«Dicho y hecho», así es como reaccionaba la vecina de abajo de casa en cuanto le dijeron que tenían que hacer unas mascarillas para el hospital del pueblo. Un grupo de aparadoras de calzado -las mujeres que cosen la piel para hacer los zapatos que todos llevamos- se pusieron manos a la obra, y en dos días tenían hechas un montón de máscaras. Así de rápido y así de sencillo. Un par de semanas después, otro grupo de mujeres, otra vez aparadoras de calzado, hacían lo mismo en el pueblo de al lado. Son las mismas mujeres que de forma invisible trabajan día y noche para hacer zapatos. Esas mujeres son justamente las que trabajan en economía sumergida. Ahora, sin embargo, alguien quiere que las veamos. Sucede que, cuando trabajan haciendo zapatos, esas mujeres son invisibles; la mayoría de gente las ignora, no las ve. En cambio, ahora, cuando trabajan haciendo mascarillas, todo el mundo reconoce que son ellas las que las hacen. Se habla de la gran solidaridad de las aparadoras hacia su pueblo para hacer mascarillas. Ahora son visibles, solidarias y generosas porque no hacen zapatos sino máscaras. ¡Ay, ay!, esta pandemia está descubriéndonos más de una invisibilidad, más de una hipocresía, más de una verdad que no queremos ver.
Esas mujeres del zapato que trabajan cuando pueden, por el salario que quieran pagarles, que no tienen ningún contrato porque no se los quieren hacer, a las que les niegan los mínimos derechos de cualquier otro trabajador, sin indemnización por haber trabajado aquí o allí. Esas mujeres, decimos, son las que de manera solidaria, se han puesto delante de las máquinas que tienen en sus casas, y en un par de semanas han hecho 80.000 mascarillas para los que las necesitaban. En cambio, esas mujeres cuando han pedido unos mínimos para poder tener una pensión por su trabajo, cuando han ido ante las autoridades pertinentes para pedir una ayuda, una orientación, un consejo, un cómo poder arreglar las cosas que todo el mundo sabe pero que nadie quiere saber, de cómo hacer para tener un reconocimiento… la respuesta ha sido la ignorancia, o a veces el desprecio. Las trabajadoras sumergidas del zapato, que han manifestado una solidaridad evidente hacia su pueblo, hacia la gente, hacia sus conciudadanos, esa misma solidaridad no la han tenido en tantos y tantos años como llevan en situación de sumergidas, de invisibles.
La rapidez con la que los servicios sociales de los ayuntamientos, mandados por sus jefes respectivos, han actuado, ha sido espectacular. En un santiamén estos gestores municipales han hecho que los materiales necesarios llegaran a las mujeres para coserlos. Las aparadoras, prácticamente de un salto, han hecho las mascarillas y también han cosido ropa para los sanitarios. La caravana de la solidaridad se había puesto en marcha. No necesitaban justificaciones ni explicaciones. Era necesario y bastaba. Las mujeres estaban dispuestas. ¿Solidaridad de clase? ¿Solidaridad social? ¿Solidaridad de vecindad? Los representantes sociales y políticos, así como muchos de sus gestores, están bien satisfechos por la solidaridad que han podido encontrar en sus conciudadanos.
No sabemos qué y no sabemos por qué. La verdad es que esta urgencia en hacer las cosas, así como esta solidaridad, las mujeres nunca la han visto para ellas mismas. Estas mismas autoridades y gestores, todos estos individuos, empresarios y no empresarios, que han dado los materiales, ahora están bien satisfechos. Es para estarlo. El pueblo ha respondido !!!
No, mejor dicho, no. Son las mujeres sumergidas las que han respondido. Y es vergonzoso que estas mujeres, tan solidarias y generosas, no tengan un mismo trato cuando ellas piden lo que les corresponde. ¿Dónde está la rapidez en atenderlas? ¿Dónde están las facilidades para mover un mínimo lo que las pueda dignificar y pueda mejorar la situación en que viven? La respuesta que reciben no es tan sencilla ni tan rápida como cuando ellas han asumido hacer las mascarillas. Todo esto nos mueve a pensar que estas mascarillas de las que estamos orgullosos, son las mascarillas de la vergüenza que esconde la realidad de esta sociedad: el provecho para aquellos que durante tantos años se han enriquecido de esta situación -escondiendo el trabajo que hacían las aparadoras-, y el menosprecio para las mismas mujeres que trabajaban. Y hoy por hoy, las mujeres sumergidas del calzado están en este último grupo de perdedores, aunque sólo ellas pueden decir que la generosidad es suya, ya que no han recibido a cambio nada más que la ignorancia y la falta de respuesta. ¿Nos habremos enseñado algo después de la pandemia?
Publicado originariamente en catalán en la sección de Opinión en El Diario.es, Comunidad Valenciana el 10 de abril de 2020. Enlace: https://www.eldiario.es/cv/opinion/Josep-Antoni_Ybarra-economia-submergida-sabata_6_1015308461.html