Parece que nuestra memoria flaquea incluso en cosas que nunca debiéramos olvidar. Nada de rencores, por supuesto, pero las cosas han de ponerse en su sitio. No hace tanto, los reyes tenían el poder absoluto y disponían de todo lo que se les antojara sin más límite que el de no tirar demasiado de la […]
Parece que nuestra memoria flaquea incluso en cosas que nunca debiéramos olvidar. Nada de rencores, por supuesto, pero las cosas han de ponerse en su sitio. No hace tanto, los reyes tenían el poder absoluto y disponían de todo lo que se les antojara sin más límite que el de no tirar demasiado de la cuerda no fuera que provocaran sublevaciones o malas cosechas, cosas ambas que repercutirían en las arcas reales o que incluso pusieran a prueba la paciencia de los súbditos.
Para no olvidar nada, no es del todo cierto que su poder fuera ilimitado, los reinos vecinos, no memos ambiciosos, constituían siempre una amenaza, de ahí tantas bodas y cruces de sangre para compartir propiedades y poder, menos cuando se liaban en guerras interminables. Y sin olvidar que cuando se habla de reinos, no se puede omitir el de Roma que, sin ser de este mundo como dicen, participaba directa o indirectamente con la espada, además de con sus sermones amenazantes. Así, bien con la espada o bien con los sermones, podían tener bajo control los bienes materiales, las ideologías y hasta la ciencia. Pobre Galileo y pobres tantos otros. De aquello y de esto mucho queda todavía.
Siglos y siglos de poder omnímodo, absoluto. Poder político, económico y legal. Del rey para abajo nada, todos rodilla en tierra. Reinos sin fronteras, apropiación, muerte, fornicación, abusos…, el rey era la ley y punto.
Han pasado algunos años, no muchos, y las cosas han cambiado, dicen, pero en esencia seguimos igual. Lo que antes era una cabeza, la del rey, ahora se ha convertido en multicefálica, como en el cuento del dragón del que no se sabe cuántas cabezas tiene.
Ahora el rey no pasa de ser un símbolo, eso sí, bien pagado y hasta bien mirado independientemente de lo que haga. Símbolo de un sistema económico de cada vez más para unos pocos a costa más súbditos con menos recursos y menos derechos cada día. Un rey como símbolo que trasciende más allá de su propia figura, porque el rey es lo opuesto, lo antagónico de la democracia, de la solidaridad y de ser iguales ante situaciones y circunstancias similares.
Sea rey o símbolo lo es de un poder económico brutal, sin entrañas, que necesita maniquíes o payasos que interpreten el papel y que se lo crean, eso sí, bien pagados y con licencia para hacer lo que quieran porque para eso se les hace inimputables , es decir, al margen de la ley, fuera de la ley, pero sin que la ley pueda caerles encima como les sucede al resto de los delincuentes, aunque solo hasta un cierto nivel de delincuencia como todos los súbditos estamos más que cansados de ver a diario.
Monarquía y democracia son antagónicas, podemos ser súbditos o ciudadanos, pero no se puede ser ambas cosas a la vez. El problema no es que tengamos que decidir qué queremos, sino que ya han decidido por nosotros, y lo han decidido los que han montado este tinglado que a ellos tan bien les va.
Da vergüenza ajena ver a sesudos personajes, a diputados, senadores, banqueros, presuntos intelectuales, adinerados y demás atechados, intentando explicarnos lo que no tiene explicación ni justificación ni pies ni cabeza. Dicen, el rey ha dado estabilidad, lo ha hecho bien, es lo mejor, el sucesor está muy preparado, etc.
Menos mal que no todo es color de rosa, pues para colmo de los promonárquicos, el gran problema es saber si el rey y el heredero van a tener y mantener o no la inmputabilidad. De acuerdo con estos planteamientos se deduce que presuponen o que dan por hecho que ambos son delincuentes y que van a seguir delinquiendo. ¿Para qué sino la inmputabilidad si ellos mismos pensaran que son tan buena gente?
Poca o ninguna vergüenza tienen los que se pierden con tantos halagos a la monarquía y a la gran estabilidad habida con esta transición cuando ni siquiera mencionan la grave, gravísima situación social del país. Ni siquiera un recuerdo para el medio millón de desahucios, los seis millones de parados, la precariedad generalizada, más de la mitad de los jóvenes sin empleo, con recortes continuos en todo lo que afecta a los súbditos, frente a la abundancia y despilfarro en lo que toca a los beneficiarios y causantes de la crisis. Esto no es más que el resultado y la consecuencia de la transición franquista hecha con el modelo monárquico y con lo que detrás se esconde. Ellos son la crisis.
Ahora dicen que el rey abdica, pero ni en esto dicen la verdad ni hay transparencia, lo han abdicado porque ya no les sirve. Y no por las juergas y escándalos pasados sino porque ya no les da juego ni está para trasnochar. Los grandes consorcios, los poderes fácticos, que son los que mandan lo han decidido, los mismos que han hecho y organizado la transición franquista para que nada cambiara y todo siguiera igual o peor, a ser posible, porque así les vendría mejor.
No más transición monárquica. Desde luego que la República no es condición suficiente, pero sí necesaria, para caminar hacia la democracia.
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