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Las lecciones de la Perestroika

Fuentes: La Joven Cuba

Muy a menudo se critica el ritmo lento de las reformas en la Cuba actual. Ciertamente, ha habido demoras absurdas, provocadas por disímiles causas. Sin embargo, algunos de los análisis y opiniones que aparecen al respecto lo pintan todo como si fuera demasiado fácil, como si no hubiera mucho que perder si las cosas se […]

Muy a menudo se critica el ritmo lento de las reformas en la Cuba actual. Ciertamente, ha habido demoras absurdas, provocadas por disímiles causas. Sin embargo, algunos de los análisis y opiniones que aparecen al respecto lo pintan todo como si fuera demasiado fácil, como si no hubiera mucho que perder si las cosas se hicieran con precipitación. Es por eso que me ha parecido válido revisitar la experiencia soviética de la Perestroika, en la cual la precipitación fue un elemento característico.

En una entrevista concedida por el investigador soviético Kiva Maidanik a Marta Hanecker en 1987, y que fue publicada por la Editorial Vanguardia en Nicaragua, con el título de Perestroika: la revolución de las esperanzas, puede leerse esta respuesta del entrevistado:

Efectivamente, una de las expresiones principales de la reacción de la prensa burguesa frente a perestroika fue el regocijo ante el hecho de la profunda autocrítica, sin pelos en la lengua, realizada por el PCUS en cuanto a nuestros retrasos y errores (…) Creo que lo del repliegue al capitalismo es una tontería completa, a «wishful thinking» como se dice, y trataré de demostrarlo. «¡Más socialismo!», esta es la idea principal, el hilo conductor del proceso. Se trata de la ofensiva general e inmediata del socialismo. Es aquí precisamente donde, creo, radican las diferencias fundamentales de contenido con la NEP, aunque los une el estilo audaz, realista, autocrítico de análisis profundo, propio del estilo leninista, igual que una coincidencia en algunos métodos para resolver los problemas.

Como se ve, todavía en 1987 había muchos que creían que la Perestroika iba camino a la construcción de un socialismo superior. Esa era la versión oficial. No muy diferente de lo que ocurre con nuestra Actualización. De lo cual se puede sacar la enseñanza de que no son las consignas las que muestran hacia donde avanza el desarrollo histórico.

¿Qué pasó con la Perestroika? ¿Cómo fue que un proyecto destinado a mejorar el socialismo acabó destruyéndolo? Reducirlo todo a una gran traición de Gorbachov es infantil y antimarxista, aunque nadie le quita la responsabilidad que le toca. Mi hipótesis es la siguiente: ningún sistema social puede efectuar reformas tan grandes que desnaturalicen su esencia, o mejor dicho, que modifiquen las relaciones sociales fundamentales, sin derrumbarse en una transición hacia otro sistema social.

El socialismo real tal y como lo conoció el siglo XX se configuró como un bloque histórico. Sobre la base de un pacto social post-capitalista se construyeron sociedades altamente burocratizadas y autoritarias. En la medida en que el pacto social fuera más fuerte o más débil, y en la medida en que la burocracia ganaba espacios como clase en sí para tener bases propias para su reproducción, estos sistemas fueron más o menos despóticos. Otros elementos fundamentales de ese sistema fueron el monopolio de la información, y un paradigma de dirección económica centralmente planificada que impedía el desarrollo de las formas mercantiles.

Una razón profunda que llevó a la Unión Soviética hacia las reformas fue la debacle económica. La lógica de la vanguardia en la producción, personificada por los planificadores del PCUS en Moscú, y la lógica del capital, que cada vez más regía entre los directores de empresa, se estorbaban mutuamente, produciendo el escenario perfecto para la ineficiencia. Se imponía algún cambio en ese aspecto. Sin embargo, muchos otros sectores de la sociedad soviética, incluyendo intelectuales, apoyaron los cambios aspirando sinceramente a un socialismo diferente. La tesis que los regía era que el pacto social, eso que ellos llamaban «el socialismo», podía servir de guía moral y política para una democratización de la sociedad.

En cierto modo, se pensó que el movimiento hacia el empoderamiento de los trabajadores, que estuvo en la base de la sociedad soviética, podía reactivarse, diluyendo un poder de la burocracia que se consideró como no esencial. Algunas de las medidas de Gorbachov, como la Glasnost, se justificaron como mecanismos para reactivar ese empoderamiento popular, y así fueron comprendidos por una parte de la sociedad. Se trataba de reformar el pacto social en un sentido de mayor radicalidad democrática.

¿Por qué fracasó? Algún día tendrá que escribirse una minuciosa interpretación de la Perestroika en términos de lucha de clases. Pero me arriesgaré a afirmar: porque el poder de la burocracia como clase en sí había crecido demasiado en la URSS. El periodo de Stalin había herido de muerte el pacto social nacido de la revolución bolchevique, en términos de empoderamiento de la burocracia. Pero además, se habían cometido atrocidades que podían dañar la legitimidad de todo el sistema, y que solo habían hecho menos daño porque se habían escondido bajo la alfombra.

No creo que el desenlace haya sido inevitable. Pero lo cierto es que muchos sectores de la burocracia no estaban interesados en reformar el pacto social, sino en romper el pacto social para establecer otro en el que la lógica del capital pudiera tener un lugar central. Ellos tenían todas las herramientas de presión en sus manos, económicas y políticas, para desestabilizar el proceso, mientras que los trabajadores estaban confundidos y desmovilizados, tras décadas de dejarse llevar por la guía de la vanguardia partidista. Finalmente, se le abrieron las puertas a la restauración capitalista.

Hubo resistencia, tanto por parte de sectores conservadores de la burocracia, que defendían el viejo pacto social y la lógica de la vanguardia, como de algunos sectores de la clase obrera, que reaccionaron cuando ya era demasiado tarde. Pero aquí es donde entra a jugar su papel la precipitación. Mientras los sectores pro-capitalistas daban cada vez más pasos nada democráticos hacia el restablecimiento del capitalismo, cada resistencia era atacada ante la opinión pública como un resurgir del estalinismo, e impulsaba a Gorbachov a tomar medidas aún más audaces para «matar a la bestia». Muchas de sus medidas más absurdas se explican al entender la precipitación como un arma política en manos de aquellos sectores de la burocracia interesados en la ruptura del pacto social.

El fin de la Unión Soviética, por la vía de la ruptura, no trajo la prosperidad que una gran parte de la sociedad soviética esperaba de los cambios. Por el contrario, la desintegración del tejido productivo y de la seguridad social trajo como consecuencia un desastre humanitario en Rusia. Cuando el pueblo reaccionó, y llevó de vuelta a los comunistas al Parlamento, fue demasiado tarde. Yeltsin bombardeó la Duma, demostrando que el viejo bloque histórico había desaparecido, y que las armas ahora defendían un nuevo régimen. Durante la década de 1990, las clases populares rusas sufrieron el costo de perder los derechos sociales que habían disfrutado por décadas.

El fracaso de la Perestroika tiene muchas aristas, tanto objetivas como subjetivas. No solo la estructura clasista de la Unión Soviética la hacía casi irreformable. También eso tuvo un reflejo ideológico: se ponderaron tanto las ventajas de la liberalización y de la democratización, que se olvidaron de mantener una diferencia radical con el modo en que el mercado y la democracia existen en el capitalismo. Los soviéticos dejaron de tener la vista fija en la razón profunda por la que había que defender el socialismo como un sistema superior. Una vez que dejaron de percibir su propia verdad, estuvieron listos para aceptar las verdades de sus enemigos.

El colonialismo, y la mentalidad colonizada, son mecanismos continuamente reproducidos por la dinámica del capitalismo contemporáneo. Su principal atractivo es la imagen de prosperidad y felicidad que transmiten algunas sociedades del norte, y sobre esa seducción se fundamenta toda una cosmovisión en la cual ese norte que incluye a Europa, EEUU, pero también a Australia o Japón, es el centro del universo. Los pueblos periféricos, que han sufrido el colonialismo en su forma más cruda, o en sus efectos más sutiles, son vulnerables frente a esos paradigmas asentados en la conciencia.

A veces se olvida que los pueblos de la antigua URSS siempre han sido periféricos, incluyendo el ruso. Del mismo modo que el cubano. La única alternativa, el único medio para no caer en las trampas ideológicas, es mantener la conciencia antimperialista y anticolonialista alerta. Eso fue lo que les falló a los soviéticos, desde el punto de vista subjetivo durante la Perestroika. Creyeron estar a unos pasos de ser Suecia… Pero no había espacio en el mundo para una Suecia del tamaño de la URSS. Les tocó ser un país pobre, atrasado, arruinado, también desigual y sumido en la violencia.

Con el gobierno de Putin, Rusia, una potencia nuclear, industrial y aeroespacial, se ha levantado. Una gran pregunta que podemos hacernos es: ¿Podría Cuba levantarse después de una restauración así?

Fuente: http://jovencuba.com/2020/01/15/las-lecciones-de-la-perestroika/