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Günter Grass y las SS hitlerianas

Las lágrimas de la cebolla

Fuentes: Rebelión

La polémica inunda Alemania: Günter Grass, Premio Nobel 1999 y Premio Príncipe de Asturias el mismo año, símbolo de la conciencia alemana postguerra, reconoció hace tres semanas que sirvió para el servicio secreto (las SS) nazi. Autor de la emblemática novela El tambor de hojalata, Grass reveló que el secreto le pesaba y por ello […]

La polémica inunda Alemania: Günter Grass, Premio Nobel 1999 y Premio Príncipe de Asturias el mismo año, símbolo de la conciencia alemana postguerra, reconoció hace tres semanas que sirvió para el servicio secreto (las SS) nazi. Autor de la emblemática novela El tambor de hojalata, Grass reveló que el secreto le pesaba y por ello escribió un libro autobiográfico con los pormenores. De título sugestivo, Pelando la cebolla, saldría a la venta originalmente en septiembre, pero tuvo que publicarse dos semanas antes por la polémica.

Con estos sucesos, una avalancha de críticos cae ardiente contra Grass, mientras una mayoría permanece boquiabierta. La controversia ha llegado a tal punto que la propia Ángela Merkel, mandataria alemana, dijo el 26 de agosto que Grass «tardó demasiado en revelar haber servido en las Waffen SS de Adolfo Hitler». Otros le acusan de venderse a sí mismo por el marketing al libro, pues a raíz de los hechos se vendieron 130 mil de los 150 mil ejemplares en sólo el primer día en los estantes (17 de agosto), según la editorial Steidl. Un sector pide que se le retire su Premio Nobel, aunque la Academia Sueca ha dicho que no es posible. En Gdansk, ciudad polaca que sufrió cantidad durante el Holocausto y en donde Grass es ciudadano de honor, se pide lo mismo, argumentando que las autoridades locales jamás le hubieran concedido ese honor de conocer su pasado. Los más extremistas piden que se quemen sus libros y que sea desterrado de la memoria colectiva alemana. Es un ataque ácido y sin clemencia, y de ahí que tenga que analizarse con la cabeza fría.

Hasta estos sucesos, Grass, de 78 años, había admitido públicamente su participación en el ejército alemán como ayudante de artillería antiaérea, hecho poco escandaloso ya que todos los muchachos de 17 años eran obligados a estas tareas hacia finales de la guerra. Pero Grass jamás mencionó su paso por las SS. El «moralista severo» dijo que se presentó como voluntario para el servicio submarino hacia fines de la guerra, pero que en lugar de ello fue llamado a trabajar con las SS en Dresden, al este del país. Tenía 17 años. Para el joven Günter fue una manera de romper lazos con su hogar, «alejarme de esa esquina, de mi familia. Quería terminar con eso por lo cual me ofrecí como voluntario al ejército. Fue similar a lo que ocurrió con muchos de mi generación. Estábamos haciendo un servicio para el ejército y luego me di cuenta que se trataba del servicio secreto».

Pienso que la conjetura de entregarse al marketing está fuera de orden. Grass es un autor sólido que tiene presencia por sí mismo y no necesita de estos subterfugios para vender. Para mí, la reacción violenta contra Grass viene porque él, después de la II Guerra Mundial, exigió a los alemanes durante medio siglo estar abiertos hacia su pasado, cómo única forma de avanzar hacia el futuro. Y con la «revelación», le reprochan ser él mismo quien se cerró a su pasado. De ahí que los críticos digan que el mal no fue únicamente pertenecer voluntaria o forzosamente a las SS, sino los más de sesenta años de silencio desde el final de la guerra. Esto no es totalmente cierto.

Sergio Ramírez, en un artículo reciente, ofrece datos importantes: «En los archivos militares de Berlín siempre estuvo a disposición de quien quisiera ver el registro de Grass como soldado raso en la unidad Frundsberg de la décima división Panzer de las SS, algo que, por tanto, nunca tuvo carácter de secreto. Y figuró en las listas de prisioneros tomados por el Ejército de los Estados Unidos…».

Seamos más curiosos. Para quienes tengan acceso a la Enciclopedia Encarta (la mía es de 2004), podrán comprobar que al introducir el nombre del autor alemán, se confirma su pertenencia a las fuerzas alemanas y su condición de prisionero de guerra por parte de las fuerzas usamericanas. Lo mismo sucede con otras fuentes de consulta en línea como Wikipedia y los no menos de 4,430,000 resultados que obtenemos con las claves gunter grass ss en google.com. Entonces, ¿dónde está el secreto?

Esto nos lleva a otros ejemplos particulares que sí merecen reflexión, y que rescato a partir del excelente texto Los intelectuales y el fascismo del amigo cubano Lisandro Otero, y que deben ponernos a recapacitar si la crítica alemana no está armando un circo injustificado contra Grass. Entre muchos, Otero recuerda que Martin Heidegger, fundador de la fenomenología existencial y considerado uno de los pensadores más originales del siglo XX, no sólo ingresó al partido nazi en 1933, sino que en su discurso de entrada afirmó que «el propio Führer, y sólo él es la realidad alemana, presente y futura y su ley. ¡Heil Hitler!». Así también, Knut Hansum, Premio Nobel de Literatura 1920, no sólo estuvo de acuerdo con la ocupación nazi de su Noruega en 1940, sino que se reunió con el mismo Hitler y, a Goebbels, arquitecto de la propaganda nazi, le regaló su medalla de Premio Nobel. Ezra Pound, el gran poeta vanguardista, crítico y traductor estadounidense, difundió propaganda fascista por radio desde Roma a Usamérica. Y otro sobresaliente, Richard Strauss, considerado uno de los orquestadores modernos más excepcionales, vio con simpatía el ascenso nazi y participó en numerosos movimientos contra los opositores, a tal punto que en 1939 al cumplir setenta y cinco años le homenajearon su lealtad al régimen. Otro grande, el eterno Nobel argentino, Jorge Luis Borges, simpatizó con Pinochet y lo visitó en Chile en 1976, año de los más sangrientos de la dictadura militar. Otero recuerda que Borges declaró en esa ocasión: «Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita. Creo que merecemos salir de la ciénaga en que estuvimos. Ya estamos saliendo por obra de las espadas, precisamente». Después recibiría una medalla de manos del tirano. El mismo año también almorzó en el Palacio de Gobierno de Buenos Aires con el dictador Jorge Videla le agradeció el golpe del 24 de marzo contra Isabel Perón.

Por mi parte, rescato el caso de Camilo José Cela, escritor español y Premio Nobel 1989, quien participó en la «máquina de moler carne» montada por la dictadura de Francisco Franco (en la que también participó buena parte de la intelectualidad española) y fue censor del aparato represor franquista. También mencionó un caso evidente en el terruño nicaragüense: el gran maestro José Coronel Urtecho, padre de la Vanguardia granadina, fundó en 1934 el diario La Reacción, origen del movimiento político Reaccionario que defendiera la candidatura del general Anastasio Somoza García. Posteriormente fue diputado del régimen somocista, aunque después, al darse cuenta del error de haberle servido a Somoza, se sintió «moralmente aplastado».

Estos casos y la infinitud de otros más que podemos encontrar si hurgamos la historia, son evidencia clara de intelectuales que apoyaron regímenes criminales y represivos y, a diferencia de Grass, lo hicieron en su vida adulta y de manera conciente.

Con Grass podemos hacer una similitud con Joseph Ratzinger, el actual Papa Benedicto XVI, quien también formó parte de las juventudes hitlerianas y quien, aunque tampoco gritaba a los cuatro vientos ese capítulo de su pasado, tuvo sus récords siempre a vista de todos, como Günter Grass. Si los críticos alemanes no atacaron con la misma mordacidad la elección de su Santo Papa, ¿cómo pueden criticar a un humano tan excepcional, tan ejemplar como Günter Grass, renovador de la lengua alemana, a raíz de una decisión tomada a tan temprana edad?

De ahí que José Saramago, Premio Nobel 1998 ha confesado desconcierto por la violencia de las reacciones, preguntándose: ¿es que el resto de la vida no cuenta? Y menciona una realidad diáfana: «Mucha gente quiere buscar pies de barro a personalidades influyentes. Me recuerdan al que iba de ciudad en ciudad, siguiendo un circo. Un día le preguntaron: ¿Por qué sigue tanto a este circo? Porque quiero ver cuándo se cae el trapecista y se mata.»

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