El llamado desbloqueo institucional, con el aval de la dirección socialista a la investidura de Rajoy, es un tapón ilegítimo ante la mayoritaria exigencia ciudadana de cambio. La sociedad española no se merece la permanencia de un Gobierno de la derecha. El continuismo gubernamental del PP se impone por la triple alianza (PP, C’s, PSOE) […]
El llamado desbloqueo institucional, con el aval de la dirección socialista a la investidura de Rajoy, es un tapón ilegítimo ante la mayoritaria exigencia ciudadana de cambio. La sociedad española no se merece la permanencia de un Gobierno de la derecha. El continuismo gubernamental del PP se impone por la triple alianza (PP, C’s, PSOE) frente al sentir de la mayoría social y electoral, partidaria del cambio político e institucional. No solo la base social de Unidos Podemos y convergencias sino la gran mayoría del electorado del PSOE (incluso de C’s) quería y quiere desalojar del Gobierno a la derecha de PP e iniciar otra etapa política, más social, democrática y regeneradora. Es la incoherencia de los nuevos dirigentes socialistas en contra de su discurso ‘alternativo’.
La derecha del PP, con Rajoy a la cabeza, ha conseguido permanecer en el Gobierno, con el apoyo de Ciudadanos y la colaboración de la mayoría de la dirección del Partido Socialista. Ha culminado el plan de los poderosos para evitar un cambio sustantivo, institucional, de articulación nacional y de políticas económicas y sociolaborales.
El conflicto por imponer el continuismo político y económico frente al cambio (real) se produce respecto de las tres grandes demandas ciudadanas: una política socioeconómica de progreso en beneficio de la mayoría social frente a los recortes, la austeridad y la desigualdad; una profunda democratización y regeneración política frente al autoritarismo, la corrupción y el incumplimiento de la clase gobernante de sus compromisos sociales y electorales, y una solución democrática y solidaria de la plurinacionalidad frente al inmovilismo centralizador. Y al fondo, una construcción europea más justa, democrática y solidaria frente a la hegemonía conservadora, la imposición de la austeridad y la dinámica regresiva, xenófoba y disgregadora en distintos países europeos y en EE.UU., con la victoria de Trump.
La operación de los poderes fácticos, económicos, institucionales y mediáticos, de garantizar la gobernabilidad y la estabilidad institucional del dominio de las derechas, con la colaboración del PSOE, y evitar la alternativa de un gobierno de progreso, ha sido costosa y prolongada. Han tenido que emplearse a fondo, movilizar a sus resortes fuera y dentro del PSOE y destrozarlo, aunque era una de las patas fundamentales del Régimen y su sistema de alternancia. Ante su desgaste y asimilación solo cabe desarrollar una auténtica alternativa de cambio, aun contando con una regeneración parcial de una parte del mismo.
Pero, al final, el proceso ha sido parcialmente exitoso para el PP que, aun con una pérdida sustancial de sus apoyos electorales respecto de 2011, con su reafirmado poder institucional sale airoso de la época más regresiva, corrupta y autoritaria de la democracia y se enseñorea en su prepotencia y continuismo. Y aplaudido por sus colegas europeos y el mundo empresarial y de las finanzas.
No obstante, el plan restaurador del poder político-económico y los resultados de su recomposición institucional tienen unas grandes grietas que expresan su debilidad: su legitimidad social es frágil, persiste una amplia ciudadanía crítica, el aval socialista al continuismo con su renuncia al cambio es insostenible para mantener la confianza ante su base social y se consolidan, a pesar del continuado acoso, las fuerzas más significativas del cambio: Unidos Podemos y las convergencias. En el fondo, la fragilidad de la estrategia continuista deriva de no dar satisfacción a las demandas sociales y democráticas de la mayoría ciudadana, ya que significa su empeoramiento.
Son factores que señalan los límites de la hegemonía institucional liberal-conservadora y autoritaria en España. Y son vistos con preocupación por el establishment europeo y económico. A pesar del enorme poder económico y mediático que ampara a esta gestión de la derecha reaccionaria, la recuperación de la credibilidad social de sus políticas regresivas y sus gestores es limitada. Y se asienta en la desconexión de la dirección socialista respecto de su base social y su proyecto de cambio, aunque ya era limitado, retórico y circunscrito a un recambio de élite gubernamental. La dependencia de Ciudadanos y la renuncia del PSOE al cambio han hecho fuerte al PP.
El Partido Socialista sin proyecto autónomo
El Partido Socialista tiene un carácter ambivalente. El grueso de su militancia y su electorado es de base popular y cultura progresista y de izquierdas. La mayoría de su aparato dirigente está imbricado con el poder establecido (aunque debe cuidar su representatividad social). En época de crisis sistémica como la actual es más difícil conciliar los intereses, necesidades y demandas de ambas partes. Los grandes valores democráticos y de justicia social de la mayoría cívica pugnan contra la injusticia y el autoritarismo. El Partido Popular lo tiene más fácil. Su base social son las capas acomodadas y los sectores conservadores, menos sensibles a la cuestión social y territorial y a la importancia de la regeneración democrática.
En particular, la defenestración de Pedro Sánchez y el abandono de la mayoría socialista del NO al Gobierno del PP, les lleva a un callejón sin salida. Sin una oposición clara y contundente, su responsabilidad de Estado y sus compromisos con los poderosos legitiman a la derecha del PP, en perjuicio de la ciudadanía y su propio proyecto autónomo.
Las causas de su declive derivan, en primer lugar, de su compromiso con una gestión regresiva, de espaldas a la plurinacionalidad y con déficit democrático: desde los ajustes económicos y la reforma laboral del Gobierno Zapatero-Rubalcaba, en 2010, y la contrarreforma constitucional de 2011, junto con el PP, hasta su pacto de Gobierno con Ciudadanos, y excluyendo a Podemos y sus aliados y la posibilidad de una alternativa negociada y equilibrada. En segundo lugar, son fuente de su crisis el incumplimiento de sus obligaciones sociales y democráticas y la falta de respeto al contrato social y electoral con su base social y la ciudadanía. Se ha producido un fuerte distanciamiento, particularmente, de su militancia y el electorado socialista respecto de su representación política, expresada por la mayoría de su Comité Federal, su Comisión gestora y los barones territoriales. Han incumplido su compromiso público de echar a Rajoy y cambiar sus políticas y se prestan a garantizarle su gobernación.
Además, como reconoce ahora P. Sánchez, cae por tierra la explicación ‘socialista’ de la responsabilidad de Podemos en la continuidad del Gobierno de Rajoy. El PSOE nunca quiso un Gobierno de progreso con Podemos y aliados. Se lo impedían los poderes económicos y mediáticos. Su acuerdo con Ciudadanos tenía la finalidad de bloquear una solución unitaria y real de progreso.
No es solo un problema de liderazgo, sino de estrategia y discurso, así como de pérdida de calidad democrática de su aparato, todo ello visto en directo en la escena mediática. Y aparte de la retórica ambigua, sectaria hacia las fuerzas progresistas y sin credibilidad social, su comportamiento real se ha subordinado al continuismo estratégico de los poderes fácticos y, ahora, a la hegemonía institucional de la derecha.
Ante esta situación de debilitamiento socialista y desafección de sus bases más dinámicas, jóvenes y urbanas, derivada de su reorientación social-liberal, no se vislumbra una solución renovadora y ‘ganadora’. Todo lo contrario de lo que anuncia su nueva dirección. Están por ver los difíciles avatares del plan de Sánchez de retomar el liderazgo. Pero el PSOE, si no quiere profundizar su crisis y la desafección popular, deberá distanciarse de esa estrategia continuista, al menos con seriedad en el plano retórico. Pero ello supondría contemporizar con Unidos Podemos y las convergencias, apostar por un necesario giro socioeconómico progresista y democrático y abordar la cuestión catalana, que están en el inicio del veto político y el golpe orgánico de los poderes externos e internos.
Por tanto, la ausencia de una respuesta socialista creíble y autónoma de la derecha del PP (y C’s) le incapacita para renovar su discurso y su proyecto, aspirar a recuperar su credibilidad social perdida, liderar la oposición parlamentaria y ser partido ‘ganador’. Su ‘oposición útil’ no tiene credibilidad. En la medida que no es capaz de desarrollar un proyecto sustantivo autónomo de la derecha, se encamina hacia la irrelevancia.
Sin embargo, y aun con la debilidad opositora del PSOE y su consenso con las políticas económicas, europeas y territoriales fundamentales o de Estado, esta estrategia continuista va a contar con escasa legitimidad popular, el rechazo de la ciudadanía crítica y la oposición social e institucional de Unidos Podemos y aliados. Los resultados positivos de la evolución económica son escasos y son a pesar de, no debidos a la actual política económica. Estos factores condicionan también la duración del nuevo Gobierno conservador. Pero, su carácter injusto e ilegítimo facilita su cuestionamiento en los ámbitos social, político y cultural. Constituyen la oportunidad de porfiar en el cambio.
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
@antonioantonUAM
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