Los insultos de Imaz dirigidos a personas que protestaban en un acto público contra el colaboracionismo de su partido con la represión española, muestran la catadura de la empresa político-económica que es el PNV. Imaz es actualmente el encargado de, primero, multiplicar las ganancias de parte de la burguesía vascongada; segundo, de la burocracia de […]
Los insultos de Imaz dirigidos a personas que protestaban en un acto público contra el colaboracionismo de su partido con la represión española, muestran la catadura de la empresa político-económica que es el PNV. Imaz es actualmente el encargado de, primero, multiplicar las ganancias de parte de la burguesía vascongada; segundo, de la burocracia de su empresa político-económica; tercero, del resto de la burguesía española y cuarto, de quienes le ayudan en el gobiernillo de Gasteiz –EA e IU–, y en el resto de instituciones.
Imaz es sólo una pieza de este mecanismo de saqueo generalizado y de sumisión servil al poder del capital, como lo fueron otros dirigentes públicos anteriores, sacrificados fríamente en aras del beneficio. Como en toda empresa, es la cuenta de resultados la que decide el futuro de sus ejecutivos. Los aplausos y risas del coro situado detrás de él no sólo respondían a las consignas del director de marketing electoral, también a la identidad de sentimientos e intereses y a una advertencia implícita: te apoyamos mientras nos seas útil, si tu rentabilidad disminuye te daremos un tiempo de gracia, pero a la primera que encontremos otro ejecutivo más fiero y fiel, te echamos al basurero como hicimos con Arzallus, Garaikoetxea, Ardanza y tantos otros.
Imaz lo sabe. Él ha defenestrado a Arzallus que anteriormente purgó a Ardanza, Garaikoetxea y tantos otros, y ahora mismo aprieta la soga en el cuello de Egibar. Imaz sabe que su futuro depende de su servilismo, de su doblez y de su competencia. De lo primero, da muestras a diario, especialmente, en sus peregrinaciones a Madrid para rendir cuentas y loar al amo; en lo segundo: recordemos el beso de Judas que le dio a Arzallus en la ceremonia del Alderdi Eguna; y en lo tercero, en su competencia, se esfuerza al máximo como un verdugo cualquiera: todo vale contra la disidencia dentro de su partido y, muy especialmente, contra la izquierda abertzale.
El odio que destilaban sus insultos tiene también otra causa que yendo unida a lo anterior debe ser analizada específicamente. La inquina burguesa contra las clases trabajadoras responde, básicamente, al hecho de su resistencia ora latente o pública a la explotación social; e Imaz, como la patronal vasca y los burócratas del partido, sienten una profunda animadversión contra el pueblo trabajador porque éste se resiste a la explotación. Pero además de esto, que es inevitable en toda sociedad capitalista, en la parte de Euskal Herria dominada por el Estado español y todo este Estado, ocurre que los partidos políticos han terminado siendo simultáneamente negocios económicos de un tipo especial. Ni el PSOE ni el PNV, por no hablar de UPN, tenían a finales de los ’70 la militancia suficiente para cumplir su parte de los acuerdos claudicacionistas negociados con el franquismo.
Además, parte de esa muy escasa militancia era sinceramente antifranquista y demócrata por lo que se resistieron a aceptar la humillante traición histórica de sus direcciones respectivas. Lógicamente fueron expulsados sin miramientos, con trampas y hasta con burlas. Sus puestos vacíos y las nuevas necesidades de administrar los poderes secundarios concedidos por el franquismo fueron llenados por gentes que nunca habían luchado contra la injusticia, bueyes que se acomodaron a un pesebre muy bien surtido, cuando no auténticos franquistas burdamente reconvertidos en «demócratas de toda la vida». Se produjo también un espectacular giro a la derecha del PCE y otros grupitos que reforzaron el orden con la excusa del «realismo político», del «desencanto» o la «maduración personal». Los partidos de orden cumplieron así la tarea de aportar a la burguesía una masa de fervientes servidores conversos y egoístas dispuestos a todo con tal de seguir cobrando jugosos salarios.
Sin esta base social y administrativa, el poder burgués hubiera tenido muchas dificultades para aplicar la desindustrialización, la actual supremacía del capital financiero-inmobiliario, la economía del ladrillo, la especulación masiva, la precarización e iniciar el desmantelamiento de los servicios sociales y endurecer el ataque a las conquistas obreras y populares. Las nuevas burocracias de partidos creados artificialmente, necesitaban dinero con urgencia. La política oficial devino oficial saqueo masivo de los fondos, recursos, suelos, bosques, riberas y orillas públicas. Buena parte del crecimiento económico se ha sustentado en el expolio de lo público transferido a la propiedad privada vía corrupción institucional y política.
Cada cambio en el modo de acumulación, el Estado necesita cooptar e integrar miles de nuevos funcionarios y siervos civiles para atender las nuevas necesidades surgidas. Desde mediados de los ’80 esto es lo que se está produciendo en todo el capitalismo mundial, y en el Estado español se le añade en papel especial de los partidos políticos que se encontraron con dos chollos increíbles: cotas de poder secundario insospechado para las condiciones de vida anterior al «salto a la política», y nuevas posibilidades de enriquecimiento con la economía del ladrillo, con la recalificación de terrenos, con las constructoras, el cemento y las canteras, con los puertos deportivos, con las autopistas de peaje, con los trenes de alta velocidad.
Tales actuaciones requerían financiación fácil y de ahí el poder de la banca y el inmenso fraude fiscal, economía sumergida, la sobreexplotación social de oriundos y emigrantes; de ahí la pasividad ante el terrorismo patronal y la destrucción del medio ambiente; de ahí la liquidación de los servicios públicos y su privatización, el desmantelamiento de la democracia burguesa y el aumento del autoritarismo, el control policial, las torturas y las detenciones, la denegación de derechos elementales; de ahí los charlatanes a sueldo en una EITB que ha perdido toda calidad y ha devenido en vulgar vocero del amo.
El odio de Imaz responde a su certidumbre de que pese a sus titánicos esfuerzos, no logra derrotar a la izquierda abertzale y detener el ascenso de las ansias democráticas de nuestro pueblo. Queriendo ocultar lo que su partido lleva haciendo en las últimas décadas, desangrar a nuestro pueblo chupándole hasta su futuro, Imaz llama garrapatas y parásitos a quienes no se arrodillan ante el Estado, acusándoles de lo que él hace. ¡Qué vileza!