitio.
Y ahí es precisamente donde el militar debe tener coartada la libertad de expresión. Debe poder hablar sin problemas si considera que no hay presupuesto suficiente, o cualquier cosa dentro de su ámbito. Lo que un militar nunca puede hacer es hablar de una decisión política, porque efectivamente estamos entrando en contradicción con la separación de poderes. El silencio militar se debe asentar en este principio y en el de no poner en peligro la seguridad nacional. Mis palabras a quien ponen en peligro es a esa casta.
En el mundo miltar, ¿no hay siempre un cierto desprecio a los políticos?
En la cúpula desde luego que sí. Es ultraconservadora y ultrarreligiosa. Pero ojo, esa es la cúpula, a la que yo separo claramente del resto de las fuerzas armadas, que hace una misión extraordinarias. Hay soldados que antes de ir a Irak o a cualquier otro país se dedican a recoger bolis, cuadernos o ropa, los cargan en sus petates y luego los reparten, porque saben que son productos que allí no se tienen y a los chavales les ayuda mucho. El militar español es muy humanitario. Su mentalidad se acerca más a una ONG que a la un poco más yanki del gatillo fácil.
¿No se está usando a los militares para defender grandes intereses económicos?
Nosotros en ese debate no entramos. Yo obviamente tengo mi idea. A mí me dolió mucho la decisión de abandonar Afganistán. Creo que es un país que necesita una inversión enorme. Necesitaríamos una presencia no de 10 años, sino a lo mejor de 50, no irnos y abandonar ese trabajo, con las muertes que ha habido, intentando reconstruir escuelas, puentes, mejorando la vida de los afganos. Es un país todavía demasiado inmaduro a nivel democrático. El arma más poderosa es la educación y allí lo que hay que hacer es invertir en eso, en sanidad, infraestructuras.
Ahora nos hemos ido y ha vuelto a brotar el problema del opio. En EEUU, que se consume heroína tan barata, la gente no se acuerda de que ésta sale del opio en Afganistán. Pero claro, es normal, porque si yo soy un campesino afgano y no tengo un duro, y por cultivar opio me dan un dineral, pues voy a cultivar opio para comer. Es normal, es justificable. Por eso si en ese país inviertes mucho dinero en educación y sanidad, y la sociedad evoluciona, no te vas a poner a cultivar opio si sabes que hay otros recursos para vivir mejor.
¿Cree que el ejército español hoy en día podría acabar siendo utilizado para reprimir al pueblo español?
No, nunca. Aunque en parte por eso creo que tendríamos que desterrar un poco esta ausencia de libertades, a esta casta. Debe ser regenerada o expulsada de las fuerzas armadas. Pero aún así es impensable que ocurra algo como lo del año 81. Somos ciudadanos. Aunque lo peor es que no estamos preparados, a los reclutas no les enseñan cómo actuar. Mañana salta un señor por una garita, un indignado que quiera colgar una pancarta y el que está allí le puede pegar un tiro. No se han instruido. A lo mejor con toda la buena voluntad del mundo intenta inmovilizarle y le parte un brazo.
Fuente: http://www.lamarea.com/2014/04/20/las-fuerzas-armadas-son-un-estado-medieval-paralelo/