Neruda también fue víctima de las acciones encubiertas de la CIA. Con el Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC) -que fue su fachada para el mundo intelectual- bloqueó el premio Nóbel que el poeta pudo recibir en 1964, siete años antes de obtener el galardón, en 1971
Los agentes culturales de EEUU montaron una campaña de intrigas para desprestigiar al vate entre los académicos suecos que dirimen el premio. Según la investigadora británica Frances Stonor Saunder en «La CIA y la guerra fría cultural», la ‘operación Neruda’ estuvo a cargo de John Hunt y Keith Botsford, los agentes más activos de la fachada cultural en América del Sur.
Por esos años, los vínculos ‘secretos’ entre la agencia y el CLC todavía eran ignorados por el grueso de los intelectuales. Hoy la CIA prefiere actuar en descubierto, sin tapujos y a la luz del día. Botsford actuaba como ‘representante permanente itinerante’ del CLC en la región, mientras Hunt era un escritor incipiente que terminó por descubrir su verdadera vocación en 1955, cuando comenzó su carrera a tiempo completo en el Congreso. Vivió por un tiempo en París -con la pretensión de emular a Hemingway-, pero sólo llegó a publicar en la red editorial subsidiada por la CIA.
En la campaña contra Neruda participó también el español Julián Gorkin, un ex comunista seguidor de Trotsky que saltó la talanquera bastante después de su expulsión del partido, en 1929. Gorkin adoptó su nombre inspirado en los rusos que más admiraba, Gorky y Lenin. Después que el franquismo lo exilió en México, Gorkin se trasladó a París como el primer director de Cuadernos, la revista concebida por el Congreso por la Libertad de la Cultura para los intelectuales latinoamericanos, la misma publicación que en 1966 pasó a llamarse Mundo Nuevo, refundada y dirigida por el uruguayo Emir Rodríguez Monegal, editor literario del prestigiado semanario Marcha, de Montevideo, desde 1944 a 1959. Curiosamente, estas revistas ‘latinoamericanas’ estuvieron asentadas en París.
Gorkin le encargó ‘a un amigo sueco’ un libro de infundios que se titularía Le cas Neruda, pero Hunt encontró el proyecto demasiado burdo. En cambio, le encargó un escrito difamatorio a René Tavernier, un intelectual francés de derecha que ofició como director de Confluences, otra de las 50 revistas culturales que en los años 50 tuvo el holding CIA-CLC. El ‘informe Tavernier’ circuló en inglés y francés entre ‘ciertas personas’, cuando todavía el Congreso pasaba por una estructura medio aséptica, amante de la ‘libertad de la cultura’.
‘Política: nada que ver’
Tavernier atacó a fondo el compromiso político del vate, asegurando que resultaba ‘imposible disociar al ‘Neruda artista’ del ‘Neruda propagandista político»2. Lanzó la acusación de que ‘Neruda, siendo miembro del comité central del partido Comunista chileno, utilizaba su poesía como ‘instrumento’ de un compromiso político que era ‘total y totalitario’, era el arte de un hombre que era estalinista ‘militante y disciplinado’. Se aireaba mucho el hecho de que, en 1953, se le hubiera concedido a Neruda el Premio Stalin por su poema dedicado a Stalin, ‘su amo’, en lo que Tavernier calificó de ‘servilismo poético»3. Por aquellos años, el comunismo era sinónimo de estalinismo y ambos, pecado capital.
Tavernier le envió el borrador del opúsculo a Hunt, pero su jefe decidió que le faltaba ‘fuerza’. Le sugirió que ‘se centrara en el compromiso político de Neruda y en el anacronismo de su postura estalinista, que guardaba poca relación con el ambiente de mayor tolerancia de la Rusia contemporánea’4. Para la investigadora británica Saunders, Hunt daba instrucciones al galo como un superior, conminándolo a que ‘esperaba ver el informe revisado en cuestión de días’.
‘Es evidente que organizaron una campaña para que Neruda no obtuviera el Premio Nóbel. Es un hecho cierto’, le dijo a Saunders -en Ginebra, 1997- Diana Josselson, la viuda del agente CIA Michael Josselson, el verdadero artífice del Congreso por la Libertad de la Cultura que falleció en Suiza -en 1978- como un desempleado más. La agencia tuvo que demoler su tinglado cultural en 1967.
Joselsson recurrió a la influencia de Salvador de Madariaga, otro colaborador de la causa ‘por la libertad de la cultura’, filósofo y patrocinador honorario del Congreso. Pero el español, que en 1936 fue despedido como embajador de la República -por sus abiertas simpatías con el enemigo, el franquismo- esquivó el compromiso con sabiduría de filósofo: ‘Estocolmo sabrá dar una respuesta sencilla e impecable: ya se ha concedido el Nóbel a la poesía chilena en la persona de Gabriela Mistral. Eso es lo importante. Y la política no tiene nada que ver’5. Una incoherencia filosófica, dentro de un tejemaneje literario que no fue ‘cultural’, sino político.
El epílogo fue que Neruda no ganó el premio, pero la CIA no
sintió la necesidad de celebrarlo, porque la Academia Sueca eligió a Jean Paul Sartre, el enemigo europeo número uno del Congreso por la Libertad de la Cultura. Por añadidura, el filósofo francés se negó a recibirlo, en un gesto que no tuvo precedentes y que sólo ha vuelto a repetir con
Miller con Neruda
un premio de cierta envergadura cuando Marlon Brando rehusó su segundo Oscar por ‘El Padrino’ -1972- en protesta por el trato de Hollywood a los indígenas de su país.
Incursiones en Chile
La CIA tuvo en Chile ramificaciones culturales de bajo perfil. Un animador local, engatusado por el Congreso por la Libertad de la Cultura, fue don Jaime Castillo Velasco, abogado, político e ideólogo democristiano y seguidor de Jacques Maritain, otra figura mundial del CLC. Pero el ex ministro de Tierras y Colonización de Eduardo Frei Montalva -1964/1970- no estuvo al tanto de los lazos secretos del CLC con la CIA y se marginó rápidamente, después que en 1967 se conoció el concubinato de la inteligentsia con la ‘inteligencia’…
‘Por esos años Jaime Castillo, distinguido contertulio de los encuentros permanentes en la librería del Pacífico, en calle Ahumada, era integrante del Congreso por la Libertad de la Cultura, lo que después le traería muchas recriminaciones y no pocos dolores de cabeza’, escribió el periodista DC Abraham Santibáñez 6. ‘Lo que pasa es que, tras una fachada impecable, avalada por Jacques Maritain, el filósofo máximo de la democracia cristiana mundial, y el español Carlos de Baráibar, perseguido por la dictadura de Franco, el dichoso Congreso resultó ser sólo otro de los frentes en los cuales se libró la Guerra Fría’.
Castillo concentró después sus esfuerzos contra la dictadura de Augusto Pinochet, al frente de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, tarea que le costó la expulsión del país. También se consagró a Política y Espíritu, la revista fundada para propagar la teoría política y la ideología democristiana, cuando éstas existieron. Hoy, que las ideologías ‘no existen’ y Maritain es un desconocido para los demócrata cristianos jóvenes, a Castillo se le recuerda como a un político honesto que creyó posible una sociedad mejor, sustentada en un pensamiento político progresista en alianza con el credo cristiano.
En una entrevista en la versión electrónica de Política y Espíritu, Jaime Castillo explicó después que ‘su presencia en el Congreso fue sólo una etapa en una campaña permanente a lo largo de su vida: la lucha contra toda dictadura y la defensa de los derechos humanos’, de acuerdo a Santibáñez. El periodista aseguró que ‘hace medio siglo, el estalinismo se mostraba tan cruel e implacable como lo había sido el recién derrotado nazismo. Y en América Latina, se insinuaba otro gran combate: la denuncia contra los dictadores como el que, en esos años, dominaba República Dominicana, Rafael Leonidas Trujillo, que había tenido la audacia de ponerle su nombre a la histórica ciudad de Santo Domingo’7.
Pero la verdad es que el Congreso por la Libertad de la Cultura alcanzó su auge en América Latina en los ’60, una década después que en Europa. Y, en rigor, la CIA nunca tuvo el mismo interés de Castillo por combatir a los dictadores …instalados por EEUU.. Trujillo murió asesinado en 1961, Fidel terminó con Fulgencio Batista en 1959, el venezolano Marcos Pérez Jiménez se derrumbó en 1958, el colombiano Gustavo Rojas Pinilla cayó en 1957…
El gran enemigo de Estados Unidos en los años 60 fue ‘el peligro del comunismo’, o sea, el clima mundial de rebeldía reflejado en la presión campesina por ‘la tierra para el que la trabaja’, la rebelión estudiantil en Francia y la renuencia de la juventud estadounidense en ir a combatir a Vietnam, un síndrome que contagió hasta a John Kerry, el más probable próximo presidente. El espíritu rebelde lo encarnaban jóvenes de todas las latitudes, con Ernesto Che Guevara y Fidel Castro como los más relevantes en esta región del mundo, entre muchos otros. Los jóvenes del Africa excluida se sacudían el colonialismo, henchidos de esperanzas, hoy frustradas por el abandono y el SIDA.
En los años 60 casi nadie sentía asco por términos como ‘revolución’ e ‘ideología’… Hubo tanto consenso juvenil por el cambio social -en particular por la reforma agraria- que EEUU decidió promover algunos -moderadamente- para evitarle a América Latina el mal peor del ‘comunismo’. Con ese propósito apareció la ‘Alianza para el Progreso’ de la administración Kennedy y, en Chile, el discurso demócrata cristiano de la ‘Revolución en Libertad’ (1964), una ‘revolución … pero sin comunismo’. En la otra vereda estaba Salvador Allende, en su tercera postulación, la penúltima, y el Frente de Acción Popular (FRAP), la alianza socialista-comunista, con el PC irguiendo la bandera de ‘la vía pacifica’.
El ‘estalinismo’ propiamente marchaba cuesta abajo en la rodada: comenzó a desmontarlo Nikita Kruschev en la propia Unión Soviética de 1956 e insistió en 1961, en otro congreso del partido Comunista. Stalin murió en 1953. Muchos autores sostienen hoy que la URSS jamás tuvo ‘comunismo’ de verdad, sino mero ‘capitalismo de estado’.
Según las fuentes consultadas por Saunders8, ‘la CIA gastó 3 millones de dólares para influir en las elecciones generales chilenas -de 1964-, el equivalente a un dólar por voto, más del doble por votante de lo que Goldwater y Jonson gastaron en la campaña por la presidencia de los EEUU en 1964’. Ese año Salvador Allende perdió en una campaña electoral signada por el ‘peligro comunista ruso’ dibujado por los publicistas locales de la CIA. Y Neruda redactaba su Incitación al Nixoncidio mientras Nicanor Parra tomaba el té en la Casa Blanca con la víctima imaginaria del homicidio nerudiano: el republicano Richard Nixon.
Engatusando a la inteligentsia
El ‘apoliticismo’ del CLC fue bastante creíble, por lo menos durante algún tiempo. Atrapó en sus redes a la inocencia cándida de más de un intelectual ‘distraído’. Cuando el Congreso de Estados Unidos sacó al pizarrón a la CIA y a sus institutos culturales, en 1967, el financiamiento del CLC ya era un secreto a voces entre los intelectuales de todo el planeta. The New York Time comenzó a publicar nombres y quedó ‘la escoba’.
Además de Maritain, el Congreso por la Libertad de la Cultura conquistó a Bertrand Russel, el filósofo pacifista británico que fue su presidente mundial cuatro veces, hasta 1956. También atendió, becó, hizo viajar o acogió como directivos, participantes activos o simpatizantes de alcurnia a Igor Stravinsky, Benedetto Croce, T.S. Elliot, Karl Jaspers, André Malraux, Ignacio Silone, Jean Cocteau, Isaiah Berlin, Ezra Pound, Ernest Reuter, Arthur Koestler, Arthur Schlesinger Jr. (después, asesor de J.F. Kennedy), Sydney Hook (ex izquierdista radical), James T. Farrel, Jules Romain, Raymond Aron, Günther Grass, Jorge Luis Borges, Hanna Arendt, Mary Mc Carthy y Tenesse Williams.
También atrajo al actor Robert Montgomery, David Lilienthal (jefe de la Comisión de Energía Atómica de EEUU), Sol Levitas (editor de New Leader), George Schuyler (negro, editor del Pittsburg Courier), Max Yergan (periodista, también negro), Hugh Trevor-Roper (que resultó crítico y desde el principio sospechó la ingerencia CIA), Julian Amery, A.J. Ayer, Herbert Read, Harold Davis, Christopher Hollis, Peter de Mendessohn, David Rousset, Rèmy Roure, Ander Phillip, Claude Mauriac y George Altman, Ignacio Silone, Guido Piovene, Altiero Spinelli, Franco Lombardi, Muzzio Mazzochi, Bonaventura Tecchi, Willy Brand.
La nómina sigue con Langston Hughes, Roger Caillois, Woly Soyinka, Cleant Brooks, Robie Macauley, Roberet Penn, Warren James Merrill, John Thompson, Ted Hughes, Herbert Read, Peter Russel, Stephen Spender, Pierre Emmanuel, Derek Walcott, Alberto Moravia, John Dos Passos, Julian Huxley, Mircea Eliade, Thornton Wilder, Guido Piovene, Gerbert Read, Lionel Trilling, Robert Pen Warren, Stephen Spender, Isak Dinesen, Naum Gabo, Martha Graham, Robert Lowell, Robert Richman, Franco Venturi, Iris Murdoch, Daniel Bell, Armand Gaspard, Anthony Hartley, Richard Hoggart, el indio Jaya Praksash Narayan y muchísimos otros.
Del ‘otro lado de la cortina de hierro’ de Winston Churchill también hubo organizaciones culturales, pero sin fachada ‘apolítica’ engañosa. El propio Neruda fundó en 1937 -7 de noviembre- la Alianza de Intelectuales de Chile para la defensa de la Cultura que presidió en apoyo de la España republicana.
Los simpatizantes y colaboradores de los organismos ‘del otro lado’ supieron perfectamente de qué se trataba y quién pagaba los viajes. Por lo menos, así ocurría con los escritores, los estudiantes y los afiliados a la Organización Internacional de Periodistas (OIP), cuya réplica ‘occidental’ fue la Federación Internacional de Periodistas (FIP), que todavía existe y posee bastantes recursos financieros aportados por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), la organización de los dueños de periódicos de la región, además de fondos públicos
estadounidenses destinados ‘a promover la democracia’, como los que recibió El Mercurio en los años 60 y 70.
Mundo Nuevo: la guerrilla del sur
Es breve la lista de los intelectuales que no se dejaron engatusar. En América Latina, el argentino Julio Cortázar y los uruguayos Mario Benmedetti y Angel Rama hicieron oídos sordos a los cantos de sirena dolarizados que Rodríguez Monegal sabía entonar desde las
Tapa del libro sobre Mundo Nuevo
páginas de Mundo Nuevo. Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa terminaron seducidos. La revista apareció en julio de 1966 -duró hasta 1969- Rodríguez renunció en marzo de 1968 -porque no aceptó el cambio de sede de París a América Latina- y falleció en noviembre de 1985, en New Haven, EEUU.
Neruda mismo fue criticado -de puro sectarismo- sólo porque viajó a EEUU para asistir a un congreso del PEN Club, invitado por Arthur Miller, en 1966, entonces su presidente. El dramaturgo que luchó contra el macartismo con obras como ‘Las brujas de Salem’ era más popular en América Latina como marido de Marilyn. Siempre fue despreciativo hacia el Congreso por la Libertad de la Cultura, al igual que casi toda la dirigencia del PEN Club.
Neruda ofreció recitales multitudinarios contra el monstruo imperial -‘en sus propias entrañas’- con gran éxito en Nueva York, Washington y Berkeley, aplaudido sobre todo por jóvenes que compartían sus críticas al imperialismo y a la guerra de Vietnam. Hasta Rodríguez Monegal, que también asistió al encuentro del PEN, escribió que ‘la figura de Neruda dominó el Congreso y congregó a su alrededor la simpatía y la solidaridad de los latinoamericanos’.
Sobre las rencillas de los intelectuales latinoamericanos frente a la penetración orquestada por EEUU existe un trabajo de la argentina María Eugenia Mudrovcic, Mundo Nuevo. Cultura y Guerra Fría en la década del 609. La contraparte de Mundo Nuevo fue la revista Casa de las Américas, que todavía existe, publicada en La Habana bajo la dirección del poeta cubano Roberto Fernández Retamar.
Rama advirtió temprano -en una carta a Fernández Retamar- que Rodríguez Monegal ‘ha viajado por toda América -todos los gastos pagos por los americanos- para conseguir colaboraciones dirigiéndose sobre todo a la izquierda no comunista, desde Carlitos Fuentes hasta Mario Benedetti, y me temo por lo que Mario me ha contado que en algunos casos ha obtenido éxito. Aquí ninguno […], pero en México ya no sé lo que pueda ocurrir’10.
En los 60, los intelectuales escribían muchas cartas. Rama insistió: ‘Una advertencia, que a esta altura ya debes haber comprendido por mi carta anterior: son muchos en América, y de los mejores, que no vieron el asunto y que fueron engañados.// Entre estos últimos, yo incluiría a Carlos Fuentes, Nicanor Parra, José M. Oviedo, que según Monegal están dispuestos a entrar en la revista y en ese juego sucio’11.
Rodríguez inauguró el primer número en 1966 con una entrevista a Fuentes, titulada ‘Situación del escritor en América Latina’. El mexicano se explayó sobre la modernidad, latinoamericana y universal. Antes de un año, le escribió así al director de Casa:
‘París, 28 de Febrero de 1967.// Querido Roberto:// Por carta de Mario Vargas Llosa y conversaciones con Julio Cortázar, me he enterado del éxito de las reuniones que acaban de celebrar en La Habana. Julio, precisamente, me dio a conocer el texto de la declaración redactada por el consejo de colaboración de la revista. Quiero aprovechar esta carta para hacer pública mi adhesión al documento mencionado, ejemplar en su tono y su visión revolucionarios. Creo, en particular, que los párrafos dedicados a reafirmar la validez revolucionaria de la libertad artística y a diversificar los frentes de lucha del escritor latinoamericano son de una extrema lucidez y constituyen un aliciente para quienes, como yo, aspiramos al cambio democrático de una sociedad especialmente compleja, como la mexicana’12.
Mudrovcic dixit: ‘Protagonista central de la cultura del happening , Carlos Fuentes representa, mejor que cualquier otro escritor latinoamericano, el mito de la modernidad fetichizada convirtiéndose, con ello, en uno de los productores y difusores más autorizados del discurso triunfalista que tan gozosamente festejó el campo cultural en la década del 60’.
En su Historia personal del boom (1972) José Donoso hizo decir a Fuentes, Le boom c’est moi. Para Mudrovcic, esta frase es clave: ‘Imagen de escritor joven, moderno, exitoso, espectacular, flamboyant, cosmopolita, ilustradísimo, Carlos Fuentes es, según lo ilusiona Donoso, ‘el primero en manejar sus obras a través de agentes literarios, el primero en tener amistades con los escritores importantes de Europa y los Estados Unidos -James Jones le presta su piso en un distinguido hotel de la Isle-de-St. Louis; lo reciben en plan de intimidad Mandiargues y William Styron-, el primero en ser considerado como un novelista de primera fila por los críticos yanquis, el primero…etc.».
La profesora argentina de la Universidad de Michigan no tiene pelos con el autor del prólogo del libro laude sobre el millonario venezolano Gustavo Cisneros, escrito por el chileno-estadounidense Pablo Bachelet, publicado este año por Planeta y presentado en Santiago por el magnate caribeño un mes antes de la última visita del gran escritor mexicano, en marzo:
‘Carlos Fuentes es, en una palabra, la marca registrada del boom latinoamericano, una suerte de empresario multinacional del éxito y la modernidad cuya festividad superestelar culte de moi se aleja definitivamente del modelo social del intelectual don de soi distribuido por la Revolución Cubana’. Cuando los escritores latinoamericanos sacuden sus trapos a la luz del sol, inevitablemente -a veces- brotan olores feos.
Notas:
1) Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003.
2) René Tavernier, Pablo Neruda, junio de 1963.
3) France Stonor Saunders, La CIA y la guerra fría cultural.
4) Carta de Hunt a Tavernier, 1 de julio, 1963, citada por Saunders.
5) Carta de Salvador de Madariaga a Michael Josselson, 1 de enero de 1963, citada por Saunders.
6) Don Jaime: el hombre y el intelectual, El Sur de Concepción, 1 de noviembre, 2003.
7) Santibáñez, op. cit.
8) Evan Thomas, The very best men, citado por Saunders.
9) Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 1997.
10) Carta a Roberto Fernández Retamar, director de Casa de las Américas, 10 de mayo de 1966, citada en Rebelión, 12 de mayo de 2003, http://www.rebelion.org/internacional/030512fuentes.htm.
11) Revista Casa de las Américas Nº 192, pp 51-52, julio-septiembre, 1993. El nombre de Carlos Fuentes no aparece impreso: Fernández lo sustituyó -todavía esperanzado- por corchetes y puntos suspensivos […].
12) Roberto Fernández Retamar, Carlos Fuentes: mentiras, ocultamiento, ¿deseo?, La Jiribilla, cyber revista cultural, La Habana, 2003, http://www.lajiribilla.cu/2003/n104_05/104_41.html.